domingo, 1 de septiembre de 2024

VIRIDITAS, 24. Entrevista a Álvaro de la Hoz, cineasta

Entré a una de las cafeterías aledañas al hospital y encontré a Álvaro de la Hoz trabajando en una mesa del fondo. Saludé y busqué otra mesa para mí. Yo también perseguía tomar unas notas en calma. Buscando con qué en la mochila topé con una bolsita de galletas de avellana. De mi madre, son con las que ella acompaña el café. De vez en cuando me da. El sabor de la avellana y del café casa bien. Terminado café y tarea, envolví unas pocas de estas galletas en una servilleta de papel, até los cuatro picos someramente y puse el paquetito encima de la mesa de Álvaro al tiempo que me despedía. Le dije "para ti". Él miró con sorpresa primero y luego, al comprender, agradecido. Por el gesto, más que por las galletas en sí.

Hemos quedado a mediodía en el hall del hospital. Coincidimos días atrás en la puerta de una librería y quedamos así. Fuera está lloviendo. Él está esperándome fuera. Yo he bajado del despacho un paraguas pero es pequeño y por dentro está forrado de una tela plateada, parece papel albal, para el sol. Da igual que el paraguas no sea para la lluvia y que cale porque tampoco nos tapa a los dos. Él ni siquiera va abrigado. Le digo de tomar un café y acepta. Nos dirigimos sin que haga falta decirlo a la misma cafetería de la última vez, la de las galletas de avellana.

Álvaro de la Hoz es una de las figuras más destacadas de la generación de cineastas cántabros que sucede a la de Mario Camus y Manuel Gutiérrez Aragón. Su largometraje Hazlo por mí (2022), rodado en los Montes de Pas, está a la altura de Los días del pasado (1978) de Mario Camus, rodado en Cabuérniga, o de La vida que te espera (2004) de Manuel Gutiérrez Aragón, también rodado en el Pas. Me interesa la mirada que Álvaro de la Hoz posa en Cantabria, que posa pero no descansa.

Varios de sus cortometrajes se encuentran disponibles en distintas plataformas de internet. Me ha llamado la atención que muchos carezcan de diálogo. Le pregunto lo primero por este silencio y responde que es así desde 2015. Me harté de las palabras, y me preocupo de apuntar esta frase literal.

Los diálogos suelen copar los guiones. Sin embargo, los guiones de Álvaro no tienen diálogos. A pesar de ello, son muy literarios. Está escribiendo incluso de más, confiesa. En un guion no tiene cabida lo que no se ve. Pero en sus guiones sí. Incorpora incluso lo que están pensando los personajes. No hay palabras pero sí pensamientos que podrían haber sido expresados con palabras pero no, Álvaro espera que los actores desplieguen otros recursos.

Yo en las clases de formación de usuarios explico que si buscamos en las bases de datos con nuestras palabras muchos de los resultados que obtengamos no van a valer. Esto es así porque las máquinas desconfían de lo que nosotros consideramos riqueza del lenguaje, por ejemplo de una palabra con varios significados o de varias palabras con el mismo significado. Desconfían y como resultado ofrecen resultados que no son pertinentes pero que los ofrecen igual por si acaso. Para corregir este problema que puede condicionar y mucho una búsqueda, tanto como para invalidarla, hay que buscar no con nuestras palabras, por muy buenas que sean o las creamos, sino meternos dentro de la máquina y seleccionar el descriptor con que la máquina representa nuestra necesidad de información. Haciéndolo así aseguramos que la máquina va a devolver los resultados que correspondan a nuestra idea. En resumen, en mis clases presento las palabras como huellas de ideas y animo a buscar ideas mediante descriptores, no palabras.

Tratando de esquematizar procesos, podría decirse que Álvaro es el responsable de definir el lenguaje de interrogación, que es el guion, el actor el que busca y el personaje los resultados obtenidos. No hay tanta diferencia entre la labor de Álvaro y la mía al frente de la biblioteca, pienso.

Este cambio de guion en la obra de Álvaro se produjo a raíz del cortometraje titulado Fuego (2015).


La actriz es cántabra. Venía de hacerse una sesión de fotos. La encontramos rápido, dice. Es muy buena dando cuerpo a lo que queríamos que transmitiera. Está grabado en un eucaliptal de Escobedo. Obviamente la chica es una personificación del fuego. Quisimos que no se mostrara arrepentida, que no mostrara remordimientos.

Es como si la hubiéramos sorprendido pero a ella le diera igual porque ella es así, y eso es lo que nos está diciendo.

Se me terminaron las palabras aquí, concluye.

Yo no puedo dejar de relacionar este cortometraje, le digo, con las quemas que se producen en nuestros montes aprovechando las suradas de finales de invierno y principios de primavera. No son incendios al uso, al uso de otras latitudes, quiero decir. Es una práctica ganadera milenaria. Pero se han convertido en un problema. Es sobre todo de comunicación: de escucha por parte de las autoridades y de confianza por parte de los ganaderos. Falta mediación. La industria cultural, que se llama, tendría que estar ahí trabajando. Estamos de acuerdo en eso.

Son fáciles de ver estas quemas al otro lado de la bahía, en los montes que quiebran la línea del horizonte. Son columnas de humo que se levantan a lo lejos, y el olor que no tarda en llegar. Los santanderinos aprovechamos los días de viento sur para hacer coladas grandes porque la ropa seca antes. Pero hay que tener cuidado con el olor a humo. Si huele hay que quitar rápido la ropa.

Esos montes laboriosos del fondo, como Álvaro en la cafetería, son los Montes de Pas. Álvaro ha rodado muchas veces allí. El paisaje pasiego es silencioso. Álvaro también. Pero cuando habla mueve las manos como si estuviera impulsando las corrientes que recorren las cimas y la alondra estuviera subido a ellas. En 2022 presentó el largometraje Hazlo por mí en el Palacio de Festivales cosechando un sonoro éxito.


El paisaje pasiego es silencioso pero lo es más en comparación con el montañés. Los pasiegos acompañan su ganado de cabaña en cabaña, subiendo cuando despunta el buen tiempo y bajando cuando acecha el frío. Lo hacen de forma escalonada, siguiendo la floración, desde el fondo de valle hasta las cumbres y luego vuelta. No hace falta que sus vacas lleven campanu porque, pequeñas y rojas, no las pierden de vista. Es un tipo de ganadería intensiva. En La Montaña, por ejemplo en Cabuérniga, es lo contrario. Es de tipo extensivo. El ganado de la comunidad sube al monte en una fecha determinada y baja transcurridos los meses cálidos, en bloque. En los puertos (por ejemplo Sejos) permanece al cuidado, si acaso, de un pastor. En tiempos más recientes son los propios ganaderos los que suben de vez en cuando en todoterreno. El paisaje montañés es ruidoso porque las vacas llevan campanos que ayudan a localizarlas. Cada campanu posee su propia voz para, además de localizarlas, identificarlas.

La subida a los puertos viene marcada por el lirón o narciso y la bajada por la quitamiriendas (Colchicum montanum). Tendríamos que aprovechar la carga emocional de estas dos plantas, estoy convencido de ello.

Este movimiento vertical de ganado, tanto el pasiego como el montañés, que responde a una lógica intensiva uno y extensiva el otro, se llama en Cantabria muda. La muda es un tipo de trastermitancia o trashumancia de corto recorrido que la UNESCO ha reconocido recientemente como Patrimonio de la Humanidad, aunque en Cantabria falte información. Lo mismo pasa con la técnica de piedra en seco (los morios y bellares cabuérnigos o las paredes de las viñucas santanderinas, por ejemplo) y otras manifestaciones culturales cántabras menospreciadas.

El paisaje se puede definir como resultado de unas coordenadas espaciales habitadas. El paisaje pasiego es silencioso porque el pasiego también lo es. Álvaro defiende que porque los pasiegos son tímidos, como él, y cuenta de una vez que estaba en el supermercado de Selaya haciendo la compra para el equipo de rodaje de Hazlo por mí y le pareció ver a un vecino al que había grabado anteriormente para otro trabajo. Se decide a decirle algo, le para y le pregunta si no será vecino de San Pedro del Romeral:

Sí, responde el señor.
¿No será usted del barrio de Bustalegín?
Sí.
¿No le habrán grabado a usted para una película hace unos años?
Sí.
¿Y no será usted Lolo?
¡Ese es mi nombre!, exclamó. Ya te veía yo y me parecía que eras uno de esos que estuvieron aquí grabando, reconoce finalmente Lolo. Así son los pasiegos, completa Álvaro: están pendientes de lo que tú puedas llegar a pensar, de tu opinión.

Como cuando nace un ternero en el monte y la vaca, desconfiada, trata de despistarte para que no lo encuentres, digo.

Le refiero el caso de una señora que conocí en un trabajo de campo realizado para la UIMP en uno de los municipios pasiegos, que la encontré pasado un tiempo en la Primera Alameda y me pidió disculpas por pararme y saludarme porque sabía que en la ciudad no nos parábamos ni para saludar. 

A mí me parece, Álvaro, continúo, que además de timidez el característico silencio pasiego se debe a la condición pasiega de cultura subalterna. 

La subalternidad es una etiqueta que se pone desde fuera. No es algo que emane de la cultura afectada, no es connatural a nada. Hay quien dibuja una línea y dice desde aquí para allá, fuera. Curiosamente quien traza esta línea pone buen cuidado en quedarse él dentro. En este caso los pasiegos se han quedado del otro lado, del lado malo. Pero no por su culpa sino por una decisión a buen seguro interesada de quien ha trazado la línea que les ha excluido.

La excepcionalidad pasiega, sin duda una riqueza, ha servido como excusa para apartarles.

Su potencia da miedo, eso es lo que ha pasado.

No se les reconoce como lo que son, continúo, no aceptamos su condición trashumante porque de hacerlo sería muy difícil de gestionar. Si queréis servicios, bajad al pueblo, se les presiona. Si queréis agua, luz, carreteras..., bajad. Esto no puede seguir siendo así, reclamo.

Llegados a este punto es incluso necesario reivindicar su derecho a seguir siendo, añado, algo tan básico como eso.

Yo este estado de malestar que describes lo viví rodando Cuando yo me haya ido, Mario. En esta peli, sigue Álvaro, se ve cómo los niños tienen que recorrer kilómetros andando para ir a la escuela. Son niños de San Pedro del Romeral. Del otro lado de la bahía. Cuando la estrenamos la gente no se lo creía (yo recuerdo que fui a verla con el que había sido Jefe de Inspección en Educación y casi se echa a llorar). Son escenas largas para transmitir esa sensación de esfuerzo desmedido.

No es pobreza, es olvido.

(silencio)

Es en este documental donde tenéis que subtitular a un niño porque se suelta y se pone a hablar en pasiego, ¿verdad?

Sí. 

En mi familia conservamos una palabra: gutu, que es quedarse en silencio. Pero se sobreentiende que porque conviene. Desde mi vida de hoy no sé en qué contextos convendría quedarse antiguamente callado o no sé en qué contextos convendría tanto como para que se conserve una palabra tan antigua durante tantas generaciones, le digo a Álvaro.

Probablemente también tenga que ver con las culturas subalternas que decías antes, Mario, contesta él.

Probablemente, sí, le doy la razón. En cualquier caso, hoy puedo imaginarme a mí mismo respondiendo confiado ante situaciones que hicieron callar a mis abuelos pero bien que callo ante situaciones también injustas que me afectan a mí hoy, reconozco.

No somos tan diferentes.

No han cambiado tanto las cosas, vuelvo a darle la razón.

De ese niño pasiego que comentas, retoma Álvaro, recuerdo que le dimos una cámara y lo que más le gustó fue el zoom. Veía la ladera de enfrente, las vacas, como si se estuviera acercando a ellas.

Los campesinos ven lo que nosotros no vemos, interrumpo. Por ejemplo los seles, que son los espacios donde pernocta el ganado. Si no sabes dónde están, ni los ves. Me quedo con ganas de preguntar a Álvaro si invisible no será solo aquello que no sabemos mirar, pero no lo hago.

No solo eso, añade. Los campesinos utilizan lo que nosotros pero a su manera. Imagina qué riqueza. Faltan oportunidades. Saldríamos todos ganando. Cuantas más miradas sobre la realidad, mejor. La industria cultural cántabra también tendría que ocuparse de eso, convenimos.

Algo parecido hacéis en el documental Gentes de la mar (2011), recuerdo. Le dais la cámara a un pescador de un bonitero de Colindres y ofrece unas explicaciones de su día a día muy interesantes, por ejemplo sobre la relación entre tamaños de caña y colores. Pero lo más interesante es cuando el párroco del Barrio Pesquero trae a la memoria un barco que trataba de entrar en la bahía un día de tormenta, el marinero rezando de rodillas en cubierta, y se ven imágenes caseras de un barco efectivamente tratando de salvar la barra y entrar a puerto. ¿Desde dónde están grabadas esas imágenes?

Pues te vas a sorprender, responde Álvaro, porque proceden de una película en VHS de un marinero de Comillas. La magia del cine hace que el espectador no solo crea que ese es el lugar que está describiendo el cura sino que también crea ver al marinero rezando en cubierta, y es cierto, confirmo, yo no llegué a verlo bien pero creí que estaba ahí. Pues no está, zanja Álvaro.

Las mejores películas son las que suceden en la mente del espectador, es una frase de Álvaro que anoto al pie de la letra.

Sin embargo, yo más bien me refería con mi pregunta, Álvaro, a quién toma la cámara y graba una escena así, desde qué imaginario, más que desde qué sitio.

Es lo que comentábamos antes, Mario: igual que los campesinos, los marineros miran a la mar con los ojos adentro. Esas imágenes que comentas están grabadas desde una visión del mundo propia. Lo que animó a ese hombre a ponerse la cámara al hombro y grabar yo no lo puedo saber pero lo que sí sé es que a mí no se me hubiera ocurrido grabar lo mismo. Sí distinto. De nuevo estamos hablando de riqueza. De la que podría ser. De desigualdad, también.

Hay en la mar lugares con nombre, nombres para lugares como Cadramón, La Molar, El Castru, La Lengüeta... Nosotros no los vemos pero ellos sí.

Me viene a la memoria una conversación que mantuvimos Raquel, mi pareja, y yo con un matrimonio de pejinos en un banco de Santander, era verano y mediodía y nos contaron de un chico que fue a pescar jargos a Cueto, donde La Loma, cerca de Rosamunda. Era la fiesta de despedida del instituto y no tenía dinero para pagarla, así nos contaron. Los jargos se pescan o con caña (hay que poner dos esquilas en cruz, como si estuvieran copulando, porque el jargo es un pez muy listo que si se da cuenta de que están muertas no pica) o desde abajo, con arpón. Se metió el chico a pulmón y perdió el conocimiento, no salió. Los vecinos sabían dónde estaba, el lugar exacto donde se había ahogado. Fueron a por él antes de que se lo llevaran las corrientes. Cuando lo encontraron los peces que llevaba en la red atada a la cintura todavía estaban vivos.

Es otro medio, la mar, pero es su medio. Tanto pejín como pejino viene del antiguo peçe, que a su vez procede del latín piscis.

El abuelo paterno de Álvaro, Ángel, era fotógrafo. Suya es una serie en blanco y negro de mujeres esperando en la machina la vuelta de un pesquero. Era día de galerna. Son unas fotos estremecedoras. Conozco este trabajo de verlo en el CDIS, cuya sala de exposiciones lleva precisamente el nombre de Ángel de la Hoz. Su nieto tiene en su estudio una fotografía de tres marineros sentados a una mesa en una taberna. Le digo que Pico publicó hace años un tribuna libre, cuyo recorte guardo, en el que defiende que la novela Gran Sol (1957) de Ignacio Aldecoa, y es entre sus páginas que lo conservo, arranca en la taberna no del pueblo vasco de Elantxobe, como es común creer, sino en la que había en la antigua lonja del Barrio Pesquero, e incluso da los nombres de los vecinos que inspiraron los personajes del libro. Esa foto entonces podría estar hecha en esa taberna, concluye Álvaro, y podría estar en lo cierto.

El cortometraje preferido de Álvaro es Sentinel (2016). Está inspirado en los paseos que daba de la mano de su abuelo materno, Alberto Lasso de la Vega. 


Es un trabajo que dota a la ciudad de un factor de misterio, dice. Responde a cómo veía de pequeño la ciudad. Mi abuelo me cogía de la mano y me llevaba de paseo. Era ingeniero y tenía la imaginación muy viva. 

Me enseñó el nombre de todos los montes de la bahía.

Mi abuelo me enseñaba lo que estaba y ya no. Montes comidos por canteras (Cutíu apunto yo). También lo que no estaba. Esto último es lo que aparece en Sentinel.

¿Qué pasaría si jugáramos con la ciudad y esta no fuera una ciudad sino una selva o una isla con su tesoro escondido?, se pregunta Álvaro. Es también un corto que muestra una ciudad, si quieres, de espaldas a la bahía, desconocida, o mejor, una ciudad no valorada, fuera de foco. La escena del fuego, por ejemplo, está rodada encima del depósito de aguas del Paseo del Alta. La primera vez nos echó la policía. Luego pedimos permiso a Aqualia. Hoy es un espacio que está vallado.

Le cuento que en su día preparé una edición electrónica de la novela Sotileza para la Expo de Zaragoza dedicada al agua. Fue el primer libro electrónico del Gobierno de Cantabria. Por aquel entonces los libros electrónicos eran muy estáticos, se pensaban desde coordenadas físicas, es decir, el mismo archivo que se llevaba a imprenta era el que se subía a internet, si acaso. No había Servicio de Publicaciones del Gobierno de Cantabria y carecíamos de directrices. Hoy tampoco lo hay. En nuestro caso metimos el libro en un CD-Rom que distribuimos en el pabellón de Cantabria. Mi idea era utilizar una foto de la casa de Sotileza para la cubierta. En su biografía de Pereda, Benito Madariaga aporta una antigua foto de la casa donde creo que era Simón Cabarga el que decía que había vivido la mujer que sirvió de inspiración para el personaje principal de la novela. Pregunté al Cronista Oficial de Santander y me dijo que la habían tirado al construir la Rampla de Sotileza. Pero fui al barrio con el libro abierto y la encontré. Es el número 13 de la C/ Alta. Se corresponde con la descripción que hace de ella Pereda punto por punto: el mismo número de plantas, la bodega con dos accesos, uno desde la calle y otro desde el portal, etc. Se trata de una casa humilde, como corresponde. Estaba ya entonces vacía. Llamé al ayuntamiento con la idea de entrar y documentar el edifico por dentro, vinieron un par de técnicos, me informaron de que todo aquello iba a desaparecer y se comprometieron a gestionar los permisos y avisarme. Al poco todos los accesos estaban tapiados. Finalmente pusimos en la cubierta del libro una imagen que reproducía la superficie del mar para evitar problemas.

Pregunto a Álvaro por su proceso de creación. Él lo describe como una labor de minería. Es estar picando en la cabeza, dando paseos o en la ducha, por ejemplo, ir pensando, encontrar una veta, dice, una idea y llevarla a cabo.

Es como si estuviera en un túnel y necesitara sacar material para seguir adelante. Si no ruedo tengo la sensación de quedarme sin saber qué viene después. No puedo dejar nada ahí dentro. Me pongo muy pesado. Si se puede de alguna manera, ten por seguro que lo haré.

Las pelis que hago son vetas que tengo que explotar para seguir.

Sentinel es un corto hecho completamente "de guerrilla", revela Álvaro, está hecho con muy pocos medios, una sola cámara, corriendo de un lado para otro de la ciudad, solo tres personas. Incluso yo mismo actúo.

Apenas he levantado los ojos del mazo de papel que utilizo para tomar notas. No grabo. Álvaro explica las cosas de una forma muy estructurada: planteamiento, nudo y desenlace. Me da miedo no reflejarlo bien. Nos hemos puesto en una mesa que está pegada a una larga pared con tragaluces arriba. Pero por donde no entra luz. Será porque está oscuro fuera o quizá del otro lado no esté la calle y lo que pase es que esas luces escondidas están apagadas (¿y entonces a qué esconderlas?).

Estoy últimamente releyendo a Manuel Llano, revela. Me fascinan los seres fantásticos que habitan en las cuevas.

Él lo relaciona con su interés por el misterio. El mismo que subyace en Sentinel, el mismo que le inoculó su abuelo.

Sin diálogos la interpretación de la imagen se ensancha, es un mundo menos cerrado. Pero tampoco quiero que el espectador lo tenga que poner todo de su parte. Para que haya misterio tiene que haber algo a lo que aferrarse.

Le pongo sobre la pista de una leyenda que García Preciados recogió en el pueblo de Castillo, en Siete Villas. Resulta que un pastor se refugió un día de tormenta en una cueva en la que vivía una ojáncana hambrienta. La ojáncana se puso en la puerta e iba haciendo pasar a las ovejas de una en una por debajo de sus piernas. A cada una que pasaba la tocaba y se preguntaba "¿es lana?", a lo que respondía "lana es". El pastor se agarró por debajo de una oveja y así pudo escapar. Es una historia con un claro paralelismo con el Polifemo de la Ilíada. Tengo para mí, indico a Álvaro, que la figura del cíclope es común a un sustrato paneuropeo prerromano compartido por la Antigua Grecia y Cantabria. En Grecia esta leyenda se pasó a escrito dando origen a la literatura y en Cantabria no pero a cambio es una leyenda que sigue viva. Tenía razón Platón al decir que la escritura nos tornaría olvidadizos.

Algo que no sabe nadie porque no le interesa o importa a nadie es mi interés por el apocalipsis, replica Álvaro. Pero no el apocalipsis de las catástrofes, sino el de la revelación de lo oculto. Jesús vino y murió. La realidad esperada no se adecuaba a lo que ocurría. ¿Dónde estaba la Nueva Jerusalén? Roma seguía imperando. El apocalipsis rebajaba esta frustración haciendo creer que el exterior es mera apariencia. La realidad está dentro, y es favorable. Los manantiales de Roma están secos. Las aguas subterráneas han buscado otros cauces. Ese es el mensaje apocalíptico que a mí me interesa. Es algo que me ronda desde que cursé la asignatura de Historia de las Religiones en la Universidad de Cantabria con los profesores Ramón Teja y Mar Marcos.

Álvaro es Licenciado en Historia además de haber estudiado cine en la ECAM de Madrid.

Abandonamos la cafetería. Ha dejado de llover. Mi tía Suca tenía un refrán: "Para el año mil, las aguas al redil". Es un refrán antiguo. 

Nos desviamos porque quiero enseñarle un solar que han limpiado en una calle vecina. Antes lo cubría un helechal muy frondoso. Recientemente lo han segado y los vecinos han plantado en su lugar unas hortensias y algunas plantas más. Es seguro que el helechal volverá a nacer. No es fácil descastarlo. En la Historia Natural de Plinio el Viejo se describe el procedimiento. Es el mismo que se aplica en La Montaña dos mil años después: "El helecho muere al cabo de dos años si no le permites echar hojas. Lo más efectivo para que esto ocurra es golpear con un bastón las ramas cuando la planta está echando los brotes, pues el jugo que sale de ella misma mata las raíces". En Cabuérniga a esta acción se le llama escogollar.

Los vecinos han plantado también un helecho. En realidad no sabemos si lo han plantado o es que no lo han segado a queriendas.

Nos dirigimos a los jardines del hospital por la cuesta de los toros mientras discutimos sobre si no segar es una acción y caso de serlo, qué relación tendría con plantar.

Ese humilde jardín vecinal en un solar del centro da tanto de sí, si se quiere, como el jardín más caro y académico que pueda haber. Si es que de procurar conversaciones enriquecedoras se trata, claro. No olvidemos que las ideas son las que explican lo que se ve.

Entramos al hospital por el acceso de la cuesta de los toros. En los mapas esta calle aparece con otro nombre, el oficial, pero ninguno de los dos, ambos santanderinos, lo recordamos.

Se abre un claro en el cielo y entre los pabellones. Álvaro saca como si fuera un mantel a la hora de comer uno de sus temas favoritos: la gente relaciona ir al cine con la parte técnica, dice. ¿Qué diferencia hay con ver una peli en el salón de tu casa? Solo se ve la parte técnica: la pantalla, el proyector y sobre todo el sonido (el marketing incide en este punto). Esta peli de turbulencias es para ver en el cine. Esta otra en la que la gente habla, para verla en casa. Tan es así que el cine adulto se está yendo a las plataformas y los cines se están quedando para las pelis espectáculo.

Poco a poco hemos llegado al final de los jardines, dando vista a Peñacastillo, y damos la vuelta.

Pero lo que hace diferente al cine es el rito. En tu casa ves la peli cuando quieres, te sientas tu solo o con un grupo reducido de gente, puedes pararla..., pero el cine es un rito social: te tienes que desplazar, someterte a unos horarios, meterte en una sala a oscuras, no puedes detener la proyección..., y sobre todo te encuentras rodeado de desconocidos. Todo crea un estado mental que te obliga a mirar diferente. El cine amplifica el poder de la película, da igual cuál sea. 

En casa seguro que está fenomenal, pero da pena que el valor del cine se sitúe solo en la calidad de imagen y de sonido.

Date cuenta que no es lo mismo ver una comedia solo en casa que en un cine lleno de gente riéndose contigo.

Cuando ves tus cortos en un cine con más gente es una energía que te aseguro que notas, la sientes. Hay un algo, una electricidad que solo te da el cine.

Entramos al Edificio Enlace y le enseño las raras flores de cera que cuelgan como estrellas de la baranda. Tienen una gota de néctar prendida de la corona de estambres. Las abejas aprovechan las corrientes para entrar y salir.


"Presa de la angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo nunca dicho y volverá dócilmente a ponerse al servicio de la vida colectiva, que exigirá de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a confundirse, alegre y en paz, con la uniformidad del ser". Es una cita de Kundera que leo a Álvaro. Le pregunto su opinión al respecto.

Se lo piensa brevemente y responde que la individualidad no tiene porqué despreciar (y es este el verbo exacto que emplea) a la comunidad. No son polos opuestos. El progreso no tiene porqué ser a costa del vecino. De hecho yo entiendo el progreso desde el respeto al prójimo. Si no, estaríamos hablando de otra cosa, concluye.

Estamos llegando a la altura del pabellón 16. Le enseño la huella que ha dejado el busto del Marqués de Valdecilla al retirarlo. Estaba demasiado expuesto a las inclemencias del tiempo. Lo hemos subido a la Biblioteca para cuidarlo.

Las ideas más bonitas son las que dejan huella dentro.

VIRIDITAS, 23. El rosal de flores pequeñas

Salía yo a la hora de comer por la cuesta de los toros cuando veo que hace lo propio el jardinero del hospital por una puerta del pabellón de mantenimiento, así que vuelvo sobre mis pasos, tomo el sendero abierto junto a la pared alta antigua, la que tiene tantas geodas a la vista, recuperadas probablemente por los primeros obreros y puestas así para que se vean y poder admirarlas (la belleza es un valor común al ser humano, no es exclusivo de nadie), y me llego hasta él. No le sorprende porque solemos hablar mucho, aprendo mucho de él.

Nos saludamos y le cuento que he tenido a mi hermano ingresado por un accidente grave. Se lamenta, me anima y sigo diciéndole que estando un día mis padres y yo esperando los resultados de una prueba importante en ese mismo lugar, tratando de liberar los nervios, mi madre se fijó en un rosal que tenía. 

¿Cuál?, pregunta con deferencia. Este de las flores pequeñas, indico. Nos acercamos más. No me extraña, continúa. Es un rosal antiguo. Tu madre sabe. Los rosales antes eran así. Ahora está un poco feo porque ha llovido, se ha quedado el agua dentro de las flores y luego ha salido el sol y las ha cocido, pero es un rosal precioso. 

¿Y me podrías conseguir un esqueje?, ruego. No hasta la menguante de enero, se excusa. La savia se detiene en luna menguante, explica ante mi cara de asombro. Hay que esperar hasta entonces, asegura. Son cosas de los antiguos pero que funcionan. Para cortar madera, por ejemplo, hay que hacerlo también en menguante porque la madera es más dura y no le entra carcoma. Si arañas la corteza de un árbol o pelas un poco del tallo de una planta en menguante verás que no sangra. Eso es porque la savia está quieta. Es como si su corazón hubiera por un momento dejado de latir.

Pero yo precisamente me jubilo en enero, anuncia. Me alegro por él. No te vayas sin que nos despidamos, le pido. Por supuesto, me tranquiliza. Y resolvemos entonces lo del esqueje de tu madre. Se lo agradezco.

Se ha comprado una casita en el valle de Cabezón de la Sal y en la finca ha encontrado un rosal así. Lo va a conservar, son joyas.

La gente me suele pedir rosas de las grandes que con solo mirarlas se le caen los pétalos u hojas de esas nervudas muy verdes que están ahora de moda. Pero tú eres el primero que me pide algo de la tierra, dice.

El día que estuvimos esperando la llamada por lo de mi hermano mi padre vio un miruellu entre los setos. Lo tomamos como anuncio de buenas noticias.

jueves, 1 de agosto de 2024

VIRIDITAS, 22. Entrevista a Nacho Zubelzu, artista

Nos conocimos en la presentación del libro Tinta salvaje celebrada en la Casa Gótica de Mazcuerras en el marco del X Encuentro de Arte Rural Aselart. Le hablé de Viriditas y le propuse participar en el proyecto. Nacho Zubelzu aceptó. Quedamos el viernes siguiente a Santiago, un día con trazas de puente que ni él ni yo celebramos. O sí, paseando juntos por los jardines del Hospital Valdecilla. En Mazcuerras llovía a mares. Durante esta entrevista el sol de tan cerca parecía habernos sorprendido en las cimas más altas.

Son jardines que están desde el origen del hospital pero no somos conscientes de su existencia, ni siquiera los trabajadores del hospital, expuse al artista en Mazcuerras. Hace falta situarlos en la cabeza de la gente, que sepan que están ahí, y luego ya decidir entre todos qué hacer con ellos. Las entrevistas de Viriditas son para eso.

Para sembrarlos, concluye él.

Sí, de alguna manera sí, confirmo yo.

El viernes convenido el artista me está esperando a la hora en punto en el hall del hospital, al pie del cuadro de Eduardo Gruber. Esta obra, que condicionó el diseño del acceso principal, tal y como explicó el propio Gruber en otra entrevista de Viriditas, representa una urbe anónima. Ahora que lo veo así, con Nacho Zubelzu dentro, el cuadro, ordenado por una cuadrícula, se me hace una huerta ordenada en cuadros. 

Nos saludamos y dedicamos unos minutos a contemplar la escultura de José Antonio Andrés Vera, médico rural al que conocemos los dos, titulada La doncella de Mazcuerras, que también está en el hall. Resulta que es una escultura que la gente suele utilizar como lugar de descanso y la Dirección está preocupada pero no el escultor. Él está encantado. También a Nacho Zubelzu le parece bien. Es como si se activara, indica. Estoy de acuerdo. Sentarse en ella es como darle al play.

En el monte se suelen encontrar plantas de antiguas construcciones en forma de puntas de flecha. Son de chozos de pastor. Los pastores vivían en el monte los meses de calor y bajaban al pueblo cuando entraba el frío. La nieve tiraba los chozos. En primavera los pastores volvían a subir y lo primero que hacían era levantar el chozo del suelo. Eso es lo que encontramos en el monte: en realidad no los chozos arruinados sino los chozos en su formulación de invierno, en su avatar invernal, esperando a que el pastor vuelva (probablemente ya no lo haga) y pulse el play (la planta del chozo se parece al símbolo de esta tecla) para volver a cumplir su función. Esta escultura de José Antonio Andrés Vera, médico de Mazcuerras, me lo recuerda.

Vemos alguna otra obra de las que se hallan expuestas en el pasillo de las Tres Torres, de Gloria Torner, Eloy Velázquez, Arancha Goyeneche, Faustino Cuevas, etc. Nos detenemos con especial atención ante el óleo del Marqués de Valdecilla pintado en los años veinte por Gerardo Alvear. Destaco que está posando con la mies de Medio Cudeyo al fondo. Es su manera de decir a los paisanos que es rico, es un cuadro que se ha de descifrar en clave paisana, señalo. El oro del maíz de la mies es oro y es suyo, resume Nacho Zubelzu. Ese es el mensaje, sí, confirmo.

Me cuenta que su abuelo y su padre vendían huevos al hospital. Venían de Reinosa en una furgoneta dos caballos. Nacho y su hermano acompañaban a su abuelo y a su padre felices porque la monja encargada, que se llamaba Sor Luisa, les daba un bocadillo de lo que fuera, incluso de jamón, y luego otro la monja de la Escuela de Enfermeras. Esta era peor. Recuerda los almacenes colmados de alimentos. No había nada igual.

Donde haya niños, gallinas y ropa tendida, hay vida. Da igual dónde estés, afirma Nacho. Es una sentencia que también se puede aplicar a un hospital, pienso. Nacho y su hermano de niños y los huevos de gallina. Solo falta la colada. Recuerdo a una costurera del hospital que en una conversación para el libro Los dominios del corazón me dijo que se esmeraban en zurcir la ropa de cama para que los pacientes sintieran que estaban en un sitio donde se cuidaba todo, a las personas lo mismo que a las cosas.

Buscamos los jardines por los pasillos del hospital. Me preocupo porque por un descuido nos hemos metido por un pasillo un poco complicado que es el que utilizo yo normalmente, pero Nacho me tranquiliza diciendo que hay que hacerse a todo. Por fortuna emergemos rápido y sin complicaciones en mi pabellón, que es el 16, y de este a los jardines hay solo un paso.

Lo primero le llevo a un bancal que está debajo del Salón Noble de la Biblioteca, el más bonito de todos. Los días de calor que coinciden con sesión se abren las puertas exteriores del Salón Téllez Plasencia para que entre aire fresco. El doctor que da nombre a este espacio fue el primer Jefe de Servicio de Rayos. Huyó del franquismo a Francia y de los nazis a Inglaterra. Volvió a Francia al terminar la IIª Guerra Mundial y trabajó en el CERN. Le tenemos perdida la pista desde entonces, no sabemos qué fue de él. En este bancal suelen darse baños de tierra los gorriones. Ha llovido días atrás y la tierra está apelmazada, así que no se ve del todo bien, pero es habitual que los pájaros dejen la huella de sus baños en la tierra suelta. Son sobaldraeros. Es una palabra que también sirve para la huella que dejan los animales tras haber retozado en la hierba. Para la huella de las personas en la peña de hierba del pajar se utiliza joche.

Nacho Zubelzu tiene una línea de trabajo que consiste en sembrar en distintos lugares del mundo figuritas antropomorfas de metal obtenidas a partir de un molde de barro, anotar sus coordenadas GPS y meterlas en una bola o semilla de barro estanca, que es lo que adquiere el coleccionista. Este interactúa con la semilla como quiera, puede abrirla o no, ir a buscar la figurita o no, regalarla o quedársela, es el cliente el que cierra la escultura, apunta Nacho. Estas figuritas representan al ser humano en movimiento. Su huella en barro, luego fundida en metal, es como la que dejan los gorriones revolcándose en la tierra, las yeguas en la hierba o las personas descansando en el pajar tras una dura jornada de siega.

Su título es Deucalión y Pirra.


El título está tomado de un mito griego que explica el modo como se recuperó la humanidad tras un diluvio provocado por la cólera de Zeus. Deucalión y Pirra fueron los únicos seres humanos supervivientes. Encontraron un templo semiderruido dedicado a Temis y le preguntaron qué hacer. La diosa de la ley, la voluntad y la justicia divina les respondió que echaran a andar mientras tiraban piedras tras de sí. De las piedras que tiraba Deucalión nacían hombres y de las que tiraba Pirra, mujeres.

Deucalión y Pirra comparte genealogía con Bípedo implume, cuyo punto de partida es la definición de "hombre" que Platón propuso a Diógenes: el animal que camina sobre dos patas y no tiene plumas. También con La huella del movimiento, que remite a la conocida frase de Heráclito "no es posible bañarse dos veces en el mismo río". En ambas propuestas el artista trabaja con siluetas, en el caso de La huella en movimiento, bailando. Están tomadas en distintas partes del mundo pero Nacho recuerda sobre todo su experiencia en África. Allí preguntaba a sus modelos si querían ir a Europa. Llevaba consigo acetatos enrollados para que el bulto fuera poco, y pintura. Extendía el soporte, silueteaba a las personas que bailaban, lo movía al sol, el viento lo movía, de regreso a Europa exponía el resultado, hacía fotos de la exposición y volvía al lugar de origen a enseñarlas. Efectivamente, les había llevado a Europa.

Me preocupa mucho la economía de aquellos países, apunta Nacho. Mi ideal sería poder crear una empresa de avistamiento de aves con ellos y llevar yo clientes desde aquí. Apenas necesitarían nada. Prismáticos y poco más. Lo más importante es lo que saben. Recuerdo un pastor marroquí con el que hice la trashumancia en España que hacía fotos no de su día a día sino cuando entrábamos en alguna ciudad y veía algún coche de lujo. Entonces sí se hacía una foto. Eso es lo que les llega al otro lado del estrecho. Las falsas expectativas.

Nos sentamos a resguardo del sol en la pared del bancal, metidos prácticamente dentro de un tejo podado como si fuera un seto. Hay otros compañeros del hospital haciendo lo mismo mientras toman un café de máquina o comen algo. No recuerdo gente en los jardines antes de la pandemia, sí durante, mucha, para destensar los nervios, supongo, y ha quedado la inercia.

Las siluetas las presenta Nacho como instantes detenidos. Le digo que antiguamente los paisanos aprovechaban los contraluces para posar y emitir un mensaje con la pose, el principal: aquí estoy y soy de tal sitio, campurriano, cabuérnigo o de donde fuera, en función de cómo se cogía el palo, se colocaba la boina, se ponían las piernas, etc. Eso cuando querías que te vieran, añade Nacho. Igual que los animales.

La danza es donde mejor trasluce esta gestualidad, asegura. Los movimientos tienen que ver con el celo, con la protección de las crías, etc.

Si vas al monte a ver al ternero recién parido tienes que fijarte en la primera mirada de la madre, que va a ser de control. En cuanto sabe dónde está el ternero y que está bien, va a mirar para otro lado para despistar. Con los patos pasa igual, continúa Nacho. Van a ir siempre en dirección contraria al nido y además haciéndose los heridos, arrastrando un ala, para alejarte de los polluelos, incluso a riesgo de perder su propia vida.

Se mueve el seto y lo que parecía un fruto del color del pico de un mirlo, pía. Buscamos otro refugio para no molestar. Nos sentamos en otro bancal dispuesto a lo largo de la vía que recorre los jardines cuan largos son. Esta vez no prestamos atención a la especie que nos cobija. Da sombra y basta. El sol rebusca entre las ramas como si fuéramos fruta que llevarse a la boca pero no nos alcanza.

Le pregunto por la recepción de su obra entre las personas retratadas. Traigo a colación una antigua fotografía recuperada por Jesús García Preciados de una niña de Peñacastillo que posa con los dedos cruzados para evitar que nadie le pudiera echar mal de ojo a través de la imagen. Nacho se sorprende pero tras una breve pausa no tanto porque a fin de cuentas es igual en todas las culturas, dice.

Hace una década presentó una exposición en el Palacete del Embarcadero de Santander titulada Tubab, palabra empleada en algunas regiones de África para designar al hombre blanco pero que también significa "dame algo", es decir, tubab se podría traducir algo así como "hombre blanco, dame algo", aclara.

En esta exposición colgué retratos que una vez terminados diluía echando agua sobre ellos, dice. Era un acto simbólico. Lo que pretendía era precisamente eso, capturar su espíritu. Pero hacerlo delante de los retratados resultaba durísimo.

En 2023 monté una exposición en la cuadra que la Fundación Agro y Cultura tiene en San Martín de Elines, continúa. Eran retratos de este tipo que digo, semblantes. También me interesaba el modo como interactuaban con el entorno. Muchos acabaron manchados de abono, otros rotos a cornadas o coces. Yo mismo recibí un topetazo durante el montaje que me llevó al hospital. 

Le digo entonces que la palabra cuchu, el abono mezclado con la materia vegetal que se emplea para la cama de los animales en la cuadra, por ejemplo helechos (por eso que haya tantos helechales con nombre en los montes, porque era importante tenerlos localizados), tiene el mismo origen que la palabra cultura. A Nacho se le abren los ojos azules como un claro en el cielo.

Las casas antiguas tienen la cuadra dentro de casa, debajo del dormitorio, para dar calor en invierno. El cuchu se asegura que no huele mal. En verano las vacas están en los puertos, salvo unas pocas cabezas, por ejemplo la burtuña para leche. Las cuadras son para Nacho Arcas de Noé, lugares de re-existencia. Le comento que la última persona nacida en Llendemozó, una señora de 91 años, me confesó que tenía miedo porque creía que algo malo estaba pasando. Los frutales de su huerta echaban flor pero no fruto. Todo tiene su tiempu, defendía, el tiempu del vientu de las castañas, por ejemplo, todo. Pero ya no, advertía. ¿Eso es porque es así o porque algo estamos haciendo mal? Nada cambia para mal solo, fue la respuesta de la señora. Efectivamente, remacha Nacho, el cambio climático se nota antes y de forma más intensa en nuestros pueblos, donde la relación con la naturaleza es muy estrecha. No debemos soltar esa mano.

En 2020 inauguró la exposición Miradas y resistencias en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Miradas por lo que te dicen los animales, apunta. La palabra resistencia tiene que ver con la supervivencia, con sobrevivir, incluidos los humanos.

En relación con la comunicación entre especies, el jisquíu de nuestros paisanos imita el relincho de los caballos. Nacho lo sabe y aporta una nueva palabra: lo que en Campoo llaman yuju. En reciprocidad, continúo, los animales también imitan nuestro lenguaje, y apunto: en el Nansa las tórtolas dicen torta-brá, torta-brá, que se toma como señal de que la cosecha va a ser buena porque habrá torta. El cárabo, ave con los ojos abiertos a la noche, avisa no-vaigáis, no-vaigáis. El cuco dice pe-cu, pe-cu, las dos únicas letras que aprendió cuando era mal estudiante, antes de convertirse en pájaro. A Nacho no le sorprende.

Otra serie suya es Estacas. Son dibujos hiperrealistas hechos a plumilla, trampantojos. Parece que están pero son solo representaciones. Pueden tener procedencias muy variadas. Le interesa el efecto del paso del tiempo sobre ellas. Suelen estar quemadas. Le pregunto si el fuego es un destino irremediable y dice que para los pastores sí. Está a favor de mantener las quemas controladas en el monte. La palabra combustión emparenta etimológicamente con la palabra busto, quizá debido a antiguas prácticas de incineración de cadáveres. O por el corazón que arde. Sobre las estacas quemadas a veces se posan aves: tiempo consumido, su último reducto.

En 2011 vio la luz el libro Saja. No se puede valorar ni defender lo que no se conoce, sentencia. No le falta razón. La divulgación es muchas veces supervivencia. Saja tiene mucho de cuaderno de campo y de asidero, indica, igual que el reciente Tinta salvaje (2024), que abarca toda la Cordillera Cantábrica, desde las cumbres a la costa, pasando por los valles y praderas.

En su serie Dorados Nacho dora lugares. Todos merecen su aprecio. Así, escamas de tierra endurecida por el sol del desierto, una lata abollada para el agua, las costillas de madera de la puerta de una choza Enkaji masai... En este último caso recuerda que al dueño lo que más ilusión le hizo fue la pintura dorada que le regaló.

El lobo, asegura Nacho, es el animal al que más le brilla la mirada, el que más dice.

Son los pastores los que me enseñaron a observar. "El pastor ve en la sierra y brañas lo que el rey no ve en España, ni el Pontífice en su silla y Dios con todo su poder tampoco lo puede ver". Es un dicho popular recogido por Luis Ángel Moreno Landeras en su libro La vida en sepia (2018), cuyas magníficas ilustraciones son obra de Nacho. Que en el monte haya un topónimo a cada paso refleja esto, la riqueza de lo que no se reconoce si no sabes mirar. No es lo mismo ver (acto fisiológico) que mirar (acto cultural). Pasa con los seles, por ejemplo, que son los lugares donde pernocta el ganado. Ni siquiera están delimitados, sabes que están si sabes que están, si no, no. Los pastores se cuidan de que las vacas tengan sus crías en ellos para que los terneros cojan querencia al lugar. Luego son capaces de subir solos o bajar cuando llega el buen tiempo o el malo, según.

En este libro se dedica un capítulo al aprovechamiento de la genciana, que en nuestras respectivas familias llamamos junciana. Nace en las alturas. De eso tanto su familia como la mía saben mucho. Es una planta en peligro de extinción. Su raíz era muy demandada por las farmacéuticas y lo sigue siendo. Se extraía, se secaba y se vendía al guarda, que era el que hacía negocio. Luego se reguló. Pero a finales de los sesenta cesó su explotación porque desapareció, sencillamente. Entonces sí, cuando ya no había, se protegió. Fuimos víctimas de una suerte de neocolonialismo, asegura. No sé cómo estará el tema de la caloca hoy pero espero que no esté pasando lo mismo, lamenta.

Los seles me transportan al círculo de huesos de la sala de la Escuela de Náutica del año 2005, exposición montada como resultado de haber ganado el Premio al Mejor Artista Cántabro el año anterior (lo será también en 2019). Eran huesos encontrados en el monte. Los radiografió para su obra Óseo. Las radiografías también le sirvieron para dar forma a Naturaleza hervida. Todo está en todo. Su obra no podía ser diferente. Pero sobre todo, a donde me conducen los seles, le informo, es a la Jaula dorada expuesta en Beijing y Tokio el año 2016. Leo entonces un fragmento de la novela Historia de no (1989) de Mercedes Soriano: "El símil [pájaro libre] sería erróneo, pues resulta que los pájaros nunca pueden ir libremente de un lugar a otro. Resulta que cada uno está encerrado en su propio territorio. ¡Oh, la libertad de los poetas! [Pero] el símil puede recuperar su validez teniendo en cuenta que territorio es equivalente a cuerpo". Poco más hay que añadir, reconoce Nacho. Estas jaulas doradas son mi interior puesto en escena, resume.

Los cuadros o bancales de los jardines del hospital no tienen mucha potencia, la tierra que hay debajo no es mucha. Tampoco la hay en las campas. En realidad son tejados, hay dos plantas por debajo, hormigón. Quiero enseñarle un solar dentro del recinto del hospital que ha quedado huérfano tras haber sido derribada la antigua casa de la maestra, en la esquina de Padre Rábago con la conocida como cuesta de los toros. Es un espacio borrado con guijo. Pero a pesar de todo la hierba nace. De camino nos hacemos una foto bajo una buganvilla en flor.


Hablamos de Trashumancias. Las presentó en el Real Jardín Botánico de Madrid el año 2013. Al año siguiente las llevó a la Sala Robayera. Diez años después se han podido ver en ArteSantander, este mismo verano.

Sus Trashumancias se inspiran en el movimiento ordenado de rebaños de ovejas recorriendo un paisaje de lomas. Nacho es vicepresidente de la Fundación Trashumancia y Naturaleza. Sabe de lo que habla. Lo ha vivido en primera persona. Ha sido uno de los promotores de la declaración de la trashumancia como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO el año pasado.

Le pregunto por el detonante de esta serie y me explica que él bocetaba sobre el terreno pero que luego en casa se preguntaba cómo traducir el movimiento de los rebaños. El movimiento siempre le ha preocupado mucho. Ahí está Tinta salvaje con sus animales fugaces para demostrarlo. Pero en esta ocasión quería ir más lejos. O más adentro. O todo lo adentro que pudiera, que es lo más lejos adonde se puede llegar. Trashumancias es la respuesta.


Insiste en las nociones de orden y movimiento y yo le presento dos verbos de mi familia, uno que Nacho conoce y otro que no: acaldar (el que sí) y atotogar (el otro). El primero significa poner las cosas donde deben estar. El segundo es ponerlas donde mejor están, que no tiene por qué ser necesariamente su sitio. A Nacho le entusiasma el alcance moral de ambas y lo que puede hacer que un sitio pase a ser otro y viceversa, el sitio adecuado y el sitio querido.

La querencia a un lugar, como el animal y su sel.

Un lugar que en el fondo solo existe por esa querencia. Si no, sería una mera combinación de coordenadas espaciales.

Las Trashumancias se vinculan con obras que parten de elementos cotidianos devenidos en iconos estéticos de la tradición pastoril, como la serie Badajos. Le comento que en Cantabria los campanos de las vacas tienen cada uno su voz y que esta puede ser macho, si grave, o hembra, si aguda. La pareja de tiro lleva campanos que casan.

Saco entonces de la mochila una sorpresa, un campanu que traigo de casa con un gorro para el sol metido dentro para silenciarlo y que va a provocar que el sol termine quemándome. El campanu lleva grabado el marcu del pastor cuya pareja era la encargada de sacar en procesión a la Virgen del Moral. A esta Virgen cuenta la leyenda que la encontraron los animales. Pasa con otras muchas del norte, por ejemplo la santanderina Virgen del Mar, la pasiega Virgen de Valvanuz o la campurriana Virgen de Montes Claros. A todas se las intentó trasladar cerca de algún núcleo de población y todas volvieron por sus propios medios al lugar donde fueron desenterradas. 

No somos capaces de adivinar si el campanu que traigo es macho o hembra. Aprovecho para explicar que jembru es una palabra montañesa que sirve para decir hombre a partir de mujer. Es algo parecido a la conjugación verbal cántabra eru, "soy", que se construye a partir de "eres".

Este desenterramiento de imágenes religiosas nos lleva a hablar de Hombre y Tierra. Son siembras de sí mismo, literalmente. Para él estas siembras tienen que ver con la posesión de un lugar, con echar raíces, además de con la concepción del artista como semilla.

Le comento que de nuevo Jesús García Preciado recogió un testimonio de San Sebastián de Garabandal según el cual si llegada la siembra había dudas, las mujeres se levantaban la falda y se sentaban en la tierra para ver si estaba fría y había que esperar o no. Esta tradición que podría emparentarse con antiguos ritos de fertilización de la tierra comparte sustrato con la obra titulada Balcan Erotic Epic (2006) de la conocida artista performativa Marina Abramovic. Es ante esta relación que Nacho da el alto y me remite a su vídeo Reina y Madre (2021). Es una revisión de todos estos planteamientos, avanza. Promete enviármelo cuando vuelva a a casa.

Efectivamente, lo hace, y cuando escribo estas líneas ya lo he visto.

El artista camina tirando de una carretilla con un bulto dentro. Lo hace por un paisaje tomado por la niebla. Irrumpen vacas y yeguas. Los acebos presentan la característica forma cónica propia de las brañas. Se produce un cambio de escena y se ve a una mujer vestida con traje tradicional haciendo la colada, dando de comer a las gallinas, barriendo. El artista sigue caminando esta vez por un campo de cereales. Un ave está posada en el hombro, puede que un mirlo. Es una de las imágenes icónicas de Nacho Zubelzu. Se oyen campanas y la mujer corre. El artista llega a un claro del bosque. Abre un hoyo y mete el bulto dentro. Lo tapa y echa libros. La mujer entra a misa. El artista riega, rezan las mujeres. El rezo sustituye a la guitarra que ha estado sonando hasta ahora. La cámara se traslada al interior del hoyo. Es amplio y está embarrado. Suena agua corriendo. De fondo el cántico de las mujeres en misa. Del bulto sale el artista. Hace figuritas antropomorfas con barro, las moldea con sus manos. La cámara vuelve al exterior. Asoma la cabeza del artista. Vuelve la guitarra y se apagan otros sonidos. Se acelera la imagen. La mirada del artista es vertiginosa. Sale del todo, desnudo. Se adentra en el paisaje. En imágenes tomadas en otros emplazamientos se ven otras cabezas asomar de la tierra, no tan expresivas. En la última escena la mujer llega con un cesto y fertiliza el hoyo con libros. Voz en off femenina explica que la única manera de conservar la madre tierra es no perdiendo el pasado, las tradiciones y la memoria. La humanidad debe seguir nutriéndose de cultura en todas sus formas, filosofía, arte, música, poesía, para que germinen los frutos que aseguren continuidad y futuro a este planeta.

Los ojos de Nacho han recorrido el solar de arriba a abajo, abriendo surcos. El solar está subiendo una pequeña cuesta. La bajamos y vamos a comer al restaurante del hospital. Es una entrevista que ha durado cinco horas.

Es importante que sigamos siendo para ser. Los artistas trabajamos con recursos mnemotécnicos para que no olvidemos cómo hacerlo.

Parece la tarea de un chamán, casi pregunto casi afirmo.

Sonríe al mirarme también a mí.

VIRIDITAS, 21. El árbol favorito del marqués

Ramón Pelayo de la Torriente partió a Cuba con 14 años. Su pueblo de origen era Valdecilla, en el municipio de Medio Cudeyo. Regresó anciano y rico. Dentro de la esfera pública, su principal logro fue la Casa de Salud Valdecilla, inaugurada el día que cumplía 79 años. Gracias a la orientación que le confirió su primer Director Gerente, el doctor cántabro Wenceslao López Albo, el Hospital Valdecilla se deshizo de la lógica indiana y su gusto premoderno por la beneficencia para plantearse como una institución pionera en la concepción de la Sanidad como derecho.

El marqués era indiano además de regeneracionista, entendiendo por tal la persona adinerada preocupada por el progreso de España pero no tanto como para comprometer el estado de las cosas, que era el que le beneficiaba, es decir, implicado en la mejora pero sin cuestionar por interés propio la desigualdad de base que era, precisamente, la principal causa del atraso del país. Es en este juego de claroscuros que se entienden muchas de sus decisiones.

Ramón Pelayo de la Torriente era amigo personal de Alfonso XIII, que fue el que le nombró Marqués de Valdecilla el año 1916. Esta cordialidad no la debemos tomar como algo natural. Recordemos que el escritor José María de Pereda no participó en la inauguración de la escultura a él dedicada en los jardines que llevan su nombre porque los Reyes iban a presidir el acto y él era antimonárquico. En su lugar asistió su amigo Marcelino Menéndez Pelayo. Quiero decir con esto que la buena relación entre el indiano y el monarca no era inevitable, no era algo propio de la época, que estaba en el aire, sino que respondía a intereses comunes. La naturaleza de estos intereses comunes, como la propia figura del indiano, está en penumbra.

La Casa de Salud Valdecilla conserva muchos árboles exóticos, indianos en sus jardines, por ejemplo una secuoya centenaria y varias palmeras. Pero en origen había muchos más. Entre ellos se encontraba el árbol favorito del marqués, un pino. Se taló durante las obras de los años setenta. De lo que se construyó entonces no queda nada. Cabe dudar si talarlo mereció la pena.

En La Península de La Magdalena, sede del veraneo regio en Santander, hay junto al Palacio, en un lugar prominente, dando vista a la barra que defiende la bahía, un pino singular de la especie insigne (Pinus radiata). Es factible que este árbol fuera gemelo del pino del marqués.

martes, 2 de enero de 2024

VIRIDITAS, 20. Entrevista a José Cobo, escultor

Me llama desde el hall del Hospital y bajo desde mi despacho a toda prisa. Son solo unos minutos, pero son. Le encuentro observando el Belén que por Navidad tapa la obra de Adolfo Estrada y me disculpo.

No pasa nada, Mario, me tranquiliza.

Nos demoramos viendo las obras de Eduardo Gruber, Juan Uslé o Vicky Civera, adquiridas por el Hospital, y de Eloy Velázquez, Roberto Orallo, Gloria Torner o Arancha Goyeneche, cedidas en depósito.

Una compañera de Atención al Usuario se acerca al vernos: José Cobo es un escultor apreciado. Su obra pública en Santander es abundante. Suyos son Los Raqueros de Puertochico, el monumento al incendio y la reconstrucción de 1941 sita en los Jardines de Pereda y su obra más reciente en Santander: la escultura conmemorativa del 50 Aniversario del Concurso Internacional de Piano "Paloma O´Shea" en los aledaños del Palacio de Festivales.

No es por casualidad. José se gradúa en The School of the Art Institute of Chicago (SAIC) en 1986. En 1994 obtiene la beca de la Fundación Botín en Artes Plásticas y en 1995 se gradúa en Historia del Arte y Crítica en el SAIC, en cuyo Departamento de Escultura ejerce como profesor de 1994 a 1997. En 2014 gana el Premio de Artes Plásticas del Gobierno de Cantabria.

Ha sido artista visitante en Vermont Studio School (2009, 2013, 2016), Oxbow at Saugatuck, Michigan (1994, 1996), Universidad del País Vasco, MAS de Santander, etc. En 2015 la UIMP le dedica un Curso Magistral titulado "De la existencia a la idea".

Ha presentado exposiciones individuales en salas de Chicago, Nueva York y Miami, Colonia y Munich, Antwerp (Bélgica), etc. También en salas españolas y cántabras, como Rua y Juan Silió. Ha expuesto en el Palacete del Embarcadero, Fundación Botín, Biblioteca Central, Castillo de Argüeso o el CASYC de la Fundación Caja Cantabria.

A preguntas de la compañera de chaqueta roja José nos aclara la palabra raquero. No es un invento de Pereda. Es la palabra que se utilizaba para referirse a los críos que merodeaban por el puerto. Hoy conserva cierto componente peyorativo. Procede del inglés, lo mismo que pichi, que significa alquitrán. En la costa occidental de Cantabria alquitrán se dice chapapote, del náhuatl, y en la costa oriental galipó galipote, del francés, añado. Está visto que para ser cántabro hay que ser también de fuera, continúo. Otros ejemplos santanderinos son la machina, el paseo del puerto, palabra tomada de las primeras grúas de procedencia francesa, o güinchi, del inglés winch, montacargas.

Cuando José y yo nos quedamos a solas salimos a ver la escultura "Kinesis" (2005) ubicada en el acceso norte de Urgencias. Se trata de un homenaje al progreso de la ciencia que hizo su tío Ramón Calderón. Es la ampliación de una escultura de Ramón propiedad del cirujano Chencho Cubría. A José le gusta pero no su ubicación actual. No deja de ser un rincón, señala. No se corresponde con su monumentalidad. No sé por qué está donde está, reconozco.

Le pregunto entonces por su obra dedicada al incendio de Santander y la reconstrucción de 1941 emplazada en los Jardines de Pereda. A José le gusta pensar que es la única representación del viento sur que existe. Le pregunto buscando intencionadamente la relación con otro viento, el noroeste o gallego. Este viento al que las antiguas casas montañesas ofrecen el hastial ciego, sin vanos, es el mismo que el 2 de noviembre de 1999 provocó la caída de la pared del antiguo edificio de Traumatología al que sustituye la torre que ahora José y yo tenemos enfrente. 

Igual que el viento sur provocó la refundación de la ciudad en 1941, el noroeste supuso la refundación del Hospital en 1999.

La noche antes de la inauguración de la escultura el viento sur la destapó. Estaba cubierta de plástico, para protegerla. El viento sur quería ver su imagen, y José ríe.

Es una obra que mira a la ciudad. Metí dentro las formas de las nubes. La sombra que proyecta el sol fuerte y directo tiende a reducir los volúmenes a dos planos, los blancos y los negros. Yo aproveché que estaba a norte y no incidía la luz en ella para que la invadieran las tonalidades grises de las nubes.

El año 1918 se echaron los cimientos del Hospital y aunque el presupuesto se acabó poco después, estos primeros movimientos condicionaron el desarrollo futuro del Hospital. Hace cien años el nudo de comunicaciones estaba al norte, por eso el Hospital está volcado al norte pese a que su vocación era asomarse al sur. Las contradicciones fuerzan síntesis que son motor de progreso. El viento aviva fuegos y derriba paredes pero también deposita semillas.

Seguimos caminando y hacemos una parada tan breve como reducida es la arboleda ante la que nos detenemos y crecen o lo intentan distintos árboles, algunos acompañados de placas conmemorativas. A José este bosquete le lleva al que está previsto sembrar en el entorno del faro de Cabo Mayor, en el lugar conocido como Pozu Jondu, en homenaje a los fallecidos durante la pandemia. En esta ocasión soy yo al que no le gusta la elección del emplazamiento por su alto valor ecológico que no necesita aditamentos, pero callo. Tiene una obra titulada "Piedad" que encajaría muy bien, informa, y yo le digo que si no, que valore nuestro Hospital como ubicación alternativa.

Ingresamos a los jardines del Hospital por el Edificio Enlace. Le conduzco al lugar donde se encontraba el busto del Marqués de Valdecilla hecho por Emiliano Barral. Es de interior y estaba fuera, así que lo reubicamos en el Salón Noble de la Biblioteca. Emiliano Barral era un escultor anarquista de la Generación del 27. Esculpió bustos de Antonio Machado y Gregorio Marañón, entre otros. También levantó el mausoleo de Pablo Iglesias, arrasado tras la guerra. Murió en las trincheras del frente de Madrid. En los jardines queda la huella de la peana. Le pregunto por ella a José.

Representar lo que fue por lo que falta, le gusta. 

Sus palabras me llevan al cromlech de Sejos. En tiempos inmemoriales los campurrianos y los cabuérnigos estaban enfrentados por el control de aquellos pastos de verano. Se resolvió poner fin al conflicto enfrentándose dos príncipes, campurriano uno y cabuérnigo el otro. Los dos murieron en el desafío. Desde entonces campurrianos y cabuérnigos comparten Sejos. El cromlech se cree es la tumba de ambos y por eso se conoce como El Cimiteriu de los Príncipes.

Es una leyenda con reminiscencias neolíticas. Las piedras yacen en el suelo. Las levantaron los arqueólogos para estudiarlas y descubrieron ocultas dos representaciones antropomorfas armadas.

El círculo de piedras está señalando una ausencia, la de los príncipes, que protagonizaron un hecho singular, un acontecimiento, se me ocurre.

La presencia del mito en la ausencia, asiente.

La huella de la peana del busto del marqués de Barral en los jardines es interesante, mantenedla así, propone.

Sale entonces a colación su obra de 2021 en el bosque de Ziegelroda, en el monte Mittelberg, cerca de Nebra, en Alemania, donde en 1999 se descubrió un disco metálico de 3600 años de antigüedad que por primera vez en la historia de la humanidad representa el firmamento. Según la UNESCO, el disco celeste de Nebra "fue enterrado de manera ritual como ofrenda a los dioses, junto con dos espadas, dos hachas, dos brazaletes en espiral y un cincel de bronce". La instalación de José se titula "Wärcher" y ganó un concurso internacional cuyo lema era el poder, la representación y la defensa. La obra se compone de cinco láminas de bronce asociadas a otros tantos árboles del bosque. 

Me imaginaba los destellos de las armas que describe Homero, rememora.

Escaneé las hayas del bosque y reproduje sus nervaduras, parecidas a músculos, como si fueran armaduras.

Las armaduras de bronce dejan adivinar la anatomía de su portador, la musculatura de las hayas.

Estos elementos verticales metálicos se extienden en el terreno, tienen continuidad en el horizonte, introduciendo así el elemento horizontal o femenino, concluye.

Las obras del hospital iniciadas el año 1918 no solo condicionaron su orientación sino también su disposición: por aquel entonces el único modelo posible era el horizontal o pabellonario pero cuando se retomaron las obras gracias al impulso del marqués había otro modelo disponible, el vertical o norteamericano. Es este el que quiso desarrollar el primer Director Gerente, el Dr. Wenceslao López Albo, según él mismo reconoció en una conferencia de los años treinta que ha recuperado recientemente la Biblioteca, pero no pudo porque los cimientos ya estaban echados. En la actualidad esta disyuntiva se ha resuelto combinando ambos elementos, el vertical representado por las tres torres y el horizontal por el zócalo donde se asientan estas. La síntesis, efectivamente, supone un avance.

Esta obra suya de Alemania guarda una relación estrecha con otra instalada el año 2022 en Mazcuerras: "Naturaleza suspendida". En ella José erigió un aspa de troncos suspendidos en mitad de un corredor de plátanos.

Yo tuve la oportunidad de verla en su momento. Entonces me pareció que el autor estaba anulando (el aspa como tachadura) una formación vegetal creada por el ser humano, artificial pues, por serlo, es decir, la tachó por su artificiosidad, pero se daba la paradoja de que para ello el autor tenía que recurrir a la misma estrategia que criticaba, es decir, su crítica se valía, quizá por no haber alternativa, del mismo artificio que pretendía criticar. Los dos discursos que reconocí en su obra caían en lo mismo, en la manipulación de la naturaleza, me pareció. El primero, que podríamos calificar como clásico por esa identidad suya con los templos griegos, manipulaba la naturaleza de forma ingenua aunque no por ello menos agresiva y el segundo lo hacía de forma si se quiere más consciente, recurriendo a la ironía, que es un rasgo netamente postmoderno. También lo es apelar a la antigüedad clásica para, de alguna manera, cuestionarla.

Hasta aquí mi lectura de hace un año y pico, cuando la estuve viendo en Mazcuerras. Ahora ya no está.

Me gustaría recuperarla, dice José, pero al completo, es decir, incluida la formación de plátanos, no solo los dos troncos suspendidos. Esta obra lo tiene todo, tanto desde el punto de vista compositivo como ideacional, todo.

Esta obra mía se inscribe en la siguiente cadena, y José la expone: naturaleza domesticada, naturaleza ordenada, naturaleza aniquilada y naturaleza sublimada. 

Abandonamos los jardines siguiendo los pasos de hormigón, pasos incómodos, dispuestos a una distancia forzada unos de otros, que conducen a una de las puertas que se abren en el largo pasillo acristalado que enhebra los antiguos pabellones como si fueran cuentas de un mismo collar. El mío es el del centro, el 16. La Biblioteca se encuentra en la segunda planta. Nada más entrar nos dirigimos al Salón Noble a ver el busto del marqués.

Es una obra admirable, convenimos.

Nos sentamos en un antiguo banco con respaldo de listones que parecen paréntesis.

Su estilo lo define como "figurativismo postmodernista". 

Las figuras están pero no son por sí mismas ni me definen, al contrario, la parte postmoderna de mi obra alude a la ausencia de estilo. Lo que importa es el tema, no aplica si figurativismo o abstracto.

En mi caso las figuras actúan en el espacio, no están aisladas, asegura José. Si tuvieran marco o las pusiera encima de una peana estarían en otro sitio, pero no. Las mías están operando en el espacio que ocupan.

Para mí el espacio es como el del Barroco, no es un espacio neutral.

Por ejemplo los raqueros de Puertochico, continúa. Es una obra en la que me preocupé de meter el muelle dentro. La bahía, el viento sur, la machina, todo está ahí. El viandante también está, de hecho la instalación cambia a su paso, él la activa. El raquero de pie, otro más que está sentado en un noray y el tercero lanzándose al agua: es un abanico que se abre.

O se cierra.

Es tarde. Salimos y nos tomamos un café rápido cerca. Yo llevo mi habitual mazo de papel pero lo hago por inercia, sin intención de utilizarlo. No obstante tomo las últimas notas.

¿Interaccionar con tus obras es como darle al play?, pregunto.

Tú mismo te respondes al emplear el verbo interaccionar.

Por último, me hace una recomendación, que atiendo.

La crítica tradicional describía, no interpretaba. Sin embargo, la crítica actual, la que a mí más me interesa, incide, no duda interpretar. Así, busca relaciones por ejemplo con el feminismo o con el ecologismo. 

Te recomiendo leer a Rosalind Krauss. Suya es la idea de "campo expandido". Eso es lo que creo que estás haciendo tú con Viriditas, Mario.

VIRIDITAS, 19. El perímetro

Los japoneses levantan el tejado sobre una estructura de postes que luego es envuelta en papel y la sombra que proyecta es la que marca el perímetro de la casa. Lo explica Tanizaki en Elogio de la sombra.

En la casa tradicional cántabra el tejado también apoya sobre una estructura de postes, el conocido como cuadru, que luego es envuelto en piedra, y es el agua de lluvia que escurre del alero, las goteraas, la que marca el perímetro de la casa.

El velo de sombra en la casa japonesa es la cortina de agua en la casa cántabra.

Se ha hecho de noche en el hospital y sigue lloviendo.

viernes, 1 de diciembre de 2023

VIRIDITAS, 18. Entrevista a Diego Cicero, medioambientalista

Nuestra primera pausa la hacemos en el pasillo que une las tres torres con la línea de pabellones antiguos. Tenemos a un lado la cubierta de Urgencias, que es de piedra suelta, y al otro un parque infantil oculto tras un vinilo con una foto que representa un paisaje que se replica a sí mismo cada pocos metros.

Mira a un lado y a otro y se le escapa media sonrisa: es prometedor este contraste entre un jardín de piedra y otro de plástico, desliza.

No creas que se trata de un jardín seco de inspiración japonesa, respondo, sino un pedregal que aporta peso a la cubierta para que no vuele los días de viento. 

Las luces del pasillo se encienden de forma automática al reanudar nuestros pasos. Acabamos de encontrarnos en el hall del hospital. Él previsor ha venido con paraguas y yo he bajado de mi despacho con abrigo de capucha, así que lo primero que hacemos es dirigirnos a los jardines que están a sur, al pie de los pabellones, sin preocuparnos por el mal tiempo. Tomamos la salida que corresponde a mi pabellón, el 16.

Nada más posar el pie en los jardines pasa una pisondera y tras ella un mirlo al que yo llamo miruellu y él torda. Él es lebaniego. Le pregunto por su nombre legítimo y responde que su nombre científico es Turdus merula, que contiene las dos raíces, así que, en rigor, puedo elegir. Le llamaré como siempre, entonces.

Él es Diego Cicero, medioambientalista y presidente de la Asociación RIA, centrada en la investigación y desarrollo de soluciones basadas en la naturaleza para la restauración y conservación del medio ambiente, cuyo origen se encuentra en una asociación radicada en el entorno de la Ría del Carmen o de Boo, en el arco de la bahía de Santander. Es además CEO de Phytobatea, spin off de RIA, dedicada al diseño y construcción de humedales flotantes.

Él se autodefine también como inventor. Si las bateas gallegas son plataformas para cultivar mejillones, del griego phyton, "planta", la phytobatea es la invención cántabra que hemos desarrollado para crear ecosistemas vegetales flotantes capaces de depurar el agua, explica.

Tenemos un amigo común que dice que los mirlos arrancan su canto emitiendo una secuencia de sonidos que le identifican como individuo. Luego ya se pliega a las códigos comunes a su especie, más o menos complejos. Le parece razonable, concede.

No hace falta que nos presentemos, Diego y yo nos conocemos de hace tiempo, de la Consejería de Medio Ambiente en la que coincidimos.

Pero lo que sí que no, tercia Diego, es que los mirlos hayan llegado a la ciudad coincidiendo con la construcción del hospital, Mario. El hospital es de los años veinte, me interroga con la mirada y asiento con la cabeza, y los mirlos seguro que están aquí de antes. Estas aves son las reinas de los espacios de transición entre dos o más ecosistemas o hábitats, los ecotonos. Es en los ecotonos donde más diversidad hay. Te lo he leído y te quería corregir, se disculpa. Se lo agradezco.

Me viene a la mente una conversación que mantuve el otro día con un paisano que defendía que los ángulos donde gira el arado son los espacios más fértiles de un campo de cultivo. Los ecotonos son los ángulos de los ecosistemas, el lugar donde interaccionan, los espacios más fértiles, el hábitat de los miruellos.

Le interrogo entonces por la etimología de Boo, que yo quiero relacionar con vado, quizá influido por el discurrir de nuestra conversación, la ría más que como frontera como gozne, pero él cree que procede de una palabra prerromana que podría traducirse por algo así como "lugar de fuentes". Las dos opciones son válidas. En cuestión de toponimia y de etimología el que crea tener razón la pierde.

De cualquier forma, la documentación más antigua conservada se refiere a esta ría como de Mixeras, quizá en relación con el mijo, como Mijares en Santillana del Mar o Mijarojos en Cartes, apunta Diego. La boya que hay en la desembocadura se llama de Mijares y la cabecera de la marisma es la de Micedo. Todo encaja, acepto.

El mijo era el cereal más importante antes de la irrupción del maíz en Cantabria, de ahí que por ejemplo en Escobedo al maizal lo llamen mijotal. Probablemente toda esta ría sirviera de asiento a un cultivo masivo de mijo. La borona es hoy o ha sido en tiempos recientes de maíz, pero la palabra es prerromana, significa "pan" y en origen no sería de maíz, que es un cereal americano, sino seguramente de mijo. Haber sabido adaptarse es lo que ha salvado a esta palabra prerromana.

2023 ha sido declarado el año internacional del mijo por la ONU, un supercereal que va a volver a jugar un papel clave en la alimentación de la humanidad, tanto por sus propiedades nutricionales como por su gran productividad y adaptabilidad a diversos tipos de ambientes, en este caótico escenario de cambio climático, alerta Diego. Tendría que tener más presencia en parques y jardines además de por su función intrínseca en el sistema, por su especial interés como alimento para la fauna granívora. Plantarlo sería una acción cargada de simbolismo, propone.

El germen de la asociación Ría es vecinal. Nació el año 1991 de una preocupación: la contaminación de la Ría del Carmen y Boo. Por entonces todavía había vecinos que recordaban haberla disfrutado en relativo buen estado. Haberse bañado en ella, por ejemplo. A este poso se vino a sumar el movimiento ecologista de aquella época y el resultado es nuestra asociación, indica Diego.

Nosotros, mi generación, llegamos en 2004, cuando la asociación estaba a punto de disolverse. Nuestro enfoque no era tanto reivindicativo, o no solo, como también y sobre todo científico-técnico. Empezamos llamando a todas las puertas pero no nos abría nadie. Entonces hicimos un documental titulado Al fondo de la bahía. Todos quisieron participar: Paco Martín, que por entonces era Director General de Obras Hidráulicas y Ciclo Integral del Agua de la Consejería de Medio Ambiente, el Director del CIMA, Nacho Diego, María Jesús Calva, Ángel Duque, el Director de FerroAtlántica, etc. El documental se encuentra disponible en Youtube y otras plataformas. Redimensionamos la palabra ría, amplía Diego, y a partir de entonces pasamos a leerla también como Realización de Iniciativas Alternativas. 

Nuestro campo de trabajo es la fitorremediación.

¿Cómo la definirías?, pregunto.

Es la habilidad que tienen ciertas plantas y organismos asociados, porque las plantas para vivir necesitan estar asociadas a hongos y bacterias fundamentalmente en la rizosfera, la habilidad que tienen, decía, para limpiar, para depurar el ambiente en que se desarrollan, que puede ser suelo, agua o aire.

¿Y la rizosfera?

Es un mundo, de ahí lo de esfera, formado por las raíces, el sustrato sobre el que se desarrollan, el agua que está en los poros que hay entre las partículas de ese sustrato y todo un ecosistema de organismos microscópicos que viven en simbiosis con esa planta.

No grabo, tomo notas en un mazo de papel doblado para que tenga mayor consistencia. Lo hago rápido, no creo que se me haya escapado nada, pese a la agilidad de Diego y a lo novedoso de sus planteamientos.

Por ejemplo, las plantas del mundo están constantemente fitorremediando el aire. Producen oxígeno al tiempo que consumen gases nocivos. Pues bien, nuestra misión es ayudarlas a trabajar de una manera más intensa y especializada sobre un problema concreto, como estamos haciendo en el Plan Rialab, desarrollando un protocolo para utilizar plantas de la propia ría para tratar los sedientos contaminados acumulados en sus fondos.

¿Estaríamos hablando en cierta manera de domesticación?

Se lo piensa.

¿Podríamos establecer un paralelismo con la noción de jardín?, insisto.

Sí, sobre todo por lo que tiene que ver con la depuración de aguas residuales. En las phytobateas, que es la solución que nosotros planteamos, las plantas que estarían enraizadas en el fondo del humedal están flotando, y sus raíces forman una red tridimensional en el agua. Es un cultivo, en cierto modo. Lo que pasa es que el desarrollo posterior de la vida en ese llamémosle cultivo es impredecible, y se hace así con intención. No queremos que la phytobatea se quede en una mera herramienta, queremos que sea un hábitat. La phytobatea como condición de posibilidad para la biodiversidad, podríamos decir. Eso es lo que nos aleja de la domesticación o, si se quiere, eso es lo que nos obligaría a manejar otros conceptos.

Sus palabras me remiten a la idea de jardín en movimiento acuñada por Gilles Clément.

Le pido un ejemplo. Tina Menor, indica. Creamos la primera marisma flotante del mundo para una piscifactoría de dorada y lubina. Un humedal vegetal, completa, un sistema vegetal flotante a base de junco marítimo y verdolaga marina, que son dos especies clave de la propia Tina Menor. Hicimos seguimiento de la eficacia del sistema de depuración durante años, continúa, y con muy buenos resultados. Pero lo sorprendente es que se llenó de vida, sobre todo vida subacuática: peces y crustáceos que colonizaron toda esa rizosfera y la tomaron como espacio de reproducción principalmente: se llenó sobre todo de alevines de anguila, que ahora está en peligro crítico de extinción. La biodiversidad que se crea en este sistema contribuye a que funcione mejor. Las plantas son más resilientes y multifuncionales.

Asociados a las raíces de este tipo de instalaciones se desarrollan miles de especies de bacterias, son sistemas complejos con capacidades para transformar el medio en que se desarrollan, para depurar mucho más allá de los sistemas convencionales basados o en la aplicación de venenos o bien en la oxigenación artificial del agua necesaria para que se desarrollen comunidades bacterianas capaces de degradar los contaminantes, proceso que acarrea un alto consumo de energía.

Por contra, las plantas acuáticas son capaces de liberar este oxígeno de manera natural, ahí está la clave de la competitividad de nuestra alternativa, las phytobateas. La fuente es el sol, no hace falta electricidad, concluye.

Una de las aplicaciones en la vanguardia de nuestro sector, el del tratamiento de aguas por fitodepuradoras, para el que desarrollamos Phytobatea, es la eliminación de fármacos y otros disruptores endocrinos como cosméticos y otros contaminantes emergentes para cuya depuración los sistemas tradicionales no sirven, continúa. Es algo que se está legislando ahora a nivel europeo: la obligatoriedad de depurar estos contaminantes con impactos severos en el medio ambiente.

Es en este nuevo campo que las fitodepuradoras descuellan, es una de las tecnologías con mayor potencial. 

Otro sector clave es el de la gestión de las aguas de lluvia: puede parecer que viene limpia pero desde el momento en que toca el tejado o la calle, arrastra derivados del petróleo, metales pesados, etc., que terminan en medios naturales.

Traigo a colación la creencia de que el agua de lluvia es más fina que la corriente del grifo, por eso que se vean baldes al pie de los aleros en los pueblos. El pelo por ejemplo se cree que queda mejor, más suave, lavado con agua de lluvia, y Diego responde que sí, por no tener cal.

Nos detenemos junto a un seto recortado a dos palmos de altura. Le explico que nuestro jardinero respeta los nidos y que no echa productos químicos. Es de Herrera de Ibio. De la tradición al futuro, directamente, dibujo un arco en el cielo nublado con la mano y una bandada de gorriones levanta el vuelo.

No me gusta lo que los jardines tienen de dominación, subraya Diego.

En la Sierra de Parayas, en el Alto Maliaño, defendimos restaurar el Montezuco no como un parque, sino como monte, un concepto que en Cantabria va más allá de la mera elevación topográfica. Monte aquí significa bosque.

Un monte es mucho más rico y produce muchos más beneficios a la persona que lo transita o vive que una composición vegetal con fines meramente estéticos, que es lo que generalmente se asocia a un jardín.

Yo trataría de transformar estos jardines del hospital en un hábitat compatible con el espacio, posibilidades ambientales y fines humanos, Mario.

Con lo pobre que es y fíjate qué riqueza de avifauna hay. ¿Qué sucedería si fortalecieseis la biodiversidad? Lo primero, falta agua. En cuanto hay masas de agua disponibles la biodivesidad se dispara.

¿Qué propondrías?, le reto.

A bote pronto, trataría de aprovechar las aguas pluviales que escurren de los tejados sobre todo de los antiguos pabellones para crear humedales con vegetación que no requiera de gran profundidad de suelo para el desarrollo de sus raíces, dado que estos jardines están sobre tejados (todo el suelo está excavado, hay al menos dos plantas bajo nosotros). Tampoco perdería de vista la posibilidad de optimizar la gestión de las aguas de lluvia para el riego de espacios verdes.

Nos asomamos a un pozo donde las macetas están perfectamente alineadas. Unas contienen flores, como hortensias, otras árboles frutales, quizá de semillas que la gente planta en sus descansos. Son los propios trabajadores los que hacen lo que estamos viendo, informo, y a él, como en un acto reflejo, se le abren mucho los ojos. Lo primero que he visto al entrar en los jardines ha sido una avispa asiática alrededor de una planta exótica que no he sido capaz de identificar. Ha sido una impresión negativa fuerte. Esto que estamos viendo ahora lo compensa, dice conciliador.

Estos pozos manifiestan una necesidad: respirar, y saca una foto de uno de ellos.

Le propongo subir a la Biblioteca. De camino reconoce una especie invasora de las marismas, la chilca o Baccharis halimifolia y propone eliminarla con sal marina aplicada de manera selectiva, como alternativa a los herbicidas químicos de síntesis, un método desarrollado por la asociación RIA y probado con éxito en varias rías de Cantabria. Se ofrece a formar al jardinero.

Llegamos y le conduzco al Salón Noble. En la mesa que preside el espacio se firmó la fundación de la Casa de Salud Valdecilla. Pese a sus grandes dimensiones, puede tener 5 metros de largo por 2 de ancho, es de una sola pieza. Ya no hay árboles así, aseguro. Él replica que alguno se salvó, y más cerca de lo que imaginas... Un día me gustaría que fuéramos juntos al Monte Parayas, invita, donde te presentaré a La Cajigona, el roble de más de 200 años que constituye la primera parada del Sendero de los Porqués, que creamos para contar la historia de ese monte, y a través de ella la de la construcción del paisaje litoral cantábrico. El panel de introducción al sendero incluye una frase de Cicerón que siempre me ha resultado inspiradora, y cita: "el porqué de los hechos es siempre más interesante que los hechos en sí".

Nos sentamos y le pregunto a bocajarro por la posible interacción de su ámbito de trabajo con nuestro entorno.

Se toma su tiempo.

Se me ocurre un proyecto de investigación que sirva para validar la eficacia de la fitodepuración con plantas autóctonas de humedal para tratamiento de aguas residuales hospitalarias y concretamente de ciertos fármacos predominantes en esas aguas. Sería precioso y del mayor interés. Además sería relativamente fácil de abordar porque el hospital ya dispone de los medios.

Respecto a los espacios verdes, yo no los llamaría jardines. Si los estáis redefiniendo, llamadlos de otro modo.

Se admiten propuestas, le animo.

Lo primero que me viene a la mente son esos pozos intervenidos por los trabajadores del hospital. Recurriría a esa imagen, a esa idea.

Lo que está claro es que un entorno cuidado es beneficioso para la salud. Para la de los pacientes, las visitas, los trabajadores e incluso para la ciudadanía en general. Esa asignatura la seguís teniendo pendiente.

Pero hay actitud, me defiendo.

Actitud, sí.

Lo que afecta a la naturaleza nos afecta a nosotros y biceversa. ¿Somos parte de lo mismo?, pregunto.

Por supuesto, asevera. Somos el Homo habilis pretencioso. Hemos conseguido desarrollar una tecnología cuyas consecuencias no somos capaces de controlar, estamos en el camino, pero seguimos en el paso del mono que sabe manejar palos, piedras y poco más, llamémoslo alcantarillado o ascensor. Pero sí creo que hubo un tiempo en que el ser humano vivió en equilibrio con la naturaleza, continúa. Dejamos de formar parte del ecosistema de manera integral con la domesticación de animales y plantas, es entonces cuando perdimos el equilibrio que manteníamos como especie. 

Las religiones son un buen biomarcador: las preindoeuropeas giraban en torno a una diosa madre, la naturaleza era fuente de vida. Ese equilibro en Cantabria llegó a su fin de la mano de Roma y el cristianismo.

La sacralización de los árboles, por ejemplo, añade. Que hubiera árboles sagrados nos habla de respeto. Nos sitúan respecto a nuestro entorno. En Cantabria se producían enterramientos debajo de los árboles totémicos, que son los mismos sobre los que luego se fundaban las iglesias. Seguro que en alguno de los anillos más profundos de esos grandes árboles de nuestros pueblos hay ADN nuestro, bromea.

Rememoro el tejo que protagoniza el cementerio de Bárcena Mayor y le confieso que mi abuelo materno no quería ser enterrado en el cementerio de Terán, que quería ser enterrado bajo el árbol concejil de La Castañera.

Diego no da crédito y me pregunta si era una decisión personal de mi abuelo o si respondía a alguna tradición cabuérniga.

Mi abuelo era muy del valle, me zafo.

Respecto a nuestra relación tradicional con el entorno, señalo el ejemplo de las brañas. Los clásicos creían que el primer hábitat del ser humano era el claro del bosque y que a este había que desbrozarlo. La tala, la apertura de claros, es el primer gesto, digámoslo así, humano. La naturaleza se torna consciente de sí misma cuando deja de serlo. Es esta brecha la que nos hace seres melancólicos, continúo.

Además de pretenciosos, puntualiza Diego.

Sí, concedo. Pero en Cantabria, como decía, además de los espacios obtenidos por quema y desbroce, como las bustas, que comparten familia con combustión, es decir, espacios arrebatados a la naturaleza, tenemos brañas, que son pastos naturales que simplemente ocupamos. No parece haber agresión ahí. En las brañas los seles, que es donde las vacas hacen noche, ni siquiera están intervenidos, solo sabes que están ahí si sabes que están, si no, ni siquiera los ves.

Las brañas parecen pastos naturales, Mario, pero son resultado de miles de años de ganadería extensiva, reconduce Diego. Su origen es natural, y en la última glaciación, durante los escasos meses en que las nieves se retiraban de nuestros montes, esas comunidades herbáceas formarían enormes praderas en las que pastaban manadas de los grandes herbívoros salvajes, algunos extintos hoy en día, como los bisontes o el uro, el ancestro de nuestra vaca tudanca.

El cambio es la única máquina del tiempo que existe, pienso, y me acuerdo de la borona, de mijo primero y de maíz después. De alguna manera, la vaca tudanca es un avatar del uro, es su traducción contemporánea. El tiempo que dure la vaca tudanca antes de extinguirse, al menos.

Pero las brañas que han llegado hasta hoy, continúa Diego, son el resultado de lo que vino después, de más de siete mil veranos subiendo las vacas al puertu, uno tras otro, en un equilibrio dinámico perfecto que, como comentabas, concede Diego, ha dado lugar a unas formaciones vegetales donde cuesta discernir qué se debe a la mano del ser humano y qué a la de la propia naturaleza.

Este es el principio inspirador de las soluciones basadas en la naturaleza como la que representa Phytobatea, y de la nueva manera de relacionarnos con el planeta hacia la que deberíamos dirigirnos como especie. Abandonar el modelo actual basado en la explotación de la naturaleza para pasar a un modelo basado en la simbiosis, concluye.

Nos levantamos, es hora de cerrar, apagamos las luces y salimos. Todavía quiero enseñarle el solar de la antigua escuela del hospital y los terrenos sin uso adyacentes.

Sigue lloviendo y arrecia el viento. La copa de la secuoya centenaria que asoma por encima del pabellón 21 se mece.