La galerista Alexandra García está de camino. Me escribe porque no recuerda en qué hall del Hospital hemos quedado, si en el de Valdecilla Sur o en el del Edificio 2 de Noviembre. En el de los cuadros grandes, confirmo por WhatsApp. Llego, responde. Estoy salvando la estrechez que hay entre el hall y los ascensores, ese embudo, cuando la veo. Ha llegado antes que yo. También me ve ella antes. Cuando la reconozco, alta y sonriente, con pose de bailarina ante el espejo, el brazo en alto saludando, estamos ya a la distancia de un abrazo que nos damos y dos besos.
Nos detenemos ante el cuadro de Eduardo Gruber que preside el hall. Este iba a ser de otro modo, con varias columnas en medio, interrumpiendo la mirada sobre su obra e incluso el tránsito y Eduardo logró cambiarlo. Es como esos parques en los que la gente pasa por un sitio distinto al previsto, el césped descarnado, y finalmente el responsable se doblega y habilita esa zona de paso que ha ido abriendo la gente. También dedicamos unos minutos al mural de metal de Carlos Ferreira (es una atribución mía) recuperado de la antigua Residencia Cantabria. Lo extrajimos de la pared donde estaba encastrado, lo bajamos gracias a Ferrovial y lo posamos donde está. Tenía una pátina muy bonita de color parecido al del cielo de hoy pero las limpiadoras lo frotaron con estropajos metálicos y ahora reluce. Estoy seguro que nunca hizo tan bueno.
Llueve, cogemos el pasillo de las tres torres para ir a la cafetería del fondo. De camino vamos posando nuestras miradas y palabras de paso sobre el conjunto escultórico de Eloy Velázquez, las obras de Orallo, Arancha Goyeneche, Faustino Cuevas... No es obra en propiedad, sino cedida por los artistas. Es una propuesta interesante, concede Alexandra, pero ella echa de menos la mediación de las galerías. No le falta razón. Si se entra en personalismos se corre el riesgo de que parezca un intercambio de favores, y nada más lejos de nuestra intención. Es mejor seguir criterios profesionales. Me lo apunto y no solo para ponerlo aquí sino también para tratar de corregirlo porque yo fui uno de los impulsores y parte de responsabilidad tengo.
Hay una mesa libre junto al ventanal que asoma a las obras de los protones, nos sentamos y yo he olvidado el azúcar así que vuelvo a la barra a por un sobre. Me encuentro entonces con dos compañeras que conozco por haber impartido formación en su Servicio y por haber sido paciente suyo, son de Rehabilitación, les explico qué estoy haciendo y ellas me preguntan que de qué jardines estoy hablando. Hay una sima ahí. Vuelvo con Alexandra a que nos ayude a sortearla.
Me pregunta por Viriditas y le explico que la idea es conversar con gente interesante paseando por los jardines sobre temas que no tengan que ver necesariamente con jardines pero sí que tomen a estos como punto de partida con el objetivo de incorporar vivencias a los mismos. Los lugares son espacios vividos. Esto es lo que pretendemos, digo: enriquecer la condición de lugar de nuestros jardines. Las entrevistas no se graban, las rememoro yo más tarde apoyándome en notas que he ido tomando y las subo a internet previo visto bueno del entrevistado.
Me repite la idea con sus palabras para asegurar que estamos en sintonía y sí. Alexandra utiliza la expresión "experienciar el lugar", que me encanta. También "espacios de vida". En este sentido, identifica tres necesidades: la de los pacientes (pediátricos, psiquiátricos o en rehabilitación, por ejemplo), la de los profesionales sanitarios y la de los acompañantes, la de los cuidadores. Quizá habría que ir abriendo paso a la idea de hacer de estos jardines unos jardines públicos, señalo. Contemplar una cuarta necesidad, la del conjunto de la sociedad, añado. Es una idea arriesgada pero quizá podamos aprovechar la oportunidad del centenario para intentarlo. Sería una muy buena forma de devolver parte de lo que la sociedad nos da. Se llama reciprocidad social. Es una fórmula de responsabilidad social corporativa que creo encaja con nuestro espíritu.
Le pregunto lo primero por su "espacio creativo". Alexandra lo abrió en Santander al volver de Berlín, tras una estancia de estudios. No fue inmediato, primero trabajó dando clase, luego abrió su propia escuela de arte, se le quedó pequeña, encima de donde había llevado su tesina a encuadernar había un local disponible, se hizo con él y probó con una fórmula entonces inédita, que era combinar escuela, estudio y galería. Dieciséis años después se puede decir que sigue siendo una fórmula de éxito.
En Berlín se interesó por la noción de espacio público, o mejor, por cómo se hace público el espacio, concepto que orilla con el de lugar. En Berlín di mucha importancia a la construcción consciente de rutinas, dice, y pone como ejemplo los trayectos. Cuando hablamos por teléfono para quedar, recuerda, me despisté y terminé en otro sitio al que suelo ir pero que no era al que quería llegar. Le devuelvo la confidencia contándole que durante una temporada viví en el mismo barrio que mis padres y que tras mudarme (sigo viviendo cerca) un día de visita saqué al perro que tenían y me dejé llevar, que me condujera donde quisiera, y resulta que fue a mi antiguo portal. Se ve que el perro conservaba la rutina de cuando éramos vecinos. Fuimos como esas personas que llegan sin saber cómo a su trabajo, yo mismo cada mañana, por ejemplo.
Somos en lo que nos rodea. El entorno te modifica y tú al entorno. Es importante ser conscientes de esta relación bidireccional porque te permite introducir cambios a un lado y a otro y mejorar, reflexiona Alexandra. Puedes vivir a oscuras, sin darte cuenta, o prestando atención. Los paseos como práctica artística son una muy buena forma de ir encendiendo las luces.
El situacionismo me influyó mucho en aquella época y quedó el poso, continúa. Mientras, yo permanezco lo más mirando hacia la libreta donde tomo notas, el café a un lado para que no moleste. Se toca con el té que se ha pedido ella. Gesticula al hablar y se descuelgan sus manos por mi campo de visión como ropa tendida un día de viento sur. Está en orden pero es un vendaval. Me pone sobre la pista del sociólogo Chombart de Lauwe. Estudió durante un año los trayectos de una estudiante del distrito XVI de París. Resulta que su vida estaba circunscrita a un triángulo. Me viene a la memoria la talla de un triángulo que descubrí en la cima de la Sierra de Cos. No hay nada alrededor que se le parezca. El triángulo estaba dentro de la cabeza del que lo talló en la roca, lo mismo que los itinerarios de la estudiante parisina.
Alexandra vive en el centro de Santander. Su piso tiene patio. No lo llama jardín. No lo es, asegura. No lo es porque no lo cuida, se justifica. Pero quizá le pase como a las compañeras de Rehabilitación y le falte verlo con intención, mirarlo. Tiene alegrías que planta y le saltan al suelo, por donde se prodigan. Su abuela siempre tenía alegrías en casa. Alexandra planta hortensias por ella y porque se dan bien. Son de color rosa. Le nacen kalanchoes que sospecha procedan del mercado vecino. Yo le digo que las plantas se van diseminando en corros, que es como avanza el fuego. Cuando compró el piso con el patio taló unos saúcos que había porque las raíces son malas.
Le gusta que desde dentro de casa se vea verde.
Ese gusto lo relaciona con la vida natural, así lo expresa, que tuvo de pequeña en Cieza. En mi casa el adjetivo natural se emplea para los días apacibles, pero no lo digo. Tampoco que entre marineros la mar bella es cuando está sosegada. Se me hace una expresión pareja a día natural. Lo sé siendo yo montañés porque me lo contaron en una de las pescaderías del mercado donde venden kalanchoes.
Le pregunto por algunos de los artistas de su galería. Vicky Kylander, por ejemplo. Me interesa la noción de repetición que maneja esta artista porque la entiende como la mejor vía de acceso a la novedad, pues es imposible repetir nada igual, siempre hay algo nuevo. Me interesa porque de alguna manera enlaza con mi idea de jardines como esencia del Hospital. Están con nosotros desde la fundación, hace casi un siglo. Han tenido muchos avatares, como el mismo Hospital, que nació como Casa de Salud Valdecilla y hoy es Hospital Universitario Marqués de Valdecilla. Pero no por eso han dejado de ser los mismos, ni los jardines ni el Hospital, al contrario, lo han seguido siendo precisamente porque han tenido la capacidad de adaptarse al cambio. Esa creo que es nuestra esencia, concluyo. Cambiar para poder seguir haciéndolo.
La propia naturaleza se renueva, efectivamente, me acompaña Alexandra. En las plantas de mi patio lo veo. Cada estación es la misma pero distinta. En el Hospital se reproducen estos mismos ciclos. Se muere, se nace.
Traigo aquí un poema de John Berger:
para enseñar el carnet
y pagar algo
o para consultar el horario de trenes
te miro.
El polen de la flor
es más antiguo que las montañas
Aravis es joven
para ser una montaña.
Los óvulos de la flor
seguirán desgranándose
cuando Aravis, ya vieja,
no sea más que una colina.
La flor en el corazón
de la cartera, la fuerza
de lo que vive en nosotros
sobrevive a la montaña.
Tan importante como la cosa es la idea que explica la cosa. El Espíritu Valdecilla recorre el Hospital. No es idealismo, es esperanza: perviviendo la idea nada estará perdido.
Enseño a Alexandra una palabra de mi familia: jimen, con una aspiración al principio que represento como jota, con el significado de esencia. Es bonito que una palabra así se haya conservado, dice. Es bonito por todo lo que ha hecho posible que llegue a nosotros, aunque sea de forma tan tenue.
Otro artista que me interesa es Rui Horta Pereira, continúo. Él trabaja con el sol y yo creía que con la noción de espontaneidad pero Alexandra me corrige. El artista establece digamos un marco de posibilidad donde deja que el sol haga, aclara. El sol es en definitiva un blanqueante, informa. De ahí que la ropa blanca se tienda al sol además de para secarla para blanquearla, mejor extendida sobre la hierba, donde está más expuesta, además de impregnarse de olor rico, Mario. Los tiempos de exposición que aplica Rui son muy largos, de meses. La interrumpo para decirle que hay una palabra montañesa, despaciu, que significa tener tiempo para hacer algo pero que curiosamente no pertenece al campo semántico tiempo sino que se relaciona con el espacio. Es un cruce de coordenadas espaciotemporales que a mí se me hace difícil de entender. Ella retoma la palabra para decirme que a sus alumnos les explica que hay que coger distancia en el tiempo pero también en el espacio respecto a su obra, que hay que tomar distancia para coger perspectiva pero también distancia en el tiempo porque dentro de dos días tú serás distinto, mejor dicho, serás el mismo pero estarás de otra forma.
Volviendo a Rui, enlazo yo, recuerdo una vez en el pueblo cabuérnigo de Viaña que fui con mi pareja a probar las peras de un árbol famoso en el valle por ser muy dulce y preguntando, terminamos con todo el pueblo al atardecer reunido en corro. Fue para mí un acto civilizatorio que me ha ayudado a diseñar muchas comidas de trabajo y reuniones en el Hospital. Estábamos todos reunidos en Viaña repartiéndonos la palabra como se reparten las avellanas, de una en una, con respeto, cuando un vecino contó que el monte conocido como Picu´l Dorru se llama así porque es el primer monte que ilumina el sol. Nace en Picu´l Dorru y se pone en La Piedra. El sol en Viaña sigue un itinerario predecible, una rutina. Ese es el escenario mental, concede Alexandra. Rui lo que pretende es alumbrar el itinerario del sol, concluye.
Me explica entonces el concepto de proxemia, la relación de las personas con los espacios. Trae a colación a Eduard T. Hall, Abraham Moles y Elisabeth Rohmer. Como nos ha enseñado internet, son tan importantes las relaciones entre las cosas como las propias cosas.
Estíbaliz Sádaba, otra de las artistas que ha expuesto en su galería, calca en el cuerpo de mujeres elementos arquitectónicos presentes en el espacio público, muchos tomados de la obra de Giotto. Es una forma de visibilizar la subalternidad de las mujeres. Recuerdo que desarrollando el recurso electrónico "Con Ciencia de Mujer", dedicado a mujeres científicas españolas, me di cuenta que no es que estén ausentes por olvido o falta de interés, es que en muchos casos no están, literal, se las apartó de forma activa. Un caso paradigmático es el de Dorotea Barnés, Catedrática de Física y Química, cuyo esposo la obligó a abandonar su carrera y quedarse en casa.
Reclamar tu lugar es importante, asegura Alexandra. Hay que mantener los jardines porque si no se desbocan. Vivo aquí, acoto esto, te dejo tu espacio pero no entres en el mío porque lo necesito. Es un ejercicio de vida, me convence.
Son espacios de intersección, añado. En este sentido emparentan con los balcones, trato de relacionar. En Cantabria son muy importantes. Es la intimidad puesta en escena. Se ve por ejemplo en la colada, que se tiende siguiendo un protocolo muy estudiado: por color, tamaño, etc. Son espacios intersticiales. Por eso quizá también el gusto por poner en ellos plantas, geranios sobre todo. Los antiguos pabellones, de estilo neomontañés, presentan grandes terrazas destinadas en origen a que los pacientes tomaran baños de sol, eran una prolongación de las habitaciones. Hoy están reservados para los trabajadores del Hospital. En ellos sigue habiendo plantas.
Oigo a un petirrojo piar. Una de las hojas del ventanal está un poco abierta. El viento la hace temblar. En el Apocalipsis de San Juan se habla del oro puro como cristal pulido pero yo creo que sería mejor traducirlo como cristal puro. La luz dorada del sol pasa por el cristal y purifica el interior. El oro puro es símbolo de esta pureza. En Cabuérniga había familias que ponían su oro, poco o mucho, sería poco, al sol, poco o mucho, más bien poco. Era innecesario porque el sol no lo ennegrece, a diferencia de lo que ocurre con la plata y el cobre. Yo creo que esta costumbre es reminiscencia de antiguos ritos de purificación. O de demostración de poder, aduce Alexandra. De fronteo, que se dice ahora. El caso es que mi familia lo hacía, continúo yo, y que donde se posaban las monedas de oro ahora posamos las pinzas para el tendal del balcón. Reímos, se abren las nubes pero es demasiado tarde para bajar a los jardines así que seguimos aquí.
Ochoa a mí me parece que trabaja con una idea de futuro sin nosotros muy inquietante. Me toma la palabra Alexandra y dice que a Ochoa le gusta viajar a la punta del mundo, así dice. Desde allí se asoma a lo que está por venir. Ambos coincidimos en la necesidad de las utopías. El derecho a la esperanza, acuña ella. Saber que el ciclo se reproducirá. Creer en ello para hacerlo posible.
Alexandra estudió en el País Vasco. Ella reconoce cierto orgullo colectivo que aquí echa en falta. Lo echamos en falta ambos pero soy yo el que habla de desposesión. Hace poco se ha descubierto la palabra pasiega lurria, "suciedad". Emparenta con la palabra vasca lurra, "tierra". No es que el pasiego lurria sea una palabra de origen vasco, es que tanto la palabra pasiega como la vasca pertenecen a un mismo sustrato prerromano, arguyo. La diferencia estriba en el significado que han acabado teniendo, negativo el pasiego y positivo el vasco. El signo es importante. El cambio es inevitable, pero no su signo, completa Alexandra.
Las palabras son huellas de nuestras ideas. Hay que cuidar el jardín interior. Luego las plantas saltan la tapia que es el cráneo y se diseminan fuera.
Desde dentro de casa veo el patio y me hace sentir más en casa, dice.
Le pregunto y de nuevo recurre a su infancia en Cieza para explicármelo. El marcu de su pueblo es CZ. Lo llevan grabado los campanos de los animales que suben a los puertos en primavera. El monte se llena entonces de sus voces. Los pueblos cántabros no solo son el núcleo de población. Los pueblos cántabros se proyectan en los espacios comunales de su entorno. Son lugares llenos de signos que solo sabes decodificar si estás entrenado, como los seles, lugares donde pernocta el ganado que no presentan ninguna marca visible, ni muro ni cierre de seto, están en abertal. Sabes que están porque lo sabes. También Alexandra sabe de su vínculo con la naturaleza porque lo sabe.
"Tu lugar te hace", anoto:
Le suena la alarma del móvil. Tiene que marcharse. Recogemos la mesa y la acompaño a la puerta del aparcamiento subterráneo. Dejo que entre sola. Han dado el Premio Nacional de Poesía 2024 a Chus Pato. Me viene a la memoria un verso suyo: "naturaleza, esta, la única que puedo reconocer".