sábado, 1 de noviembre de 2025

VIRIDITAS, 35: Entrevista a Blanca Tejerina, artista

"La doncella de Mazcuerras" se halla reclinada en el hall del Hospital. Está hecha de una sola pieza de roble. Es ver la escultura e imaginar la envergadura del árbol de procedencia. Se la ve con los brazos cruzados a la altura del pecho. Las vetas recorren el cuerpo de hombro a hombro. Parece estar esperando algo.

Blanca Tejerina espera en la escultura. Hago un gesto de lejos para que vea que soy yo, no nos conocemos de antes, y cuando llego a su altura nos damos la mano. Propongo tomar un café y vamos a la cafetería de dentro. De camino hacemos parada bajo el retrato del marqués pintado por Gerardo de Alvear en los años veinte. Ella se fija en el cojín, yo en las arrugas del lienzo que coinciden con las del cojín:


El cuadro estaba en un despacho y tuvimos que esperar a que quedara vacío para poder sacarlo y colgarlo donde está, presidiendo el acceso de las tres torres. Para disfrute público. Le gusta el modo como se representa la riqueza del marqués en el cuadro, desplegando la mies de su pueblo natal como telón de fondo. Es común encontrar antiguas fotos de familias posando ante el maizal de casa. La prosperidad es maíz como maíz es oro. Igual el marqués.

A Blanca le interesa mucho el territorio. No en vano su última exposición, en el Centro Cultural Doctor Madrazo, comisariada por Lidia Gil, lleva por título "De la rama a la cambera". La visita que he hecho ha servido de estímulo para esta entrevista. Blanca acepta las coordenadas comunes al proyecto: no grabo, escribo apoyándome en las notas que haya ido tomando pero sobre todo rememorando nuestra conversación, lo cual me obliga a escribir sin que pase mucho tiempo desde el paseo por los jardines, para no olvidar los temas tratados además de para ser capaz de reconocer mi propia letra, y, última condición, no subo nada a la red sin el visto bueno del entrevistado.

Seguimos por el pasillo. Entran cortinas de luz por la cristalera. Fuera sopla viento. Se recorta la antigua Residencia Cantabria contra un cielo vacío de nubes. La van a tirar. La antigua Residencia Cantabria también está vacía.

Del maizal y de su valor simbólico llegamos a la estética popular. Le pongo el ejemplo de las geodas que hay en una de las paredes que circundan el complejo hospitalario. Al hacer la pared los canteros las pusieron aposta a la vista, hay una intencionalidad estética ahí, acepta Blanca. Son rocas cuyo origen la Universidad de Cantabria ubica en la antigua cantera de Peñacastillo. La cantera engulló una cueva que había. En la cueva había un dragón y un tesoro que cuidaba el dragón. El dragón, como la cueva, desapareció pero no así el tesoro. Este lo conservamos nosotros. Son las geodas. ¿Quién puede decir que los obreros no manejan valores estéticos? 

Pregunté una vez a un vecino de Carmona, continúo, qué hacía en su opinión que un pueblo fuera bonito, a lo que respondió que un pueblo bonito es cuando puedes pasar la vista por él como la mano por el lomo de un animal. ¿Quién puede negar que los campesinos manejan valores estéticos? Blanca no solo está de acuerdo conmigo sino que también cree que hay una herencia cántabra que filtra estos valores. Me sorprende, para bien. Sus padres no son de aquí, la nuestra es una herencia que no le ha sido transmitida en casa pero la reconoce y la busca, incluso avisa que su generación, Blanca es de 1997, está buscando su identidad aquí. En mi casa la llamamos intidá.

Acordamos no utilizar expresiones del tipo "seno materno" o "casa paterna", o "seno materno" frente a "casa paterna" (la relación entre las cosas es tan importante como las mismas cosas). La tradición tiene que poder cambiarse porque en caso contrario se convierte en obligación, y no.

Mi madre subía con sus amigas a Los Picones y a Piralba a gritar sus nombres y el nombre del valle al que se asomaban, digo. Tomando el café me suelto. He subido este verano a estos mismos lugares y he encontrado multitud de nombres grabados en las lastras, animales, formas geométricas e incluso huellas de pie. Estas huellas tienen según los arqueólogos en torno a tres mil años, aquí.

Blanca defiende que entre un cantero, un ganadero o un soldador y un artista no hay diferencia de fondo. El ganadero resiguiendo el camino abierto por los animales podría presentarse como un happening, por ejemplo. Tiene tanta carga expresiva como cualquier otra forma de arte, remarca. La diferencia es que un cantero o un soldador no ven lo que hacen como arte, bien porque efectivamente no lo sea, en cuyo caso qué lo es (hablaríamos de validación y en qué contexto: los boxeadores de su serie "Dancing With" por ejemplo adoptan en algunos de los cuadros poses íntimas que sus modelos - Blanca boxea - no reconocieron como apropiadas, lo cual a ella le gustó e hizo replantearse su obra a partes iguales), o porque no lo conciban como tal, y entonces por qué, y si es porque no les dejan (no poder es también no saber que se puede) o no interesa, entonces el arte debiera plantearse como objetivo su integración, el nuevo arte, quiero decir, dice Blanca: un arte en abertal, apunto yo. Los animales están en abertal cuando andan sueltos por el monte. Moviéndose ellos libremente las interacciones con el entorno se multiplican y todo gana sentido. Eso es, concede.


La foto está tomada del programa de sala de la exposición "Dancing With" de Blanca montada en la Galería Mecha de Santander.

Blanca reconoce la labor de los comisarios. Es importante que alguien ponga en escena. El ojo del comisario mira (proceso cultural) lo que otros solo ven (proceso fisiológico), incluyendo a veces al propio artista, que incluso es solo después de que el comisario lo mire (o aprecie), eso sí, de cara al mercado, si es que el mercado es el que valida. Pero ya hemos visto que no necesariamente, ni siquiera de forma ideal. Todo el mundo tiene cosas que contar y formas de hacerlo, dice.

Me viene a la cabeza la idea de la ensayista Olivia Lang que recomienda explorar el pasado en busca de alternativas que entonces no cuajaron pero que tienen posible aplicación en el presente para asegurar un futuro mejor. Conocimientos latentes. Poner en valor palabras del pasado entendidas como huellas de ideas potencialmente positivas es otra forma de decirlo.

Blanca ve necesario incluir, que es compartir, para, asegurado un mínimo común denominador de conocimiento, desarrollar. De alguna manera, Blanca plantea un ejercicio de toma de consciencia acompasado, como cuando se sale a rondar a los amores, que todos los corazones de la ronda acaban latiendo al mismo ritmo.

En su última exposición se incluye la palabra cántabra cambera. Pero el origen se encuentra en un sendero tailandés conocido como Monkey Trail. Lo conoce, lo ha recorrido. En este sendero se contraponen las expectativas que un europeo proyecta sobre un sendero etiquetado como natural y la realidad decepcionante de la experiencia, al menos a tenor de los comentarios cosechados en internet: demasiado sol o lluvia abundante, monos molestos o monos que no se dejan ver... En este contexto Blanca quería dar respuesta a qué es un camino natural pero desde una perspectiva íntima, lo cual excluía un título en inglés. Pensaba, dice: yo misma estoy romantizando la naturaleza (arbolada, la niebla espesándose, etc.) e intentaba apartarme de esta visión pero luego dije, dice: por qué cancelarme, yo camino por una Cantabria próxima, no es alta montaña, es una geografía amable, así que si la percibo así, por qué no. La palabra tenía que ser cotidiana, concluye.

Cambera viene de las cambas o piezas curvas de las ruedas de los carros, palabra que contiene una raíz céltica que remite a "curva". Cambera en su significado más primitivo, pues, se aplica a los caminos carreteros. Pero, matiza, en Cantabria la naturaleza cambia tanto que el camino puede llegar a no ser transitable, con lo cual se aprecia más que sí lo sea. Si puedes no pasar se valora más el poder hacerlo.

Esta relación de respeto con la naturaleza, una relación blanda, porosa, que Blanca identifica como cántabra (con independencia de que pueda darse en más sitios), tiene que ver, en su opinión, con la noción de domesticación.

Le cuento de una anciana con la que entablé una breve conversación asomada ella al balcón y yo con prisa, que me preguntó si había visto llorar alguna vez a una vaca. Ante tal pregunta tuve que detenerme y responder la verdad, que no. Ella sí. Tenía una vaca duenda (la de casa) a la que se podía dar de comer a la mano, de tan buena que era. Se llamaba Tasuga (es un nombre habitual para vacas tudancas con capa grisácea, del color del tejón). Subieron la vaca al invernal, sería por falta de qué comer, y ella triste se escapó a verla. Tasuga ven, Tasuga ven, decía. Fue verme la vaca y rodarle las lágrimas por la cara, y la anciana me enseñaba los puños para que me hiciera idea de su tamaño. Así me lo contó aquella señora asomada al balcón, digo.

Esa es la delicadeza de la que hablaba antes, Mario. Esa melodía del tacto, que decía Juan Ramón Jiménez, apunto.

Hay que tener en cuenta que la domesticación tal y como la entiendo yo no es propiamente humana, no es un concepto solo humano, aclara. Los caminos también pueden estar abiertos por los animales. Los pasos también pueden ser pasos animales. Incluso el agua puede abrirlos, pueden ser sendas fluviales en puridad, caminos del agua, y es entonces cuando le hablo a Blanca de los camberones.

Llueve y el agua discurre por las camberas. Con el tiempo las camberas entran en la tierra y pasan a ser camberones. Llegan a no verse. Cuanto más antiguos son, más profundos. Son las venas del territorio. Pero no basta con que el agua haga su parte. El ser humano tiene que venir detrás reparando. Es, pues, una obra solidaria. Los camberones son resultado de la acción combinada entre naturaleza y ser humano o entre naturaleza y esa traducción de la naturaleza que somos.

Te habrás dado cuenta de que la mía es una visión antiespecista, advierte, y sí, lo había notado (escribo la palabra antiespecista y aparece subrayada en pantalla porque el ordenador no la reconoce: aprovecho para incluirla en el diccionario). Hablo desde una perspectiva de a igual, explica. Hay caminos diminutos de hormigas, caminos olfativos que identifica mi perro, por ejemplo, o caminos de peces, interrumpo yo, que los pescadores de la bahía de Santander llaman hueras.


Huera dejada al descubierto por la bajamar en El Regatón de Laredo. Al fondo Monte Hano / Montihanu y El Brusco / El Bruscu.

En esta apertura del concepto "camino" una rama también puede serlo, concluye.

Mis dibujos lo revelan:




Son fotos hechas por Blanca.

Pero en realidad estos dibujos son una concesión que hago para asegurar que la recepción del mensaje sea la adecuada: rama = camino. Con las representaciones más directas abro el espectro de interés. Obviamente, también hay dedicación en estos dibujos. Por ejemplo, las copas se representan desde abajo para revertir escalas. El alma vegetal del soporte también es una decisión consciente. Pero reconozco que son las obras de la serie "Camberas" la clave. La esencia de la exposición "De la rama una cambera" queda recogida en ellas:




Son fotos hechas por la artista.

Fue un hallazgo. Esta serie no traduce, vehiculiza el proceso mental. Estas son obras, por así decir, de primera generación.

Me propuse revelar en Wikiloc mis trayectos por el monte. Luego levanté mapas de carboncillo. Después los reseguí con alambre. Trabajo el metal lo mismo que recorro los caminos, aunque sea con las manos. En mi lugar de trabajo había mucha luz y esa luz es la que provocó la idea de rama. Fue entonces cuando la intelectualicé. Considero que esta es una obra adecuada, reconoce. Las otras series son intentos de trasladar la idea nacida aquí mediante representaciones más evidentes. Son obras igual de válidas pero de segunda generación.

Las formas del carboncillo y del alambre no encajan exactamente. La memoria, la percepción, el volver a vivir algo no va a ser nunca igual, asegura.

Me gusta también la idea de ocultación e intrínsecamente la de revelación. El papel que empleo es vegetal, que transparenta en la misma medida que opaca, para que nada quede del todo claro.

Decidí no titular estas obras ni poner cartelas explicativas. De alguna manera el aporte explicativo se encuentra en las otras series. No hay una interferencia directa. A Blanca no le gusta que la racionalización llegue antes que la percepción de la obra, quiere dar a esta la oportunidad de explicarse por sus propios medios. De lo contrario habría propuesto un ensayo y no una exposición, argumenta, y no le falta razón.

Mis caminos son aquellos por los que transito y sé, asegura, y son palabras literales de Blanca, que son trasladables a un entorno percibido, pero una percepción no solo mía ni humana, también fluvial o vegetal, que tienen otros tiempos.


¿Qué es natural?, se pregunta. Un bosque regenerado gracias a la labor del arrendajo (o jayu en cántabro porque se asocia con la reforestación de hayedos) quizá deba más al ser humano que decide no talarlo, que toma la decisión de no hacer, que al pájaro que ha ido enterrando semillas durante años. Quien no habita un sitio lo abandona. Es una frase que me apresuro a recoger de forma literal.

Blanca intenta despejar este interrogante desde coordenadas actuales (sin centro, como las redes de caminos que dibujan las copas de los árboles), lo cual implica incorporar por ejemplo plásticos o nuevos materiales geológicos en la ecuación.

Es más fácil hablar desde el antónimo, dice. Salvaje Vs. naturalizado o jardín o domesticado, por ejemplo. Pero luego tampoco, continúa, porque cada palabra, si es reflejo de un concepto que resulta de una vivencia, tendrá su correlato en otros seres, por ejemplo la noción jardín desde una perspectiva vegetal. Al final son palabras convenidas para diferenciar asfalto de verde pero cuyas connotaciones marcan cómo vivimos.

La conclusión es que hay una consciencia compartida por todos los seres. Todo lo que es hacer o no hacer es planificación, concluye. Salvaje es sinónimo de convivencia. Ponemos ejemplos entre los dos: el viento que mece los castaños anunciando el otoño, los acúmulos de cantos rodados o leras en los recodos de los ríos que amortiguan los efectos de las riadas, las paredes de piedra sin argamasa o morios que levantan los campesinos para que el viento pase entre las piedras y no las tire...

Gritar tu nombre al vacío desde Piralba, como hacía tu madre de pequeña, y es un guiño que me hace, al mismo tiempo que un milano silba y gira en el cielo diciendo aquí estoy, haciéndose ver, eso es convivir, dice.

Es una noción con muchas derivadas. Blanca ha entrado por los caminos pero también podía haberlo hecho en la casa, o mejor, en el nido, que es una palabra más ancha, no solo humana, dice. 

Blanca menciona a la artista Louise Burgeois, y le pido que me escriba el nombre:


Estamos en los jardines del hospital. Hemos venido caminando hasta el extremo donde no hay salida. Las obras retumban tras la cristalera del pasillo que enhebra los pabellones como cuentas de un mismo collar. Decidimos volver.

De los antiguos pabellones solo quedan las carcasas, si acaso. Por dentro están completamente reformados. Paseamos por tejados ajardinados. Por debajo están los quirófanos, las cabinas de rayos, etc. Flores amarillas asoman al pozo por el que entra la luz natural que ilumina la UCI ubicada en la planta menos uno.

La casa ideal de Blanca cruje como un barco en la mar. Su piso de ahora tiene algo de laberíntico, dice. No le gustan las casas que parecen cajas de zapatos. Le digo que mi abuela murió en casa, en el cuartu del granu. Estaba en la planta baja. Es donde estaban las juchas, los arcones para el cereal. El tabique que daba al pasillo era de setu, es decir, de varas de avellano entrelazado, luego enlucido e igualado con barro enfoscado con cal. Cuando dabas con los nudillos vibraba y sonaba como una cuerda que tensa el viento. Me sale la palabra balombru. Pero tras la última reforma hice la prueba y no sonaba a nada, se había sustituido el setu por ladrillo.

El setu se perderá como la misma palabra que le da nombre, apunta Blanca. Es como la gente, remacha, que ya no canta. ¿Por qué no te crees capaz, válido? Por no guardar esos espacios para ti. El ideal es no tener que ser nadie en concreto, dice.

Tiene que ver también con la tensión entre lo público y lo privado, remacha. Quién tiene derecho a hacer qué y por qué, supuestamente. Es una idea que me gustaría proyectar sobre la cuestión del lobo. Tiene mucho que ver con la noción de propiedad. Pero estoy dándole vueltas.

Los espacios públicos son cuando los cuidas, anoto.

La de los antiguos pabellones es arquitectura neomontañesa, afirmo. Pero en realidad no es tan así. Soy yo el que reconoce algunos detalles y los aprovecho para reivindicar esta genealogía, como las terrazas, que se abren al sol de la tarde, cuando los pacientes disponían de más tiempo libre, para darse baños de sol (había muchos tuberculosos), una orientación común a muchas casas montañesas, pero en realidad, como decía, no está clara esta adscripción, puede que la orientación de los antiguos pabellones fuera fruto de una buena observación del terreno ajena a la tradición, que también cuidaba la orientación de las casas, una coincidencia afortunada, pues. Pero estoy seguro que el arquitecto Gonzalo Bringas no vivía de espaldas a su entorno. No digo que estuviera inmerso en nuestra tradición pero sí que estaba atento y a poco que se fijara tenía que tenerlo claro. Corrijamos entonces y dejémoslo en idealmente neomontañesa (y con esta expresión no sé si me estoy refiriendo al arquitecto, que la quería así, o a mí mismo, que también la quiero, o a los dos).

El arquitecto cántabro Eduardo Ruiz de la Riva sospecha que la inclinación de los tejados del pueblo de Cos se corresponde con el de las laderas de la Sierra de Cos, digo. A Blanca le entusiasma la idea pero no cree que haya imitación de la naturaleza en ello, sino que todo lo es. Hay un hacer consciente cuya coincidencia es fruto de la convivencia. Es una buena síntesis.

Hemos llegado a la altura del escudo que reposa en los jardines. En origen remataba la fachada de sillería del pabellón conocido como "del reloj", el principal. Al escudo le acompañaba el busto del marqués tallado por Barral, pero lo subimos al Salón Noble de la Biblioteca para asegurar su conservación. La fachada fue desmontada en los años 70 y sus sillares numerados y enterrados en Punta Parayas para que no fueran robados. No surtió mucho efecto. En una visita reciente he podido comprobar que faltan muchos sillares, casi tantos como los que se encuentran en las paredes de las fincas vecinas. Sobre el túmulo cimbrean los sauces o saúgos. Hay quien quiere reconstruir esta fachada en terrenos del Hospital, informo, pero a mí me parece mejor idea tomar uno de estos árboles y trasplantarlo a los jardines. 

Tanto la palabra sauce como la cántabra saúgu proceden de la sambuca, antiguo instrumento musical hecho con madera de este árbol. Se creía que su música sanaba. Seguramente fuera por alguna propiedad que se le atribuía. La flauta mágica de Mozart es de esta madera. En Cantabria sus flores se toman en infusión y con sus ramas se hace una especie de silbato para que jueguen los niños. Para acompañar su construcción, que no es tarea fácil, se canta una canción específica (marca el tiempo que hace falta estar dando golpecitos a una rama de este árbol tras haberla mojado para desprender la corteza) que asegura que la borona es para nós y el pan para Dios.

Creo que es buena idea, insisto, que el viento extraiga sonidos saludables del árbol que ha sido trasplantado desde el lugar donde están enterradas las piedras originales. El árbol es a la piedra lo que la piedra a la institución.

Conviene Blanca en que seguramente el sauce posea algún tipo de propiedad saludable y que a esta conclusión seguramente llegaron los antiguos griegos por vías distintas a las que se pueda llegar hoy. Que un lutier haga sus cálculos no impide que se puedan alcanzar las mismas conclusiones por otras vías, dice.

Un petirrojo se acerca a curiosear. Nos silba y le miramos. En Cantabria recibe el nombre de papu coloráu. Me extrañaba porque los nombres de los pájaros, como el de muchos árboles, suele ser femenino. Hasta que pasado el tiempo supe que su nombre completo es la pájara del papu coloráu. Entonces sí.

Subimos a la Biblioteca y lo primero que hacemos es salir a uno de los balcones. El interior y el exterior del edificio no casan. El balcón queda demasiado alto. Para asomarse hay que ponerse de puntillas. Antes había hortensias pero durante la pandemia se secaron. Las hemos sustituido por acebos. Son hijos del acebo centenario que hay a la puerta del pabellón 21, el de Dirección. En realidad es una aceba. Sus hojas no pinchan. La idea es que pasados los años uno pueda mirar al frente y encontrar un acebal presidiendo el Hospital. El jardinero de la casa que nos está ayudando es de Silió. Le pregunté por La Vijanera y respondió con orgullo que había matado al osu dos veces. Es todo un honor hacerlo, simbólicamente, por supuesto. Me contó que un familiar suyo tenía una manada de yeguas (en el monte no se habla de caballos sino de yeguas: Blanca no lo sabía y toma nota) que se protegían del lobo metiéndose en un acebal. Pero al propietario luego le costaba sacarlas de ahí, así que se le ocurrió talarlo, taló los acebos. Ese invierno el lobo le mató seis yeguas.

El acebal es a la institución (pública) lo que el nido a la casa.

Los espacios públicos son cuando los cuidas. No está de más recordarlo.


Los lugares donde pernocta el ganado en el monte se llaman seles, del latín SEDILE, "asiento, residencia". Son lugares no delimitados. Si acaso, señalados. Pertenecen no a particulares sino al pueblo. Se procura que las vacas den a luz en ellos para que el ternero lo haga suyo. Luego las vacas acuden a él solas. Quizá los seles sean lugares utilizados previamente por los animales. Que los humanos los hayan ocupado, o mejor, aprovechado en su beneficio dentro de esa lógica cántabra que decíamos regida por el respeto a la naturaleza. Simbiosis puede ser la palabra. Cultura simbiótica es una expresión que ayuda a resituar la cultura dentro de una coordenadas naturales que la cultura tiende a dejar de lado, o pretenderlo. Quizá los seles en origen fueran acebales.
 
Entramos en el Salón Noble. Nos sentamos en la mesa donde se firmaron las actas fundacionales de la institución. Las sillas tienen los asientos de piel y se hunden por el uso. Quedamos demasiado bajos respecto a la mesa, como los balcones respecto al paisaje, pero no importa. Las palabras salen altas. Aquí no hay balcón pero sí un ventanal flanqueado por dos puertas de hojas con vidrieras historiadas. Están hechas hace un siglo por la familia Maumejean. Le pregunto entonces por sus obras de soldadura. La mayor parte se encuadra en dos series: "Nervaduras" y "Frisos".

Estas obras tienen el color de un paisaje nevado bajo el sol. Pero del color de cuando el manto de nieve empieza a adelgazar y la tierra de debajo se deja sentir. Terreñaz se dice en cántabro.

Blanca ha aprendido a soldar. Hay que saber para hacer, dice. Me recuerda a una frase de mi abuelo, americano y trompetista, que decía que para improvisar (como hacía él, en su última boquilla ponía "jazz master") había que saber. Blanca es profesora de música. Tiene la carrera, además de Bellas Artes. Sabe de lo que habla. Ha estado trabajando en el taller Meyremo de Gajano seis meses. La antorcha pesa mucho, explica. La máscara de protección apenas deja ver. El campo de visión se reduce al punto de luz. La soldadura TIG es una técnica compleja. Su obra parte de ornamentos vegetales porque ha comprobado que es lo que sale.

Sobre esta pauta busca efectos, como mi abuelo "fantasías", que llamaban, a la trompeta. Blanca a veces varía el voltaje o acumula materia en la punta de la antorcha, que es muy fina, provocando quemaduras iridiscentes. Otras pone corriente y deja que intervenga el aire. Lo que para los técnicos del taller es un error para ella no. El viento silbando en el recuerdo cuando ves las hojas de metal movidas.

Le comento que en el monte los cierros antiguos presentan formas subcirculares. He preguntado insistentemente por qué y la única vez que he obtenido respuesta ha sido por parte de un ganadero de edad avanzada que me dijo que así las vacas no quedan acorraladas cuando pelean. Hay cosas sabidas, imaginarios primigenios, opina Blanca. El círculo es una forma básica de la naturaleza. Por eso reiteramos las coincidencias. El pilar, el círculo, el cilindro, señala.

Entran a buscarme. Estamos preparando una exposición con motivo del 50 aniversario del Servicio de Aparato Digestivo del HUMV. La dejo sola un momento. Cuando vuelvo le hago una foto desde la puerta:


Blanca tiene una obra que es un dibujo de ramas enrollado y sujeto con alambre (de los que se encuentran en el monte) posado sobre un cilindro. Dentro preserva un claro de bosque. Los troncos que lo circundan, columnas. Remite a la arquitectura de lo natural, dice. Es la semilla de un templo griego, que a su vez es esquematización de un claro de bosque, de una casa minka japonesa, cuyo límite viene definido por la sombra, o de una casa montañesa, cuyo límite viene definido por la cortina de agua que cae del alero. Lo que es igual por dentro se parecerá por fuera, pese a las condiciones materiales que influyen en su realización, concluye.


Tiene un obra hermana titulada "Parterre vertical". Es de acero inoxidable y me explica que está compuesta por seis cilindros posados en equilibrio. Escribiendo esta entrevista le pido por correo que me envíe un párrafo incidiendo en esta obra: "Trabajo la imagen del tronco como un elemento arquitectónico (aludiendo a la columna de Trajano) y la idea de la representación natural como una práctica de domesticación, siendo el jardín, o más concretamente el parterre, su máxima representación. He trabajado el dibujo en TIG como una abstracción del diseño del espacio natural, una caligrafía influenciada por la ornamentación modernista, y el diseño de tatuajes neotribales."

El acrílico protagoniza otra de sus líneas de trabajo. El dibujo (hacer líneas) selecciona exactamente dónde tienes que mirar, dice. Por el contrario, la mancha de pintura es menos concreta. Blanca la percibe como una fronda. Le digo la palabra cántabra jarba, que significa justamente "frondosidad", para que la recuerde. Pocos más lo harán.

Le paso el papel donde llevo impresos los temas que tenía previsto tratar. Algunos nos los hemos saltado.


Tengo la sensación de que el camino de Blanca no ha hecho más que empezar.

VIRIDITAS, 34: El acebal en la cumbre

En la Biblioteca tenemos dos balcones, los dos a sur. El primero corresponde a la sala de formación, que ha sido renombrada María Luisa Herreros García, torrelaveguense estudiante en la Escuela Libre de Medicina de la CSV. El otro es el de la sala de estudio, renombrada María Teresa Junquera Ibrán, primera directiva de la institución. En ambos balcones hay cinco macetas de grandes dimensiones. En origen había hortensias pero durante la pandemia se secaron. En las macetas de la sala de formación hemos plantado cinco acebos hijos del árbol centenario que hay a la entrada del pabellón 21, el de Dirección. En el otro balcón habíamos pensado plantar laurel pero tras hablar con un jardinero que había venido a echar compost (antozañu, en Cantabria) hemos acordado plantar también acebos.

Le digo que cuando pasen los años y se mire hacia nuestro pabellón se verá un acebal arriba en lo alto del Hospital, y que esa sola idea me hace feliz. Asiente. Que se sepa dónde estamos, en todos los sentidos, remato.

Él me cuenta que un tío suyo tenía yeguas en el monte y que para defenderse del lobo se metían en el acebal. Se ponían en círculo con las crías en medio. Pero a su familiar le costaba sacarlas de ahí, así que lo taló, echó abajo los acebos. Ese invierno el lobo mató a casi todas.

Valgan estos acebos que vamos a plantar por aquellos talados que dejaron indefensas a las yeguas y sus crías. El acebal como símbolo de comunidad, de seguridad, de tradición, de supervivencia, de futuro.

miércoles, 1 de octubre de 2025

VIRIDITAS, 33: Entrevista a Raúl Hevia, historiador del arte y artista o creador

Raúl Hevia me espera en el hall del Edifico 2 de Noviembre. Yo bajo del IDIVAL, cuya sede ocupa el antiguo emplazamiento del Colegio Cántabro, lugar donde se hizo la foto fundacional del Hospital: los pabellones ordenados como frutales recién plantados, la bahía de telón de fondo. Está apartado de las obras de arte que apenas dejan espacio libre en el hall, bajo la placa en recuerdo de los trabajadores fallecidos en la catástrofe del año 1999. Conoce el Hospital de sobra, ha estado ingresado recientemente durante casi tres años, pero aún así quiero aprovechar para desgranar la intrahistoria de alguna de las obras expuestas, sobre todo porque Raúl es un catalizador y sé que todo lo que pasa por él luego lo va a proyectar y con creces, enriquecido. Lo hago entonces por interés. Quiero que sepa de nosotros para que nos haga mejores. Quizá sea por eso que yo hable tanto a lo largo de toda la mañana. Me salva que le advierto nada más empezar:

Raúl, quiero contarte muchas cosas para que luego tú proceses y nos ayudes.

Da su conformidad.

También acepta las reglas, que son pasear, hablar distendidamente, sin apenas guion (solo unos apuntes míos en un papel doblado que yo mismo iré descubriendo, esta memoria mía, a medida que lo vaya desdoblando como si fuera una prenda, un jersey por ejemplo, hoy que hace frío y llueve, primer día de otoño, por eso que él lleve calado un gorro) y sin grabar, aunque a media altura Raúl me anime a hacerlo con el móvil. No lo he hecho con nadie, me defiendo, no puedo hacerlo ahora. Aunque reconozco que me gustaría por hacerlo fielmente, no así, filtrando sus palabras por el colador de las mías, cuando las suyas son tan acertadas.

De cerca el centro de la diana tiene forma de corazón.

La placa rescatada de la Residencia Cantabria que descansa sobre un expositor hecho por nuestros carpinteros creo que es obra de Ferreira, un escultor de neovanguardia que imagino atormentado simplemente porque no firmaba sus obras, a partir de este detalle he compuesto yo mi caracterización del artista, a lo que aduce Raúl que quizá no firmaba porque creía que su obra no lo era, sí suya pero no, quizá por eso mismo, arte o que siéndolo no había razón para firmar, por el contexto o por cualquier otro motivo que se nos escapa. Nos acercamos y le explico (ni él ni yo hemos nacido en la Residencia Cantabria: yo lo hice en Santa Clotilde, enfrente de la casa donde nació mi padre) que en origen estaba encastrada en la pared y que al sacarla quisimos llevarla a la Biblioteca pero que pesaba demasiado, por eso que quedara ahí, como un pecio. Tenía una pátina preciosa. Raúl imagina a niños pasando sus manos por ella. Las limpiadoras la retiraron con un estropajo de metal. Toda su superficie está rayada. Se adivinan los movimientos circulares, yo diría que la limpiadora era diestra. Me quedo con la mano en el aire, replicando el gesto, y sí, pero él no lo ve mal: es obra pública y esto es parte de lo que pasa. Que una araña por ejemplo aporte materia orgánica a la obra, sea tela o huevos o una víctima, no es un riesgo, ni siquiera uno a asumir, sino parte del proceso, que Raúl considera abierto, como la experiencia, que de eso trata el arte público. 

Animado por esta visión le cuento que en la escultura de José Antonio Andrés Vera instalada en mitad del hall, La doncella de Mazcuerras, que representa a una señora que descansa o quizá sea que despierta del sueño que es el árbol primero, la gente se sienta, descansa como ella en ella, en su regazo, y a la Dirección del Hospital le preocupa, incluso se han llegado a poner cintas rojas para impedir el paso, pero que preguntado el artista este se mostró encantado. Así que primero me siento yo y luego Raúl. No obstante, evito hacer fotos para no avivar la polémica. Con todo, se está cómodo. 

Nos levantamos y le llevo ante el retrato del marqués pintado por Gerardo Alvear que recuperamos para el hall de las tres torres. Digo recuperado, explico, porque estaba en el despacho del Gerente de la FMV y aprovechando un vacío de poder lo cogimos y lo subimos a estas alturas donde inspira mejor. El marqués posa con la mies de su pueblo natal al fondo. Es un mensaje de rico emitido a sus paisanos, no a otros ricos, o sí, pero tratados como paisanos, quizá lo que el marqués nunca dejó de ser:

Ramón Pelayo de la Torriente, emigrante de catorce años, empleado en una abarrotería

(los abarrotes eran las cosucas que se llevaban a Ultramar metidas entre los paquetes almacenados en las sentinas de los barcos, por ejemplo abanicos)

y tras avatares que imaginamos muchos, tanto como desconocidos, rico. Aparentemente hecho a sí mismo, pero no. Esto nunca es del todo cierto. El azúcar no solo endulza. También sirve para fabricar bombas. Imaginemos el contexto bélico del primer tercio del siglo pasado y al marqués, dueño de un ingenio azucarero inmenso, como súbdito de un país neutral que tuvo a mano hacerse con el control del mercado mundial de este producto clave. Se suma que sus trabajadores eran culis, ciudadanos chinos con contrato pero porque la esclavitud ya estaba prohibida. Por cierto, y es un paréntesis que abrimos en nuestra conversación

(muchas ancianas montañesas se descubren a sí mismas ahora que se asoman al balcón interior de la edad como esclavas: empleadas a tierna edad, trabajando por comida, durmiendo bajo las escaleras, donde las gallinas; un perfil muy común que es necesario reconocer)

y cerramos también este paréntesis.

El marqués se quiere mostrar poderoso y lo hace delante de la mies de su pueblo. Escribe Manuel Llano sobre el maíz: "No concibe uno los corredores sin ramos de panojas colgados en los pinos bastos de las vigas; ni a las viejas sin su montoncito de grano oscuro, desgranado lentamente; ni a los desvanes sin ese color de soles buenos de cosechas, extendido en las tablas, tapando las grietas del suelo, cubriéndolo todo del oro arrancado de la mies."

Dice un amigo común que la identidad es intimidad colectiva. Somos capaces de decodificar el mensaje del marqués porque seguimos siendo.

Con este posado el marqués transmite que se ha hecho rico respetando los códigos. Es un rico moderno. El maíz es moderno. La palabra borona es prerromana pero la borona está hecha de maíz, cereal americano. Es una palabra que se supo adaptar para sobrevivir. No hay nada más tradicional que el progreso.

Volvemos sobre nuestros pasos y le enseño las mordidas en el cuadro de Estrada, de nuevo en el hall. Antes compartía espacio con el mostrador de venta de billetes para la tele de las habitaciones y tenía varios carteles pegados con celo. No tardaron en quitarlos pero quedó la pintura levantada. Esto es doloroso, se lamenta Raúl. Se ve que para quien lo hizo la obra era pared, una superficie cualquiera. 

Tengo un grabado de Estrada en mi despacho (representa el otoño: cuando pongo corriente y lo miro creo reconocer el vientu de las castañas) y subimos. Llegamos, dejamos las cosas y le enseño varias postales antiguas del Hospital. Las vemos de pasada, poco más que las barajamos. Le enseño también un cuadernillo con postales sin arrancar de Samot. La obra de este fotógrafo se vio muy afectada por el incendio de Santander de 1941. A Raúl le interesa mucho. Trabaja como técnico en el CDIS. Imágenes de Samot de los años treinta son raras. Se incluye una imagen del primer vuelo aéreo y otra tan retocada que parece una pintura. Le dejo el cuadernillo para que lo reproduzca. Es donación del Dr. Amado. Seguro que lo tratará con cariño. Bajamos a los jardines.

Bajamos a los jardines y se pone a llover. Aun así vamos hasta la otra punta. Las campas rezuman humedad y verdor. Mientras, hablamos de la posibilidad de abrirlos al público. Pero no nos entretenemos. La lluvia es un telón que cae separándonos. Volvemos buscando la salida.

Una gaviota acompaña nuestros pasos. Nos mira entornando la cabeza, alardeando del punto rojo que brilla en su pico amarillo. Ya lo señaló José Hierro en su poema "Gaviota" incluido en Tierra sin nosotros, libro que publicó recién salido de la cárcel: "Ya está la soledad surcada y rota. / Paloma marinera, lenta y viva, / que en el pico, en lugar de verde oliva, / lleva octubres de música remota". Por entonces Hierro pensaba que el resultado de la guerra se podía revertir. Todo el libro es un canto no a lo que pudo ser sino a lo que todavía podía ser. Incomprensiblemente, pasó la censura. El punto rojo en el pico de la gaviota está señalando el lugar donde la cría tiene que golpear para obtener comida. No hay palomas en los jardines. Antes había tantas que tuvieron que traer a los halcones del aeropuerto para espantarlas pero en los pasillos se asegura que palomas y halcones se enamoraron. Un día de tormenta entraron las gaviotas. Las palomas desaparecieron desde entonces.

Hace malo y apenas hay gente en los jardines. Le comento que aun habiendo gente probablemente no sabrían dónde están porque no saben que los hay, que hay jardines. Una de las metas de VIRIDITAS es precisamente corregir esta carencia y situar los jardines en la cabeza de la gente para que al menos sepan que los hay y puedan, si quieren, tomar parte. Hacerlo de forma consiente, quiero decir, porque dentro están, forman parte aunque no lo sepan: si es así, sin saberlo, seguramente no sea en su beneficio. Le confieso que mi propósito último es hacer de estos jardines unos jardines públicos de cara al centenario del Hospital y a Raúl le parece buena idea. En cierto modo él cree que ya son públicos pero que al no informar se los estamos hurtando a la ciudadanía. A mí nadie me impide entrar, argumenta, lo que pasa es que no se me ocurre hacerlo, primero porque no sabía que hubiera aquí jardines.

Se oculta lo que es hasta que se olvida, que es otra forma de dejar de ser, y entonces ya no es necesario ocultarlo. Es como resolver un problema negándolo. Son formas de gestión antiguas. 

Me acuerdo que haciendo un trabajo sobre científicas españolas pioneras, aquí, llegué a la conclusión de que sabemos poco de ellas no solo porque se haya invisibilizado su trabajo sino sobre todo porque, y es mucho más grave, tras la guerra a muchas se las impidió ejercer, caso de María Teresa Junquera Ibrán, primera directiva de la Casa de Salud Valdecilla, que tras ser detenida por la Gestapo en París y repatriada a España se dedicó a cuidar gallinas. Se recupera poco porque realmente no hay.

Faltan fuentes, pérgolas para evitar que el sol caiga a plomo sobre nuestras cabezas, por ejemplo. Que sea un lugar donde estar, no solo un espacio que transitar o por donde pasar, concluye. Le hablo de la fuente que había en los jardines de la casa familiar del Dr. López Albo. Sería bonito replicarla, ahora que está perdida. Han tirado la casa. Era indiana. Las palmeras las dejaron para el final. Las talaron y tumbaron los troncos a la entrada del solar para que no aparcaran coches.

La foto es de hace algunos años, cuando la casa estaba vacía. Dejaron las ventanas abiertas aposta para acelerar la degradación.

En esta misma línea reclamo una biblioteca para pacientes, añade. Estando ingresado pregunté y me respondieron que no había. Yo necesito libros, es mi ecosistema. Hay una abeja que nos ronda. La aparto haciendo así con la mano, como quien abre una ventana para sacarla. Le avanzo que estamos trabajando en esa idea. Queremos que sea una sucursal de la red de bibliotecas municipales de Santander, es decir, que sea netamente pública, no solo de pacientes. Se entusiasma. Una razón más para venir al Hospital, como la colección de arte, apunta. Le doy la razón.

Saliendo del recinto hospitalario le hago notar que a la altura del pabellón de Dirección no hay paredes, sino un seto, bajo además. Lo levantó el Dr. José Luis Bilbao siendo Director Gerente. Le intentaron quitar la idea de la cabeza, que era dejar muy expuesto el Hospital, le decían, que cualquiera podría entrar sin control, a lo que él arguyó que había que dar a la gente la oportunidad de ser buena. No se equivocó.

Salimos del recinto, cruzamos la calle y nos refugiamos en un bar del barrio vecino. Nos sentamos frente a frente, yo mirando a la calle a través de una ventana que le queda a la espalda. Hay obras del otro lado pero no hay movimiento. Si acaso gorriones que asoman de vez en cuando, en los claros, cuando deja de llover a ratos, por ver si hay alguna miga que no hay. Pongo encima de la mesa los libros que he traído, algunos suyos, otros que no lo son pero vienen al caso. También el mazo de folios (todavía) en blanco (pero pronto a rebosar) para tomar notas, como suelo.


En las páginas de respeto de uno de sus libros tengo apuntado a lápiz: "Me siento a la mesa [lo escribí en un bar, lo llevaba en la mochila, estaba preparando esta entrevista, y acababa de comprar un lápiz pero que marca poco y me cuesta ahora entender lo que está escrito] pero la mesa cojea, abro el libro que he traído [este], me pego a la mesa porque veo mal y al respirar muevo la mesa, sucede con cada respiración". Siendo dos la mesa no cojea.

Vivimos inmersos en un río que arrastra cantos que ruedan y chocan entre sí. Todo cambia y este cambio redefine las relaciones de forma constante, también por lo que respecta a nosotros, que no estamos aparte, somos parte. Por eso me gusta leer y releer, porque es mi manera de situarme en relación con lo que me rodea, siendo consciente de que soy en lo que me rodea. Dispara y recarga: 

Releer es comprobar si sigo conectando con el libro de la misma manera. Herman Hesse por ejemplo ahora no me convence pero Javier Marías sigue haciéndolo. Me sumerjo en el libro y no espero reconocerlo palabra por palabra pero sí su melodía o su canto, si quieres. Si resuena, es; y si es, soy.

¿Lo tienes?, pregunta. No, pero espero acordarme más tarde, respondo. Pues esto mismo que te acabo de decir vale para todas las disciplinas artísticas, recuérdalo. Donde pongas Javier Marías también puedes poner por ejemplo Víctor Erice.

Las bibliotecas son mi placenta, continúa. Creo en ellas. Prefiero la palabra creador frente a la de artista porque yo creo a partir de algo, siempre. No tengo padre, desvela. Las bibliotecas son mi padre. Son mi herencia. No hay ningún drama en esto. Mi padre es mi herencia. La que elijo. Yo mismo puedo ser mi padre.

Pregunto por Manual para ser mi propio padre, libro de artista editado en 2013 por La Gran y TATATA, aquí (enlace al registro del centro de documentación del MUSAC). El libro está construido página a página, explica. Es un libro con mucho tiempo. Mientras leía tomaba aquellas partes que interrumpían de alguna manera el discurrir de la narración, tales como títulos de capítulos, dedicatorias o advertencias. Palabras en los intersticios, igual que los abarrotes en las sentinas de los barcos, y es un guiño que me hace.

En la solapa se recoge la siguiente explicación: "[Este libro] está compuesto por fragmentos de muchos de los libros recientemente leídos por el artista: 192 páginas que fotografía, ordena y reimprime de manera que compongan un nuevo relato. Relato inconcluso que el poseedor, como nuevo autor, puede ir completando con sus notas, apuntes y vivencias".

Le pido una imagen que lo sintetice y recurre a S. Cristóbal cruzando el río con el Niño Jesús a hombros.

Es una idea paralela a la de ciencia. La idea de sistema, que en el fondo es lo que somos y por eso la reproducimos, cualquiera que sea su expresión o lenguaje, artístico o científico, porque no deja de ser como nos reproducimos.

Las ideas de otros nos llevan, o dicho de otra forma, replantea Raúl, vamos sobre las ideas de otros.

Abro el libro y le hago reparar en el encadenamiento siguiente: "Ten el fuego encendido" seguido de "Lugares para esconderse". Llevo impreso un poema del Premio Nobel Joseph Brodsky que dice, y se lo doy a leer: "Cerca de nuestro fuego, aquella noche, / fue cuando vimos al caballo negro. / No puedo recordar nada tan negro. / Sus patas eran como unos carbones. / Del color de la noche, del vacío. / De la crin a la cola, todo negro. / Pero en su lomo sin montura había / un color negro un poco diferente. / Se quedó inmóvil. Como si durmiese. / Sus oscuras pezuñas asustaban. / Era tan negro que no daba sombra. / Nada había que fuese más oscuro. / Tan negro como espectro de medianoche. /  Como el interior de alguna aguja. / Tan negro como el bosque ante nosotros, / o un lugar en el pecho, entre las costillas; / hueco en la tierra para la simiente. / Lo negro habita dentro de nosotros. / Sin embargo, ¡sus ojos eran negros! / Los relojes marcaban la medianoche. / No dio siquiera un paso hacia nosotros. / En sus ancas, la oscuridad sin fondo. / No se podía distinguir su lomo, / ni un destello de luz por ningún sitio, / solo el brillo azabache de sus ojos / y esas pupilas fijas, tan extrañas. / Era como lo negativo de alguien. / ¿Por qué entonces detuvo su carrera / y estuvo con nosotros hasta el alba? / ¿Por qué no se apartó de nuestro fuego? / ¿Por qué el aire sombrío, enrarecido? / ¿Por qué crujieron las oscuras ramas / y una luz negra brotó de sus ojos? / Un jinete buscaba entre nosotros."

Otro caso: "Del nombre a la sombra" seguido de "Todo está iluminado". Le hago reparar en la analogía sombra es a la casa japonesa (según el libro Elogio de la sombra de Tanizaki) lo que el agua a la casa montañesa. En ambas arquitecturas tradicionales las casas son como una pérgola: un juego de postes (el cuadru, en Cantabria) soporta el tejado y en el primer caso es la sombra la que define el límite de la casa (materializado en paredes de papel) y en el segundo las cortinas de agua que caen de los aleros o goteraas (en cuyo caso las paredes que envuelven el alma de madera son de piedra).

Uno más: "Cielos vacíos" seguido de "Esa blancura de color tan blanco" seguido de "alrededor" seguido de "Tiempos muertos". Este verano estuvo el escritor Manuel Rivas en los Martes Literarios de la UIMP. Era un día desapacible. Estaba todo cubierto de nubes. El escritor gallego preguntó al público qué hacía del infierno del Bosco el infierno, a lo que él mismo respondió (era una pregunta retórica) que la ausencia de horizonte. Tampoco lo había ese día en Santander. Añado que los pabellones del hospital se conservaron para que sirvieran como carta de presentación de la ciudad cuando se entrase por La Marga pero que luego se levantó delante Valdecilla Sur, tapando el horizonte.

Por último: "El presente" seguido de "Lo único que cambia". Nuestras lecturas en este caso coinciden. Es que también tú como lector estás creando, avisa Raúl.

Para mí los jardines son la encarnación del Espíritu Valdecilla, avento. De un poema de John Berger: "El polen de la flor / es más antiguo que las montañas / Aravis es joven / para ser una montaña. / Los óvulos de la flor/ seguirán desgranándose / cuando Aravis, ya vieja, / no sea más que una colina." El Espíritu Valdecilla es la fuerza interior que sobrevive a la montaña. Los clásicos llamaban a esta fuerza interior del reino vegetal viriditas. En Cantabria se llama tiez.

Pero volvamos a las bibliotecas. Son para Raúl el ejemplo paradigmático de la noción de sistema. Gracias a ellas descubro autores nuevos para mí, dice. Raúl pone como ejemplo Annie Ernaux. Llegué a ella por vecindad. Buscaba a otro autor y ella estaba al lado. Por eso la importancia de sacar los fondos de los almacenes y tenerlos a libre disposición del usuario, aclaro. Retoma la palabra Raúl: Los años (Cabaret Voltaire, 2019) es uno de los mejores libros de fotos que he visto nunca (y me preocupo de apuntar este verbo fielmente) a pesar de que no haya una sola foto en él.

La trayectoria de Ernaux es extraordinaria. Es de extracción humilde, muy. Pero ha ganado el Premio Nobel. Escribo el "pero" tras un punto para remarcarlo. Parece difícil que una hija del campo depauperado del sur de Europa acabe siendo Premio Nobel. Ella misma también lo ve así. De hecho su obra pivota sobre esta aparente contradicción. Por ejemplo la novela El lugar (Tusquets, 2020) trata sobre la relación que mantiene con sus padres tras abandonarles, entendiendo por abandono el ascenso social. La autora, de alguna manera, soluciona este conflicto recurriendo a la noción de lucha de clases. Su escritura la concibe como una venganza de clase, y así lo manifiesta. Visto así, el Premio quizá tenga mucho de blanqueamiento.

De los libros de Annie Ernaux saltamos a Ramón Pelayo y los orígenes del Hospital. Quizá el Hospital no haya que entenderlo fruto de la largueza de un señor bondadoso sino resultado de la presión ejercida por los obreros. Es necesario explicarlo con cierto detenimiento porque se trata de un planteamiento inédito:

Lo primero, la visión del marqués que tenemos es actual, se explica desde el presente, por mucho que provenga del pasado. Si ha llegado hasta nosotros es porque ha interesado hacerlo. El caso es que asociar el Hospital del pasado a un gran hombre es validar la asociación de otro gran hombre al Hospital del presente, o a una entidad que lo represente, en otras palabras, aceptar que el Hospital haya nacido bajo la protección de un gran hombre justifica que siga estando bajo la protección de otro gran hombre. Este esencialismo (somos lo que somos) basado en la subordinación (el señor capaz de interpretar las necesidades del pueblo y satisfacerlas) no es positivo y por consiguiente se debe evitar. El centenario de la institución va a ser un acontecimiento clave en este sentido, expongo.

En segundo lugar, la pandemia del año 1918 afectó sobre todo a las capas populares que estaban precisamente organizándose entonces, son los albores del movimiento obrero, provocando una reacción enérgica a la que los poderosos atendieron, quizá por temor o quizá porque simplemente los obreros tenían razón. Su exigencia era no depender de las ocurrencias de los ricos, no verse obligados a confiar en que supieran interpretar sus necesidades, sino ejercer su derecho a la salud, en otras palabras, pasar de la beneficencia a la sanidad pública. Lo lograron pero gracias a la financiación privada de los marqueses, muy sensibles a las necesidades de las mayorías sociales, en particular el marqués. Una solución híbrida, pues.

Sin profundizar, baste este esbozo de narrativa alternativa sobre nuestra fundación: que el Hospital no se lo debemos a un benefactor, por mucho respeto que le profesemos, no se trata de quitarle mérito, sino a los obreros, particularmente mineros del arco de la bahía, que fueron quienes impulsaron el salto de la beneficencia a la sanidad entendida como derecho.

Lo anterior nos lleva a Raúl y a mí a discutir sobre la idea de progreso. El marqués se hizo retratar delante de la mies de su pueblo, lo vimos en el cuadro de la entrada. ¿Es el progreso una noción (también) tradicional? Sí, convenimos, precisamente porque pivota en las relaciones intergeneracionales, respetando el pasado y procurando la mejora de las generaciones futuras. Perfectamente los paisanos contemporáneos del marqués se podían sentir identificados con su éxito, de hecho el mensaje del marqués estaba dirigido a ellos, sus paisanos, cuya mentalidad, quizá, no estaba tan lejos de la suya.

¿Pero y si el tiempo no existiera? Siempre se ha querido vivir mejor y eso ha sido así siempre. Si acaso cambia la forma de satisfacer este imperativo humano. ¿Esto obliga a un desarrollo lineal del tiempo? No necesariamente. Más podría hablarse de inmersión. El paso de las estaciones condiciona un desarrollo circular del tiempo. Es ese remolino en el que nos debatimos, pienso.

Raúl no cree en los orígenes. Estos vienen determinados por nuestras preguntas. Allí donde alcancen, estará el origen. Pero no existe ontológicamente. Si acaso como una convención, una más.

Ni origen ni original, amplía Raúl. De esto trata precisamente otro libro suyo, La repetición. Tentativa (El Desvelo, 2016), aquí (el enlace conduce al registro del MACBA). ¿Qué es original? La solución que él halla es repetir un libro. Con él dentro. Metiéndome yo, dice. 

El libro consta de dos partes. Las del título. Las separo con un punto porque en los títulos no hay signos ortográficos, aclara. Quería jugar con eso. Tentativa es la segunda parte pero es el detonante del libro. La primera conceptualmente, se podría decir. Es el intento de hacer de un libro otro. Me aposté en el mismo emplazamiento que Perec décadas atrás y repetí su acción con resultados iguales pero míos, equivalentes. Construyendo esta parte del libro me sobrevino la segunda, que es la primera (es un orden invertido aposta), donde expongo todo lo que fui aprendiendo sobre el emplazamiento, tratando de agotarlo. Invertí tres años en este proceso.

Los lugares son espacios donde concretizas tu propia experiencia, incluyendo tu relación con ese espacio, afirma Raúl. Los lugares no responden a categorizaciones espaciales previas. Es tu propia experiencia la que le confiere carácter. Yo no puedo dejar de ver la relación entre estas palabras de Raúl y el objetivo de VIRIDITAS.

De nuevo recurro a la solapa para fijar las coordenadas de este libro: "[E]s un trabajo plástico en forma de libro sobre la idea de originalidad. El autor repite exactamente el punto de vista del libro de George Perec de 1975, Tentativa de agotar un lugar parisino, acudiendo a París para escribir en los mismos sitios y a las mismas horas y días en que lo hizo el autor francés. El resultado es el mismo libro y, a la vez, otro diferente. Esta versión incluye una instantánea del espacio a lo largo de tres días y un recuento al detalle de los personajes que han poblado la plaza en el tiempo, reales o de ficción. La obra cuestiona las ideas de originalidad y repetición, las relaciones entre verdad y ficción, teniendo en cuenta que todo lo contado es cierto: su autor estuvo ahí."

Los antiguos pabellones del Hospital son de estilo neomontañés. La buena arquitectura es la que se adapta a su entorno: al movimiento del sol, con las terrazas; a la lluvia, con la inclinación de las cubiertas, etc. Nada mejor que seguir un patrón afinado durante siglos. Los balcones de las casas tradicionales montañesas suelen presentar cordones tallados cuyo sentido va alternando, va cambiando la dirección del giro. Es un recurso estético. Que pueda cambiar es porque está activo (probablemente represente la sujeción a la ley divina). En los balcones de los pabellones no se ha incluido este detalle. Pero todos los pabellones se repiten. El que cambia es el 16. Es este el que aporta movimiento al conjunto, el bioindicador.

En realidad la diferencia, su labor, es encarnar lo que queda fuera para que haya dentro y asegurar un contrapunto que permita la adaptación del todo al cambio (inevitable por la inviabilidad del todo entendido como uno) y asegurar así su reproducción.

Reproducción es igual a supervivencia. El margen de error que asume la reproducción, que no puede trasponer las puertas de la extinción (aunque si todo cambia nada puede desaparecer definitivamente), es la repetición en grado de tentativa.

El verdadero romance es su última obra. Se presentó como book jockey el 9 de septiembre en el MAS pero es también un libro físico (Raúl no hace catálogos). El proyecto toma como punto de partida la visión que tuvo la escritora Patricia Highsmith de un hombre solo paseando por una playa italiana a las seis de la mañana. Es una imagen que ha dado lugar a libros, películas y lo que surja, un universo entero, acota Raúl con generosidad. ¿Cuánto dura una imagen?, se pregunta.

Win Wenders rueda El amigo americano a partir de la novela El juego de Ripley de P. Highsmith. Raúl señala una escena fundamental de la película. El protagonista va de un edificio a otro (hay un trapo blanco en la ventana que sirve de reclamo) pero no se le ve hacerlo. Se trata de una elipsis, recurso empleado para ahorrar tiempo. Pierre Huyghe contrata casi veinte años después al mismo actor para que recorra el trayecto. La película se titula La Elipsis

Todo está contado. La diferencia está en el orden. La originalidad es el orden como contamos las cosas, el lenguaje (ya sea música, cine, olores o libros, el que sea) ya está ahí. Ese orden es la narración, indica Raúl.

La Odisea es un libro que me fascina, continúa. Su protagonista se va y vuelve para recuperar su ser. Es un libro poroso. Le hablo entonces del Práu Poro, en Llandemozó, uno de los pueblos altos de Cabuérniga, cuyo topónimo probablemente se explique no por el humedal próximo sino por estar en el camino que conducía (está ya perdido) de este pueblo a Viaña, del latín PORUS, "vía, conducto", de donde también el castellano "poro". También de la cueva de la Juáncana en el pueblo de Castillo (Siete Villas), donde hay una leyenda similar a la de Polifemo, cíclope que no pudo comerse a Ulises porque el héroe de la Odisea escapó agarrado a la panza de una oveja, lo mismo que hizo el pastor que se vio atrapado en la cueva de la Juáncana. En la Antigua Grecia se escribió el libro que dio origen a la literatura a partir de una leyenda perdida y en Cantabria no pero a cambio se conserva viva la leyenda.

"Un paisaje es a la vez una imagen y una extensión que atravesamos. [...] Volviendo a las cosas que atravesamos, nosotros no hemos vivido acontecimientos tan fuertes y directos como la generación anterior. Pero hemos tenido experiencias en diferido, narradas a través de distintos formatos. Nuestra experiencia de narratarios -gente que lee y escucha- se volvió un acto productivo. Hoy lo que quiero hacer es hablar a través de esos narradores que nos contaron historias. La narración es el paisaje de la aventura, el lugar donde se construye la experiencia. A partir de allí puede producirse la realidad". Este es un fragmento tomado del libro de Raúl que a su vez toma de una conversación entre Hans Ulrich Obrist y Pierre Huyghe publicada por la Universidad de Santiago de Chile el año 2015.

La narración, cualquiera que sea el lenguaje al que recurramos, es el orden como presentamos la experiencia que construye realidad (y toma tierra como lugar, que cuando manifiesta su componente cultural pasa a ser considerado paisaje).

Pongo encima de la mesa el carácter formulaico de La Odisea. El historiador Moses I. Finley, padre intelectual de Mary Beard, identifica varias decenas de fórmulas incrustadas tan solo en los primeros compases del canto. De nuevo el orden fecundador. Tan significativa es la relación entre las cosas como las propias cosas. Es la misma lógica que subyace en internet, y Raúl asiente. La melodía es la que ayuda a componer la trova entre varios (la autoría en nuestra tradición oral no es personalista) y también la que ayuda a recuperarla, aunque se permita introducir cierto grado de variación, el mismo que se espera haya entre la memoria de unos y otros, facilitando así su reproducción. Se puede decir lo mismo de los romances.

El tiempo sirve para empezar y terminar con lo cual genera una trama con extremos, un principio y un final, pero todo lo demás es siempre lo mismo, el presente, dice Raúl. Lo demás no existe o sí pero es siempre lo mismo, se explica. En la cafetería se ha hecho el silencio hace tiempo, y no porque estemos solos.

"Como todas las historias esta ya ha sido contada, solo que no en este orden", escribe en El verdadero romance (MAS, 2025).

Raúl se tiene por una persona optimista desde niño. Cree que tiene mucho que ver con no creer en el tiempo. No cree en el futuro, y acepta las implicaciones. No le preocupa la muerte. Raúl estuvo dos años y medio sin poder hacer nada, sin apenas poder moverse, inmóvil también creativamente. Pero se lo ocurrió una idea, una idea de despedida: ¿Cuál era la imagen que quería ver antes de morir? Su habitación en el Hospital estaba en blanco, vacía. Le viene a la memoria Emily Dickinson, Xavier de Maistre (que escribió un libro de viajes sin salir de la celda), Silvia Plath o Virginia Woolf, que pasaron por parecidas situaciones de enclaustramiento en muchas ocasiones a instancia de parte. La propuesta de Raúl (creativa, como la misma obra resultante: la idea que explica la cosa es tan importante como la cosa misma) fue pedir a seis artistas, tres conocidos y otros tantos que no lo eran, imágenes para ver antes de morir. Lo tituló El encargo. El resultado fue una exposición en la Biblioteca Central de Cantabria (una habitación hexagonal dentro de la sala, como un espacio oculto, con las obras de arte expuestas hacia dentro, de manera que no se podían ver si no entrabas en la sala y una vez dentro, dentro otra vez) y un libro "interior", tal y como le gusta definirlo a Raúl, un libro cerrado sobre sí mismo, con las hojas plegadas, como una figura de origami. Hay que abrirlas, y no solo al libro, a las páginas también, para leerlo.

Este libro no es sobre su enfermedad, en ningún momento le pone nombre, pero no lo evita, es simplemente porque no le da importancia. Lo importante es dar cuenta del proceso vivido, físico y mental. Cómo algo ajeno (y la enfermedad él la vivió así) te transforma. Raúl lo explica como la experiencia de ser padre, sin ser él padre ni tenerlo: algo de lo que no te puedes desprender, que te acompaña y hace.

Es un libro con agujeros, también. Tengo en mi cuerpo once cicatrices, dice. Hasta el momento no he subido la foto de ningún libro suyo. Transcribiendo esta entrevista, en casa, veo necesario cubrir este vacío precisamente con este libro transido de vacíos. Aunque lo tenga a mano le pido a Raúl que me envíe una foto hecha por él. Me envía dos:



El ser humano nace cuando se hace consciente de sí mismo y para vivir lo primero que hace es abrir un claro en el bosque. El primer acto verdaderamente humano es contra su propia naturaleza. Se trata de abrir un agujero por el que transitar. Un claro que es un círculo que se repite. Llegados a este punto (y estamos de vuelta en la mesa de los cafés) apunto en el mazo de hojas que utilizo para tomar notas "claro en el bosque" y meto la frase en un rectángulo pero como me parece contradictorio dibujo al lado un círculo. El boli es del mismo color que la tinta con que los funcionarios tenemos que firmar cuando compulsamos documentos.

Los procesos te conducen de un lugar a otro, ves el otro lado, se escapan cosas, lo que es cerrado se abre...

Si no crees en el tiempo no hay punto final, ataja Raúl.

Regresamos al Hospital por el acceso de la cuesta de los toros pero no por la acera sino por el sendero abierto por los trabajadores en paralelo al paredón que conduce al último de los pabellones, el de mantenimiento. Es un paredón levantado con grandes piedras que, le cuento a Raúl, proceden de la cantera por fortuna cerrada de Peñacastillo.

Peñacastillo se ve desde mi despacho (ahora por encima de las obras de la protonterapia) y cuando me quedo hasta tarde veo ponerse el sol por detrás, aquí.

El paredón está cuajado de geodas. Raúl las descubre al momento. Están puestas por los obreros de hace cien años. Están puestas para que se vean. Hay una decisión estética ahí. Entablamos una conversación sobre la intersección entre valores estéticos y subalternidad. De los campesinos se dice que solo ven productividad a su alrededor: la hierba es pasto, la madera leña, etc. Pero tanto Raúl como yo sabemos que no es así. También ven belleza. De ahí por ejemplo topónimos como Pernal Jermosu en Cabuérniga, por hermoso. O que mi madre y sus amigas, continúo, subieran de crías a las lastras que se asoman al abismo en la Sierra de Cos a gritar sus nombres, o a las lastras de la Sierra del Escudo, las mismas donde hay grabados infinidad de nombres, animales (vacas, peces) marcas (en algunas se quieren ver flores, de donde por ejemplo Braña Flor, que sirvió a Manuel Llano para titular uno de sus libros) e incluso huellas de pie.

No es que no tengan valores estéticos, concluye Raúl, es que tienen otros a los que hay que atender para entender.

En Peñacastillo había una cueva con un tesoro que guardaba un dragón. Es una antigua leyenda recogida en libros encuadernados en piel que se conservan en la Biblioteca Municipal de Santander. Yo mismo los he leído. Esta cueva desapareció con la cantera. Pero el tesoro que cuidaba el dragón lo tenemos nosotros ahora: el tesoro eran las geodas. La mejor máquina del tiempo es la leyenda. Es como el cúlebre que habita en las simas. Se cuenta para que no te acerques porque es peligroso. La leyenda del cúlebre es para que no se te olvide.

Visitamos la antigua balanza. Entraba un camión por ejemplo con carbón, se pesaba y restaba el peso del camión para saber cuánto carbón era. Los jardineros han reutilizado el edificio como invernadero. Le pido que pose y aunque no le guste hacerlo atiende a mi petición:

Subimos a la Biblioteca por los jardines. Ha levantado el día. Por dentro o por fuera, pregunto, sin darme cuenta que en ambos casos es por dentro. Pero cómo decirlo. Por los jardines, decide Raúl, y así lo hacemos.

Ya en la Biblioteca le enseño el cartel del proyecto "Alguien aquí antes que yo", dedicado a recuperar antiguos puntos de vista sobre el Hospital, donde se reproducen dos fotos tomadas en el mismo lugar donde nos encontramos pero hace un siglo, probablemente por una estudiante de Enfermería. A sur nada ha cambiado. Únicamente la copa de la secuoya, que asoma y en la foto todavía no. A norte ha cambiado todo. Pero hay en esta foto a norte una mancha de luz que también hoy refleja el cristal de la ventana por la que nos asomamos. Ha pasado el tiempo pero no en la foto, ni aquí.

VIRIDITAS, 32: Menos mal que llueve

El Salón Noble tiene unos ventanales a sur enormes. Presupuestamos unos estores pero salían muy caros así que pedimos a las costureras del Hospital que hicieran unas cortinas. Están puestas. La tela está reutilizada de las cortinas de los boxes de Urgencias. 

Hay sendos ventanales flanqueando las puertas antiguas de madera. Son bien vistosas, con volutas en las esquinas que parecen remolinos sacados a las nubes por el viento. Sus paneles centrales los ocupan vidrieras emplomadas dedicadas a la Biblioteca (un libro abierto) o a los laboratorios (una probeta). Detrás de estas puertas hay ventanas. La luz que entra ilumina las vidrieras, logrando un efecto muy bonito. Los días de sol los colores recorren el interior como si estuviera pasando un escáner. Las vetas de madera del suelo arden. Rematando el conjunto, una sucesión de ventanas semicirculares que parecen ondas en la mar.

Es muy difícil mantener estas ventanas del Salón Noble limpias por fuera, casi imposible los semicírculos altos. Para limpiar estos hay que asomarse y limpiar con una pértiga. La verdad es que nunca lo había visto hasta hace unos pocos días.

Oigo ruido, entro y me encuentro a un compañero de limpieza asomado:


Le pregunto y me lo explica.

Además de por el acceso son ventanas difíciles de limpiar por el salitre. El género de la palabra salitre lo cambia, unas veces emplea el masculino y otras el femenino, como es tradicional en Cantabria. Su familia es pescadora. El salitre corta el jabón, asegura, y no solo. Pasa como con los barcos, continúa, que hay que endulzarlos para que no se oxiden: el casco, la maquinaria, todo. El agua de limpiar cristales también hay que cambiarla cada poco porque a las pocas pasadas se ha salado y no limpia bien. Seis pasadas de media le lleva cada cristal, lo cual implica no menos de dos cambios de agua por cristal. Una tarea ardua. Si hace sol, peor.

Menos mal que llueve.

lunes, 8 de septiembre de 2025

VIRIDITAS, 31: El jardín de dentro

Entro por el acceso del Edificio Enlace al pasillo que recorre las plantas subterráneas de los pabellones. El de la Biblioteca es el 16. Sin alcanzar todavía el primer giro me cruzo con una limpiadora que está rezongando porque, alcanzo a escuchar, ha desaparecido una planta. ¿Perdone, qué planta?, retrocedo y pregunto. La última, responde. 

Antes Rosa tenía Rayos hecho un jardín. Pero se jubiló y las plantas han ido desapareciendo, continúa y hace así con la mano como quien cede el paso a alguien con quien no apetece detenerse. ¿Y cuáles eran?, insisto. Cintas, la del dinero, todas. Parecía esto un jardín, repite. Coge entonces la fregona, la escurre, aparta el carrito y retoma su trabajo.

Vuelve a hablar antes de despedirnos, ahora en voz baja: 

Además cerraron las puertas de los pozos y no podemos regar las que han quedado dentro, que se están secando, suspira.

lunes, 5 de mayo de 2025

VIRIDITAS, 30. El árbol del que tomamos el nombre

Paramos en Renedo de Cabuérniga porque consultando la plataforma de cartografía digital del Gobierno de Cantabria mapas.cantabria.es se aprecia un edificio con trazas de torre y en este pueblo se supone que no las hay. Nos asomamos por la puerta de cuarterón y pudimos comprobar que el interior del edificio presenta un poste central que prueba, aunque no de forma categórica, su origen como torre, por mucho que ahora se utilice (y desde hace tanto tiempo que ya no se recuerde otro uso) como cuadra. En la puerta, de arco de medio punto, hay un escudo con fecha de 1530 flanqueado por dos rosetones tallados en piedra. Pero no es este edificio del barrio El Castañar lo que nos interesa ahora, sino un árbol que nacía al pie, un ciruelo.

Las ciruelas eran pequeñas y rojas. Bajaban rodando hasta la misma puerta de una señora muy mayor que vivía en una casa llana, una de las más antiguas del valle. Le preguntamos por el árbol y nos dijo que ella lo conocía desde pequeña, que era comunal y que lo cuidaban las niñas.

Cogimos unos esquejes para tratar de sacarlo en casa. Nos dijo que había que ponerlos primero en agua con la parte de abajo doblada hacia arriba para que cogieran fuerza. Es lo que se llama tez, aclaró. Ante nuestra cara de asombro continuó diciendo que tez es la fuerza interior que necesitan las plantas para crecer. 

La viriditas de las clásicos, comprendimos.

Cogimos también ciruelas para hacer mermelada. Resultó muy negra y densa, y muy rica. Duró poco. Los esquejes no salieron adelante.

Hemos vuelto en el puente de mayo con unos amigos fotógrafos que están trabajando en un reportaje del valle. Queríamos que conocieran el árbol del que este proyecto toma su nombre. Pero no está, lo han talado.


Preguntamos a un vecino que nos dijo que otro vecino se había subido a una quima y que esta se partió, los años, el peso, haciéndose el señor daño en la cadera, los años, el peso. El Ayuntamiento resolvió talar el árbol.

Pero el árbol ya estaba dañado, añadió, quizá como disculpa. Casi no queda ningún frutal en el pueblo. No supo decirnos la razón. Todos se están viendo afectados salvo el peral de casa. Tendrá, qué, más de cien años, concluyó.


Sus coordenadas son:

X: 393.910,86
Y: 4.784.161,71

mapas.cantabria.es