domingo, 1 de septiembre de 2024

VIRIDITAS, 23. El rosal de flores pequeñas

Salía yo a la hora de comer por la cuesta de los toros cuando veo que hace lo propio el jardinero del hospital por una puerta del pabellón de mantenimiento, así que vuelvo sobre mis pasos, tomo el sendero abierto junto a la pared alta antigua, la que tiene tantas geodas a la vista, recuperadas probablemente por los primeros obreros y puestas así para que se vean y poder admirarlas (la belleza es un valor común al ser humano, no es exclusivo de nadie), y me llego hasta él. No le sorprende porque solemos hablar mucho, aprendo mucho de él.

Nos saludamos y le cuento que he tenido a mi hermano ingresado por un accidente grave. Se lamenta, me anima y sigo diciéndole que estando un día mis padres y yo esperando los resultados de una prueba importante en ese mismo lugar, tratando de liberar los nervios, mi madre se fijó en un rosal que tenía. 

¿Cuál?, pregunta con deferencia. Este de las flores pequeñas, indico. Nos acercamos más. No me extraña, continúa. Es un rosal antiguo. Tu madre sabe. Los rosales antes eran así. Ahora está un poco feo porque ha llovido, se ha quedado el agua dentro de las flores y luego ha salido el sol y las ha cocido, pero es un rosal precioso. 

¿Y me podrías conseguir un esqueje?, ruego. No hasta la menguante de enero, se excusa. La savia se detiene en luna menguante, explica ante mi cara de asombro. Hay que esperar hasta entonces, asegura. Son cosas de los antiguos pero que funcionan. Para cortar madera, por ejemplo, hay que hacerlo también en menguante porque la madera es más dura y no le entra carcoma. Si arañas la corteza de un árbol o pelas un poco del tallo de una planta en menguante verás que no sangra. Eso es porque la savia está quieta. Es como si su corazón hubiera por un momento dejado de latir.

Pero yo precisamente me jubilo en enero, anuncia. Me alegro por él. No te vayas sin que nos despidamos, le pido. Por supuesto, me tranquiliza. Y resolvemos entonces lo del esqueje de tu madre. Se lo agradezco.

Se ha comprado una casita en el valle de Cabezón de la Sal y en la finca ha encontrado un rosal así. Lo va a conservar, son joyas.

La gente me suele pedir rosas de las grandes que con solo mirarlas se le caen los pétalos u hojas de esas nervudas muy verdes que están ahora de moda. Pero tú eres el primero que me pide algo de la tierra, dice.

El día que estuvimos esperando la llamada por lo de mi hermano mi padre vio un miruellu entre los setos. Lo tomamos como anuncio de buenas noticias.