miércoles, 1 de octubre de 2025

VIRIDITAS, 33: Entrevista a Raúl Hevia, historiador del arte y artista o creador

Raúl Hevia me espera en el hall del Edifico 2 de Noviembre. Yo bajo del IDIVAL, cuya sede ocupa el antiguo emplazamiento del Colegio Cántabro, lugar donde se hizo la foto fundacional del Hospital: los pabellones ordenados como frutales recién plantados, la bahía de telón de fondo. Está apartado de las obras de arte que apenas dejan espacio libre en el hall, bajo la placa en recuerdo de los trabajadores fallecidos en la catástrofe del año 1999. Conoce el Hospital de sobra, ha estado ingresado recientemente durante casi tres años, pero aún así quiero aprovechar para desgranar la intrahistoria de alguna de las obras expuestas, sobre todo porque Raúl es un catalizador y sé que todo lo que pasa por él luego lo va a proyectar y con creces, enriquecido. Lo hago entonces por interés. Quiero que sepa de nosotros para que nos haga mejores. Quizá sea por eso que yo hable tanto a lo largo de toda la mañana. Me salva que le advierto nada más empezar:

Raúl, quiero contarte muchas cosas para que luego tú proceses y nos ayudes.

Da su conformidad.

También acepta las reglas, que son pasear, hablar distendidamente, sin apenas guion (solo unos apuntes míos en un papel doblado que yo mismo iré descubriendo, esta memoria mía, a medida que lo vaya desdoblando como si fuera una prenda, un jersey por ejemplo, hoy que hace frío y llueve, primer día de otoño, por eso que él lleve calado un gorro) y sin grabar, aunque a media altura Raúl me anime a hacerlo con el móvil. No lo he hecho con nadie, me defiendo, no puedo hacerlo ahora. Aunque reconozco que me gustaría por hacerlo fielmente, no así, filtrando sus palabras por el colador de las mías, cuando las suyas son tan acertadas.

De cerca el centro de la diana tiene forma de corazón.

La placa rescatada de la Residencia Cantabria que descansa sobre un expositor hecho por nuestros carpinteros creo que es obra de Ferreira, un escultor de neovanguardia que imagino atormentado simplemente porque no firmaba sus obras, a partir de este detalle he compuesto yo mi caracterización del artista, a lo que aduce Raúl que quizá no firmaba porque creía que su obra no lo era, sí suya pero no, quizá por eso mismo, arte o que siéndolo no había razón para firmar, por el contexto o por cualquier otro motivo que se nos escapa. Nos acercamos y le explico (ni él ni yo hemos nacido en la Residencia Cantabria: yo lo hice en Santa Clotilde, enfrente de la casa donde nació mi padre) que en origen estaba encastrada en la pared y que al sacarla quisimos llevarla a la Biblioteca pero que pesaba demasiado, por eso que quedara ahí, como un pecio. Tenía una pátina preciosa. Raúl imagina a niños pasando sus manos por ella. Las limpiadoras la retiraron con un estropajo de metal. Toda su superficie está rayada. Se adivinan los movimientos circulares, yo diría que la limpiadora era diestra. Me quedo con la mano en el aire, replicando el gesto, y sí, pero él no lo ve mal: es obra pública y esto es parte de lo que pasa. Que una araña por ejemplo aporte materia orgánica a la obra, sea tela o huevos o una víctima, no es un riesgo, ni siquiera uno a asumir, sino parte del proceso, que Raúl considera abierto, como la experiencia, que de eso trata el arte público. 

Animado por esta visión le cuento que en la escultura de José Antonio Andrés Vera instalada en mitad del hall, La doncella de Mazcuerras, que representa a una señora que descansa o quizá sea que despierta del sueño que es el árbol primero, la gente se sienta, descansa como ella en ella, en su regazo, y a la Dirección del Hospital le preocupa, incluso se han llegado a poner cintas rojas para impedir el paso, pero que preguntado el artista este se mostró encantado. Así que primero me siento yo y luego Raúl. No obstante, evito hacer fotos para no avivar la polémica. Con todo, se está cómodo. 

Nos levantamos y le llevo ante el retrato del marqués pintado por Gerardo Alvear que recuperamos para el hall de las tres torres. Digo recuperado, explico, porque estaba en el despacho del Gerente de la FMV y aprovechando un vacío de poder lo cogimos y lo subimos a estas alturas donde inspira mejor. El marqués posa con la mies de su pueblo natal al fondo. Es un mensaje de rico emitido a sus paisanos, no a otros ricos, o sí, pero tratados como paisanos, quizá lo que el marqués nunca dejó de ser:

Ramón Pelayo de la Torriente, emigrante de catorce años, empleado en una abarrotería

(los abarrotes eran las cosucas que se llevaban a Ultramar metidas entre los paquetes almacenados en las sentinas de los barcos, por ejemplo abanicos)

y tras avatares que imaginamos muchos, tanto como desconocidos, rico. Aparentemente hecho a sí mismo, pero no. Esto nunca es del todo cierto. El azúcar no solo endulza. También sirve para fabricar bombas. Imaginemos el contexto bélico del primer tercio del siglo pasado y al marqués, dueño de un ingenio azucarero inmenso, como súbdito de un país neutral que tuvo a mano hacerse con el control del mercado mundial de este producto clave. Se suma que sus trabajadores eran culis, ciudadanos chinos con contrato pero porque la esclavitud ya estaba prohibida. Por cierto, y es un paréntesis que abrimos en nuestra conversación

(muchas ancianas montañesas se descubren a sí mismas ahora que se asoman al balcón interior de la edad como esclavas: empleadas a tierna edad, trabajando por comida, durmiendo bajo las escaleras, donde las gallinas; un perfil muy común que es necesario reconocer)

y cerramos también este paréntesis.

El marqués se quiere mostrar poderoso y lo hace delante de la mies de su pueblo. Escribe Manuel Llano sobre el maíz: "No concibe uno los corredores sin ramos de panojas colgados en los pinos bastos de las vigas; ni a las viejas sin su montoncito de grano oscuro, desgranado lentamente; ni a los desvanes sin ese color de soles buenos de cosechas, extendido en las tablas, tapando las grietas del suelo, cubriéndolo todo del oro arrancado de la mies."

Dice un amigo común que la identidad es intimidad colectiva. Somos capaces de decodificar el mensaje del marqués porque seguimos siendo.

Con este posado el marqués transmite que se ha hecho rico respetando los códigos. Es un rico moderno. El maíz es moderno. La palabra borona es prerromana pero la borona está hecha de maíz, cereal americano. Es una palabra que se supo adaptar para sobrevivir. No hay nada más tradicional que el progreso.

Volvemos sobre nuestros pasos y le enseño las mordidas en el cuadro de Estrada, de nuevo en el hall. Antes compartía espacio con el mostrador de venta de billetes para la tele de las habitaciones y tenía varios carteles pegados con celo. No tardaron en quitarlos pero quedó la pintura levantada. Esto es doloroso, se lamenta Raúl. Se ve que para quien lo hizo la obra era pared, una superficie cualquiera. 

Tengo un grabado de Estrada en mi despacho (representa el otoño: cuando pongo corriente y lo miro creo reconocer el vientu de las castañas) y subimos. Llegamos, dejamos las cosas y le enseño varias postales antiguas del Hospital. Las vemos de pasada, poco más que las barajamos. Le enseño también un cuadernillo con postales sin arrancar de Samot. La obra de este fotógrafo se vio muy afectada por el incendio de Santander de 1941. A Raúl le interesa mucho. Trabaja como técnico en el CDIS. Imágenes de Samot de los años treinta son raras. Se incluye una imagen del primer vuelo aéreo y otra tan retocada que parece una pintura. Le dejo el cuadernillo para que lo reproduzca. Es donación del Dr. Amado. Seguro que lo tratará con cariño. Bajamos a los jardines.

Bajamos a los jardines y se pone a llover. Aun así vamos hasta la otra punta. Las campas rezuman humedad y verdor. Mientras, hablamos de la posibilidad de abrirlos al público. Pero no nos entretenemos. La lluvia es un telón que cae separándonos. Volvemos buscando la salida.

Una gaviota acompaña nuestros pasos. Nos mira entornando la cabeza, alardeando del punto rojo que brilla en su pico amarillo. Ya lo señaló José Hierro en su poema "Gaviota" incluido en Tierra sin nosotros, libro que publicó recién salido de la cárcel: "Ya está la soledad surcada y rota. / Paloma marinera, lenta y viva, / que en el pico, en lugar de verde oliva, / lleva octubres de música remota". Por entonces Hierro pensaba que el resultado de la guerra se podía revertir. Todo el libro es un canto no a lo que pudo ser sino a lo que todavía podía ser. Incomprensiblemente, pasó la censura. El punto rojo en el pico de la gaviota está señalando el lugar donde la cría tiene que golpear para obtener comida. No hay palomas en los jardines. Antes había tantas que tuvieron que traer a los halcones del aeropuerto para espantarlas pero en los pasillos se asegura que palomas y halcones se enamoraron. Un día de tormenta entraron las gaviotas. Las palomas desaparecieron desde entonces.

Hace malo y apenas hay gente en los jardines. Le comento que aun habiendo gente probablemente no sabrían dónde están porque no saben que los hay, que hay jardines. Una de las metas de VIRIDITAS es precisamente corregir esta carencia y situar los jardines en la cabeza de la gente para que al menos sepan que los hay y puedan, si quieren, tomar parte. Hacerlo de forma consiente, quiero decir, porque dentro están, forman parte aunque no lo sepan: si es así, sin saberlo, seguramente no sea en su beneficio. Le confieso que mi propósito último es hacer de estos jardines unos jardines públicos de cara al centenario del Hospital y a Raúl le parece buena idea. En cierto modo él cree que ya son públicos pero que al no informar se los estamos hurtando a la ciudadanía. A mí nadie me impide entrar, argumenta, lo que pasa es que no se me ocurre hacerlo, primero porque no sabía que hubiera aquí jardines.

Se oculta lo que es hasta que se olvida, que es otra forma de dejar de ser, y entonces ya no es necesario ocultarlo. Es como resolver un problema negándolo. Son formas de gestión antiguas. 

Me acuerdo que haciendo un trabajo sobre científicas españolas pioneras, aquí, llegué a la conclusión de que sabemos poco de ellas no solo porque se haya invisibilizado su trabajo sino sobre todo porque, y es mucho más grave, tras la guerra a muchas se las impidió ejercer, caso de María Teresa Junquera Ibrán, primera directiva de la Casa de Salud Valdecilla, que tras ser detenida por la Gestapo en París y repatriada a España se dedicó a cuidar gallinas. Se recupera poco porque realmente no hay.

Faltan fuentes, pérgolas para evitar que el sol caiga a plomo sobre nuestras cabezas, por ejemplo. Que sea un lugar donde estar, no solo un espacio que transitar o por donde pasar, concluye. Le hablo de la fuente que había en los jardines de la casa familiar del Dr. López Albo. Sería bonito replicarla, ahora que está perdida. Han tirado la casa. Era indiana. Las palmeras las dejaron para el final. Las talaron y tumbaron los troncos a la entrada del solar para que no aparcaran coches.

La foto es de hace algunos años, cuando la casa estaba vacía. Dejaron las ventanas abiertas aposta para acelerar la degradación.

En esta misma línea reclamo una biblioteca para pacientes, añade. Estando ingresado pregunté y me respondieron que no había. Yo necesito libros, es mi ecosistema. Hay una abeja que nos ronda. La aparto haciendo así con la mano, como quien abre una ventana para sacarla. Le avanzo que estamos trabajando en esa idea. Queremos que sea una sucursal de la red de bibliotecas municipales de Santander, es decir, que sea netamente pública, no solo de pacientes. Se entusiasma. Una razón más para venir al Hospital, como la colección de arte, apunta. Le doy la razón.

Saliendo del recinto hospitalario le hago notar que a la altura del pabellón de Dirección no hay paredes, sino un seto, bajo además. Lo levantó el Dr. José Luis Bilbao siendo Director Gerente. Le intentaron quitar la idea de la cabeza, que era dejar muy expuesto el Hospital, le decían, que cualquiera podría entrar sin control, a lo que él arguyó que había que dar a la gente la oportunidad de ser buena. No se equivocó.

Salimos del recinto, cruzamos la calle y nos refugiamos en un bar del barrio vecino. Nos sentamos frente a frente, yo mirando a la calle a través de una ventana que le queda a la espalda. Hay obras del otro lado pero no hay movimiento. Si acaso gorriones que asoman de vez en cuando, en los claros, cuando deja de llover a ratos, por ver si hay alguna miga que no hay. Pongo encima de la mesa los libros que he traído, algunos suyos, otros que no lo son pero vienen al caso. También el mazo de folios (todavía) en blanco (pero pronto a rebosar) para tomar notas, como suelo.


En las páginas de respeto de uno de sus libros tengo apuntado a lápiz: "Me siento a la mesa [lo escribí en un bar, lo llevaba en la mochila, estaba preparando esta entrevista, y acababa de comprar un lápiz pero que marca poco y me cuesta ahora entender lo que está escrito] pero la mesa cojea, abro el libro que he traído [este], me pego a la mesa porque veo mal y al respirar muevo la mesa, sucede con cada respiración". Siendo dos la mesa no cojea.

Vivimos inmersos en un río que arrastra cantos que ruedan y chocan entre sí. Todo cambia y este cambio redefine las relaciones de forma constante, también por lo que respecta a nosotros, que no estamos aparte, somos parte. Por eso me gusta leer y releer, porque es mi manera de situarme en relación con lo que me rodea, siendo consciente de que soy en lo que me rodea. Dispara y recarga: 

Releer es comprobar si sigo conectando con el libro de la misma manera. Herman Hesse por ejemplo ahora no me convence pero Javier Marías sigue haciéndolo. Me sumerjo en el libro y no espero reconocerlo palabra por palabra pero sí su melodía o su canto, si quieres. Si resuena, es; y si es, soy.

¿Lo tienes?, pregunta. No, pero espero acordarme más tarde, respondo. Pues esto mismo que te acabo de decir vale para todas las disciplinas artísticas, recuérdalo. Donde pongas Javier Marías también puedes poner por ejemplo Víctor Erice.

Las bibliotecas son mi placenta, continúa. Creo en ellas. Prefiero la palabra creador frente a la de artista porque yo creo a partir de algo, siempre. No tengo padre, desvela. Las bibliotecas son mi padre. Son mi herencia. No hay ningún drama en esto. Mi padre es mi herencia. La que elijo. Yo mismo puedo ser mi padre.

Pregunto por Manual para ser mi propio padre, libro de artista editado en 2013 por La Gran y TATATA, aquí (enlace al registro del centro de documentación del MUSAC). El libro está construido página a página, explica. Es un libro con mucho tiempo. Mientras leía tomaba aquellas partes que interrumpían de alguna manera el discurrir de la narración, tales como títulos de capítulos, dedicatorias o advertencias. Palabras en los intersticios, igual que los abarrotes en las sentinas de los barcos, y es un guiño que me hace.

En la solapa se recoge la siguiente explicación: "[Este libro] está compuesto por fragmentos de muchos de los libros recientemente leídos por el artista: 192 páginas que fotografía, ordena y reimprime de manera que compongan un nuevo relato. Relato inconcluso que el poseedor, como nuevo autor, puede ir completando con sus notas, apuntes y vivencias".

Le pido una imagen que lo sintetice y recurre a S. Cristóbal cruzando el río con el Niño Jesús a hombros.

Es una idea paralela a la de ciencia. La idea de sistema, que en el fondo es lo que somos y por eso la reproducimos, cualquiera que sea su expresión o lenguaje, artístico o científico, porque no deja de ser como nos reproducimos.

Las ideas de otros nos llevan, o dicho de otra forma, replantea Raúl, vamos sobre las ideas de otros.

Abro el libro y le hago reparar en el encadenamiento siguiente: "Ten el fuego encendido" seguido de "Lugares para esconderse". Llevo impreso un poema del Premio Nobel Joseph Brodsky que dice, y se lo doy a leer: "Cerca de nuestro fuego, aquella noche, / fue cuando vimos al caballo negro. / No puedo recordar nada tan negro. / Sus patas eran como unos carbones. / Del color de la noche, del vacío. / De la crin a la cola, todo negro. / Pero en su lomo sin montura había / un color negro un poco diferente. / Se quedó inmóvil. Como si durmiese. / Sus oscuras pezuñas asustaban. / Era tan negro que no daba sombra. / Nada había que fuese más oscuro. / Tan negro como espectro de medianoche. /  Como el interior de alguna aguja. / Tan negro como el bosque ante nosotros, / o un lugar en el pecho, entre las costillas; / hueco en la tierra para la simiente. / Lo negro habita dentro de nosotros. / Sin embargo, ¡sus ojos eran negros! / Los relojes marcaban la medianoche. / No dio siquiera un paso hacia nosotros. / En sus ancas, la oscuridad sin fondo. / No se podía distinguir su lomo, / ni un destello de luz por ningún sitio, / solo el brillo azabache de sus ojos / y esas pupilas fijas, tan extrañas. / Era como lo negativo de alguien. / ¿Por qué entonces detuvo su carrera / y estuvo con nosotros hasta el alba? / ¿Por qué no se apartó de nuestro fuego? / ¿Por qué el aire sombrío, enrarecido? / ¿Por qué crujieron las oscuras ramas / y una luz negra brotó de sus ojos? / Un jinete buscaba entre nosotros."

Otro caso: "Del nombre a la sombra" seguido de "Todo está iluminado". Le hago reparar en la analogía sombra es a la casa japonesa (según el libro Elogio de la sombra de Tanizaki) lo que el agua a la casa montañesa. En ambas arquitecturas tradicionales las casas son como una pérgola: un juego de postes (el cuadru, en Cantabria) soporta el tejado y en el primer caso es la sombra la que define el límite de la casa (materializado en paredes de papel) y en el segundo las cortinas de agua que caen de los aleros o goteraas (en cuyo caso las paredes que envuelven el alma de madera son de piedra).

Uno más: "Cielos vacíos" seguido de "Esa blancura de color tan blanco" seguido de "alrededor" seguido de "Tiempos muertos". Este verano estuvo el escritor Manuel Rivas en los Martes Literarios de la UIMP. Era un día desapacible. Estaba todo cubierto de nubes. El escritor gallego preguntó al público qué hacía del infierno del Bosco el infierno, a lo que él mismo respondió (era una pregunta retórica) que la ausencia de horizonte. Tampoco lo había ese día en Santander. Añado que los pabellones del hospital se conservaron para que sirvieran como carta de presentación de la ciudad cuando se entrase por La Marga pero que luego se levantó delante Valdecilla Sur, tapando el horizonte.

Por último: "El presente" seguido de "Lo único que cambia". Nuestras lecturas en este caso coinciden. Es que también tú como lector estás creando, avisa Raúl.

Para mí los jardines son la encarnación del Espíritu Valdecilla, avento. De un poema de John Berger: "El polen de la flor / es más antiguo que las montañas / Aravis es joven / para ser una montaña. / Los óvulos de la flor/ seguirán desgranándose / cuando Aravis, ya vieja, / no sea más que una colina." El Espíritu Valdecilla es la fuerza interior que sobrevive a la montaña. Los clásicos llamaban a esta fuerza interior del reino vegetal viriditas. En Cantabria se llama tiez.

Pero volvamos a las bibliotecas. Son para Raúl el ejemplo paradigmático de la noción de sistema. Gracias a ellas descubro autores nuevos para mí, dice. Raúl pone como ejemplo Annie Ernaux. Llegué a ella por vecindad. Buscaba a otro autor y ella estaba al lado. Por eso la importancia de sacar los fondos de los almacenes y tenerlos a libre disposición del usuario, aclaro. Retoma la palabra Raúl: Los años (Cabaret Voltaire, 2019) es uno de los mejores libros de fotos que he visto nunca (y me preocupo de apuntar este verbo fielmente) a pesar de que no haya una sola foto en él.

La trayectoria de Ernaux es extraordinaria. Es de extracción humilde, muy. Pero ha ganado el Premio Nobel. Escribo el "pero" tras un punto para remarcarlo. Parece difícil que una hija del campo depauperado del sur de Europa acabe siendo Premio Nobel. Ella misma también lo ve así. De hecho su obra pivota sobre esta aparente contradicción. Por ejemplo la novela El lugar (Tusquets, 2020) trata sobre la relación que mantiene con sus padres tras abandonarles, entendiendo por abandono el ascenso social. La autora, de alguna manera, soluciona este conflicto recurriendo a la noción de lucha de clases. Su escritura la concibe como una venganza de clase, y así lo manifiesta. Visto así, el Premio quizá tenga mucho de blanqueamiento.

De los libros de Annie Ernaux saltamos a Ramón Pelayo y los orígenes del Hospital. Quizá el Hospital no haya que entenderlo fruto de la largueza de un señor bondadoso sino resultado de la presión ejercida por los obreros. Es necesario explicarlo con cierto detenimiento porque se trata de un planteamiento inédito:

Lo primero, la visión del marqués que tenemos es actual, se explica desde el presente, por mucho que provenga del pasado. Si ha llegado hasta nosotros es porque ha interesado hacerlo. El caso es que asociar el Hospital del pasado a un gran hombre es validar la asociación de otro gran hombre al Hospital del presente, o a una entidad que lo represente, en otras palabras, aceptar que el Hospital haya nacido bajo la protección de un gran hombre justifica que siga estando bajo la protección de otro gran hombre. Este esencialismo (somos lo que somos) basado en la subordinación (el señor capaz de interpretar las necesidades del pueblo y satisfacerlas) no es positivo y por consiguiente se debe evitar. El centenario de la institución va a ser un acontecimiento clave en este sentido, expongo.

En segundo lugar, la pandemia del año 1918 afectó sobre todo a las capas populares que estaban precisamente organizándose entonces, son los albores del movimiento obrero, provocando una reacción enérgica a la que los poderosos atendieron, quizá por temor o quizá porque simplemente los obreros tenían razón. Su exigencia era no depender de las ocurrencias de los ricos, no verse obligados a confiar en que supieran interpretar sus necesidades, sino ejercer su derecho a la salud, en otras palabras, pasar de la beneficencia a la sanidad pública. Lo lograron pero gracias a la financiación privada de los marqueses, muy sensibles a las necesidades de las mayorías sociales, en particular el marqués. Una solución híbrida, pues.

Sin profundizar, baste este esbozo de narrativa alternativa sobre nuestra fundación: que el Hospital no se lo debemos a un benefactor, por mucho respeto que le profesemos, no se trata de quitarle mérito, sino a los obreros, particularmente mineros del arco de la bahía, que fueron quienes impulsaron el salto de la beneficencia a la sanidad entendida como derecho.

Lo anterior nos lleva a Raúl y a mí a discutir sobre la idea de progreso. El marqués se hizo retratar delante de la mies de su pueblo, lo vimos en el cuadro de la entrada. ¿Es el progreso una noción (también) tradicional? Sí, convenimos, precisamente porque pivota en las relaciones intergeneracionales, respetando el pasado y procurando la mejora de las generaciones futuras. Perfectamente los paisanos contemporáneos del marqués se podían sentir identificados con su éxito, de hecho el mensaje del marqués estaba dirigido a ellos, sus paisanos, cuya mentalidad, quizá, no estaba tan lejos de la suya.

¿Pero y si el tiempo no existiera? Siempre se ha querido vivir mejor y eso ha sido así siempre. Si acaso cambia la forma de satisfacer este imperativo humano. ¿Esto obliga a un desarrollo lineal del tiempo? No necesariamente. Más podría hablarse de inmersión. El paso de las estaciones condiciona un desarrollo circular del tiempo. Es ese remolino en el que nos debatimos, pienso.

Raúl no cree en los orígenes. Estos vienen determinados por nuestras preguntas. Allí donde alcancen, estará el origen. Pero no existe ontológicamente. Si acaso como una convención, una más.

Ni origen ni original, amplía Raúl. De esto trata precisamente otro libro suyo, La repetición. Tentativa (El Desvelo, 2016), aquí (el enlace conduce al registro del MACBA). ¿Qué es original? La solución que él halla es repetir un libro. Con él dentro. Metiéndome yo, dice. 

El libro consta de dos partes. Las del título. Las separo con un punto porque en los títulos no hay signos ortográficos, aclara. Quería jugar con eso. Tentativa es la segunda parte pero es el detonante del libro. La primera conceptualmente, se podría decir. Es el intento de hacer de un libro otro. Me aposté en el mismo emplazamiento que Perec décadas atrás y repetí su acción con resultados iguales pero míos, equivalentes. Construyendo esta parte del libro me sobrevino la segunda, que es la primera (es un orden invertido aposta), donde expongo todo lo que fui aprendiendo sobre el emplazamiento, tratando de agotarlo. Invertí tres años en este proceso.

Los lugares son espacios donde concretizas tu propia experiencia, incluyendo tu relación con ese espacio, afirma Raúl. Los lugares no responden a categorizaciones espaciales previas. Es tu propia experiencia la que le confiere carácter. Yo no puedo dejar de ver la relación entre estas palabras de Raúl y el objetivo de VIRIDITAS.

De nuevo recurro a la solapa para fijar las coordenadas de este libro: "[E]s un trabajo plástico en forma de libro sobre la idea de originalidad. El autor repite exactamente el punto de vista del libro de George Perec de 1975, Tentativa de agotar un lugar parisino, acudiendo a París para escribir en los mismos sitios y a las mismas horas y días en que lo hizo el autor francés. El resultado es el mismo libro y, a la vez, otro diferente. Esta versión incluye una instantánea del espacio a lo largo de tres días y un recuento al detalle de los personajes que han poblado la plaza en el tiempo, reales o de ficción. La obra cuestiona las ideas de originalidad y repetición, las relaciones entre verdad y ficción, teniendo en cuenta que todo lo contado es cierto: su autor estuvo ahí."

Los antiguos pabellones del Hospital son de estilo neomontañés. La buena arquitectura es la que se adapta a su entorno: al movimiento del sol, con las terrazas; a la lluvia, con la inclinación de las cubiertas, etc. Nada mejor que seguir un patrón afinado durante siglos. Los balcones de las casas tradicionales montañesas suelen presentar cordones tallados cuyo sentido va alternando, va cambiando la dirección del giro. Es un recurso estético. Que pueda cambiar es porque está activo (probablemente represente la sujeción a la ley divina). En los balcones de los pabellones no se ha incluido este detalle. Pero todos los pabellones se repiten. El que cambia es el 16. Es este el que aporta movimiento al conjunto, el bioindicador.

En realidad la diferencia, su labor, es encarnar lo que queda fuera para que haya dentro y asegurar un contrapunto que permita la adaptación del todo al cambio (inevitable por la inviabilidad del todo entendido como uno) y asegurar así su reproducción.

Reproducción es igual a supervivencia. El margen de error que asume la reproducción, que no puede trasponer las puertas de la extinción (aunque si todo cambia nada puede desaparecer definitivamente), es la repetición en grado de tentativa.

El verdadero romance es su última obra. Se presentó como book jockey el 9 de septiembre en el MAS pero es también un libro físico (Raúl no hace catálogos). El proyecto toma como punto de partida la visión que tuvo la escritora Patricia Highsmith de un hombre solo paseando por una playa italiana a las seis de la mañana. Es una imagen que ha dado lugar a libros, películas y lo que surja, un universo entero, acota Raúl con generosidad. ¿Cuánto dura una imagen?, se pregunta.

Win Wenders rueda El amigo americano a partir de la novela El juego de Ripley de P. Highsmith. Raúl señala una escena fundamental de la película. El protagonista va de un edificio a otro (hay un trapo blanco en la ventana que sirve de reclamo) pero no se le ve hacerlo. Se trata de una elipsis, recurso empleado para ahorrar tiempo. Pierre Huyghe contrata casi veinte años después al mismo actor para que recorra el trayecto. La película se titula La Elipsis

Todo está contado. La diferencia está en el orden. La originalidad es el orden como contamos las cosas, el lenguaje (ya sea música, cine, olores o libros, el que sea) ya está ahí. Ese orden es la narración, indica Raúl.

La Odisea es un libro que me fascina, continúa. Su protagonista se va y vuelve para recuperar su ser. Es un libro poroso. Le hablo entonces del Práu Poro, en Llandemozó, uno de los pueblos altos de Cabuérniga, cuyo topónimo probablemente se explique no por el humedal próximo sino por estar en el camino que conducía (está ya perdido) de este pueblo a Viaña, del latín PORUS, "vía, conducto", de donde también el castellano "poro". También de la cueva de la Juáncana en el pueblo de Castillo (Siete Villas), donde hay una leyenda similar a la de Polifemo, cíclope que no pudo comerse a Ulises porque el héroe de la Odisea escapó agarrado a la panza de una oveja, lo mismo que hizo el pastor que se vio atrapado en la cueva de la Juáncana. En la Antigua Grecia se escribió el libro que dio origen a la literatura a partir de una leyenda perdida y en Cantabria no pero a cambio se conserva viva la leyenda.

"Un paisaje es a la vez una imagen y una extensión que atravesamos. [...] Volviendo a las cosas que atravesamos, nosotros no hemos vivido acontecimientos tan fuertes y directos como la generación anterior. Pero hemos tenido experiencias en diferido, narradas a través de distintos formatos. Nuestra experiencia de narratarios -gente que lee y escucha- se volvió un acto productivo. Hoy lo que quiero hacer es hablar a través de esos narradores que nos contaron historias. La narración es el paisaje de la aventura, el lugar donde se construye la experiencia. A partir de allí puede producirse la realidad". Este es un fragmento tomado del libro de Raúl que a su vez toma de una conversación entre Hans Ulrich Obrist y Pierre Huyghe publicada por la Universidad de Santiago de Chile el año 2015.

La narración, cualquiera que sea el lenguaje al que recurramos, es el orden como presentamos la experiencia que construye realidad (y toma tierra como lugar, que cuando manifiesta su componente cultural pasa a ser considerado paisaje).

Pongo encima de la mesa el carácter formulaico de La Odisea. El historiador Moses I. Finley, padre intelectual de Mary Beard, identifica varias decenas de fórmulas incrustadas tan solo en los primeros compases del canto. De nuevo el orden fecundador. Tan significativa es la relación entre las cosas como las propias cosas. Es la misma lógica que subyace en internet, y Raúl asiente. La melodía es la que ayuda a componer la trova entre varios (la autoría en nuestra tradición oral no es personalista) y también la que ayuda a recuperarla, aunque se permita introducir cierto grado de variación, el mismo que se espera haya entre la memoria de unos y otros, facilitando así su reproducción. Se puede decir lo mismo de los romances.

El tiempo sirve para empezar y terminar con lo cual genera una trama con extremos, un principio y un final, pero todo lo demás es siempre lo mismo, el presente, dice Raúl. Lo demás no existe o sí pero es siempre lo mismo, se explica. En la cafetería se ha hecho el silencio hace tiempo, y no porque estemos solos.

"Como todas las historias esta ya ha sido contada, solo que no en este orden", escribe en El verdadero romance (MAS, 2025).

Raúl se tiene por una persona optimista desde niño. Cree que tiene mucho que ver con no creer en el tiempo. No cree en el futuro, y acepta las implicaciones. No le preocupa la muerte. Raúl estuvo dos años y medio sin poder hacer nada, sin apenas poder moverse, inmóvil también creativamente. Pero se lo ocurrió una idea, una idea de despedida: ¿Cuál era la imagen que quería ver antes de morir? Su habitación en el Hospital estaba en blanco, vacía. Le viene a la memoria Emily Dickinson, Xavier de Maistre (que escribió un libro de viajes sin salir de la celda), Silvia Plath o Virginia Woolf, que pasaron por parecidas situaciones de enclaustramiento en muchas ocasiones a instancia de parte. La propuesta de Raúl (creativa, como la misma obra resultante: la idea que explica la cosa es tan importante como la cosa misma) fue pedir a seis artistas, tres conocidos y otros tantos que no lo eran, imágenes para ver antes de morir. Lo tituló El encargo. El resultado fue una exposición en la Biblioteca Central de Cantabria (una habitación hexagonal dentro de la sala, como un espacio oculto, con las obras de arte expuestas hacia dentro, de manera que no se podían ver si no entrabas en la sala y una vez dentro, dentro otra vez) y un libro "interior", tal y como le gusta definirlo a Raúl, un libro cerrado sobre sí mismo, con las hojas plegadas, como una figura de origami. Hay que abrirlas, y no solo al libro, a las páginas también, para leerlo.

Este libro no es sobre su enfermedad, en ningún momento le pone nombre, pero no lo evita, es simplemente porque no le da importancia. Lo importante es dar cuenta del proceso vivido, físico y mental. Cómo algo ajeno (y la enfermedad él la vivió así) te transforma. Raúl lo explica como la experiencia de ser padre, sin ser él padre ni tenerlo: algo de lo que no te puedes desprender, que te acompaña y hace.

Es un libro con agujeros, también. Tengo en mi cuerpo once cicatrices, dice. Hasta el momento no he subido la foto de ningún libro suyo. Transcribiendo esta entrevista, en casa, veo necesario cubrir este vacío precisamente con este libro transido de vacíos. Aunque lo tenga a mano le pido a Raúl que me envíe una foto hecha por él. Me envía dos:



El ser humano nace cuando se hace consciente de sí mismo y para vivir lo primero que hace es abrir un claro en el bosque. El primer acto verdaderamente humano es contra su propia naturaleza. Se trata de abrir un agujero por el que transitar. Un claro que es un círculo que se repite. Llegados a este punto (y estamos de vuelta en la mesa de los cafés) apunto en el mazo de hojas que utilizo para tomar notas "claro en el bosque" y meto la frase en un rectángulo pero como me parece contradictorio dibujo al lado un círculo. El boli es del mismo color que la tinta con que los funcionarios tenemos que firmar cuando compulsamos documentos.

Los procesos te conducen de un lugar a otro, ves el otro lado, se escapan cosas, lo que es cerrado se abre...

Si no crees en el tiempo no hay punto final, ataja Raúl.

Regresamos al Hospital por el acceso de la cuesta de los toros pero no por la acera sino por el sendero abierto por los trabajadores en paralelo al paredón que conduce al último de los pabellones, el de mantenimiento. Es un paredón levantado con grandes piedras que, le cuento a Raúl, proceden de la cantera por fortuna cerrada de Peñacastillo.

Peñacastillo se ve desde mi despacho (ahora por encima de las obras de la protonterapia) y cuando me quedo hasta tarde veo ponerse el sol por detrás, aquí.

El paredón está cuajado de geodas. Raúl las descubre al momento. Están puestas por los obreros de hace cien años. Están puestas para que se vean. Hay una decisión estética ahí. Entablamos una conversación sobre la intersección entre valores estéticos y subalternidad. De los campesinos se dice que solo ven productividad a su alrededor: la hierba es pasto, la madera leña, etc. Pero tanto Raúl como yo sabemos que no es así. También ven belleza. De ahí por ejemplo topónimos como Pernal Jermosu en Cabuérniga, por hermoso. O que mi madre y sus amigas, continúo, subieran de crías a las lastras que se asoman al abismo en la Sierra de Cos a gritar sus nombres, o a las lastras de la Sierra del Escudo, las mismas donde hay grabados infinidad de nombres, animales (vacas, peces) marcas (en algunas se quieren ver flores, de donde por ejemplo Braña Flor, que sirvió a Manuel Llano para titular uno de sus libros) e incluso huellas de pie.

No es que no tengan valores estéticos, concluye Raúl, es que tienen otros a los que hay que atender para entender.

En Peñacastillo había una cueva con un tesoro que guardaba un dragón. Es una antigua leyenda recogida en libros encuadernados en piel que se conservan en la Biblioteca Municipal de Santander. Yo mismo los he leído. Esta cueva desapareció con la cantera. Pero el tesoro que cuidaba el dragón lo tenemos nosotros ahora: el tesoro eran las geodas. La mejor máquina del tiempo es la leyenda. Es como el cúlebre que habita en las simas. Se cuenta para que no te acerques porque es peligroso. La leyenda del cúlebre es para que no se te olvide.

Visitamos la antigua balanza. Entraba un camión por ejemplo con carbón, se pesaba y restaba el peso del camión para saber cuánto carbón era. Los jardineros han reutilizado el edificio como invernadero. Le pido que pose y aunque no le guste hacerlo atiende a mi petición:

Subimos a la Biblioteca por los jardines. Ha levantado el día. Por dentro o por fuera, pregunto, sin darme cuenta que en ambos casos es por dentro. Pero cómo decirlo. Por los jardines, decide Raúl, y así lo hacemos.

Ya en la Biblioteca le enseño el cartel del proyecto "Alguien aquí antes que yo", dedicado a recuperar antiguos puntos de vista sobre el Hospital, donde se reproducen dos fotos tomadas en el mismo lugar donde nos encontramos pero hace un siglo, probablemente por una estudiante de Enfermería. A sur nada ha cambiado. Únicamente la copa de la secuoya, que asoma y en la foto todavía no. A norte ha cambiado todo. Pero hay en esta foto a norte una mancha de luz que también hoy refleja el cristal de la ventana por la que nos asomamos. Ha pasado el tiempo pero no en la foto, ni aquí.

VIRIDITAS, 32: Menos mal que llueve

El Salón Noble tiene unos ventanales a sur enormes. Presupuestamos unos estores pero salían muy caros así que pedimos a las costureras del Hospital que hicieran unas cortinas. Están puestas. La tela está reutilizada de las cortinas de los boxes de Urgencias. 

Hay sendos ventanales flanqueando las puertas antiguas de madera. Son bien vistosas, con volutas en las esquinas que parecen remolinos sacados a las nubes por el viento. Sus paneles centrales los ocupan vidrieras emplomadas dedicadas a la Biblioteca (un libro abierto) o a los laboratorios (una probeta). Detrás de estas puertas hay ventanas. La luz que entra ilumina las vidrieras, logrando un efecto muy bonito. Los días de sol los colores recorren el interior como si estuviera pasando un escáner. Las vetas de madera del suelo arden. Rematando el conjunto, una sucesión de ventanas semicirculares que parecen ondas en la mar.

Es muy difícil mantener estas ventanas del Salón Noble limpias por fuera, casi imposible los semicírculos altos. Para limpiar estos hay que asomarse y limpiar con una pértiga. La verdad es que nunca lo había visto hasta hace unos pocos días.

Oigo ruido, entro y me encuentro a un compañero de limpieza asomado:


Le pregunto y me lo explica.

Además de por el acceso son ventanas difíciles de limpiar por el salitre. El género de la palabra salitre lo cambia, unas veces emplea el masculino y otras el femenino, como es tradicional en Cantabria. Su familia es pescadora. El salitre corta el jabón, asegura, y no solo. Pasa como con los barcos, continúa, que hay que endulzarlos para que no se oxiden: el casco, la maquinaria, todo. El agua de limpiar cristales también hay que cambiarla cada poco porque a las pocas pasadas se ha salado y no limpia bien. Seis pasadas de media le lleva cada cristal, lo cual implica no menos de dos cambios de agua por cristal. Una tarea ardua. Si hace sol, peor.

Menos mal que llueve.

lunes, 8 de septiembre de 2025

VIRIDITAS, 31: El jardín de dentro

Entro por el acceso del Edificio Enlace al pasillo que recorre las plantas subterráneas de los pabellones. El de la Biblioteca es el 16. Sin alcanzar todavía el primer giro me cruzo con una limpiadora que está rezongando porque, alcanzo a escuchar, ha desaparecido una planta. ¿Perdone, qué planta?, retrocedo y pregunto. La última, responde. 

Antes Rosa tenía Rayos hecho un jardín. Pero se jubiló y las plantas han ido desapareciendo, continúa y hace así con la mano como quien cede el paso a alguien con quien no apetece detenerse. ¿Y cuáles eran?, insisto. Cintas, la del dinero, todas. Parecía esto un jardín, repite. Coge entonces la fregona, la escurre, aparta el carrito y retoma su trabajo.

Vuelve a hablar antes de despedirnos, ahora en voz baja: 

Además cerraron las puertas de los pozos y no podemos regar las que han quedado dentro, que se están secando, suspira.

lunes, 5 de mayo de 2025

VIRIDITAS, 30. El árbol del que tomamos el nombre

Paramos en Renedo de Cabuérniga porque consultando la plataforma de cartografía digital del Gobierno de Cantabria mapas.cantabria.es se aprecia un edificio con trazas de torre y en este pueblo se supone que no las hay. Nos asomamos por la puerta de cuarterón y pudimos comprobar que el interior del edificio presenta un poste central que prueba, aunque no de forma categórica, su origen como torre, por mucho que ahora se utilice (y desde hace tanto tiempo que ya no se recuerde otro uso) como cuadra. En la puerta, de arco de medio punto, hay un escudo con fecha de 1530 flanqueado por dos rosetones tallados en piedra. Pero no es este edificio del barrio El Castañar lo que nos interesa ahora, sino un árbol que nacía al pie, un ciruelo.

Las ciruelas eran pequeñas y rojas. Bajaban rodando hasta la misma puerta de una señora muy mayor que vivía en una casa llana, una de las más antiguas del valle. Le preguntamos por el árbol y nos dijo que ella lo conocía desde pequeña, que era comunal y que lo cuidaban las niñas.

Cogimos unos esquejes para tratar de sacarlo en casa. Nos dijo que había que ponerlos primero en agua con la parte de abajo doblada hacia arriba para que cogieran fuerza. Es lo que se llama tez, aclaró. Ante nuestra cara de asombro continuó diciendo que tez es la fuerza interior que necesitan las plantas para crecer. 

La viriditas de las clásicos, comprendimos.

Cogimos también ciruelas para hacer mermelada. Resultó muy negra y densa, y muy rica. Duró poco. Los esquejes no salieron adelante.

Hemos vuelto en el puente de mayo con unos amigos fotógrafos que están trabajando en un reportaje del valle. Queríamos que conocieran el árbol del que este proyecto toma su nombre. Pero no está, lo han talado.


Preguntamos a un vecino que nos dijo que otro vecino se había subido a una quima y que esta se partió, los años, el peso, haciéndose el señor daño en la cadera, los años, el peso. El Ayuntamiento resolvió talar el árbol.

Pero el árbol ya estaba dañado, añadió, quizá como disculpa. Casi no queda ningún frutal en el pueblo. No supo decirnos la razón. Todos se están viendo afectados salvo el peral de casa. Tendrá, qué, más de cien años, concluyó.


Sus coordenadas son:

X: 393.910,86
Y: 4.784.161,71

mapas.cantabria.es

martes, 1 de abril de 2025

VIRIDITAS, 29. El primer día de la primavera

El primer día de la primavera se cayó el sistema. Aproveché para hacer una breve incursión por los jardines del Hospital y hacer fotos de las flores silvestres que había, no de las que plantan los jardineros, sino de las que nacen solas.


Bellis perennis y Ficaria verna.


Geranium robertianum.


Ajuga reptans.


Oxalis pes-caprae.


Trifolium pratense.


Veronica persica.


Taraxacum officinale.

viernes, 1 de noviembre de 2024

VIRIDITAS, 28. Entrevista a Antonio Santos, historiador del arte

Nos presentaron tras una conferencia que impartió en el Palacio de Festivales sobre la ópera Madama Butterflay. Intercambiamos nuestros contactos y le pedí colaboración. De resultas, un par de semanas más tarde le estaba esperando en la puerta principal del hospital, en la explanada exterior. Esta vez con tiempo. Para observar, también. Siempre me han conmovido los pacientes que entran, solos o acompañados, con sus maletas, listos para su ingreso, previsores. De repente veo a Antonio Santos cuando está solo a unos pasos, de negro, se diría caído del cielo si no luciera el sol, las gafas redondas enfocando la cara. Es doctor en Historia del Arte y profesor en la Universidad de Cantabria. Su mundo es el cine y más en particular el japonés. Acaba de publicar una monografía dedicada al cineasta Hiroshi Teshigahara que llevo en la mochila. Tengo el libro subrayado (a lápiz) de principio a fin. En cambio me falta su trabajo sobre Yasujiro Ozu, un clásico contemporáneo difícil de encontrar pese a sus varias ediciones.

Nos saludamos cordialmente y nos dirigimos a los jardines dando un rodeo para evitar los pasillos. No sabía que hubiera jardines aquí, se excusa Santos, y yo le contesto que ni él ni casi nadie, ni siquiera muchos de los propios trabajadores del hospital, por eso la importancia de iniciativas como esta.

¿Me podrías recordar en qué consiste?, pide. 

En incorporar experiencias a los jardines. Hacer de ellos espacios vividos. Le confieso que mi objetivo último es conseguir abrirlos al público para celebrar el centenario de la institución, que ese sea el principal acto conmemorativo.

Da su aprobación. También a las reglas del juego (así lo califica él): no grabo, solo tomo algunas notas, transcribo recurriendo a estas y recuerdos, fundamentalmente a estos, luego le paso el resultado y si da su visto bueno lo subo a esta página.

De camino al Edificio Enlace, que es la principal puerta de acceso a los jardines, le pregunto por la bandera de Japón. No veo el amanecer desde mi despacho pero sí su reflejo en la pared de enfrente. Traigo el recuerdo del de hoy cargado en la cabeza. Se llama hinomaru, responde. Japón es el país donde primero nace el sol.

Añade que Teshigahara admiraba a Dalí. Estuvo de visita en su casa de Port Lligat. Dalí aseguraba que era el primer lugar donde amanecía de la Península Ibérica. Incluso se había construido un artefacto con espejitos para que le despertara la primera luz del día. Dalí sentía una gran conexión con Japón. Su casa era la casa del sol naciente.

Por eso quizá estaba tan iluminado, apostilla Santos.

En Cantabria hay rubios que son "rojos". Una tía mía era "la roja" hasta que después de la guerra, por precaución, pasó a ser "la rubia". El escritor asturiano Xuan Bello refleja en Los cuarteles de la memoria circunstancias muy parecidas. Le pasa también al maíz, que al del país (el que se come, por ejemplo en forma de borona, no el actual híbrido que se destina a los animales) se le tiene por "rojo", aunque sea amarillo. La percepción de los colores es cultural. El sol en Cantabria tira a rojo, no es amarillo. Le pregunté en una ocasión a un paisano y me dijo que rojo porque es el color del sol al amanecer, el primero, el que te dice que tienes que bajar a arreglar la cuadra. Ese sol rojo es el más importante.

El sol nace en cada sitio a su tiempo.

Traspasamos la última puerta del Edificio Enlace y se abren los jardines. Le indico cuál es el pabellón de la biblioteca, el 16. 

Le pregunto por la palabra japonesa para jardín y su origen: niwa, cuyo ideograma remite al espacio amplio delante del palacio propicio para la recepción de los dioses, su pista de aterrizaje, por así decir, aclara. 

A mí niwa me parece descansar en una noción compartida con el claro en el bosque, en el origen del templo griego, que es precisamente esto, la representación de un claro en el bosque, donde vive el dios al que está dedicado el templo, rodeado de árboles, que son las columnas.

Efectivamente, concede Santos. Hay un mismo sustrato, humano.

Pero siendo nosotros naturaleza que toma consciencia de sí misma, continúo, resulta que nuestro primer acto como seres humanos es contra nosotros mismos, contra la naturaleza que nos constituye. La tala. No deja de ser contradictorio, apunto.

Santos contrarresta y dice que somos en el camino, en la mejora. Yo por ejemplo soy vegetariano, anuncia, y amante de los animales, de ahí mi repugnancia por la tauromaquia, amplía. Toda práctica artística en Japón se presenta como un progreso. La jardinería no es una excepción, concluye.

Al pie del Pabellón 16 yace el escudo que remataba la fachada del antiguo pabellón de dirección, cuyos sillares se encuentran en la actualidad enterrados en Punta Parayas. Le acompaña un cuadro de hormigón donde reposaba la basa del busto del marqués, hoy en el salón noble de la biblioteca donde se trasladó por cuestiones de conservación. Santos se detiene ante el escudo y le aplica un análisis semiótico de urgencia:

Evoca el capitel jónico. Hay también hojas de acanto. Está presente la idea de cornucopia o cuerno de la abundancia.

Soportando el escudo hay dos cabezas que recuerdan a Jano, de donde la palabra enero, el dios de las puertas, de las transiciones, porque miran para lados opuestos. Podría mirar una al mar y la otra a la montaña, propone Santos, la primera corresponder a un marino y la segunda a un minero o a un ganadero, completa. A mí me vienen a la cabeza la marquesa y el marqués, de perfiles tan contrastados, pero no lo digo. Son rostros ceñudos que denotan fatiga y concentración, sigue. Anuncian una tierra hermosa pero a la vez dura. Podría tratarse de una "vanitas".

Encuentro aquí, sigue, una conexión con la cultura japonesa y es la idea de evanescencia: todo pasa con el tiempo, todo quedará reducido a nada. Es inevitable acordarse del soneto "Vida" de José Hierro. También se oye rebullir el río de Heráclito.

Parecen caras de distinta edad, representar una la juventud y la otra pertenecer a una cara provecta, señala. Quizá sea por el efecto del tiempo: el de la climatología, interrumpo pero sin efecto. Faltaría la de la infancia, y se queda pensativo.

El propio escudo, la infancia podría ser el propio escudo o el propio espectador desprejuiciado también, se corrige.

Damos unos pasos y nos situamos ante el cuadrado de hormigón del suelo. Él rápidamente lo reconoce como una postrimería, y me preocupo de apuntar esta palabra tal cual. Todas las obras de los hombres son pasajeras, dice.

Aquí una piedra quedaría bonita, y se agacha para coger una. La sopesa, ahueca la mano y se la lleva al centro del volcán, la rescata con dos dedos y la contempla como si alumbrara. La coloca en la peana. Coge otra y hace lo mismo.

La naturaleza es nuestra maestra, dice. Hace su ejercicio en la piedra. El oficio del jardinero es reconocerla. Tiene también que decidir cómo ponerla, por ejemplo cuánto enterrar y cuánto debe asomar, y que dialogue con su entorno.

Hay tres tipos de jardines japoneses: de colinas, de estanques y de piedra. El que tiene mayor carga de profundidad es este último, sugiere.

Termina y el resultado se compone de dos elementos de tres piedras, dos tumbadas y la del medio erguida, y dos piedras, estas con musgo, más una piedra sola también cubierta de musgo, dibujando el conjunto un triángulo escaleno.

Piedras tienen que ser tres o jugar con ese número. No puede haber simetría. El tres es un número cargado de sacralidad en muchas culturas. La Trinidad, por ejemplo. Piedras unidas por lo que las separa, que puede ser niebla, agua o nada. La arena o la grava es la nada puesta en escena. Se rastrilla para que la veas. Es un código como el de las banderas que utilizan los barcos.

Ten presente que un jardín no es naturaleza, es representación de la naturaleza, es una abstracción, no es la naturaleza tal cual, recuerda.

Nos ponemos alrededor del pequeño jardín de piedra improvisado como si tras un chaparrón nos estuviéramos secando al calor de la lumbre. Se le ve satisfecho. Le hago una foto pero salen varios compañeros de fondo y no quiero comprometerles, así que no la pongo.

Nada es gratuito en la naturaleza. Quien es capaz de entender el lenguaje de las piedras es capaz de descubrir la belleza de lo aparentemente inexplicable. Son palabras que recojo de forma literal. Santos jalona la conversación con síntesis sorpresivas que deslumbran y ese es el aviso.

Propondría hacer un jardín seco aquí, dice. Sería muy atractivo tanto para pacientes como para acompañantes, visitas y trabajadores. Si os animáis, contad conmigo.

Lástima ese edificio a sur, señala. Se refiere al edificio de consultas. Le digo que estaba previsto que la carta de presentación de la ciudad fuera la línea de pabellones, que en parte por eso se conservaron, para que fueran lo primero que se viera entrando por Lamarga, pero que luego se levantó Valdecilla Sur y no pudo ser. De hecho Valdecilla Sur está pintado con la pintura de los barcos de guerra, la que los esconde a la vista en alta mar, para que se vea lo menos posible.

Expone entonces el concepto shakkei, la "vista prestada". Consiste en incorporar al jardín elementos externos, por ejemplo una montaña: Peña Cabarga, por qué no, si se pudiera, si no interrumpiera la vista Valdecilla Sur. Imagínate, reta Santos. El shakkei lleva implícito un límite, pero para traspasarle. O trascenderle.

Este efecto estético, el shakkei, cuyo fin es reconciliarse con la naturaleza, es lo que le falta a Santander, deplora Santos.

Es importante renaturalizar las ciudades, propone.

Me gusta que emplee el término renaturalizar porque entiendo que el pasado guarda soluciones útiles en la recámara. Recurrir a ellas no es retroceder, es continuar. Como dejó escrito Manuel Llano, lo bueno es siempre moderno.

Las terrazas de los pabellones responden a esta lógica de re-existencia. Se inspiran en nuestra arquitectura tradicional. Se orientan a oeste para que los pacientes puedan aprovechar el sol de la tarde tras una larga mañana de pruebas. Hoy no tienen acceso a ellas.

El hombre está incompleto sin naturaleza, dice. Estos espacios intersticiales de la arquitectura tradicional cántabra saben de ello y facilitan la interacción, apunto. Lo mismo pasa en Japón. Se aprecia en la filmografía de Ozu, añade. A mí me vienen a la cabeza y se lo digo los planos tomados por la vegetación, que incluso llega a interrumpir la visión del espectador, en la adaptación al cine de la novela Tokio Blues de Murakami dirigida por Tran Anh Hung.

La casa japonesa y la montañesa tienen un alma en común: un tejado autoportante, es decir, una estructura de madera que sostiene el tejado, que en el caso cántabro se levanta en verano (cuando se termina se pone un ramo generalmente de laurel en la cumbre) y se rodea de paredes de piedra en otoño, a cubierto. La casa cántabra viene definida por la cortina de agua que cae de los aleros. Es una definición radicalmente líquida. La casa japonesa, de lógica equivalente, viene definida por la sombra. Tampoco es un límite claramente definido.

Le conduzco al pozo vecino. Nos asomamos y se entusiasma. Pero no por lo que ve sino por lo que proyecta en él. Es un espacio oscuro y árido. Le parece el lugar ideal para un jardín seco. Le hago ver que los compañeros han ido sacando macetas con plantas, que son espacios que ya están intervenidos. Se lo sigue pareciendo. Santos apela a la armonía. En mi opinión hay que tener cuidado con los valores que subyacen en conceptos así, aparentemente blancos (el propio adjetivo que utilizo no es inocente para que sirva como testigo de cargo). El paisaje nació como género pictórico. En los primeros paisajes, los que fijaron las coordenadas de lo que es un paisaje (y de aquí por ejemplo que la noción de paisaje siempre venga cargada de cierto componente visual), en estos primeros pinitos, las, digamos, pasiones humanas estaban subordinadas a un pretendido estado natural de las cosas. La naturaleza estaba por encima de los males que afectaban a la humanidad, los naturalizaba, es decir, desactivaba cualquier crítica. Las cosas estaban bien como estaban, transmitían los paisajes, pero la realidad es que estaban bien solo para unos pocos, precisamente aquellos que podían pagar los paisajes. Estos no eran reflejo del poder, es que el poder se valía de ellos para reafirmarse. Sabiéndolo, es inevitable recelar de los valores que pueda transmitir la armonía codificada en los jardines japoneses. Por qué va a ser mejor, volviendo a nuestro caso concreto, un jardín seco que otro completamente subjetivo y asistemático, que de jardín solo tiene el deseo de serlo, si acaso, pero que a lo mejor aporta una satisfacción infinita a sus usuarios porque, se me ocurre, esta planta se la regaló su hijo el día de la madre y aquel árbol nació del corazón de una fruta que trajo para comer durante el descanso. Tienes razón, concilia Santos. Pero no olvides que el jardín japonés es un camino. Cada uno lo transita como quiere, y acompaña sus palabras con un gesto sutil de las manos.

Veo que manejas una idea del ser humano en progreso, en el fondo muy humanista, señalo. 

Claro, porque lo soy, responde.

La cultura clásica de la que procedemos quizá apelaba a la razón en la misma medida que la japonesa lo hace al espíritu, aventura. De la nada al todo los griegos y del todo a la nada los japoneses. Los primeros seguían la línea recta y los segundos la curva. Los griegos construían templos, no jardines. Los jardines europeos son herencia romana. Así la Villa Adriana en Tívoli, la Villa Jovis de Tiberio en Capri o la Domus Aurea de Nerón. Quizá los griegos trataban de domesticar la naturaleza y los romanos recrearla.

La naturaleza es nuestra fruta del conocimiento y tratamos de aprenderla (Grecia) y de aprehenderla (Roma). Santos enarca las cejas para subrayar la hache muda.

Quizá sea llegada la hora de recorrerla.

(pausa)

En este jardín hospitalario prevalecen las líneas rectas, advierte. El japonés trata de reproducir la naturaleza y para ello no utiliza escuadra ni cartabón. En el jardín de té prima el efecto sorpresa que encontramos en la naturaleza. Reproduce la naturaleza en su misma esencia. A mí estas palabras de Santos me llevan a aquella vez que me interné solo por el laberinto de caminos abiertos por los animales entre las árgumas que coronan la Sierra de Cos, más altas que yo, emocionado pero también asustado por lo que pudiera salirme al paso.

El hospital está regido por la razón. Quizá la labor de los médicos sea domesticar una naturaleza interior enmarañada, que eso sea curarnos, dice.

Desbrozar la cima para construir en ella, los griegos, en lugar de recorrer los senderos, los japoneses.

La medicina es el elogio de la luz, de la razón. Es el envés del Elogio de la sombra de Tanizaki, Mario.

Nos dirigimos a la cafetería. Seguimos uno de los caminos enlosados. No coinciden los pasos, los de ninguno de los dos, me temo que los de nadie. No parece que sigan una cadencia regular. Terminamos avanzando a saltitos. En el jardín de té los caminos buscan provocar la sorpresa. Estos caminos del hospital lo consiguen.

Damos la vuelta por las obras de los protones y nos metemos por el acceso de la última de las torres a la cafetería del hospital, en la parte de personal. Nos acomodamos en una mesa del fondo. Pronto se llena, es la hora. Ponemos el libro de pie para que se vea la cubierta. Se sostiene porque tiene más de quinientas páginas. Aprovechamos para que me lo dedique. Santos ha traído un rotulador de tinta blanca porque las páginas de respeto son negras. Leo la dedicatoria al llegar a casa. Es un poema.

Respondo ahora que estoy transcribiendo la entrevista, el reloj del ordenador de casa marca las cinco y media de la mañana, con un haiku mío:

Por fin sale el sol.
Vuelve la noche adentro.
Letra redonda.

Pedimos sendos cafés y le propongo un juego: yo le defino una serie de palabras cántabras y él me dice qué le sugieren. 

La primera es sagarréu, "alboroto", que emparenta con el asturiano sarréu, "playa con mucha piedra a la que es difícil llegar", ambas de una palabra árabe que significa "rocoso". En la playa de Portio se puede escuchar este alboroto que produce la marea arrastrando las piedras del fondo. 

Muso Soseki fue el primero en intentar evocar un río a través de piedras. Fue en el Templo del Musgo, llamado Saiho-ji. Teshigahara hizo lo mismo en el jardín que construyó en el museo de la fotografía de Tokio. Los ríos japoneses, como los cántabros, son cortos e impetuosos, lo que hace que aparezcan canchales en las orillas. 

Le digo que a estos canchales en Cantabria se les llama leras. Sirven para amortiguar las crecidas de los ríos, para mitigar sus efectos. No parece buena idea sustituirlas sistemáticamente por canalizaciones que imprimen una velocidad endiablada al agua, aumentando la peligrosidad de los ríos.

Siguiendo con la traslación cántabra de conceptos japoneses, le explico lo que son las paseras: las piedras que vas echando al lecho del río para cruzar. Las hay en La Fuentona de Ruente. Le enseño una foto y él me dice que ha estado en un sitio de Tokio igual a este.

Los ríos de piedra son representaciones que establecen conexiones poéticas entre lo mutable (todo fluye) y lo perdurable (la piedra), cierra.

Las siguientes palabras son ero y luga. Las traigo a colación porque la ceremonia del té se ha definido como un encuentro y una oportunidad. Ero significa "soy". Es una forma de construirse en el otro. Soy porque eres. Por su parte, luga significa "oportunidad". Llegó a mí en boca de una paisana que definió así un rayo de luz que pasaba entre las nubes del cielo. Más tarde me la han definido como el momento propicio para hacer algo. Probablemente emparente con la palabra lugar, que, bien mirado, también es un sitio propicio para estar.

Un claro en el bosque, por ejemplo.

Yo soy porque tú eres, repite Santos. Esto mismo lo dijo casi con tus mismas palabras Jorge Guillén en el poema "Aire nuestro III" de Cántico Espiritual. También dejó escrito "lo profundo es el aire". Este poeta está muy cerca de la concepción espiritual del jardín japonés.

Respecto a luga, el jardín japonés y en particular el seco representa la oportunidad de encontrarte con lo esencial, sin vegetación, sin árboles y hasta sin agua. La belleza de lo esencial. Suprimir antes que añadir.

Por último le propongo bita, "añico", que yo quiero relacionar con el inglés bit, "poco", y aun con beat, "latido". No es la única palabra cántabra con aire inglés. Tenemos también el verbo esticar, "pegarse", por ejemplo contra la pared, que parece familia de to stick, con el mismo significado, o ráspanu, "arándano", que parece emparentar con raspberry, "frambuesa", que en cántabro es carrambuela, a su vez en diálogo con cranberry, "arándano".

Santos explica que así como las piedras del jardín japonés no pueden estar situadas formando un triángulo equilátero, es decir, no pueden guardar una relación simétrica entre sí, la cerámica japonesa tiene que ser inestable.

Tiene que estar a punto de caerse y romperse en bitas.

La vida es así. La cerámica tiene que ser así.

Son palabras estas que me propones también en el umbral, asomadas al vacío. Las utilizaré, asegura. Me alegro, digo, porque con ellas trato de hacer algo parecido a lo que pretendo con los jardines del hospital: añadir capas de valor para hacerlas más interesantes. Dorarlas, como diría el escultor Nacho Zubelzu, aquí.

Lo que no se conoce difícilmente se puede valorar.

La cerámica se relaciona con el ikebana. A fin de cuentas, la cerámica es tierra y de la tierra nace la flor. El padre de Teshigahara fue uno de los renovadores del arte floral en Japón. De su mano, el ikebana basculó de la naturaleza al artista, de la representación de la naturaleza a la expresión del artista. Pero este cambio no se planteó como una ruptura, al contrario. El ikebana del pasado era una expresión grandemente abstracta. Este componente es el que se eligió como herencia.

La herencia también se elige, como afirma José Luis Bilbao, aquí.

La cornucopia desvelada en el antiguo escudo de la institución, por ejemplo. No parece que transmita valores que debamos reclamar como propios. Estás en lo cierto, aprueba Santos. No se trata de esquilmar, sino de proteger y hacer posible. No de someter sino de acompañar. Quizá la explotación esté en nuestra naturaleza pero hemos alcanzado tal nivel de civilización que podemos y debemos vivir con ella (convivir, puesto que nosotros también somos naturaleza, incluso estar en paz con uno mismo) sin explotarla. Los cuadros cargados de flores de distinto tiempo, la idea de superabundancia, son representaciones falsas.

Dos experiencias que expongo a Santos.

Entramos mi mujer y yo a un portal antiguo de Reinosa presidido por un maceta con una rama seca preciosa de roble. Hicimos una foto. Se la enseñamos a un amigo naturalista y aventuró el lugar donde la habían cogido, de qué bosque procedía. No solo por la rama en sí, sino por la costumbre: Villacantid, dijo. Volvimos otro día y llamamos al timbre. El vecino reinosano confirmó su procedencia. También nos dijo que se hacía así en su familia desde siempre.


Estamos esperando mi mujer y yo para comer en el pueblo de Saja. Enfrente del restaurante hay una socarrena con varios árboles en miniatura, casi todos hayas. Tuvimos la tremenda suerte de encontrar al dueño. 

Los lleva haciendo desde niño, hace más de cincuenta años. Es la edad de alguno de estos árboles, que él llama arbolucos chicos. Incluso reproduce el efecto del viento utilizando pequeñas cuerdas o jaretos para imprimir la forma precisa. Es la misma técnica empleada para mantener las varas de la huerta en pie o, más recientemente, los eucaliptos recién plantados que crecen muy rápido y se doblan: los atan a los que se mantienen firmes para que le ayuden.


En mi casa siempre se dijo que había que ir al ritmo del más lento. Me parece un valor antiguo que tiene buena aplicación en el presente.

El pasado entendido como repositorio de soluciones viables frente a retos del presente, trato de formular. Santos acuña la siguiente sentencia: el cambio basado en la permanencia.

Durante la pandemia se secaron todas las hortensias de las dos terrazas de la biblioteca por falta de riego. Me dio mucha pena, eran hortensias muy hermosas. Seguramente antiguas, también. Tengo la idea de plantar en su lugar varias plantas relacionadas con el paisaje de Cantabria entendido en sentido amplio: las flores favoritas de Gerardo Diego (para lo que he preguntado a Andrea Puente, directora de la Fundación Gerardo Diego), que eran las clavelinas, las de Pereda, que tenía jardín, o plantas con una carga estética aún por explorar, como las pipas (Ranunculus ficaria) o las rucieras (Molinia caerulea), que me presentó Raúl Molleda, aquí. Le pedí asesoramiento al responsable de los jardines del hospital y ya me ha traído una aceba que es hija de la que hay en el terreno del pabellón de dirección, tan antigua como el mismo hospital. Pretendo con estas plantas abrir conductos en el tiempo, tal y como propone la escritora Olivia Laing, indagar en el pasado para buscar versiones positivas que puedan ser vitales en el futuro. No voy a recuperar las hortensias pero sí su espíritu. Esta es la esencia misma de los jardines del hospital: las ideas que explican las cosas.

Entramos entonces de lleno en la definición del conocido como "Espíritu Valdecilla". Es estar dispuesto al cambio para asegurar la adaptación a un entorno cambiante, trato de sintetizar.

Para los japoneses, apostilla Santos, solo es real lo que cambia. Estar dispuesto a cambiar es condición para el ser.

Decía Picasso que hay que mirar a los orígenes para renovarse, dice Santos.

Hubo un tiempo en que seguramente fuera necesario talar. Ahora es llegado el momento de repoblar, concluye.

Se nos ha hecho tarde. Él va andando a todas partes. Vive lejos. Le da igual. Le acompaño hasta Cuatro Caminos. Me recomienda ver Dersu Uzala de Akira Kurosawa. La vi de pequeño. No me acordaba.

VIRIDITAS, 27. La alondra

A mediados de septiembre celebramos en el hospital un homenaje al escritor Álvaro Pombo. Su por entonces última novela, titulada Santander, 1936, respondía a unas coordenadas también importantes para nuestro hospital, por eso le invitamos, por eso y porque su trayectoria nos parecía coherente y valiosa. Enmarcamos el homenaje en una jornada titulada Escritura y Salud que presentamos como primera edición, en previsión de nuevas ediciones, nuevos autores, nuevas oportunidades para estrechar relaciones con nuestro entorno cultural.

Álvaro Pombo se mostró encantado. En sus palabras de agradecimiento dijo: "Estamos en un territorio esforzado. Valdecilla es un territorio espiritual, material esforzado." Esta correspondencia entre las ideas y su manifestación, entre lo que se piensa y se hace, es efectivamente uno de nuestros pilares.

Fue una jornada larga. Fue un día de pleamar y luna llena. Álvaro Pombo añadió en su discurso que le hacía mucha ilusión volver a Santander "para ver su paisaje maravilloso, el de la pleamar, hoy hay pleamar, es la pleamar, es como la luz eterna, la pleamar es la luz eterna y celeste."

En días así se ve pasar a las alondras que vienen por la mar buscando el sur. Son pájaros que si pasan cerca, por ejemplo en la cima de un monte, la alondra y tú, te envuelven, te arropan con su canto.

La compañía, el músculo.