viernes, 1 de diciembre de 2023

VIRIDITAS, 18. Entrevista a Diego Cicero, medioambientalista

Nuestra primera pausa la hacemos en el pasillo que une las tres torres con la línea de pabellones antiguos. Tenemos a un lado la cubierta de Urgencias, que es de piedra suelta, y al otro un parque infantil oculto tras un vinilo con una foto que representa un paisaje que se replica a sí mismo cada pocos metros.

Mira a un lado y a otro y se le escapa media sonrisa: es prometedor este contraste entre un jardín de piedra y otro de plástico, desliza.

No creas que se trata de un jardín seco de inspiración japonesa, respondo, sino un pedregal que aporta peso a la cubierta para que no vuele los días de viento. 

Las luces del pasillo se encienden de forma automática al reanudar nuestros pasos. Acabamos de encontrarnos en el hall del hospital. Él previsor ha venido con paraguas y yo he bajado de mi despacho con abrigo de capucha, así que lo primero que hacemos es dirigirnos a los jardines que están a sur, al pie de los pabellones, sin preocuparnos por el mal tiempo. Tomamos la salida que corresponde a mi pabellón, el 16.

Nada más posar el pie en los jardines pasa una pisondera y tras ella un mirlo al que yo llamo miruellu y él torda. Él es lebaniego. Le pregunto por su nombre legítimo y responde que su nombre científico es Turdus merula, así que puedo elegir. Le llamaré como siempre, entonces.

Él es Diego Cicero, medioambientalista y presidente de la Asociación RIA, centrada en la investigación y desarrollo de soluciones basadas en la naturaleza para la restauración y conservación del medio ambiente, cuyo origen se encuentra en una asociación radicada en el entorno de la Ría del Carmen o de Boo, en el arco de la bahía de Santander. Es además CEO de Phytobatea, spin off de RIA, dedicada al diseño y construcción de humedales flotantes.

Él se autodefine también como inventor. Si las bateas gallegas son plataformas para cultivar mejillones, del griego phyton, "planta", la phytobatea es la invención cántabra que hemos desarrollado para crear ecosistemas vegetales flotantes capaces de depurar el agua, explica.

Tenemos un amigo común que dice que los mirlos arrancan su canto emitiendo una secuencia de sonidos que le identifican como individuo. Luego ya se pliega a las códigos comunes a su especie, más o menos complejos. Le parece razonable, concede.

No hace falta que nos presentemos, Diego y yo nos conocemos de hace tiempo, de la Consejería de Medio Ambiente en la que coincidimos.

Pero lo que sí que no, tercia Diego, es que los mirlos hayan llegado a la ciudad coincidiendo con la construcción del hospital, Mario. El hospital es de los años veinte, me interroga con la mirada y asiento con la cabeza, y los mirlos seguro que están aquí de antes. Los miruellos son los reyes de los espacios de transición entre dos o más ecosistemas o hábitats, los ecotonos. Es en los ecotonos donde más diversidad hay. Te lo he leído y te quería corregir, se disculpa. Se lo agradezco.

Me viene a la mente una conversación que mantuve el otro día con un paisano que defendía que los ángulos donde gira el arado son los espacios más fértiles de un campo de cultivo. Los ecotonos son los ángulos de los ecosistemas, el lugar donde interaccionan, los espacios más fértiles, el hábitat de los miruellos.

Le interrogo entonces por la etimología de Boo, que yo quiero relacionar con vado, quizá influido por el discurrir de nuestra conversación, la ría más que como frontera como gozne, pero él cree que procede de una palabra prerromana que podría traducirse por algo así como "lugar de fuentes". Las dos opciones son válidas. En cuestión de toponimia y de etimología el que crea tener razón la pierde.

De cualquier forma, la documentación más antigua conservada se refiere a esta ría como de Mixeras, quizá en relación con el mijo, como Mijares en Santillana del Mar o Mijarojos en Cartes, apunta Diego. La boya que hay en la desembocadura se llama de Mijares y la cabecera de la marisma es la de Micedo. Todo encaja, acepto.

El mijo era el cereal más importante antes de la irrupción del maíz en Cantabria, de ahí que por ejemplo en Escobedo al maizal lo llamen mijotal. Probablemente toda esta ría sirviera de asiento a un cultivo masivo de mijo. La borona es hoy o ha sido en tiempos recientes de maíz, pero la palabra es prerromana, significa "pan" y en origen no sería de maíz, que es un cereal americano, sino seguramente de mijo. Haber sabido adaptarse es lo que ha salvado a esta palabra prerromana.

2023 ha sido declarado el año internacional del mijo por la ONU, un supercereal que va a volver a jugar un papel clave en la alimentación de la humanidad, tanto por sus propiedades nutricionales como por su gran productividad y adaptabilidad a diversos tipos de ambientes, en este caótico escenario de cambio climático, alerta Diego. Tendría que tener más presencia en parques y jardines además de por su función intrínseca en el sistema, por su especial interés como alimento para la fauna granívora. Plantarlo sería una acción cargada de simbolismo, propone.

El germen de la asociación Ría es vecinal. Nació el año 1991 de una preocupación: la contaminación de la Ría del Carmen y Boo. Por entonces todavía había vecinos que recordaban haberla disfrutado en relativo buen estado. Haberse bañado en ella, por ejemplo. A este poso se vino a sumar el movimiento ecologista de aquella época y el resultado es nuestra asociación, indica Diego.

Nosotros, mi generación, llegamos en 2004, cuando la asociación estaba a punto de disolverse. Nuestro enfoque no era tanto reivindicativo, o no solo, como también y sobre todo científico-técnico. Empezamos llamando a todas las puertas pero no nos abría nadie. Entonces hicimos un documental titulado Al fondo de la bahía. Todos quisieron participar: Paco Martín, que por entonces era Director General de Obras Hidráulicas y Ciclo Integral del Agua de la Consejería de Medio Ambiente, el Director del CIMA, Nacho Diego, María Jesús Calva, Ángel Duque, el Director de FerroAtlántica, etc. El documental se encuentra disponible en Youtube y otras plataformas. Redimensionamos la palabra ría, amplía Diego, y a partir de entonces pasamos a leerla también como Realización de Iniciativas Alternativas. 

Nuestro campo de trabajo es la fitorremediación.

¿Cómo la definirías?, pregunto.

Es la habilidad que tienen ciertas plantas y organismos asociados, porque las plantas para vivir necesitan estar asociadas a hongos y bacterias fundamentalmente en la rizosfera, la habilidad que tienen, decía, para limpiar, para depurar el ambiente en que se desarrollan, que puede ser suelo, agua o aire.

¿Y la rizosfera?

Es un mundo, de ahí lo de esfera, formado por las raíces, el sustrato sobre el que se desarrollan, el agua que está en los poros que hay entre las partículas de ese sustrato y todo un ecosistema de organismos microscópicos que viven en simbiosis con esa planta.

No grabo, tomo notas en un mazo de papel doblado para que tenga mayor consistencia. Lo hago rápido, no creo que se me haya escapado nada, pese a la agilidad de Diego y a lo novedoso de sus planteamientos.

Por ejemplo, las plantas del mundo están constantemente fitorremediando el aire. Producen oxígeno al tiempo que consumen gases nocivos. Pues bien, nuestra misión es ayudarlas a trabajar de una manera más intensa y especializada sobre un problema concreto, como estamos haciendo en el Plan Rialab, desarrollando un protocolo para utilizar plantas de la propia ría para tratar los sedientos contaminados acumulados en sus fondos.

¿Estaríamos hablando en cierta manera de domesticación?

Se lo piensa.

¿Podríamos establecer un paralelismo con la noción de jardín?, insisto.

Sí, sobre todo por lo que tiene que ver con la depuración de aguas residuales. En las phytobateas, que es la solución que nosotros planteamos, las plantas que estarían enraizadas en el fondo del humedal están flotando, y sus raíces forman una red tridimensional en el agua. Es un cultivo, en cierto modo. Lo que pasa es que el desarrollo posterior de la vida en ese llamémosle cultivo es impredecible, y se hace así con intención. No queremos que la phytobatea se quede en una mera herramienta, queremos que sea un hábitat. La phytobatea como condición de posibilidad para la biodiversidad, podríamos decir. Eso es lo que nos aleja de la domesticación o, si se quiere, eso es lo que nos obligaría a manejar otros conceptos.

Sus palabras me remiten a la idea de jardín en movimiento acuñada por Gilles Clément.

Le pido un ejemplo. Tina Menor, indica. Creamos la primera marisma flotante del mundo para una piscifactoría de dorada y lubina. Un humedal vegetal, completa, un sistema vegetal flotante a base de junco marítimo y verdolaga marina, que son dos especies clave de la propia Tina Menor. Hicimos seguimiento de la eficacia del sistema de depuración durante años, continúa, y con muy buenos resultados. Pero lo sorprendente es que se llenó de vida, sobre todo vida subacuática: peces y crustáceos que colonizaron toda esa rizosfera y la tomaron como espacio de reproducción principalmente: se llenó sobre todo de alevines de anguila, que ahora está en peligro crítico de extinción. La biodiversidad que se crea en este sistema contribuye a que funcione mejor. Las plantas son más resilientes y multifuncionales.

Asociados a las raíces de este tipo de instalaciones se desarrollan miles de especies de bacterias, son sistemas complejos con capacidades para transformar el medio en que se desarrollan, para depurar mucho más allá de los sistemas convencionales basados o en la aplicación de venenos o bien en la oxigenación artificial del agua necesaria para que se desarrollen comunidades bacterianas capaces de degradar los contaminantes, proceso que acarrea un alto consumo de energía.

Por contra, las plantas acuáticas son capaces de liberar este oxígeno de manera natural, ahí está la clave de la competitividad de nuestra alternativa, las phytobateas. La fuente es el sol, no hace falta electricidad, concluye.

Una de las aplicaciones en la vanguardia de nuestro sector, el del tratamiento de aguas por fitodepuradoras, para el que desarrollamos Phytobatea, es la eliminación de fármacos y otros disruptores endocrinos como cosméticos y otros contaminantes emergentes para cuya depuración los sistemas tradicionales no sirven, continúa. Es algo que se está legislando ahora a nivel europeo: la obligatoriedad de depurar estos contaminantes con impactos severos en el medio ambiente.

Es en este nuevo campo que las fitodepuradoras descuellan, es una de las tecnologías con mayor potencial. 

Otro sector clave es el de la gestión de las aguas de lluvia: puede parecer que viene limpia pero desde el momento en que toca el tejado o la calle, arrastra derivados del petróleo, metales pesados, etc., que terminan en medios naturales.

Traigo a colación la creencia de que el agua de lluvia es más fina que la corriente del grifo, por eso que se vean baldes al pie de los aleros en los pueblos. El pelo por ejemplo se cree que queda mejor, más suave, lavado con agua de lluvia, y Diego responde que sí, por no tener cal.

Nos detenemos junto a un seto recortado a dos palmos de altura. Le explico que nuestro jardinero respeta los nidos y que no echa productos químicos. Es de Herrera de Ibio. De la tradición al futuro, directamente, dibujo un arco en el cielo nublado con la mano y una bandada de gorriones levanta el vuelo.

No me gusta lo que los jardines tienen de dominación, subraya Diego.

En la Sierra de Parayas, en el Alto Maliaño, defendimos restaurar el Montezuco no como un parque, sino como monte, un concepto que en Cantabria va más allá de la mera elevación topográfica. Monte aquí significa bosque.

Un monte es mucho más rico y produce muchos más beneficios a la persona que lo transita o vive que una composición vegetal con fines meramente estéticos, que es lo que generalmente se asocia a un jardín.

Yo trataría de transformar estos jardines del hospital en un hábitat compatible con el espacio, posibilidades ambientales y fines humanos, Mario.

Con lo pobre que es y fíjate qué riqueza de avifauna hay. ¿Qué sucedería si fortalecieseis la biodiversidad? Lo primero, falta agua. En cuanto hay masas de agua disponibles la biodivesidad se dispara.

¿Qué propondrías?, le reto.

A bote pronto, trataría de aprovechar las aguas pluviales que escurren de los tejados sobre todo de los antiguos pabellones para crear humedales con vegetación que no requiera de gran profundidad de suelo para el desarrollo de sus raíces, dado que estos jardines están sobre tejados (todo el suelo está excavado, hay al menos dos plantas bajo nosotros). Tampoco perdería de vista la posibilidad de optimizar la gestión de las aguas de lluvia para el riego de espacios verdes.

Nos asomamos a un pozo donde las macetas están perfectamente alineadas. Unas contienen flores, como hortensias, otras árboles frutales, quizá de semillas que la gente planta en sus descansos. Son los propios trabajadores los que hacen lo que estamos viendo, informo, y a él, como en un acto reflejo, se le abren mucho los ojos. Lo primero que he visto al entrar en los jardines ha sido una avispa asiática alrededor de una planta exótica que no he sido capaz de identificar. Ha sido una impresión negativa fuerte. Esto que estamos viendo ahora lo compensa, dice conciliador.

Estos pozos manifiestan una necesidad: respirar, y saca una foto de uno de ellos.

Le propongo subir a la Biblioteca. De camino reconoce una especie invasora de las marismas, la chilca o Baccharis halimifolia y propone eliminarla con sal marina aplicada de manera selectiva, como alternativa a los herbicidas químicos de síntesis, un método desarrollado por la asociación RIA y probado con éxito en varias rías de Cantabria. Se ofrece a formar al jardinero.

Llegamos y le conduzco al Salón Noble. En la mesa que preside el espacio se firmó la fundación de la Casa de Salud Valdecilla. Se conservan fotos. Pese a sus grandes dimensiones, puede tener 5 metros de largo por 2 de ancho, es de una sola pieza. Ya no hay árboles así, aseguro. Él replica que alguno se salvó, y más cerca de lo que imaginas... Un día me gustaría que fuéramos juntos al Monte Parayas, invita, donde te presentaré a La Cajigona, el roble de más de 200 años que constituye la primera parada del Sendero de los Porqués, que creamos para contar la historia de ese monte, y a través de ella la de la construcción del paisaje litoral cantábrico. El panel de introducción al sendero incluye una frase de Cicerón que siempre me ha resultado inspiradora, y cita: "el porqué de los hechos es siempre más interesante que los hechos en sí".

Nos sentamos y le pregunto a bocajarro por la posible interacción de su ámbito de trabajo con nuestro entorno.

Se toma su tiempo.

Se me ocurre un proyecto de investigación que sirva para validar la eficacia de la fitodepuración con plantas autóctonas de humedal para tratamiento de aguas residuales hospitalarias y concretamente de ciertos fármacos predominantes en esas aguas. Sería precioso y del mayor interés. Además sería relativamente fácil de abordar porque el hospital ya dispone de los medios.

Respecto a los espacios verdes, yo no los llamaría jardines. Si los estáis redefiniendo, llamadlos de otro modo.

Se admiten propuestas, le animo.

Lo primero que me viene a la mente son esos pozos intervenidos por los trabajadores del hospital. Recurriría a esa imagen, a esa idea.

Lo que está claro es que un entorno cuidado es beneficioso para la salud. Para la de los pacientes, las visitas, los trabajadores e incluso para la ciudadanía en general. Esa asignatura la seguís teniendo pendiente.

Pero hay actitud, me defiendo.

Actitud, sí.

Lo que afecta a la naturaleza nos afecta a nosotros y biceversa. ¿Somos parte de lo mismo?, pregunto.

Por supuesto, asevera. Somos el Homo habilis pretencioso. Hemos conseguido desarrollar una tecnología cuyas consecuencias no somos capaces de controlar, estamos en el camino, pero seguimos en el paso del mono que sabe manejar palos, piedras y poco más, llamémoslo alcantarillado o ascensor. Pero sí creo que hubo un tiempo en que el ser humano vivió en equilibrio con la naturaleza, continúa. Dejamos de formar parte del ecosistema de manera integral con la domesticación de animales y plantas, es entonces cuando perdimos el equilibrio que manteníamos como especie. 

Las religiones son un buen biomarcador: las preindoeuropeas giraban en torno a una diosa madre, la naturaleza era fuente de vida. Ese equilibro en Cantabria llegó a su fin de la mano de Roma y el cristianismo.

La sacralización de los árboles, por ejemplo, añade. Que hubiera árboles sagrados nos habla de respeto. Nos sitúan respecto a nuestro entorno. En Cantabria se producían enterramientos debajo de los árboles totémicos, que son los mismos sobre los que luego se fundaban las iglesias. Seguro que en alguno de los anillos más profundos de esos grandes árboles de nuestros pueblos hay ADN nuestro, bromea.

Rememoro el tejo que protagoniza el cementerio de Bárcena Mayor y le confieso que mi abuelo materno no quería ser enterrado en el cementerio de Terán, que quería ser enterrado bajo el árbol concejil de La Castañera.

Diego no da crédito y me pregunta si era una decisión personal de mi abuelo o si respondía a alguna tradición cabuérniga.

Mi abuelo era muy del valle, me zafo.

Respecto a nuestra relación tradicional con el entorno, señalo el ejemplo de las brañas. Los clásicos creían que el primer hábitat del ser humano era el claro del bosque y que a este había que desbrozarlo. La tala, la apertura de claros, es el primer gesto, digámoslo así, humano. La naturaleza se torna consciente de sí misma cuando deja de serlo. Es esta brecha la que nos hace seres melancólicos, continúo.

Además de pretenciosos, puntualiza Diego.

Sí, concedo. Pero en Cantabria, como decía, además de los espacios obtenidos por quema y desbroce, como las bustas, que comparten familia con combustión, es decir, espacios arrebatados a la naturaleza, tenemos brañas, que son pastos naturales que simplemente ocupamos. No parece haber agresión ahí. En las brañas los seles, que es donde las vacas hacen noche, ni siquiera están intervenidos, solo sabes que están ahí si sabes que están, si no, ni siquiera los ves.

Las brañas parecen pastos naturales, Mario, pero son resultado de miles de años de ganadería extensiva, reconduce Diego. Su origen es natural, y en la última glaciación, durante los escasos meses en que las nieves se retiraban de nuestros montes, esas comunidades herbáceas formarían enormes praderas en las que pastaban manadas de los grandes herbívoros salvajes, algunos extintos hoy en día, como los bisontes o el uro, el ancestro de nuestra vaca tudanca.

El cambio es la única máquina del tiempo que existe, pienso, y me acuerdo de la borona, de mijo primero y de maíz después. De alguna manera, la vaca tudanca es un avatar del uro, es su traducción contemporánea. El tiempo que dure la vaca tudanca antes de extinguirse, al menos.

Pero las brañas que han llegado hasta hoy, continúa Diego, son el resultado de lo que vino después, de más de siete mil veranos subiendo las vacas al puertu, uno tras otro, en un equilibrio dinámico perfecto que, como comentabas, concede Diego, ha dado lugar a unas formaciones vegetales donde cuesta discernir qué se debe a la mano del ser humano y qué a la de la propia naturaleza.

Este es el principio inspirador de las soluciones basadas en la naturaleza como la que representa Phytobatea, y de la nueva manera de relacionarnos con el planeta hacia la que deberíamos dirigirnos como especie. Abandonar el modelo actual basado en la explotación de la naturaleza para pasar a un modelo basado en la simbiosis, concluye.

Nos levantamos, es hora de cerrar, apagamos las luces y salimos. Todavía quiero enseñarle el solar de la antigua escuela del hospital y los terrenos sin uso adyacentes.

Sigue lloviendo y arrecia el viento. La copa de la secuoya centenaria que asoma por encima del pabellón 21 se mece.

VIRIDITAS, 17. La aceba

En pandemia las hortensias de los dos balcones de la Biblioteca, el de la sala de formación y el de la sala de estudio, ambos con vistas a la bahía, se secaron. Eran de distintos colores. Sabemos que el color de las hortensias depende de la acidez del suelo. Murieron por igual.

Desde entonces las macetas están libres. Tenemos el proyecto de sembrar en ellas plantas relacionadas con nuestro entorno, sea la biomedicina o el paisaje cántabro. Por ejemplo, las clavelinas queridas por Gerardo Diego, cuya fundación custodia una de las más importantes bibliotecas de la Edad de Plata, o los alelíes de José María de Pereda, los narcisos y las quitamiriendas que anuncian a los pastores el tiempo de subir a los pastos de altura y de bajar, respectivamente, el cardo arzolla, la genciana, el ajo antojil, las siemprevivas, etc.

Así se lo expongo al responsable de jardinería del hospital, que ofrece su ayuda.

Estos balcones hacen un poco a mediodía, son un buen sitio.

¿Y eso qué significa?, pregunto.

Es algo que decían los antiguos. Significa que les da el sol la mitad del día, luego quedan en sombra. Eso es bueno.

Me trae de regalo una aceba. Se reconoce por los frutos, rojos. Es hija de la que crece al pie del pabellón 21, el de Dirección, señala. La madre está allí desde el origen. Es tan antigua como las palmeras o la secuoya. 

Como la Biblioteca misma, añado.

Cambiamos la tierra de las macetas. Se lleva la vieja y reseca, endurecida, en varios cajones. La nueva se ve fértil. Se lo agradezco.