martes, 2 de enero de 2024

VIRIDITAS, 20. Entrevista a José Cobo, escultor

Me llama desde el hall del Hospital y bajo desde mi despacho a toda prisa. Son solo unos minutos, pero son. Le encuentro observando el Belén que tapa la obra de Adolfo Estrada y me disculpo.

No pasa nada, Mario, me tranquiliza.

Nos demoramos viendo las obras de Eduardo Gruber, Juan Uslé o Vicky Civera, adquiridas por el Hospital, y de Eloy Velázquez, Roberto Orallo, Gloria Torner o Arancha Goyeneche, cedidas en depósito.

Una compañera de Atención al Usuario se acerca al vernos: José Cobo es escultor. Suyos son Los Raqueros de Puertochico, el monumento al incendio y reconstrucción de 1941 de los Jardines de Pereda y su obra más reciente en Santander: la escultura conmemorativa del 50 Aniversario del Concurso Internacional de Piano "Paloma O´Shea" en los aledaños del Palacio de Festivales.

Encantado.

José Cobo se gradúa en The School of the Art Institute of Chicago (SAIC) en 1986. En 1994 obtiene la beca de la Fundación Botín en Artes Plásticas y en 1995 se gradúa en Historia del Arte y Crítica en el SAIC, en cuyo Departamento de Escultura ha sido profesor de 1994 a 1997. En 2014 gana el Premio de Artes Plásticas del Gobierno de Cantabria.

Ha sido artista visitante en Vermont Studio School (2009, 2013, 2016), Oxbow at Saugatuck, Michigan (1994, 1996), Universidad del País Vasco, MAS de Santander, etc. En 2015 la UIMP le dedica un Curso Magistral titulado "De la existencia a la idea". 

Ha presentado exposiciones individuales en salas de Chicago, Nueva York y Miami, Colonia y Munich, Antwerp (Bélgica), etc. También en salas españolas, destacando las santanderinas Rua y Juan Silió. Ha expuesto en el Palacete del Embarcadero, la Fundación Botín, la Biblioteca Central, el Castillo de Argüeso o el CASYC de la Fundación Caja Cantabria.

Además de su obra pública en Santander, tan conocida como reconocida, destacan los dos toros que flanquean el principal acceso a la plaza de Vista Alegre de Madrid, la instalación permanente "Wärcher" en Arche Nebra, Sajonia-Anhalt, Alemania, y, por su trascendencia, la instalación efímera (2022) "Naturaleza suspendida" en Mazcuerras.

José nos aclara la palabra raquero. No es un invento de Pereda. Es la palabra que se utilizaba para referirse a los críos que merodeaban por el puerto. Hoy conserva cierto componente peyorativo. Procede del inglés, lo mismo que pichi, que significa alquitrán. En la costa occidental de Cantabria alquitrán se dice chapapote, del náhuatl, y en la costa oriental galipó galipote, del francés, añado. Está visto que para ser cántabro hay que ser también de fuera, continúo. Otros ejemplos santanderinos son la machina, el paseo del puerto, palabra tomada de las primeras grúas de procedencia francesa, o güinchi, del inglés winch, montacargas.

Cuando José y yo nos quedamos solos salimos a ver la escultura "Kinesis" (2005) ubicada en el acceso norte de Urgencias. Se trata de un homenaje al progreso de la ciencia que hizo su tío Ramón Calderón. Es la ampliación de una escultura de Ramón propiedad del cirujano Chencho Cubría. A José le gusta pero no su ubicación actual. No deja de ser un rincón, señala. No se corresponde con su monumentalidad. No sé por qué está donde está, reconozco.

Le pregunto entonces por su obra dedicada al incendio de Santander y reconstrucción de 1941 que está en los Jardines de Pereda. A José le gusta pensar que es la única representación del viento sur que existe, y es probable que esté en lo cierto. Le pregunto buscando intencionadamente la relación con otro viento, el noroeste o gallego, que el 2 de noviembre de 1999 provocó la caída de la pared del antiguo edificio de Traumatología al que sustituye la torre que ahora tenemos enfrente. Igual que el viento sur provocó la refundación de la ciudad en 1941, el noroeste supuso la refundación del Hospital en 1999.

La noche antes de inaugurarse el viento sur la destapó. Estaba cubierta de plástico, para protegerla. El viento sur quería ver su imagen, y José ríe.

Es una obra que mira a la ciudad. Metí dentro las formas de las nubes, esas que parece peinar Peña Cabarga los días de viento sur. La sombra que proyecta el sol fuerte y directo tiende a reducir los volúmenes a dos planos, los blancos y los negros. Yo aproveché que estaba a norte y no incidía la luz en ella para que la invadieran las tonalidades grises de las nubes.

El año 1918 se echaron los cimientos del Hospital y aunque el presupuesto se acabó poco después, estos primeros movimientos condicionaron el desarrollo futuro del Hospital. Hace cien años el nudo de comunicaciones estaba al norte, por eso el Hospital está volcado al norte pese a que su vocación era asomarse al sur. Las contradicciones fuerzan síntesis que son motor de progreso.

Seguimos caminando y hacemos una parada tan breve como pequeña es la arboleda donde nos detenemos y crecen o lo intentan árboles, reconozco sobre todo abedules (una especie pionera muy bien adaptada a suelos difíciles), plantados con motivo de distintos eventos. A José este bosquete le lleva al que está previsto sembrar en el entorno del faro de Cabo Mayor, en el lugar que creo se llama Pozu Jondu, en homenaje a los fallecidos durante la pandemia. En esta ocasión soy yo al que no le gusta la elección del emplazamiento por su alto valor ecológico que no necesita aditamentos, pero callo. Tiene una obra titulada "Piedad" que encajaría muy bien, informa, y yo le digo que si no, que valore nuestro Hospital como ubicación alternativa.

Ingresamos a los jardines del Hospital por el Edificio Enlace. Le conduzco al lugar donde se encontraba el busto del Marqués de Valdecilla hecho por Emiliano Barral. Es de interior y estaba fuera, así que lo reubicamos en el Salón Noble de la Biblioteca. Emiliano Barral era un escultor anarquista de la Generación del 27. Esculpió bustos de Antonio Machado y Gregorio Marañón, entre otros. También levantó el mausoleo de Pablo Iglesias, arrasado tras la guerra. Murió en las trincheras del frente de Madrid. En los jardines queda la huella de la peana. Le pregunto por ella a José.

Representar lo que fue por lo que falta, le gusta. 

Sus palabras me llevan al cromlech de Sejos. En tiempos inmemoriales los campurrianos y los cabuérnigos estaban enfrentados por el control de aquellos pastos de verano. Se resolvió poner fin al conflicto enfrentándose dos príncipes, campurriano uno y cabuérnigo el otro. Los dos murieron en el desafío. Desde entonces campurrianos y cabuérnigos comparten Sejos. El cromlech se cree es la tumba de ambos y por eso se conoce como El Cimiteriu de los Príncipes.

Es una leyenda con reminiscencias neolíticas. Las piedras yacen en el suelo. Las levantaron los arqueólogos para estudiarlas y descubrieron ocultas dos representaciones antropomorfas armadas.

El círculo de piedras está señalando una ausencia, la de los príncipes, que protagonizaron un hecho singular, un acontecimiento, se me ocurre.

La presencia del mito en la ausencia, asiente.

La huella de la peana del busto del marqués de Barral en los jardines es interesante, mantenedla así, propone.

Sale entonces a colación su obra en el bosque de Ziegelroda, en el monte Mittelberg, cerca de Nebra, en Alemania, donde en 1999 se descubrió un disco metálico de 3600 años de antigüedad que por primera vez en la historia de la humanidad representa el firmamento. Según la UNESCO, el disco celeste de Nebra "fue enterrado de manera ritual como ofrenda a los dioses, junto con dos espadas, dos hachas, dos brazaletes en espiral y un cincel de bronce". La instalación de José se titula "Wärcher" y ganó un concurso internacional cuyo lema era el poder, la representación y la defensa. La obra se compone de cinco láminas de bronce asociadas a otros tantos árboles del bosque. 

Me imaginaba los destellos de las armas que describe Homero, rememora.

Escaneé las hayas del bosque y reproduje sus nervaduras, parecidas a músculos, como si fueran armaduras.

Las armaduras de bronce dejan adivinar la anatomía de su portador, la musculatura de las hayas.

Estos elementos verticales metálicos se extienden en el terreno, tienen continuidad en el horizonte, introduciendo así el elemento horizontal o femenino, concluye.

Las obras del hospital iniciadas el año 1918 no solo condicionaron su orientación sino también su disposición: por aquel entonces el único modelo posible era el horizontal o pabellonario pero cuando se retomaron las obras gracias al impulso del marqués había otro modelo disponible, el vertical o norteamericano. Es este el que quiso desarrollar el primer Director Gerente, el Dr. Wenceslao López Albo, según él mismo reconoció en una conferencia de los años treinta que ha recuperado recientemente la Biblioteca, pero no pudo porque los cimientos ya estaban echados. En la actualidad esta disyuntiva se ha resuelto combinando ambos elementos, el vertical representado por las tres torres y el horizontal por el zócalo donde se asientan estas. La síntesis, efectivamente, supone un avance.

Esta obra suya de Alemania guarda una relación estrecha con otra instalada el año 2022 en Mazcuerras: "Naturaleza suspendida". En ella José erigió un aspa de troncos suspendidos en mitad de un corredor de plátanos.

Yo tuve la oportunidad de verla en su momento. Entonces me pareció que el autor estaba anulando (el aspa como tachadura) una formación vegetal creada por el ser humano, artificial pues, por serlo, es decir, la tachó por su artificiosidad, pero se daba la paradoja de que para ello el autor tenía que recurrir a la misma estrategia que criticaba, es decir, su crítica se valía, quizá por no haber alternativa, del mismo artificio que pretendía criticar. Los dos discursos caían en lo mismo, en la manipulación de la naturaleza, me pareció. El primero, que podríamos calificar como clásico por esa identidad suya con los templos griegos, manipulaba la naturaleza de forma ingenua aunque no por ello menos agresiva y el segundo lo hacía de forma si se quiere más consciente, recurriendo a la ironía, que es un rasgo netamente postmoderno. También lo es apelar a la antigüedad clásica para, de alguna manera, cuestionarla.

Hasta aquí mi lectura de hace un año y pico, cuando la estuve viendo en Mazcuerras. Ahora ya no está.

Me gustaría recuperarla, dice José, pero al completo, es decir, incluida la formación de plátanos, no solo los dos troncos suspendidos. Esta obra lo tiene todo, tanto desde el punto de vista compositivo como ideacional, todo.

Esta obra mía se inscribe en la siguiente cadena, y José la expone: naturaleza domesticada, naturaleza ordenada, naturaleza aniquilada y naturaleza sublimada. 

Abandonamos los jardines siguiendo los pasos de hormigón, pasos incómodos, dispuestos a una distancia forzada unos de otros, que conducen a una de las puertas que se abren en el largo pasillo acristalado que enhebra los antiguos pabellones como si fueran cuentas de un mismo collar. El mío es el del centro, el 16. La Biblioteca se encuentra en la segunda planta. Nada más entrar nos dirigimos al Salón Noble a ver el busto del marqués.

Es una obra admirable, convenimos.

Nos sentamos en un antiguo banco con respaldo de listones que parecen paréntesis.

Su estilo lo define como "figurativismo postmodernista". 

Las figuras están pero no son por sí mismas ni me definen, al contrario, la parte postmoderna de mi obra alude a la ausencia de estilo. Lo que importa es el tema, no aplica si figurativismo o abstracto.

En mi caso las figuras actúan en el espacio, no están aisladas, asegura José. Si tuvieran marco o las pusiera encima de una peana estarían en otro sitio, pero no. Las mías están operando en el espacio que ocupan.

Para mí el espacio es como el del Barroco, no es un espacio neutral.

Por ejemplo los raqueros de Puertochico, continúa. Es una obra en la que me preocupé de meter el muelle dentro. La bahía, el viento sur, la machina, todo está ahí. El viandante también está, de hecho la instalación cambia a su paso, él la activa. El raquero de pie, otro más que está sentado en un noray y el tercero lanzándose al agua: es un abanico que se abre.

O se cierra.

Es tarde. Salimos y nos tomamos un café rápido cerca. Yo llevo mi habitual mazo de papel pero lo hago por inercia, sin intención de utilizarlo. No obstante tomo las últimas notas.

¿Interaccionar con tus obras es como darle al play?, pregunto.

Tú mismo te respondes al emplear el verbo interaccionar.

Por último, me hace una recomendación, que atiendo.

La crítica tradicional describía, no interpretaba. Sin embargo, la crítica actual, la que a mí más me interesa, incide, no duda interpretar. Así, busca relaciones por ejemplo con el feminismo o con el ecologismo. 

Te recomiendo leer a Rosalind Krauss. Suya es la idea de "campo expandido". Eso es lo que creo que estás haciendo tú con Viriditas, Mario.

VIRIDITAS, 19. El perímetro

Los japoneses levantan el tejado sobre una estructura de postes que luego es envuelta en papel y la sombra que proyecta es la que marca el perímetro de la casa. Lo explica Tanizaki en Elogio de la sombra.

En la casa tradicional cántabra el tejado también apoya sobre una estructura de postes, el conocido como cuadru, que luego es envuelto en piedra, y es el agua de lluvia que escurre del alero, las goteraas, la que marca el perímetro de la casa.

El velo de sombra en la casa japonesa es la cortina de agua en la casa cántabra.

Se ha hecho de noche en el hospital y sigue lloviendo.

viernes, 1 de diciembre de 2023

VIRIDITAS, 18. Entrevista a Diego Cicero, medioambientalista

Nuestra primera pausa la hacemos en el pasillo que une las tres torres con la línea de pabellones antiguos. Tenemos a un lado la cubierta de Urgencias, que es de piedra suelta, y al otro un parque infantil oculto tras un vinilo con una foto que representa un paisaje que se replica a sí mismo cada pocos metros.

Mira a un lado y a otro y se le escapa media sonrisa: es prometedor este contraste entre un jardín de piedra y otro de plástico, desliza.

No creas que se trata de un jardín seco de inspiración japonesa, respondo, sino un pedregal que aporta peso a la cubierta para que no vuele los días de viento. 

Las luces del pasillo se encienden de forma automática al reanudar nuestros pasos. Acabamos de encontrarnos en el hall del hospital. Él previsor ha venido con paraguas y yo he bajado de mi despacho con abrigo de capucha, así que lo primero que hacemos es dirigirnos a los jardines que están a sur, al pie de los pabellones, sin preocuparnos por el mal tiempo. Tomamos la salida que corresponde a mi pabellón, el 16.

Nada más posar el pie en los jardines pasa una pisondera y tras ella un mirlo al que yo llamo miruellu y él torda. Él es lebaniego. Le pregunto por su nombre legítimo y responde que su nombre científico es Turdus merula, así que puedo elegir. Le llamaré como siempre, entonces.

Él es Diego Cicero, medioambientalista y presidente de la Asociación RIA, centrada en la investigación y desarrollo de soluciones basadas en la naturaleza para la restauración y conservación del medio ambiente, cuyo origen se encuentra en una asociación radicada en el entorno de la Ría del Carmen o de Boo, en el arco de la bahía de Santander. Es además CEO de Phytobatea, spin off de RIA, dedicada al diseño y construcción de humedales flotantes.

Él se autodefine también como inventor. Si las bateas gallegas son plataformas para cultivar mejillones, del griego phyton, "planta", la phytobatea es la invención cántabra que hemos desarrollado para crear ecosistemas vegetales flotantes capaces de depurar el agua, explica.

Tenemos un amigo común que dice que los mirlos arrancan su canto emitiendo una secuencia de sonidos que le identifican como individuo. Luego ya se pliega a las códigos comunes a su especie, más o menos complejos. Le parece razonable, concede.

No hace falta que nos presentemos, Diego y yo nos conocemos de hace tiempo, de la Consejería de Medio Ambiente en la que coincidimos.

Pero lo que sí que no, tercia Diego, es que los mirlos hayan llegado a la ciudad coincidiendo con la construcción del hospital, Mario. El hospital es de los años veinte, me interroga con la mirada y asiento con la cabeza, y los mirlos seguro que están aquí de antes. Los miruellos son los reyes de los espacios de transición entre dos o más ecosistemas o hábitats, los ecotonos. Es en los ecotonos donde más diversidad hay. Te lo he leído y te quería corregir, se disculpa. Se lo agradezco.

Me viene a la mente una conversación que mantuve el otro día con un paisano que defendía que los ángulos donde gira el arado son los espacios más fértiles de un campo de cultivo. Los ecotonos son los ángulos de los ecosistemas, el lugar donde interaccionan, los espacios más fértiles, el hábitat de los miruellos.

Le interrogo entonces por la etimología de Boo, que yo quiero relacionar con vado, quizá influido por el discurrir de nuestra conversación, la ría más que como frontera como gozne, pero él cree que procede de una palabra prerromana que podría traducirse por algo así como "lugar de fuentes". Las dos opciones son válidas. En cuestión de toponimia y de etimología el que crea tener razón la pierde.

De cualquier forma, la documentación más antigua conservada se refiere a esta ría como de Mixeras, quizá en relación con el mijo, como Mijares en Santillana del Mar o Mijarojos en Cartes, apunta Diego. La boya que hay en la desembocadura se llama de Mijares y la cabecera de la marisma es la de Micedo. Todo encaja, acepto.

El mijo era el cereal más importante antes de la irrupción del maíz en Cantabria, de ahí que por ejemplo en Escobedo al maizal lo llamen mijotal. Probablemente toda esta ría sirviera de asiento a un cultivo masivo de mijo. La borona es hoy o ha sido en tiempos recientes de maíz, pero la palabra es prerromana, significa "pan" y en origen no sería de maíz, que es un cereal americano, sino seguramente de mijo. Haber sabido adaptarse es lo que ha salvado a esta palabra prerromana.

2023 ha sido declarado el año internacional del mijo por la ONU, un supercereal que va a volver a jugar un papel clave en la alimentación de la humanidad, tanto por sus propiedades nutricionales como por su gran productividad y adaptabilidad a diversos tipos de ambientes, en este caótico escenario de cambio climático, alerta Diego. Tendría que tener más presencia en parques y jardines además de por su función intrínseca en el sistema, por su especial interés como alimento para la fauna granívora. Plantarlo sería una acción cargada de simbolismo, propone.

El germen de la asociación Ría es vecinal. Nació el año 1991 de una preocupación: la contaminación de la Ría del Carmen y Boo. Por entonces todavía había vecinos que recordaban haberla disfrutado en relativo buen estado. Haberse bañado en ella, por ejemplo. A este poso se vino a sumar el movimiento ecologista de aquella época y el resultado es nuestra asociación, indica Diego.

Nosotros, mi generación, llegamos en 2004, cuando la asociación estaba a punto de disolverse. Nuestro enfoque no era tanto reivindicativo, o no solo, como también y sobre todo científico-técnico. Empezamos llamando a todas las puertas pero no nos abría nadie. Entonces hicimos un documental titulado Al fondo de la bahía. Todos quisieron participar: Paco Martín, que por entonces era Director General de Obras Hidráulicas y Ciclo Integral del Agua de la Consejería de Medio Ambiente, el Director del CIMA, Nacho Diego, María Jesús Calva, Ángel Duque, el Director de FerroAtlántica, etc. El documental se encuentra disponible en Youtube y otras plataformas. Redimensionamos la palabra ría, amplía Diego, y a partir de entonces pasamos a leerla también como Realización de Iniciativas Alternativas. 

Nuestro campo de trabajo es la fitorremediación.

¿Cómo la definirías?, pregunto.

Es la habilidad que tienen ciertas plantas y organismos asociados, porque las plantas para vivir necesitan estar asociadas a hongos y bacterias fundamentalmente en la rizosfera, la habilidad que tienen, decía, para limpiar, para depurar el ambiente en que se desarrollan, que puede ser suelo, agua o aire.

¿Y la rizosfera?

Es un mundo, de ahí lo de esfera, formado por las raíces, el sustrato sobre el que se desarrollan, el agua que está en los poros que hay entre las partículas de ese sustrato y todo un ecosistema de organismos microscópicos que viven en simbiosis con esa planta.

No grabo, tomo notas en un mazo de papel doblado para que tenga mayor consistencia. Lo hago rápido, no creo que se me haya escapado nada, pese a la agilidad de Diego y a lo novedoso de sus planteamientos.

Por ejemplo, las plantas del mundo están constantemente fitorremediando el aire. Producen oxígeno al tiempo que consumen gases nocivos. Pues bien, nuestra misión es ayudarlas a trabajar de una manera más intensa y especializada sobre un problema concreto, como estamos haciendo en el Plan Rialab, desarrollando un protocolo para utilizar plantas de la propia ría para tratar los sedientos contaminados acumulados en sus fondos.

¿Estaríamos hablando en cierta manera de domesticación?

Se lo piensa.

¿Podríamos establecer un paralelismo con la noción de jardín?, insisto.

Sí, sobre todo por lo que tiene que ver con la depuración de aguas residuales. En las phytobateas, que es la solución que nosotros planteamos, las plantas que estarían enraizadas en el fondo del humedal están flotando, y sus raíces forman una red tridimensional en el agua. Es un cultivo, en cierto modo. Lo que pasa es que el desarrollo posterior de la vida en ese llamémosle cultivo es impredecible, y se hace así con intención. No queremos que la phytobatea se quede en una mera herramienta, queremos que sea un hábitat. La phytobatea como condición de posibilidad para la biodiversidad, podríamos decir. Eso es lo que nos aleja de la domesticación o, si se quiere, eso es lo que nos obligaría a manejar otros conceptos.

Sus palabras me remiten a la idea de jardín en movimiento acuñada por Gilles Clément.

Le pido un ejemplo. Tina Menor, indica. Creamos la primera marisma flotante del mundo para una piscifactoría de dorada y lubina. Un humedal vegetal, completa, un sistema vegetal flotante a base de junco marítimo y verdolaga marina, que son dos especies clave de la propia Tina Menor. Hicimos seguimiento de la eficacia del sistema de depuración durante años, continúa, y con muy buenos resultados. Pero lo sorprendente es que se llenó de vida, sobre todo vida subacuática: peces y crustáceos que colonizaron toda esa rizosfera y la tomaron como espacio de reproducción principalmente: se llenó sobre todo de alevines de anguila, que ahora está en peligro crítico de extinción. La biodiversidad que se crea en este sistema contribuye a que funcione mejor. Las plantas son más resilientes y multifuncionales.

Asociados a las raíces de este tipo de instalaciones se desarrollan miles de especies de bacterias, son sistemas complejos con capacidades para transformar el medio en que se desarrollan, para depurar mucho más allá de los sistemas convencionales basados o en la aplicación de venenos o bien en la oxigenación artificial del agua necesaria para que se desarrollen comunidades bacterianas capaces de degradar los contaminantes, proceso que acarrea un alto consumo de energía.

Por contra, las plantas acuáticas son capaces de liberar este oxígeno de manera natural, ahí está la clave de la competitividad de nuestra alternativa, las phytobateas. La fuente es el sol, no hace falta electricidad, concluye.

Una de las aplicaciones en la vanguardia de nuestro sector, el del tratamiento de aguas por fitodepuradoras, para el que desarrollamos Phytobatea, es la eliminación de fármacos y otros disruptores endocrinos como cosméticos y otros contaminantes emergentes para cuya depuración los sistemas tradicionales no sirven, continúa. Es algo que se está legislando ahora a nivel europeo: la obligatoriedad de depurar estos contaminantes con impactos severos en el medio ambiente.

Es en este nuevo campo que las fitodepuradoras descuellan, es una de las tecnologías con mayor potencial. 

Otro sector clave es el de la gestión de las aguas de lluvia: puede parecer que viene limpia pero desde el momento en que toca el tejado o la calle, arrastra derivados del petróleo, metales pesados, etc., que terminan en medios naturales.

Traigo a colación la creencia de que el agua de lluvia es más fina que la corriente del grifo, por eso que se vean baldes al pie de los aleros en los pueblos. El pelo por ejemplo se cree que queda mejor, más suave, lavado con agua de lluvia, y Diego responde que sí, por no tener cal.

Nos detenemos junto a un seto recortado a dos palmos de altura. Le explico que nuestro jardinero respeta los nidos y que no echa productos químicos. Es de Herrera de Ibio. De la tradición al futuro, directamente, dibujo un arco en el cielo nublado con la mano y una bandada de gorriones levanta el vuelo.

No me gusta lo que los jardines tienen de dominación, subraya Diego.

En la Sierra de Parayas, en el Alto Maliaño, defendimos restaurar el Montezuco no como un parque, sino como monte, un concepto que en Cantabria va más allá de la mera elevación topográfica. Monte aquí significa bosque.

Un monte es mucho más rico y produce muchos más beneficios a la persona que lo transita o vive que una composición vegetal con fines meramente estéticos, que es lo que generalmente se asocia a un jardín.

Yo trataría de transformar estos jardines del hospital en un hábitat compatible con el espacio, posibilidades ambientales y fines humanos, Mario.

Con lo pobre que es y fíjate qué riqueza de avifauna hay. ¿Qué sucedería si fortalecieseis la biodiversidad? Lo primero, falta agua. En cuanto hay masas de agua disponibles la biodivesidad se dispara.

¿Qué propondrías?, le reto.

A bote pronto, trataría de aprovechar las aguas pluviales que escurren de los tejados sobre todo de los antiguos pabellones para crear humedales con vegetación que no requiera de gran profundidad de suelo para el desarrollo de sus raíces, dado que estos jardines están sobre tejados (todo el suelo está excavado, hay al menos dos plantas bajo nosotros). Tampoco perdería de vista la posibilidad de optimizar la gestión de las aguas de lluvia para el riego de espacios verdes.

Nos asomamos a un pozo donde las macetas están perfectamente alineadas. Unas contienen flores, como hortensias, otras árboles frutales, quizá de semillas que la gente planta en sus descansos. Son los propios trabajadores los que hacen lo que estamos viendo, informo, y a él, como en un acto reflejo, se le abren mucho los ojos. Lo primero que he visto al entrar en los jardines ha sido una avispa asiática alrededor de una planta exótica que no he sido capaz de identificar. Ha sido una impresión negativa fuerte. Esto que estamos viendo ahora lo compensa, dice conciliador.

Estos pozos manifiestan una necesidad: respirar, y saca una foto de uno de ellos.

Le propongo subir a la Biblioteca. De camino reconoce una especie invasora de las marismas, la chilca o Baccharis halimifolia y propone eliminarla con sal marina aplicada de manera selectiva, como alternativa a los herbicidas químicos de síntesis, un método desarrollado por la asociación RIA y probado con éxito en varias rías de Cantabria. Se ofrece a formar al jardinero.

Llegamos y le conduzco al Salón Noble. En la mesa que preside el espacio se firmó la fundación de la Casa de Salud Valdecilla. Se conservan fotos. Pese a sus grandes dimensiones, puede tener 5 metros de largo por 2 de ancho, es de una sola pieza. Ya no hay árboles así, aseguro. Él replica que alguno se salvó, y más cerca de lo que imaginas... Un día me gustaría que fuéramos juntos al Monte Parayas, invita, donde te presentaré a La Cajigona, el roble de más de 200 años que constituye la primera parada del Sendero de los Porqués, que creamos para contar la historia de ese monte, y a través de ella la de la construcción del paisaje litoral cantábrico. El panel de introducción al sendero incluye una frase de Cicerón que siempre me ha resultado inspiradora, y cita: "el porqué de los hechos es siempre más interesante que los hechos en sí".

Nos sentamos y le pregunto a bocajarro por la posible interacción de su ámbito de trabajo con nuestro entorno.

Se toma su tiempo.

Se me ocurre un proyecto de investigación que sirva para validar la eficacia de la fitodepuración con plantas autóctonas de humedal para tratamiento de aguas residuales hospitalarias y concretamente de ciertos fármacos predominantes en esas aguas. Sería precioso y del mayor interés. Además sería relativamente fácil de abordar porque el hospital ya dispone de los medios.

Respecto a los espacios verdes, yo no los llamaría jardines. Si los estáis redefiniendo, llamadlos de otro modo.

Se admiten propuestas, le animo.

Lo primero que me viene a la mente son esos pozos intervenidos por los trabajadores del hospital. Recurriría a esa imagen, a esa idea.

Lo que está claro es que un entorno cuidado es beneficioso para la salud. Para la de los pacientes, las visitas, los trabajadores e incluso para la ciudadanía en general. Esa asignatura la seguís teniendo pendiente.

Pero hay actitud, me defiendo.

Actitud, sí.

Lo que afecta a la naturaleza nos afecta a nosotros y biceversa. ¿Somos parte de lo mismo?, pregunto.

Por supuesto, asevera. Somos el Homo habilis pretencioso. Hemos conseguido desarrollar una tecnología cuyas consecuencias no somos capaces de controlar, estamos en el camino, pero seguimos en el paso del mono que sabe manejar palos, piedras y poco más, llamémoslo alcantarillado o ascensor. Pero sí creo que hubo un tiempo en que el ser humano vivió en equilibrio con la naturaleza, continúa. Dejamos de formar parte del ecosistema de manera integral con la domesticación de animales y plantas, es entonces cuando perdimos el equilibrio que manteníamos como especie. 

Las religiones son un buen biomarcador: las preindoeuropeas giraban en torno a una diosa madre, la naturaleza era fuente de vida. Ese equilibro en Cantabria llegó a su fin de la mano de Roma y el cristianismo.

La sacralización de los árboles, por ejemplo, añade. Que hubiera árboles sagrados nos habla de respeto. Nos sitúan respecto a nuestro entorno. En Cantabria se producían enterramientos debajo de los árboles totémicos, que son los mismos sobre los que luego se fundaban las iglesias. Seguro que en alguno de los anillos más profundos de esos grandes árboles de nuestros pueblos hay ADN nuestro, bromea.

Rememoro el tejo que protagoniza el cementerio de Bárcena Mayor y le confieso que mi abuelo materno no quería ser enterrado en el cementerio de Terán, que quería ser enterrado bajo el árbol concejil de La Castañera.

Diego no da crédito y me pregunta si era una decisión personal de mi abuelo o si respondía a alguna tradición cabuérniga.

Mi abuelo era muy del valle, me zafo.

Respecto a nuestra relación tradicional con el entorno, señalo el ejemplo de las brañas. Los clásicos creían que el primer hábitat del ser humano era el claro del bosque y que a este había que desbrozarlo. La tala, la apertura de claros, es el primer gesto, digámoslo así, humano. La naturaleza se torna consciente de sí misma cuando deja de serlo. Es esta brecha la que nos hace seres melancólicos, continúo.

Además de pretenciosos, puntualiza Diego.

Sí, concedo. Pero en Cantabria, como decía, además de los espacios obtenidos por quema y desbroce, como las bustas, que comparten familia con combustión, es decir, espacios arrebatados a la naturaleza, tenemos brañas, que son pastos naturales que simplemente ocupamos. No parece haber agresión ahí. En las brañas los seles, que es donde las vacas hacen noche, ni siquiera están intervenidos, solo sabes que están ahí si sabes que están, si no, ni siquiera los ves.

Las brañas parecen pastos naturales, Mario, pero son resultado de miles de años de ganadería extensiva, reconduce Diego. Su origen es natural, y en la última glaciación, durante los escasos meses en que las nieves se retiraban de nuestros montes, esas comunidades herbáceas formarían enormes praderas en las que pastaban manadas de los grandes herbívoros salvajes, algunos extintos hoy en día, como los bisontes o el uro, el ancestro de nuestra vaca tudanca.

El cambio es la única máquina del tiempo que existe, pienso, y me acuerdo de la borona, de mijo primero y de maíz después. De alguna manera, la vaca tudanca es un avatar del uro, es su traducción contemporánea. El tiempo que dure la vaca tudanca antes de extinguirse, al menos.

Pero las brañas que han llegado hasta hoy, continúa Diego, son el resultado de lo que vino después, de más de siete mil veranos subiendo las vacas al puertu, uno tras otro, en un equilibrio dinámico perfecto que, como comentabas, concede Diego, ha dado lugar a unas formaciones vegetales donde cuesta discernir qué se debe a la mano del ser humano y qué a la de la propia naturaleza.

Este es el principio inspirador de las soluciones basadas en la naturaleza como la que representa Phytobatea, y de la nueva manera de relacionarnos con el planeta hacia la que deberíamos dirigirnos como especie. Abandonar el modelo actual basado en la explotación de la naturaleza para pasar a un modelo basado en la simbiosis, concluye.

Nos levantamos, es hora de cerrar, apagamos las luces y salimos. Todavía quiero enseñarle el solar de la antigua escuela del hospital y los terrenos sin uso adyacentes.

Sigue lloviendo y arrecia el viento. La copa de la secuoya centenaria que asoma por encima del pabellón 21 se mece.

VIRIDITAS, 17. La aceba

En pandemia las hortensias de los dos balcones de la Biblioteca, el de la sala de formación y el de la sala de estudio, ambos con vistas a la bahía, se secaron. Eran de distintos colores. Sabemos que el color de las hortensias depende de la acidez del suelo. Murieron por igual.

Desde entonces las macetas están libres. Tenemos el proyecto de sembrar en ellas plantas relacionadas con nuestro entorno, sea la biomedicina o el paisaje cántabro. Por ejemplo, las clavelinas queridas por Gerardo Diego, cuya fundación custodia una de las más importantes bibliotecas de la Edad de Plata, o los alelíes de José María de Pereda, los narcisos y las quitamiriendas que anuncian a los pastores el tiempo de subir a los pastos de altura y de bajar, respectivamente, el cardo arzolla, la genciana, el ajo antojil, las siemprevivas, etc.

Así se lo expongo al responsable de jardinería del hospital, que ofrece su ayuda.

Estos balcones hacen un poco a mediodía, son un buen sitio.

¿Y eso qué significa?, pregunto.

Es algo que decían los antiguos. Significa que les da el sol la mitad del día, luego quedan en sombra. Eso es bueno.

Me trae de regalo una aceba. Se reconoce por los frutos, rojos. Es hija de la que crece al pie del pabellón 21, el de Dirección, señala. La madre está allí desde el origen. Es tan antigua como las palmeras o la secuoya. 

Como la Biblioteca misma, añado.

Cambiamos la tierra de las macetas. Se lleva la vieja y reseca, endurecida, en varios cajones. La nueva se ve fértil. Se lo agradezco.

viernes, 1 de septiembre de 2023

VIRIDITAS, 16. Entrevista a Isabel Cofiño, historiadora del arte

El sol es mucho y cae a plomo. La sombra de la sede de la Fundación Caja Cantabria se delinea con total nitidez en el suelo. El de Tantín es un edificio de estilo neomontañés diseñado por Lluis Domènech i Montaner, maestro de Gaudí. Isabel Cofiño me espera enfrente, a la sombra del Paraninfo de la Universidad de Cantabria, cuya Aula de Patrimonio Cultural coordina. Es Doctora en Historia del Arte y comisaría junto con Julio Polo la exposición Sacro&Profano: Maestros Antiguos de las Colecciones del MAS y la Fundación Caja Cantabria. Su contacto me lo ha facilitado Juan Muñiz, Director de la Fundación y Bibliotecario de Honor de la Biblioteca Marquesa de Pelayo. La idea es fijar la genealogía de la noción de paisaje desde el arte, en particular la pintura. Nos presentamos y entramos juntos.

Propongo empezar la visita por el final, por el espacio dedicado a retratos porque hay uno en concreto cargado de simbología que entiendo puede conducir la conversación en muchas direcciones, todas interesantes. Se trata del retrato de María Luisa de Orleans, esposa de Carlos II apodado El Hechizado, atribuido al pintor Juan Carreño de Miranda, datado entre los años 1680 y 1683. Pertenece a la Fundación Caja Cantabria. En el cuadro la reina consorte deposita un collar de perlas en una concha que sostiene con la mano izquierda. Dentro de la concha hay un coral rojo.


Tomo una foto de detalle con el móvil, que, por cierto, no utilizo para grabar nuestra conversación (solo voy tomando notas a vuela pluma en un mazo de folios doblados para que sea más firme), y pregunto a Isabel por la razón de tantos elementos aparentemente extraños.

No lo son tanto si conoces su alcance, aclara.

La concha se relaciona con el agua, que representa la vida, es decir, este primer elemento se puede tomar como símbolo de fertilidad. Las perlas simbolizan la capacidad procreadora de la mujer. Ten en cuenta que esta mujer vino a España a ser madre, a tener descendientes. Infructuosamente, sentencia. Por último, en un contexto con altísimas tasas de mortalidad infantil, el coral rojo es símbolo de protección.

El coral rojo también forma parte de la batería de amuletos que se ponían las nodrizas pasiegas. Danitu trajo puesto un collar de coral el día de su entrevista. A este tipo de amuletos se les llama aminículos. Se ponían también a los bebés. Las pasiegas eran muy consideradas como nodrizas, en Madrid, en Sevilla y en otras grandes ciudades españolas, probablemente por simpatía, es decir, por relacionarlas con la leche de las vacas pasiegas, muy rica en grasa. Hoy apenas quedan ejemplares de esta raza autóctona, y es una pena. Son vacas pequeñas y rojas.

El paisaje pasiego es protocapitalista. Aprovechando el florecimiento de las ciudades que trajo consigo la Edad Moderna, los pasiegos sustituyeron la ganadería extensiva común a toda la Cordillera Cantábrica, de origen milenario, por otra intensiva centrada en producir grasa que convertían en productos lácteos que vendían en mercados urbanos. Es una adaptación muy inteligente porque el queso se transporta mejor y es más caro que la leche, y lo mismo la mantequilla y otros productos derivados de la leche. El paisaje pasiego actual viene de entonces. Tiene un valor inmenso. Las inscripciones más antiguas que podemos encontrar en los dinteles de las cabañas pasiegas son de la misma época que este cuadro ante el que nos hemos detenido.

Y una cosa más, señala Isabel antes de continuar nuestra visita: fíjate en los rasgos de la mujer: son muy parecidos a los de su marido. Esta característica recibe el nombre de "androginia marital". La nariz, la boca..., son las de su marido y no, por cierto, por ser él más guapo que ella. Al contrario, parece que ella era una belleza. Salió perdiendo, eso seguro. La estás viendo a ella y le estás viendo a él. No sabemos por qué pasa esto, reconoce Isabel, pero es común entre los Austrias.

Quizá sea símbolo de pureza, propongo. De pretendida pureza, completo.

Podría, acepta Isabel conciliadora.

Enfrente de este cuadro hay otro y al lado otro más, ambos de reyes españoles, de una nueva rama familiar, los Borbones, que van endulzando la expresión y superando en los ropajes la adustez y sobriedad de los Austrias, dejándose notar la influencia de Versalles, el lujo.

Es con los Borbones que sucedieron a los Austrias que se da el paso de la monarquía absoluta al despotismo ilustrado. Estos tres cuadros muestran esta transición muy bien, valora Isabel.

Aprovecha para explicar el reto que plantea un retrato, cualquiera. El retrato está destinado a emitir un mensaje: esto es lo que quiero que veas pero no solo pues lo que se ve también educa la mirada del espectador. 

Ver es un proceso biológico y mirar, cultural, trato de aportar.

Efectivamente, concede.

Los Borbones imponen academias, sigue. Su objetivo último es controlar el discurso. Todos los que quieran hacer algo deben hacer lo mismo que todos. Como consecuencia, por ejemplo, nuestra afamada cantería llega a su fin, desaparece.

Hemos buscado Raquel y yo la casa natal de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial. Se conserva una casa preciosa en Roiz que es probable haya habitado, pero los vecinos aseguran que no es esa en la que nació. Su casa natal era menos noble, era una casa baja y estaba al lado del cementerio. Fue derribada hace pocos años para ampliar el aparcamiento. Esta tenía cuadru, una solución tradicional que consiste en una estructura de madera que soporta directamente el tejado. Las paredes de piedra únicamente envuelven esta estructura. El cuadru se armaba en verano y se ponía el ramu cuando se terminaba el tejado. Se levantaban las paredes de piedra coincidiendo con la llegada de las lluvias. Es difícil no reconocer el cuadru tradicional en el cubo que servía a Juan de Herrera como inspiración. Lo mismo cabe decir del cubo de Juan de Herrera en la obra de Moneo. Se suele dar por supuesto que son las élites las que hallan las soluciones y el pueblo llano el que las desvirtúa, pero esta creencia es solo eso, una creencia, y como tal está cargada de intención.

La pintura, la arquitectura y otras artes no son neutrales. Tampoco es inocente la lectura que hagamos de ellas.

Otro género contemplado en la exposición son las naturalezas muertas. Este género engloba todas las pinturas en las que aparecen elementos inanimados, cosas. El bodegón es un subgénero de la naturaleza muerta. En él se representan comidas, bebidas y utensilios afines. Esta es la definición académica. Pero en la exposición se incluyen dos bodegones, así categorizados, pese a haber varias mujeres representadas en ellos. Uno se titula Vendedora de ostras y otro Bodegón con mujer, los dos anónimos. Son obras del mil seiscientos y ambos pertenecen a la Fundación Caja Cantabria.

Gramaticalmente cuando coinciden un hombre y una mujer en una frase los adjetivos concuerdan en masculino. Pero también pasa cuando coinciden una mujer y un animal: "una mujer y un perro blancos", por ejemplo.

En este caso parece que aquellas cosas que identifican Vendedora de ostras y Bodegón con mujer como bodegones prevalecen sobre las mujeres en ellos representadas.

Nada raro para la época, nada raro en la nuestra corregirlo.

Ciertamente, tendremos que reconsiderar su adscripción, indica Isabel. Son más escenas costumbristas.

Otro subgénero además de los bodegones dentro de las naturalezas muertas es el que atiende a los cuadros de flores. En la Edad Media no era nada raro que las representaciones de la Anunciación o de la Encarnación vinieran acompañadas de flores. Progresivamente, desde el s. XV y a lo largo de la centuria siguiente, el arte floral se fue independizando hasta convertirse en un género en sí mismo. El detonante se localiza en Flandes. Se explica por el desarrollo hortícola que tuvo lugar en los albores de la Edad Moderna, que dio un claro impulso a la jardinería, además de por la llegada de nuevas especies desde América. Los botánicos recurrieron a artistas capaces de reproducir minuciosamente las nuevas especies y los tratados y repertorios florales ganaron en detalle.

Foco de enorme influencia fue la imprenta de Cristóbal Plantino en Amberes. El propio Rubens perteneció al círculo de este impresor, también relacionado con Justo Lipsio, erudito que a su vez estaba relacionado con Carolus Clusius (Charles de L´Écluse), uno de los más destacados botánicos del mundo. Es de estas relaciones de donde surge el interés de Rubens por la jardinería y el detallismo con que representa plantas y flores en sus creaciones. De su mano, el reino vegetal se estandariza.

Sus modos de representación, completa Isabel.

No hay un estado natural de las cosas, asiento.

Dentro de los bodegones con flores hay una variante significativa que son las guirnaldas. Estas presentan un motivo central de temática religiosa rodeado de flores. 

La guirnalda se suele asociar a ideas de pureza, amor, fertilidad, abundancia, sacrificio, poder o virtud de la figura representada, amplía Isabel. Esta carga simbólica las aleja de las naturalezas muertas, que en principio no van más allá de la mera formalidad de lo representado, aunque ya hemos visto que esto no es posible, que siempre hay una carga de profundidad a punto de detonar.

Para la exposición se ha seleccionado Guirnalda con Virgen y el Niño, anónimo flamenco de mediados del setecientos perteneciente a la colección del MAS. El contraste entre la escena religiosa, a oscuras, y las flores, a plena luz, es muy acentuado.

Por último, el paisaje. El origen de este género se encuentra de nuevo en los países del norte. La Reforma rompe amarras con la Iglesia Católica y se cancela toda imaginería religiosa. En consecuencia, también se cancelan los encargos. La alternativa se encuentra en el paisaje. Es la rampante burguesía local la nueva fuente de ingresos. La burguesía y la decoración.

El origen del paisaje como género se sitúa en la Adoración del Cordero Místico (1432) de los hermanos Jan y Hubert van Eyck, fija Isabel. Pero la primera vez que se emplea el término "paisaje" es en Italia. Frente al amor por el detalle del paisaje holandés, el italiano es un paisaje idealizado. En Holanda cada cosa es, digamos, el recurso mnemotécnico de una idea, todo tiene un porqué, aclara. Así por ejemplo en el retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434) de Jan van Eyck, donde se presenta una amplísima panoplia de objetos cargados de significado, como las naranjas.

Muchos de nuestros paisanos recuerdan haber recibido naranjas como regalo de Reyes, eran consideradas un auténtico capricho, informo. No sé qué significado tendrán las naranjas en este cuadro del mil quinientos, probablemente sean símbolo de eso, del lujo, pero, añado, los escarpines que calza la figura masculina me parecen una forma de mostrar respeto por la convivencia en común (respeto que, por cierto, no tiene correspondencia en el título de la obra). En las casas tradicionales cántabras los pinos o clavos de madera, también los de forja, de las tablas del suelo están remetidos, rehundidos para que, precisamente, los escarpines no se enganchen, porque en casa se estaba en escarpines, para no estropear el suelo y no hacer ruido, en definitiva, para no molestar.

Isabel continúa su explicación remarcando la diferencia entre el paisaje holandés primigenio cargado de detalles y el temprano paisaje italiano idealizado. Este recogía vistas de la campiña romana a media luz que sirven de marco para escenas bucólicas, mitológicas o religiosas.

El paisaje italianizante es acuñado en el taller veneciano de la familia Bassano, amplía Isabel. A esta escuela pertenecen dos cuadros anónimos de la exposición, uno dedicado a la primavera y otro al otoño, ambos del s. XVII. En el primero se ven dos figuras a lo lejos que, apunta Isabel, quizá representen a Adán y Eva.

Vuelvo a hacer una foto de detalle con el móvil.


Adán y Eva antes ocupaban el primer plano. Ahora el primer plano lo ocupa lo que antes estaba al fondo, el paisaje. Y resulta que Adán y Eva no estaban solos, que había más gente, digo. Efectivamente, el cuadro está muy animado.

Es una sorpresa, sí, reconoce. Cuando este cuadro llegó a nosotros estaba muy sucio. Fue al limpiarlo que aparecieron estas dos figuras. No sabíamos que estaban ahí.

No es que el pintor nos invite a mirar detrás del caballete, tal y como hace Velázquez en Las Meninas, propongo, es que el caballete se ha desplazado al fondo de lo que veíamos antes. Adán y Eva son ahora un recordatorio de los orígenes.

De los orígenes del género de paisaje, al menos, admite Isabel.

En las ramas posados y también volando alrededor del árbol, golondrinas. Tienen el pecho rojo. En el mundo tradicional cántabro las golondrinas son tenidas por señal de buen augurio. Nunca se quitan sus nidos si los hacen en casa. Se toman medidas para que no ensucien, pero no se retiran, a nadie se le ocurriría hacerlo. En casa de mis padres han anidado en el garaje. Mis padres han abierto un paso en el portón para que puedan entrar y salir cuando quieran, y se preocupan de retirar cuando hace falta cartones que han extendido previamente en el suelo para que no manchen. Pero no las echan. Se lo cuento a Isabel, que trae a colación la Puerta de los Pájaros que construyó Gaudí en Comillas. Ella relaciona esta portalada con la transformación de Comillas en escenario teatral con motivo de una visita que hicieron los reyes invitados por el marqués. De aquella visita debe el título de primer pueblo de España con luz eléctrica.

La portalada comillana presenta tres accesos: para los animales y carruajes, para las personas (y hasta ahora la solución es común al resto de portaladas tradicionales cántabras) y (he aquí lo que hace a esta portalada una obra maestra) para los pájaros.

¿Qué será, una idea original de Gaudí o se inspiraría en algún paisano cántabro, en alguna casa cántabra?, planteo. 

No lo sé, reconoce Isabel, pero es una maravilla.

Las golondrinas son tan queridas porque se cree que quitaron las espinas a Jesucristo, por eso lo del pecho rojo, por la sangre, aclaro. En realidad es porque se comen los insectos que rondan la casa, las moscas, los mosquitos, etc.

Golondrinas, pues, dice. No las habría reconocido, concede.

Nos acercamos entonces a las primeras obras, que serán las últimas nuestras. Están junto a la puerta de la sala de exposiciones. El montaje es excepcional. Son unos cobres barrocos prototípicos. El artista de la época tenía a su disposición una batería de soluciones llamadas "fórmulas recetarias", que combina. Proceden de colecciones de grabados. Rubens fue pionero en este mercado. Varios de estos cobres están atravesados por rayos de sol que se abren paso entre las nubes. En Cantabria se les llama lugas, del latín LOCUS, "lugar". En Cantabria, a los claros de sol los hermanamos con los lugares, remarco. Un claro en el bosque es el lugar prototípico.

La última obra en la que nos detenemos es Sagrada Familia con San Juanito (ca. 1646-1650) de Valerio Castello, de la colección del MAS. Aparenta estar desenfocada, y se lo digo. Responde que es fruto de una conquista, la de la perspectiva atmosférica. Primero fue la perspectiva lineal, que recortaba las figuras. Mejoraba la medieval, plana. Pero el resultado era artificioso. Fue Leonardo da Vinci el primero que supo representar lo que había alrededor.

Leonardo da Vinci encontró la técnica.

El artificio para aparentar naturalidad, añado.

Exacto, concede Isabel.

La mujer representada está abrazando a un niño y parece que nos acoge también a nosotros. El calor de su abrazo es sincero.

Salimos, se nos ha hecho de noche. Luce la luna, la claridad está en todo.




Las tres últimas fotografías están cedidas por la Fundación Caja Cantabria para el presente proyecto.

VIRIDITAS, 15. Los últimos claveles antiguos

Vamos al pueblo de Rubalcaba a buscar claveles antiguos. Fue Danitu, divulgador de cultura popular cántabra, además de técnico medioambiental, el que nos puso sobre la pista. Son más pequeños que los habituales hoy día. Se parecen a clavelinas pero con menos pétalos. No los he visto en ningún otro lugar, indica.

Aparcamos frente a una antigua tienda. Dentro el tiempo parece haberse detenido. La regenta una anciana cuyo maquillaje se empasta con el ocre de las paredes. Tras el mostrador de madera, encima de una puerta que permanece cerrada, se exponen varias mariposas clavadas con alfileres, las de un lado de día, de colores, y las del otro grises y de mayor tamaño. Unas hacen bonito y a las otras las matamos cuando entran de noche, aclara.

Si seguís, encontraréis una casa que conserva claveles antiguos en el balcón, añade. Antes había muchos, en todas las casas alguno, pero ya no.

La hilera donde se encuentra la casa está al lado de la capilla. A simple vista se reconocen varias palabras en latín de una antigua inscripción. Los sillares de la capilla están reutilizados. La casa es la que hace esquina. Tiene planta baja con puerta de cuarterones, planta superior con balcón y encima el soberáu, que es donde antiguamente se guardaba la cosecha.

Está abierto el cuarterón de arriba, llamamos a la puerta con los nudillos pero no contesta nadie. En el balcón hay varias mantas tendidas al sol. Los pocos tornos que se ven están dispuestos a la suficiente distancia como para que no quepa la cabeza de un niño y evitar así accidentes. Es esta otra de las funciones tradicionales del balcón, la de dejar en él a los hijos solos, a la vista de los padres desde las tierras de labranza o al cuidado de los vecinos, que pueden atenderlos desde la calle. Se trata de una casa antigua construida pensando en el futuro, en los niños. Está aparentemente vacía. Entre los tornos cabecean al aire un par de claveles.

Son pequeños, rojos y poco vistosos pero preciosos.

martes, 1 de agosto de 2023

VIRIDITAS, 14. Entrevista a Danitu, divulgador de cultura popular

Nos conocimos en el homenaje a un músico tradicional cántabro celebrado en Unquera. Raquel y yo le preguntamos por un llamativo ramillete de pequeñas flores amarillas que llevaba prendido de la sudadera con un alfiler. Raquel, que es mi pareja, además de ser joyera de profesión ha trabajado en una floristería.

Perdona, ¿qué flores son esas?

Siemprevivas (Helichrysum stoechas), responde.

Son las mismas que recuerdo de mi abuelo cabuérnigo, replico. El abuelo de Raquel también era de un pueblo a orillas del Saja.

Él es de Obeso, en el Nansa. Se llama Danitu, así le llaman y él lo pide así. Es técnico medioambiental además de divulgador de cultura popular, que es como a él le gusta definirse. Su especialidad son los cantares antiguos. Los interpreta y sobre todo los contextualiza: que el sol no rueda sino que corre por el cielo o que las plantas se ponen por fuera para aprovechar el agua de lluvia además de para que al regarlas el agua no pudra la madera del balcón, por eso que los mozos pudieran coger un clavel camino de la romería y ponérselo detrás de la oreja, por ejemplo.

Muchas letras tradicionales parecen opacas pero con él al lado no.

¿Puedo hacer una foto a las flores?

Estas que llevo ahora las cogí en Caloca, informa. También las hay en los acantilados, por ejemplo en el camino a la ermita de Ubiarco.

Habrá entonces también en el camino que lleva a Cabo Mayor, en Santander.

Las habrá, sí.

Trabamos conversación en un corro en el que la palabra se repartía como se hace con las avellanas, de una en una, con respeto. El sol corría enardecido, el calor era mucho. Le hablamos de Viriditas, le pedimos colaborar en el proyecto y aceptó no sin antes preguntar por la razón del nombre.

Viriditas es lo mismo que el cabuérnigo tiez, que es el vigor, la fuerza que mantiene a las plantas y a los árboles en pie, contestamos. Es una palabra clásica. La cabuérniga nos la explicó una vecina del pueblo de Renedo a cuya puerta de casa llegaban rodando las cerojas que caían de un frutal muy antiguo y comunal al que cuidaban antaño las niñas del pueblo.

Ese primer día lo dejamos así. Tardamos prácticamente un mes en volvernos a ver pero lo importante es que nos volvimos a ver. Paso a limpio estas notas al día siguiente de nuestro segundo encuentro, en el hospital.

Nos citamos en el hall del Edifico 2 de Noviembre. Se suma Raquel. Nos encaminamos hacia los jardines pero por fuera, evitando los pasillos del hospital, y, a la vista de la escultura de metal que parece un rayo, le preguntamos por los mismos.

Las chispas, corrige él y añade que son una de las tres cosas que más miedo despiertan en el mundo tradicional. Las otras dos son los lobos y las culiebras. Por curiosidad busco mientras escribo estas líneas y no encuentro descriptores DeCS específicos. Se preguntaba un soldado español en sus memorias que quién mejor que ellos, los protagonistas, para hablar de lo sucedido en la Conquista de América, y es cierto. La víbora de Seoane, de la que se dice que se muerde la cola para alcanzar rodando a la víctima, el ouroboros clásico, cuya mordedura puede provocar un cuadro potencialmente mortal, solo se encuentra en la Cordillera Cantábrica: o nosotros o nadie.

Para las chispas se encendía una vela en la palmatoria y no se apagaba hasta que pasaba la tormenta. También se rezaba alguna jaculatoria. O se ponía un poco de laurel del Domingo de Ramos por detrás de la puerta de casa. En muchas permanece desde la última vez, hace muchos años, seco ya, sin que se recuerde por qué se puso. Por detrás también un espejo de mano, para peinarse fuera. En la calle es donde más luz hay. Por eso se cosía en la calle. En casa estaba la máquina, así la llama Danitu, que solía estar en el cuartu más soleado, próximo al correor o en el mismo correor.

En el Nansa al balcón se le llama correor. En Cabuérniga correor se dice hasta el pueblo de Fresneda, incluido, y en adelante, aguas abajo, balcón. 

El balcón es un espacio liminal de la casa, polifuncional: así, se utilizaba y todavía hoy se hace para tender la ropa, plancharla entre cantos de río planos, secar parte de la cosecha, por ejemplo maíz, que se exponía en distintos tipos de atados, como las llezas, cuidar a los niños pequeños, por eso que la distancia entre los tornos sea tal que no quepa una cabeza, o cuidar también de los ancianos, a los que se sentaba en poltronas hechas de varas de avellano llamadas zarzos. No puedo evitar pensar en los balcones o quizá mejor decir terrazas de los pabellones del hospital, de estilo neomontañés, donde se sacaba a los pacientes a tomar baños de sol.


/Paciente acompañado de doctor y enfermeras en una de las terrazas de los antiguos pabellones de la Casa de Salud Valdecilla, ca. 1940/

Si las chispas dan miedo también las corrientes de aire, que son sus vías de comunicación. Si hay tormenta, las puertas y ventanas tienen que permanecer cerradas. Por lo mismo, en el monte hay que tener cuidado con los lugares donde haga corriente, en particular los collaos y otros altos y pasos. Así por ejemplo La Cotera´l Prau´ Los Rayos en la Sierra de Cos, indica.

Le cuento que cuando se terminó el tejado de las tres torres del hospital se puso un ramo para rematar la obra, que yo lo vi. Pero no recuerdo de qué árbol se trataba.

De fresnu sería, responde. También podría ser de acebu o, una vez más, de laurel.

De acebo, me viene entonces a la memoria.

El verbo que se utiliza para el ramu es poner. Se pon, y Danitu lo conjuga de esta manera, para celebrar el final de una obra o al acabar la hierba, por ejemplo. El último tractor que baja de las tierras todavía lleva puesto un ramu arriba, asegura.

El ramo de acebo de las tres torres fue sustituido al día siguiente por una bandera que duró pocos días más, también me acuerdo de eso.

La hierba se acaba (es este el verbo que utiliza) en agosto. Se celebra entonces una feria muy conocida en el Prau Socoyu de Puentenansa. Las fiestas suelen ser en verano. Luego por San Miguel vuelve a hacer bueno, aunque por poco tiempo, y la hierba respinga: es la toñaa, que también se aprovecha.

No hay que confundir la toñaa con el tardíu. La toñaa es ese brote que indico, aclara. La toñaa no es el otoño, aunque San Miguel de alguna manera marque el inicio del otoño. El otoño es para nosotros el tardíu.

Socoyu porque está protegido del viento. Pertenece al mismo campo semántico que escalleasubiu sotámbaru, todas palabras cántabras.

Mi abuela materna estrenó su primer vestido en esa feria, comento. Era de San Sebastián de Garabandal, aclaro. 

Que nosotros decimos Bastián, completa Danitu. Por cierto, que sus fiestas son en invierno: San Sebastián y San Sebastianucu, con tan solo una semana de diferencia, una anomalía que no acierto a explicar. 

Eso es, concedo.

Lo cosió en un cuartu que había en el correor, continúo, que, de acuerdo con lo que decías antes, Danitu, es donde estaba la máquina de coser. La tela la compró vendiendo avellanas de Guzabreru, en Peña Sagra.

Las renoveras vendían avellanas o rosquillas pero sobre todo avellanas, indica Danitu. Se llevaban a los que no habían ido a la romería. Eran los perdones. Los perdones por haber faltado. Se hacían unos paquetucos así, y Danitu los imita con un pañuelo de papel, y las avellanas se metían dentro. O caramelos también.

En Bilbao, Nueva York, Bilbao, una novela que ganó el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica hace algunos años, Kirmen Uribe reproduce un cuadro de Aurelio Artetdonde aparecen representadas unas chicas vestidas con ropas modernas que vuelven de la romería con rosquillas ensartadas en pequeñas ramas de árbol.

Lo mismo, perdones, afirma.

Con Kirmen Uribe tenemos relación, no estrecha pero sí nos conocemos. También tenemos Raquel y yo un dibujo original de Aurelio Arteta en casa.

Las ramas podían ser de laurel o también de fresno, que es muy apreciado por ejemplo entre pasiegos, por eso que a cada cabaña le acompañe uno de estos árboles, salvo en Resconorio, donde son tejos, Luena, donde son abedules, y el entorno de Las Machorras y La Sía, donde son ujulobu (serbal de cazadores). Porque son más aptas para ello. Por ser de hoja perenne o porque son más rectas, quizá, sugiere Danitu.

Sigo explicando, a fuer de excederme, que mi abuela se hizo su primer vestido con el dinero de las avellanas de Guzabreru que había cosido en el cuartu del correor de su casa de San Sebastián de Garabandal y que lo estrenó en la feria de Socoyu, donde no soplaba el viento, pero que lo más importante es que cuando el vestido ya estaba gastado, se hacía otro que se le pareciera, otro lo más parecido posible al primero.

Que los vecinos valorasen lo cuidadosa que era.

Me gusta ese componente de nuestra cultura tradicional, apunta Danitu tras un silencio instalado fugazmente entre los tres, la moderación.

La sobriedad, coincidimos Raquel y yo.

Se nota también en la vestimenta, poco dada a los excesos, y en los accesorios, amplía. Danitu nos habla entonces de arracadas de campanillas, de pendientes de pata y careta y otros tipos tradicionales. Saca a colación un cantar, que dice:

Los pendientes que tu tienes
campanillas de oro son
descansan en tus orejas
posan en tu corazón.

Danitu lleva puestos sendos aros y un sencillo collar de coral de una sola sarta, como de pasiega antigua. Su bien más preciado, por eso no se lo pone, es una pulsera de metal hecha por un familiar suyo en un campo de concentración.

El abuelo de Raquel también estuvo recluido en uno.

Raquel define su joyería como popular y contemporánea. En su última propuesta trabaja con antiguas fotografías de mujeres cántabras al aire libre. Cala su silueta en latón. Cuando te pones el broche asomas tú, explica.

¿Qué plantas se podrían esperar en un correor, Danitu?, preguntamos.

La buena moza o begonia. Danitu conserva la de su abuela que acaba de pasar a tierra. También nosotros tenemos una cinta de mi abuelo en casa. La pesetera o planta del dinero. Sus flores se parecen a las de las ortigas pero más blancas, aclara. Es de invierno. El cactus de Navidad. Este ya no sé si es de siempre o si solo es que le conozco yo de siempre, duda. La flor de cera. Es muy difícil que florezca, advierte. Resulta que tenemos una en el edificio enlace del hospital, florecida. Es probable que se haya rescatado de la antigua Residencia Cantabria. Las alegrías, añade. De verano. Los geranios, claro.

Le preguntamos entonces por los claveles.

Había, pero no los de ahora. Los del país eran parecidos a clavelinas pero más grandes. Los vi hace poco en el pueblo de Rubalcaba. 

¿Por qué crees que desaparecieron o están a punto de desaparecer?

Responde inmediatamente que porque no se venden, y matiza que quizá porque el clavel interesa más como flor cortada.

Esas imágenes de paisanos con claveles en la oreja se entienden en este contexto, continúa.

¿Y qué otras en el huerto?

Hay que diferenciar la güerta del güertu. La primera está colindando con la mies y en ella hay maíz, alubias, patatas, etc. El güertu está enfrente de casa y, para entendernos, en él se cultiva lo que se echa a la ensalada.

Recuerdo que en cántabro el género también sirve para calificar, siendo comparativamente mejor o más apreciado el femenino. 

En el güertu hay pitiminís. Sus flores no abultan más que esto, y junta lo dedos como si fuera a coger un pellizco de sal. También crisantemos. Es la flor que se pone o ponía a los muertos. 

Los crisantemos florecen coincidiendo con la festividad de Los Difuntos. La víspera las mujeres y los críos subían al cementerio, y se refiere al de Obeso, con un cestáu de flores, sorrapiaban la tumba, es decir, dejaban la tumba en tierra, así mismo lo explica, y la adornaban con flores.

¿Cómo lo hacían?

Posaban flores, no las espetaban. Se marcaba el borde y dentro dibujaban un cruz y también podían poner RIP o más tarde DEP con pétalos.

Si había otras flores, pues otras. Pero sobre todo crisantemos. Los crisantemos estaban en los güertos para eso. Todo tenía su porqué.

La muerte estaba dentro de la vida, no juera.

Tras una breve pausa, Danitu incluye hierba luisa, que tenía uso ornamental y medicinal, y romero y orégano, para cocinar.

En el capítulo de las puramente ornamentales, rosas y claveles. Estos no estaban solo en macetas. A última hora también hortensias. A estas es probable que las introdujeran los indianos.

El color de las hortensias depende de la acidez del suelo. Cuanto más ácido, más azul. 

Pregunto por la costumbre de enterrar hierros oxidados cerca para influir en el color, clavos o restos de aperos, y se ríe. Tampoco sirve tener las plantas metidas en viejos cubos de metal, aunque sea frecuente verlas así.

El cazu roto primero es para que coma el perru y luego se utiliza como tiestu, concede. Pero no sirve.

¿Y fuera del ámbito doméstico, qué flores se cogían?

El mes de mayu es el de la Virgen. Las mujeres y los críos subían al monte a buscar flores para ofrecérselas. En el pueblo de Lafuente de Lamasón me contaba Tina, una vecina, que iban a buscarlas a los invernales de Arria.

El agua de este mes aseguran que es la mejor que hay.

El pelo se procuraba lavar con agua de lluvia. Si con manzanilla, mejor. Mi madre que tiene el pelo claro lo ponía a secar en la baranda del balcón, al sol, explico.

Es normal todavía hoy ver baldes puestos al pie de los canalones por donde cae el agua de lluvia, para hacer uso de ella, continúo. Dicen que es un agua más finu, y hago uso del conocido como neutro de materia, que consiste en que cuando el sustantivo es incontable, el adjetivo concuerda como si fuera masculino, como por ejemplo en agua finu, arena blancu o hierba frescu. Es un rasgo lingüístico patrimonial muy valioso.

¿Y qué flores los hombres y las mujeres?

Las mujeres se las prendían con alfileres y los hombres sobre todo en el ojal.

Para la acción de ponerse flores Danitu emplea el verbo echar.

Frescas, es decir, las cortadas, las mujeres se echaban rosucas de pitiminí. En general, las que florecen en verano. Se las prendían a la izquierda o también aprovechaban el alfiler del pañuelo que llevaban al cuello.

Los hombres se solían echar flores secas, sobre todo siemprevivas. Pero también frescas, en cuyo caso destacaba el clavel del país, detrás de la oreja. También podían llevar un ramillo de laurel, y así lo explica Danitu, o una pluma de la pava verde o pavo real en el galón del sombrero.


/Foto de Viérnoles procedente de la colección de Danitu/

Seguimos paseando por los jardines. Nos asomamos a uno de los pozos y reconoce dentro un niespral, un níspero.

Los niesprales, las palmeras, las magnolias, los cipreses, las secuoyas, el bambú, que suele estar en las traseras de las casas, indica Danitu, las hortensias, son todas especies indianas. El mantu de la Virgen o cala probablemente también lo sea.

En este hospital no faltan ejemplos. A fin de cuentas el Marqués de Valdecilla emigró con tan solo catorce años a Cuba, de donde retornó rico, y anciano.

El niespral no es lo mismo que el abadejal, nuestra variedad autóctona, cuyos frutos no maduran en el árbol. Se recogen duros a finales de año y se dejan fermentar en el pajar o envueltos en papel de periódico o entre manzanas. Cuando están joyecos, es decir, un paso previo a la putrefacción, se comen. Parece compota. Es un sabor antiguo al que se tiene que acostumbrar el paladar. Es seguro que los abadejos le encantarían al cocinero Redzepi del NOMA de Copenhague.

Este tipo de conocimientos tradicionales nuestros podrían tener mucho futuro, si los supiéramos aprovechar.

Todo tiene su tiempu, indica Danitu.

El tiempu de que las vacas estén en la cuadra porque no pueden estar en el puertu, por ejemplo. Las pautas son importantes cuando la vida está ligada a la naturaleza, que avanza cumpliendo etapas y es además cíclica. Sabes a qué atenerte.

Ahora con el cambio climático, no tanto, indico. O es que quizá tengamos que adaptarnos a una nueva pauta, en cuyo caso cuanto más amplia sea nuestra batería de conocimientos, mejor, porque tendremos más donde elegir, más probabilidades de una adaptación exitosa. A estas alturas, es una cuestión de supervivencia no solo cultural sino sobre todo como especie. Bueno, en realidad una va ligada a la otra, acierto a decir.

Todo está ligado, concede Danitu. A veces la relación es evidente, como la que hay entre los crisantemos y los muertos. Otras no tanto, como ocurre con el laurel y los rayos o el agua de mayo y las flores. No sé por qué los antiguos solían casarse en invierno pero sí que los nacimientos se procuraba que fueran antes del verano para que las mujeres pudieran hacer la hierba tras el parto.

Los hombres disfrutaban de periodos de descanso, aunque podían aprovechar para ir de serrones, es decir, de leñadores, por ejemplo a Galicia o Navarra, o dedicarse a la garáuja, que es hacer aperos para Castilla en los portales, como bieldos, que llamamos garios, o rastrillos.

Por contra, las mujeres no tenían descanso.

Detrás de su casa de Obeso hay un lugar con un árbol que llaman El Solar pero de sol, advierte, no de solar de casa, que es donde cazaban jilgueros con liga. Los jilgueros eran del hombre pero los cuidaba la mujer. Es un patrón. Por fortuna ya no se da.

Estamos paseando por las campas del hospital.

Los setos de jaya son preciosos, dice. Hacen comunidad. Si existen los setos, concede, que sean del país.

Le gustan también los matos de margaritas. Son muy cumu nos, dice. Respondo que el jardinero es de Herrera de Ibio y no le sorprende.

Le hago una foto.


Ahora otra sin mí, pide:


A mí me gusta el jardín silvestre, reconoce.

Me recuerda a Gilles Clément, en todo.

Pasa un lavandera apresurada. Le sigue un miruellu o mirlo, que él llama tordu. Lleva algo en su pico de coral. Cualquier insecto indeterminado es un cocu, del latín COCCUM y este del griego KÓKKOS, "grano". Los gusanos son cocas, en femenino. Las cocas de luz son las luciérnagas. A la lavandera Danitu la llama la pajaruca´l quesu porque picotea el queso que se deja de noche en el balcón, explica. A veces quedan sus patucas impresas. De ahí su nombre.

En mi casa, digo, es pisondera. Mi abuela falleció de alzheimer al cuidado de una tía que ahora también tiene alzheimer. Una vecina de la edad de mi abuela les llevaba prácticamente a diario un queso fresco. Era como una ofrenda a la memoria compartida que, dada la enfermedad de mi abuela, solo ella podía rememorar. Se advertían las marcas del trenzado de avellano de la quesera. Supongo que alguna vez también se verían las huellas de la pisondera. No tardó en fallecer también ella y ahora no queda nadie que haga estos quesos.

Se nos ha hecho tarde. Subimos a la biblioteca para cerrar y marchar. Le enseño unas cucharillas de hueso que proceden del antiguo Jardín de Infancia que también recibió financiación de la Marquesa de Pelayo. Son con las que se daba de comer a los bebés. No sabe por qué de hueso, quizá por el tacto, sugiere. Pero debe haber alguna otra razón que se nos oculta porque antiguamente se ponían huesos cerca de los bebés para que los dientes salieran bien.

El hueso de las cucharillas para dar de comer a los bebés, el hueso de los peines, el de los alfileres para el pelo. Su blancura, la pureza, quizá. Todo tiene un porqué, todo está ligado.

Todo tiene su tiempu.