domingo, 1 de septiembre de 2024

VIRIDITAS, 24. Entrevista a Álvaro de la Hoz, cineasta

Entré a una de las cafeterías aledañas al hospital y encontré a Álvaro de la Hoz trabajando en una mesa del fondo. Saludé y busqué otra mesa para mí. Yo también perseguía tomar unas notas en calma. Buscando con qué en la mochila topé con una bolsita de galletas de avellana. De mi madre, son con las que ella acompaña el café. De vez en cuando me da. El sabor de la avellana y del café casa bien. Terminado café y tarea, envolví unas pocas de estas galletas en una servilleta de papel, até los cuatro picos someramente y puse el paquetito encima de la mesa de Álvaro al tiempo que me despedía. Le dije "para ti". Él miró con sorpresa primero y luego, al comprender, agradecido. Por el gesto, más que por las galletas en sí.

Hemos quedado a mediodía en el hall del hospital. Coincidimos días atrás en la puerta de una librería y quedamos así. Fuera está lloviendo. Él está esperándome fuera. Yo he bajado del despacho un paraguas pero es pequeño y por dentro está forrado de una tela plateada, parece papel albal, para el sol. Da igual que el paraguas no sea para la lluvia y que cale porque tampoco nos tapa a los dos. Él ni siquiera va abrigado. Le digo de tomar un café y acepta. Nos dirigimos sin que haga falta decirlo a la misma cafetería de la última vez, la de las galletas de avellana.

Álvaro de la Hoz es una de las figuras más destacadas de la generación de cineastas cántabros que sucede a la de Mario Camus y Manuel Gutiérrez Aragón. Su largometraje Hazlo por mí (2022), rodado en los Montes de Pas, está a la altura de Los días del pasado (1978) de Mario Camus, rodado en Cabuérniga, o de La vida que te espera (2004) de Manuel Gutiérrez Aragón, también rodado en el Pas. Me interesa la mirada que Álvaro de la Hoz posa en Cantabria, que posa pero no descansa.

Varios de sus cortometrajes se encuentran disponibles en distintas plataformas de internet. Me ha llamado la atención que muchos carezcan de diálogo. Le pregunto lo primero por este silencio y responde que es así desde 2015. Me harté de las palabras, y me preocupo de apuntar esta frase literal.

Los diálogos suelen copar los guiones. Sin embargo, los guiones de Álvaro no tienen diálogos. A pesar de ello, son muy literarios. Está escribiendo incluso de más, confiesa. En un guion no tiene cabida lo que no se ve. Pero en sus guiones sí. Incorpora incluso lo que están pensando los personajes. No hay palabras pero sí pensamientos que podrían haber sido expresados con palabras pero no, Álvaro espera que los actores desplieguen otros recursos.

Yo en las clases de formación de usuarios explico que si buscamos en las bases de datos con nuestras palabras muchos de los resultados que obtengamos no van a valer. Esto es así porque las máquinas desconfían de lo que nosotros consideramos riqueza del lenguaje, por ejemplo de una palabra con varios significados o de varias palabras con el mismo significado. Desconfían y como resultado ofrecen resultados que no son pertinentes pero que los ofrecen igual por si acaso. Para corregir este problema que puede condicionar y mucho una búsqueda, tanto como para invalidarla, hay que buscar no con nuestras palabras, por muy buenas que sean o las creamos, sino meternos dentro de la máquina y seleccionar el descriptor con que la máquina representa nuestra necesidad de información. Haciéndolo así aseguramos que la máquina va a devolver los resultados que correspondan a nuestra idea. En resumen, en mis clases presento las palabras como huellas de ideas y animo a buscar ideas mediante descriptores, no palabras.

Tratando de esquematizar procesos, podría decirse que Álvaro es el responsable de definir el lenguaje de interrogación, que es el guion, el actor el que busca y el personaje los resultados obtenidos. No hay tanta diferencia entre la labor de Álvaro y la mía al frente de la biblioteca, pienso.

Este cambio de guion en la obra de Álvaro se produjo a raíz del cortometraje titulado Fuego (2015).


La actriz es cántabra. Venía de hacerse una sesión de fotos. La encontramos rápido, dice. Es muy buena dando cuerpo a lo que queríamos que transmitiera. Está grabado en un eucaliptal de Escobedo. Obviamente la chica es una personificación del fuego. Quisimos que no se mostrara arrepentida, que no mostrara remordimientos.

Es como si la hubiéramos sorprendido pero a ella le diera igual porque ella es así, y eso es lo que nos está diciendo.

Se me terminaron las palabras aquí, concluye.

Yo no puedo dejar de relacionar este cortometraje, le digo, con las quemas que se producen en nuestros montes aprovechando las suradas de finales de invierno y principios de primavera. No son incendios al uso, al uso de otras latitudes, quiero decir. Es una práctica ganadera milenaria. Pero se han convertido en un problema. Es sobre todo de comunicación: de escucha por parte de las autoridades y de confianza por parte de los ganaderos. Falta mediación. La industria cultural, que se llama, tendría que estar ahí trabajando. Estamos de acuerdo en eso.

Son fáciles de ver estas quemas al otro lado de la bahía, en los montes que quiebran la línea del horizonte. Son columnas de humo que se levantan a lo lejos, y el olor que no tarda en llegar. Los santanderinos aprovechamos los días de viento sur para hacer coladas grandes porque la ropa seca antes. Pero hay que tener cuidado con el olor a humo. Si huele hay que quitar rápido la ropa.

Esos montes laboriosos del fondo, como Álvaro en la cafetería, son los Montes de Pas. Álvaro ha rodado muchas veces allí. El paisaje pasiego es silencioso. Álvaro también. Pero cuando habla mueve las manos como si estuviera impulsando las corrientes que recorren las cimas y el arrendajo estuviera subido a ellas. En 2022 presentó el largometraje Hazlo por mí en el Palacio de Festivales cosechando un sonoro éxito.


El paisaje pasiego es silencioso pero lo es más en comparación con el montañés. Los pasiegos acompañan su ganado de cabaña en cabaña, subiendo cuando despunta el buen tiempo y bajando cuando acecha el frío. Lo hacen de forma escalonada, siguiendo la floración, desde el fondo de valle hasta las cumbres y luego vuelta. No hace falta que sus vacas lleven campanu porque, pequeñas y rojas, no las pierden de vista. Es un tipo de ganadería intensiva. En La Montaña, por ejemplo en Cabuérniga, es lo contrario. Es de tipo extensivo. El ganado de la comunidad sube al monte en una fecha determinada y baja transcurridos los meses cálidos, en bloque. En los puertos (por ejemplo Sejos) permanece al cuidado, si acaso, de un pastor. En tiempos más recientes son los propios ganaderos los que suben de vez en cuando en todoterreno. El paisaje montañés es ruidoso porque las vacas llevan campanos que ayudan a localizarlas. Cada campanu posee su propia voz para, además de localizarlas, identificarlas.

La subida a los puertos viene marcada por el lirón o narciso y la bajada por la quitamiriendas (Colchicum montanum). La carga aunque sea emocional de estas dos plantas tendríamos que aprovecharlas, estoy convencido de ello. 

Este movimiento vertical de ganado, tanto el pasiego como el montañés, que responde a una lógica intensiva uno y extensiva el otro, se llama en Cantabria muda. La muda es un tipo de trastermitancia o trashumancia de corto recorrido que la UNESCO ha reconocido recientemente como Patrimonio de la Humanidad, aunque en Cantabria falte información. Lo mismo pasa con la técnica de piedra en seco (los morios y bellares cabuérnigos o las paredes de las viñucas santanderinas, por ejemplo) y otras manifestaciones culturales cántabras menospreciadas.

El paisaje se puede definir como resultado de unas coordenadas espaciales habitadas. El paisaje pasiego es silencioso porque el pasiego también lo es. Álvaro defiende que porque los pasiegos son tímidos, como él, y cuenta de una vez que estaba en el supermercado de Selaya haciendo la compra para el equipo de rodaje de Hazlo por mí y le pareció ver a un vecino al que había grabado anteriormente para otro trabajo. Se decide a decirle algo, le para y le pregunta si no será vecino de San Pedro del Romeral:

Sí, responde el señor.
¿No será usted del barrio de Bustalegín?
Sí.
¿No le habrán grabado a usted para una película hace unos años?
Sí.
¿Y no será usted Lolo?
¡Ese es mi nombre!, exclamó. Ya te veía yo y me parecía que eras uno de esos que estuvieron aquí grabando, reconoce finalmente Lolo. Así son los pasiegos, completa Álvaro: están pendientes de lo que tú puedas llegar a pensar, de tu opinión.

Como cuando nace un ternero en el monte y la vaca, desconfiada, trata de despistarte para que no lo encuentres, digo.

Le refiero el caso de una señora que conocí en un trabajo de campo realizado para la UIMP en uno de los municipios pasiegos, que la encontré pasado un tiempo en la Primera Alameda y me pidió disculpas por pararme y saludarme porque sabía que en la ciudad no nos parábamos ni para saludar. 

A mí me parece, Álvaro, continúo, que además de timidez el característico silencio pasiego se debe a la condición pasiega de cultura subalterna. 

La subalternidad es una etiqueta que se pone desde fuera. No es algo que emane de la cultura afectada, no es connatural a nada. Hay quien dibuja una línea y dice desde aquí para allá, fuera. Curiosamente quien traza esta línea pone buen cuidado en quedarse él dentro. En este caso los pasiegos se han quedado del otro lado, del lado malo. Pero no por su culpa sino por una decisión a buen seguro interesada de quien ha trazado la línea que les ha excluido.

La excepcionalidad pasiega, sin duda una riqueza, ha servido como excusa para apartarles.

Su potencia da miedo, eso es lo que ha pasado.

No se les reconoce como lo que son, continúo, no aceptamos su condición trashumante porque de hacerlo sería muy difícil de gestionar. Si queréis servicios, bajad al pueblo, se les presiona. Si queréis agua, luz, carreteras..., bajad. Esto no puede seguir siendo así, reclamo.

Llegados a este punto es incluso necesario reivindicar su derecho a seguir siendo, añado, algo tan básico como eso.

Yo este estado de malestar que describes lo viví rodando Cuando yo me haya ido, Mario. En esta peli, sigue Álvaro, se ve cómo los niños tienen que recorrer kilómetros andando para ir a la escuela. Son niños de San Pedro del Romeral. Del otro lado de la bahía. Cuando la estrenamos la gente no se lo creía (yo recuerdo que fui a verla con el que había sido Jefe de Inspección en Educación y casi se echa a llorar). Son escenas largas para transmitir esa sensación de esfuerzo desmedido.

No es pobreza, es olvido.

(silencio)

Es en este documental donde tenéis que subtitular a un niño porque se suelta y se pone a hablar en pasiego, ¿verdad?

Sí. 

En mi familia conservamos una palabra: gutu, que es quedarse en silencio. Pero se sobreentiende que porque conviene. Desde mi vida de hoy no sé en qué contextos convendría quedarse antiguamente callado o no sé en qué contextos convendría tanto como para que se conserve una palabra tan antigua durante tantas generaciones, le digo a Álvaro.

Probablemente también tenga que ver con las culturas subalternas que decías antes, Mario, contesta él.

Probablemente, sí, le doy la razón. En cualquier caso, hoy puedo imaginarme a mí mismo respondiendo confiado ante situaciones que hicieron callar a mis abuelos pero bien que callo ante situaciones también injustas que me afectan a mí hoy, reconozco.

No somos tan diferentes.

No han cambiado tanto las cosas, vuelvo a darle la razón.

De ese niño pasiego que comentas, retoma Álvaro, recuerdo que le dimos una cámara y lo que más le gustó fue el zoom. Veía la ladera de enfrente, las vacas, como si se estuviera acercando a ellas.

Los campesinos ven lo que nosotros no vemos, interrumpo. Por ejemplo los seles, que son los espacios donde pernocta el ganado. Si no sabes dónde están, ni los ves. Me quedo con ganas de preguntar a Álvaro si invisible no será solo aquello que no sabemos mirar, pero no lo hago.

No solo eso, añade. Los campesinos utilizan lo que nosotros pero a su manera. Imagina qué riqueza. Faltan oportunidades. Saldríamos todos ganando. Cuantas más miradas sobre la realidad, mejor. La industria cultural cántabra también tendría que ocuparse de eso, convenimos.

Algo parecido hacéis en el documental Gentes de la mar (2011), recuerdo. Le dais la cámara a un pescador de un bonitero de Colindres y ofrece unas explicaciones de su día a día muy interesantes, por ejemplo sobre la relación entre tamaños de caña y colores. Pero lo más interesante es cuando el párroco del Barrio Pesquero trae a la memoria un barco que trataba de entrar en la bahía un día de tormenta, el marinero rezando de rodillas en cubierta, y se ven imágenes caseras de un barco efectivamente tratando de salvar la barra y entrar a puerto. ¿Desde dónde están grabadas esas imágenes?

Pues te vas a sorprender, responde Álvaro, porque proceden de una película en VHS de un marinero de Comillas. La magia del cine hace que el espectador no solo crea que ese es el lugar que está describiendo el cura sino que también crea ver al marinero rezando en cubierta, y es cierto, confirmo, yo no llegué a verlo bien pero creí que estaba ahí. Pues no está, zanja Álvaro.

Las mejores películas son las que suceden en la mente del espectador, es una frase de Álvaro que anoto al pie de la letra.

Sin embargo, yo más bien me refería con mi pregunta, Álvaro, a quién toma la cámara y graba una escena así, desde qué imaginario, más que desde qué sitio.

Es lo que comentábamos antes, Mario: igual que los campesinos, los marineros miran a la mar con los ojos adentro. Esas imágenes que comentas están grabadas desde una visión del mundo propia. Lo que animó a ese hombre a ponerse la cámara al hombro y grabar yo no lo puedo saber pero lo que sí sé es que a mí no se me hubiera ocurrido grabar lo mismo. Sí distinto. De nuevo estamos hablando de riqueza. De la que podría ser. De desigualdad, también.

Hay en la mar lugares con nombre, nombres para lugares como Cadramón, La Molar, El Castru, La Lengüeta... Nosotros no los vemos pero ellos sí.

Me viene a la memoria una conversación que mantuvimos Raquel, mi pareja, y yo con un matrimonio de pejinos en un banco de Santander, era verano y mediodía y nos contaron de un chico que fue a pescar jargos a Cueto, donde La Loma, cerca de Rosamunda. Era la fiesta de despedida del instituto y no tenía dinero para pagarla, así nos contaron. Los jargos se pescan o con caña (hay que poner dos esquilas en cruz, como si estuvieran copulando, porque el jargo es un pez muy listo que si se da cuenta de que están muertas no pica) o desde abajo, con arpón. Se metió el chico a pulmón y perdió el conocimiento, no salió. Los vecinos sabían dónde estaba, el lugar exacto donde se había ahogado. Fueron a por él antes de que se lo llevaran las corrientes. Cuando lo encontraron los peces que llevaba en la red atada a la cintura todavía estaban vivos.

Es otro medio, la mar, pero es su medio. Tanto pejín como pejino viene del antiguo peçe, que a su vez procede del latín piscis.

El abuelo paterno de Álvaro, Ángel, era fotógrafo. Suya es una serie en blanco y negro de mujeres esperando en la machina la vuelta de un pesquero. Era día de galerna. Son unas fotos estremecedoras. Conozco este trabajo de verlo en el CDIS, cuya sala de exposiciones lleva precisamente el nombre de Ángel de la Hoz. Su nieto tiene en su estudio una fotografía de tres marineros sentados a una mesa en una taberna. Le digo que Pico publicó hace años un tribuna libre, cuyo recorte guardo, en el que defiende que la novela Gran Sol (1957) de Ignacio Aldecoa, y es entre sus páginas que lo conservo, arranca en la taberna no del pueblo vasco de Elantxobe, como es común creer, sino en la que había en la antigua lonja del Barrio Pesquero, e incluso da los nombres de los vecinos que inspiraron los personajes del libro. Esa foto entonces podría estar hecha en esa taberna, concluye Álvaro, y podría estar en lo cierto.

El cortometraje preferido de Álvaro es Sentinel (2016). Está inspirado en los paseos que daba de la mano de su abuelo materno, Alberto Lasso de la Vega. 


Es un trabajo que dota a la ciudad de un factor de misterio, dice. Responde a cómo veía de pequeño la ciudad. Mi abuelo me cogía de la mano y me llevaba de paseo. Era ingeniero y tenía la imaginación muy viva. 

Me enseñó el nombre de todos los montes de la bahía.

Mi abuelo me enseñaba lo que estaba y ya no. Montes comidos por canteras (Cutíu apunto yo). También lo que no estaba. Esto último es lo que aparece en Sentinel.

¿Qué pasaría si jugáramos con la ciudad y esta no fuera una ciudad sino una selva o una isla con su tesoro escondido?, se pregunta Álvaro. Es también un corto que muestra una ciudad, si quieres, de espaldas a la bahía, desconocida, o mejor, una ciudad no valorada, fuera de foco. La escena del fuego, por ejemplo, está rodada encima del depósito de aguas del Paseo del Alta. La primera vez nos echó la policía. Luego pedimos permiso a Aqualia. Hoy es un espacio que está vallado.

Le cuento que en su día preparé una edición electrónica de la novela Sotileza para la Expo de Zaragoza dedicada al agua. Fue el primer libro electrónico del Gobierno de Cantabria. Por aquel entonces los libros electrónicos eran muy estáticos, se pensaban desde coordenadas físicas, es decir, el mismo archivo que se llevaba a imprenta era el que se subía a internet, si acaso. No había Servicio de Publicaciones del Gobierno de Cantabria y carecíamos de directrices. Hoy tampoco lo hay. En nuestro caso metimos el libro en un CD-Rom que distribuimos en el pabellón de Cantabria. Mi idea era utilizar una foto de la casa de Sotileza para la cubierta. En su biografía de Pereda, Benito Madariaga aporta una antigua foto de la casa donde creo que era Simón Cabarga el que decía que había vivido la mujer que sirvió de inspiración para el personaje principal de la novela. Pregunté al Cronista Oficial de Santander y me dijo que la habían tirado al construir la Rampla de Sotileza. Pero fui al barrio con el libro abierto y la encontré. Es el número 13 de la C/ Alta. Se corresponde con la descripción que hace de ella Pereda punto por punto: el mismo número de plantas, la bodega con dos accesos, uno desde la calle y otro desde el portal, etc. Se trata de una casa humilde, como corresponde. Estaba ya entonces vacía. Llamé al ayuntamiento con la idea de entrar y documentar el edifico por dentro, vinieron un par de técnicos, me informaron de que todo aquello iba a desaparecer y se comprometieron a gestionar los permisos y avisarme. Al poco todos los accesos estaban tapiados. Finalmente pusimos en la cubierta del libro una imagen que reproducía la superficie del mar para evitar problemas.

Pregunto a Álvaro por su proceso de creación. Él lo describe como una labor de minería. Es estar picando en la cabeza, dando paseos o en la ducha, por ejemplo, ir pensando, encontrar una veta, dice, una idea y llevarla a cabo.

Es como si estuviera en un túnel y necesitara sacar material para seguir adelante. Si no ruedo tengo la sensación de quedarme sin saber qué viene después. No puedo dejar nada ahí dentro. Me pongo muy pesado. Si se puede de alguna manera, ten por seguro que lo haré.

Las pelis que hago son vetas que tengo que explotar para seguir.

Sentinel es un corto hecho completamente "de guerrilla", revela Álvaro, está hecho con muy pocos medios, una sola cámara, corriendo de un lado para otro de la ciudad, solo tres personas. Incluso yo mismo actúo.

Apenas he levantado los ojos del mazo de papel que utilizo para tomar notas. No grabo. Álvaro explica las cosas de una forma muy estructurada: planteamiento, nudo y desenlace. Me da miedo no reflejarlo bien. Nos hemos puesto en una mesa que está pegada a una larga pared con tragaluces arriba. Pero por donde no entra luz. Será porque está oscuro fuera o quizá del otro lado no esté la calle y lo que pase es que esas luces escondidas están apagadas (¿y entonces a qué esconderlas?).

Estoy últimamente releyendo a Manuel Llano, revela. Me fascinan los seres fantásticos que habitan en las cuevas.

Él lo relaciona con su interés por el misterio. El mismo que subyace en Sentinel, el mismo que le inoculó su abuelo.

Sin diálogos la interpretación de la imagen se ensancha, es un mundo menos cerrado. Pero tampoco quiero que el espectador lo tenga que poner todo de su parte. Para que haya misterio tiene que haber algo a lo que aferrarse.

Le pongo sobre la pista de una leyenda que García Preciados recogió en el pueblo de Castillo, en Siete Villas. Resulta que un pastor se refugió un día de tormenta en una cueva en la que vivía una ojáncana hambrienta. La ojáncana se puso en la puerta e iba haciendo pasar a las ovejas de una en una por debajo de sus piernas. A cada una que pasaba la tocaba y se preguntaba "¿es lana?", a lo que respondía "lana es". El pastor se agarró por debajo de una oveja y así pudo escapar. Es una historia con un claro paralelismo con el Polifemo de la Ilíada. Tengo para mí, indico a Álvaro, que la figura del cíclope es común a un sustrato paneuropeo prerromano compartido por la Antigua Grecia y Cantabria. En Grecia esta leyenda se pasó a escrito dando origen a la literatura y en Cantabria no pero a cambio es una leyenda que sigue viva. Tenía razón Platón al decir que la escritura nos tornaría olvidadizos.

Algo que no sabe nadie porque no le interesa o importa a nadie es mi interés por el apocalipsis, replica Álvaro. Pero no el apocalipsis de las catástrofes, sino el de la revelación de lo oculto. Jesús vino y murió. La realidad esperada no se adecuaba a lo que ocurría. ¿Dónde estaba la Nueva Jerusalén? Roma seguía imperando. El apocalipsis rebajaba esta frustración haciendo creer que el exterior es mera apariencia. La realidad está dentro, y es favorable. Los manantiales de Roma están secos. Las aguas subterráneas han buscado otros cauces. Ese es el mensaje apocalíptico que a mí me interesa. Es algo que me ronda desde que cursé la asignatura de Historia de las Religiones en la Universidad de Cantabria con los profesores Ramón Teja y Mar Marcos.

Álvaro es Licenciado en Historia además de haber estudiado cine en la ECAM de Madrid.

Abandonamos la cafetería. Ha dejado de llover. Mi tía Suca tenía un refrán: "Para el año mil, las aguas al redil". Es un refrán antiguo. 

Nos desviamos porque quiero enseñarle un solar que han limpiado en una calle vecina. Antes lo cubría un helechal muy frondoso. Recientemente lo han segado y los vecinos han plantado en su lugar unas hortensias y algunas plantas más. Es seguro que el helechal volverá a nacer. No es fácil descastarlo. En la Historia Natural de Plinio el Viejo se describe el procedimiento. Es el mismo que se aplica en La Montaña dos mil años después: "El helecho muere al cabo de dos años si no le permites echar hojas. Lo más efectivo para que esto ocurra es golpear con un bastón las ramas cuando la planta está echando los brotes, pues el jugo que sale de ella misma mata las raíces". En Cabuérniga a esta acción se le llama escogollar.

Los vecinos han plantado también un helecho. En realidad no sabemos si lo han plantado o es que no lo han segado a queriendas.

Nos dirigimos a los jardines del hospital por la cuesta de los toros mientras discutimos sobre si no segar es una acción y caso de serlo, si cabría considerarla el envés de plantar. El Robledal de Todos, por ejemplo, el bosque donde se halla el santuario de la Virgen de Valvanuz, se salvó de la tala a la que La Corona sometió a todos aquellos bosques por ser, precisamente, de todos. La propiedad comunal no es que carezca de propiedad, es que esta es comunal. Lo que es de todos no es de nadie es mentira, lo que es de todos es de todos. Se evitó talar El Robledal de Todos y por eso existe. A efectos prácticos no talarlo es como haberlo plantado. Pero no alcanzamos ninguna conclusión. Es una conversación que dejamos pendiente.

Ese humilde jardín vecinal plantado en un solar da tanto de sí si se quiere como el jardín más caro y académico que pueda haber. Si es que de procurar conversaciones enriquecedoras se trata, claro. No olvidemos que las ideas son las que explican lo que se ve.

Entramos al hospital por el acceso de la cuesta de los toros. En los mapas esta calle aparece con otro nombre, el oficial, pero ninguno de los dos, ambos santanderinos, lo recordamos.

Se abre un claro en el cielo y entre los pabellones. Álvaro saca como si fuera un mantel a la hora de comer uno de sus temas favoritos: La gente relaciona ir al cine con la parte técnica, dice. ¿Qué diferencia hay con ver una peli en el salón de tu casa? Solo se ve la parte técnica: la pantalla, el proyector y sobre todo el sonido (el marketing incide en este punto). Esta peli de turbulencias es para ver en el cine. Esta otra en la que la gente habla, para verla en casa. Tan es así que el cine adulto se está yendo a las plataformas y los cines se están quedando para las pelis espectáculo.

Poco a poco hemos llegado al final de los jardines, dando vista a Peñacastillo, y damos la vuelta.

Pero lo que hace diferente al cine es el rito. En tu casa ves la peli cuando quieres, te sientas tu solo o con un grupo reducido de gente, puedes pararla..., pero el cine es un rito social: te tienes que desplazar, someterte a unos horarios, meterte en una sala a oscuras, no puedes detener la proyección..., y sobre todo te encuentras rodeado de desconocidos. Todo crea un estado mental que te obliga a mirar diferente. El cine amplifica el poder de la película, da igual cuál sea. 

En casa seguro que está fenomenal, pero da pena que el valor del cine se sitúe solo en la calidad de imagen y de sonido.

Date cuenta que no es lo mismo ver una comedia solo en casa que en un cine lleno de gente riéndose contigo.

Cuando ves tus cortos en un cine con más gente es una energía que te aseguro que notas, la sientes. Hay un algo, una electricidad que solo te da el cine.

Entramos al Edificio Enlace y le enseño las raras flores de cera que cuelgan como estrellas de la baranda. Tienen una gota de néctar prendida de la corona de estambres. Las abejas aprovechan las corrientes para entrar y salir.


"Presa de la angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo nunca dicho y volverá dócilmente a ponerse al servicio de la vida colectiva, que exigirá de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a confundirse, alegre y en paz, con la uniformidad del ser". Es una cita de Kundera que leo a Álvaro. Le pregunto su opinión al respecto.

Se lo piensa brevemente y responde que la individualidad no tiene porqué despreciar (y es este el verbo exacto que emplea) a la comunidad. No son polos opuestos. El progreso no tiene porqué ser a costa del vecino. De hecho yo entiendo el progreso desde el respeto al prójimo. Si no, estaríamos hablando de otra cosa, concluye.

Estamos llegando a la altura del pabellón 16. Le enseño la huella que ha dejado el busto del Marqués de Valdecilla al retirarlo. Estaba demasiado expuesto a las inclemencias del tiempo. Lo hemos subido a la Biblioteca para cuidarlo.

Las ideas más bonitas son las que dejan huella dentro.