Bajo del IDIVAL (donde antes estaba el Colegio Cántabro, lugar donde se hizo la foto fundacional del Hospital: los pabellones ordenados como frutales recién plantados, la bahía de telón de fondo) y él ya me está esperando en el hall del Edifico 2 de Noviembre, tal y como habíamos quedado. Había subido en taxi porque sabía que estaba apurado de tiempo pero me confié y bajé andando, también por hacer economías. Raúl Hevia espera bajo la placa en recuerdo de los trabajadores fallecidos en la catástrofe del año 1999. Apartado de las obras de arte que apenas dejan espacio libre en el hall. Raúl conoce el Hospital de sobra, ha estado ingresado recientemente durante casi tres años, pero aún así quiero aprovechar para desgranar la intrahistoria de alguna de las obras expuestas, sobre todo porque Raúl es un catalizador y sé que todo lo que pasa por él luego lo va a proyectar y con creces, enriquecido. Lo hago entonces por interés. Quiero que sepa de nosotros para que nos haga mejores. Quizá sea por eso que yo hable tanto a lo largo de toda la mañana. Me salva que le advierto nada más empezar:
Raúl, quiero contarte muchas cosas para que luego tú proceses y nos ayudes.
Da su conformidad.
También acepta las reglas, que son pasear, hablar distendidamente, sin apenas guion (solo unos apuntes míos en un papel doblado que yo mismo iré descubriendo, esta memoria mía, a medida que lo vaya desdoblando como si fuera una prenda, un jersey por ejemplo, hoy que hace frío y llueve, primer día de otoño, por eso que él lleve calado un gorro) y sin grabar, aunque a media altura Raúl me anime a hacerlo con el móvil. No lo he hecho con nadie, me defiendo, no puedo hacerlo ahora. Aunque reconozco que me gustaría por hacerlo fielmente, no así, filtrando sus palabras por el colador de las mías, cuando las suyas son tan acertadas.
De cerca el centro de la diana tiene forma de corazón.
La placa rescatada de la Residencia Cantabria que descansa sobre un expositor hecho por nuestros carpinteros creo que es obra de Ferreira, un escultor de neovanguardia que imagino atormentado simplemente porque no firmaba sus obras, a partir de este detalle he compuesto yo mi caracterización del artista, a lo que aduce Raúl que quizá no firmaba porque creía que su obra no lo era, sí suya pero no, quizá por eso mismo, arte o que siéndolo no había razón para firmar, por el contexto o por cualquier otro motivo que se nos escapa. Nos acercamos y le explico (ni él ni yo hemos nacido en la Residencia Cantabria: yo lo hice en Santa Clotilde, enfrente de la casa donde nació mi padre) que en origen estaba encastrada en la pared y que al sacarla quisimos llevarla a la Biblioteca pero que pesaba demasiado, por eso que quedara ahí, como un pecio. Tenía una pátina preciosa. Raúl imagina a niños pasando sus manos por ella. Las limpiadoras la retiraron con un estropajo de metal. Toda su superficie está rayada. Se adivinan los movimientos circulares, yo diría que la limpiadora era diestra. Me quedo con la mano en el aire, replicando el gesto, y sí, pero él no lo ve mal: es obra pública y esto es parte de lo que pasa. Que una araña por ejemplo aporte materia orgánica a la obra, sea tela o huevos o una víctima, no es un riesgo, ni siquiera uno a asumir, sino parte del proceso, que Raúl considera abierto, como la experiencia, que de eso trata el arte público.
Animado por esta visión le cuento que en la escultura de José Antonio Andrés Vera instalada en mitad del hall, La doncella de Mazcuerras, que representa a una señora que descansa o quizá sea que despierta del sueño que es el árbol primero, la gente se sienta, descansa como ella en ella, en su regazo, y a la Dirección del Hospital le preocupa, incluso se han llegado a poner cintas rojas para impedir el paso, pero que preguntado el artista este se mostró encantado. Así que primero me siento yo y luego Raúl. No obstante, evito hacer fotos para no avivar la polémica. Con todo, se está cómodo.
Nos levantamos y le llevo ante el retrato del marqués pintado por Gerardo Alvear que recuperamos para el hall de las tres torres. Digo recuperado, explico, porque estaba en el despacho del Gerente de la FMV y aprovechando un vacío de poder lo cogimos y lo subimos a estas alturas donde inspira mejor. El marqués posa con la mies de su pueblo natal al fondo. Es un mensaje de rico emitido a sus paisanos, no a otros ricos, o sí, pero tratados como paisanos, quizá lo que el marqués nunca dejó de ser:
Ramón Pelayo de la Torriente, emigrante de catorce años, empleado en una abarrotería
(los abarrotes son las cosucas que se llevaban a Ultramar metidas entre los paquetes almacenados en las sentinas de los barcos, por ejemplo abanicos)
y tras avatares que imaginamos muchos, tanto como desconocidos, rico. Aparentemente hecho a sí mismo, pero no. Esto nunca es del todo cierto. El azúcar no solo endulza. También sirve para fabricar bombas. Imaginemos el contexto bélico del primer tercio del siglo pasado y al marqués, dueño de un ingenio azucarero inmenso, como súbdito de un país neutral que tuvo a mano hacerse con el control del mercado mundial de este producto clave. Se suma que sus trabajadores eran culis, ciudadanos chinos con contrato pero porque la esclavitud ya estaba prohibida. Por cierto, y es un paréntesis que abrimos en nuestra conversación
(muchas ancianas montañesas se descubren a sí mismas ahora que se asoman al balcón interior de la edad como esclavas: empleadas a tierna edad, trabajando por comida, durmiendo bajo las escaleras, donde las gallinas; un perfil muy común que es necesario reconocer)
y cerramos también este paréntesis.
El marqués se quiere mostrar poderoso y lo hace delante de la mies de su pueblo. Escribe Manuel Llano sobre el maíz: "No concibe uno los corredores sin ramos de panojas colgados en los pinos bastos de las vigas; ni a las viejas sin su montoncito de grano oscuro, desgranado lentamente; ni a los desvanes sin ese color de soles buenos de cosechas, extendido en las tablas, tapando las grietas del suelo, cubriéndolo todo del oro arrancado de la mies."
Dice un amigo común que la identidad es intimidad colectiva. Somos capaces de decodificar el mensaje del marqués porque seguimos siendo.
Con este posado el marqués transmite que se ha hecho rico respetando los códigos. Es un rico moderno. El maíz es moderno. La palabra borona es prerromana pero la borona está hecha de maíz, cereal americano. Es una palabra que se supo adaptar para sobrevivir. No hay nada más tradicional que el progreso.
Volvemos sobre nuestros pasos y le enseño las mordidas en el cuadro de Estrada, de nuevo en el hall. Antes compartía espacio con el mostrador de venta de billetes para la tele de las habitaciones y tenía varios carteles pegados con celo. No tardaron en quitarlos pero quedó la pintura levantada. Esto es doloroso, se lamenta Raúl. Se ve que para quien lo hizo la obra era pared, una superficie cualquiera.
Tengo un grabado de Estrada en mi despacho (representa el otoño: cuando pongo corriente y lo miro creo reconocer el vientu de las castañas) y subimos. Llegamos, dejamos las cosas y le enseño varias postales antiguas del Hospital. Las vemos de pasada, poco más que las barajamos. Le enseño también un cuadernillo con postales sin arrancar de Samot. La obra de este fotógrafo se vio muy afectada por el incendio de Santander de 1941. A Raúl le interesa mucho. Imágenes de Samot de los años treinta son raras. Se incluye una imagen del primer vuelo aéreo y otra tan retocada que parece una pintura. Le dejo el cuadernillo para que lo reproduzca. Es donación del Dr. Amado. Seguro que lo tratará con cariño. Bajamos a los jardines.
Bajamos a los jardines y se pone a llover. Aun así vamos hasta la otra punta. Las campas rezuman humedad y verdor. Mientras, hablamos de la posibilidad de abrirlos al público. Pero no nos entretenemos. La lluvia es un telón que cae separándonos. Volvemos buscando la salida.
Una gaviota acompaña nuestros pasos. Nos mira entornando la cabeza, alardeando del punto rojo que brilla en su pico amarillo. Ya lo señaló José Hierro en su poema "Gaviota" incluido en Tierra sin nosotros, libro que publicó recién salido de la cárcel: "Ya está la soledad surcada y rota. / Paloma marinera, lenta y viva, / que en el pico, en lugar de verde oliva, / lleva octubres de música remota". Por entonces Hierro pensaba que el resultado de la guerra se podía revertir. Todo el libro es un canto no a lo que pudo ser sino a lo que todavía podía ser. Incomprensiblemente, pasó la censura. El punto rojo en el pico de la gaviota está señalando el lugar donde la cría tiene que golpear para obtener comida. No hay palomas en los jardines. Antes había tantas que tuvieron que traer a los halcones del aeropuerto para espantarlas pero en los pasillos se asegura que palomas y halcones se enamoraron. Un día de tormenta entraron las gaviotas.
Hace malo y apenas hay gente en los jardines. Le comento que aun habiendo gente probablemente no sabrían dónde están porque no saben que los hay, que hay jardines. Una de las metas de VIRIDITAS es precisamente corregir esta carencia y situar los jardines en la cabeza de la gente para que al menos sepan que los hay y puedan, si quieren, tomar parte. Hacerlo de forma consiente, quiero decir, porque dentro están, forman parte aunque no lo sepan: si es así, sin saberlo, seguramente no sea en su beneficio. Le confieso que mi propósito último es hacer de estos jardines unos jardines públicos de cara al centenario del Hospital y a Raúl le parece buena idea. En cierto modo él cree que ya son públicos pero que al no informar se los estamos hurtando a la ciudadanía. A mí nadie me impide entrar, argumenta, lo que pasa es que no se me ocurre hacerlo, primero porque no sabía que hubiera aquí jardines.
Se oculta lo que es hasta que se olvida, que es otra forma de dejar de ser, y entonces ya no es necesario ocultarlo. Es como resolver un problema negándolo. Son formas de gestión antiguas.
Me acuerdo que haciendo un trabajo sobre científicas españolas pioneras, aquí, llegué a la conclusión de que sabemos poco de ellas no solo porque se haya invisibilizado su trabajo sino sobre todo porque, y es mucho más grave, tras la guerra a muchas se las impidió ejercer, caso de María Teresa Junquera Ibrán, primera directiva de la Casa de Salud Valdecilla, que tras ser detenida por la Gestapo en París y repatriada a España se dedicó a cuidar gallinas. Hay poco que recuperar porque no hay.
Faltan fuentes, pérgolas para evitar que el sol caiga a plomo sobre nuestras cabezas, por ejemplo. Que sea un lugar donde estar, no solo un espacio que transitar o por donde pasar, concluye. Le hablo de la fuente que había en los jardines de la casa familiar del Dr. López Albo. Sería bonito replicarla, ahora que está perdida. Han tirado la casa. Era indiana. Las palmeras las dejaron para el final. Las talaron y tumbaron los troncos a la entrada del solar para que no aparcaran coches.
La foto es de hace algunos años, cuando la casa estaba vacía. Dejaron las ventanas abiertas aposta para acelerar la degradación.
En esta misma línea reclamo una biblioteca para pacientes, añade. Estando ingresado pregunté y me respondieron que no había. Yo necesito libros, es mi ecosistema. Hay una abeja que nos ronda. La aparto haciendo así con la mano, como quien abre una ventana para sacarla. Le avanzo que estamos trabajando en esa idea. Queremos que sea una sucursal de la red de bibliotecas municipales de Santander, es decir, que sea netamente pública, no solo de pacientes. Se entusiasma. Una razón más para venir al Hospital, como la colección de arte, apunta. Le doy la razón.
Saliendo del recinto hospitalario le hago notar que a la altura del pabellón de Dirección no hay paredes, sino un seto, bajo además. Lo levantó el Dr. José Luis Bilbao siendo Director Gerente. Le intentaron quitar la idea de la cabeza, que era dejar muy expuesto el Hospital, le decían, que cualquiera podría entrar sin control, a lo que él arguyó que había que dar a la gente la oportunidad de ser buena. No se equivocó.
Salimos del recinto, cruzamos la calle y nos refugiamos en un bar del barrio vecino. Nos sentamos frente a frente, yo mirando a la calle a través de una ventana que le queda a la espalda. Hay obras del otro lado pero no hay movimiento. Si acaso gorriones que asoman de vez en cuando, en los claros, cuando deja de llover a ratos, por ver si hay alguna miga que no hay. Pongo encima de la mesa los libros que he traído, algunos suyos, otros que no lo son pero vienen al caso. También el mazo de folios (todavía) en blanco (pero pronto a rebosar) para tomar notas, como suelo.
Vivimos inmersos en un río que arrastra cantos que ruedan y chocan entre sí. Todo cambia y este cambio redefine las relaciones de forma constante, también por lo que respecta a nosotros, que no estamos aparte, somos parte. Por eso me gusta leer y releer, porque es mi manera de situarme en relación con lo que me rodea, siendo consciente de que soy en lo que me rodea. Dispara y recarga:
Releer es comprobar si sigo conectando con el libro de la misma manera. Herman Hesse por ejemplo ahora no me convence pero Javier Marías sigue haciéndolo. Me sumerjo en el libro y no espero reconocerlo palabra por palabra pero sí su melodía o su canto, si quieres. Si resuena, es; y si es, soy.
¿Lo tienes?, pregunta. No, pero espero acordarme más tarde, respondo. Pues esto mismo que te acabo de decir vale para todas las disciplinas artísticas, recuérdalo. Donde pongas Javier Marías también puedes poner por ejemplo Víctor Erice.
Las bibliotecas son mi placenta, continúa. Creo en ellas. Prefiero la palabra creador frente a la de artista porque yo creo a partir de algo, siempre. No tengo padre, desvela. Las bibliotecas son mi padre. Son mi herencia. No hay ningún drama en esto. Mi padre es mi herencia. La que elijo. Yo mismo puedo ser mi padre.
Pregunto por Manual para ser mi propio padre, libro de artista editado en 2013 por La Gran y TATATA, aquí (enlace al registro del centro de documentación del MUSAC). El libro está construido página a página, explica. Es un libro con mucho tiempo. Mientras leía tomaba aquellas partes que interrumpían de alguna manera el discurrir de la narración, tales como títulos de capítulos, dedicatorias o advertencias. Palabras en los intersticios, igual que los abarrotes en las sentinas de los barcos, y es un guiño que me hace.
En la solapa se recoge la siguiente explicación: "[Este libro] está compuesto por fragmentos de muchos de los libros recientemente leídos por el artista: 192 páginas que fotografía, ordena y reimprime de manera que compongan un nuevo relato. Relato inconcluso que el poseedor, como nuevo autor, puede ir completando con sus notas, apuntes y vivencias".
Le pido una imagen que lo sintetice y recurre a S. Cristóbal cruzando el río con el Niño Jesús a hombros.
Es una idea paralela a la de ciencia. La idea de sistema, que en el fondo es lo que somos y por eso la reproducimos, cualquiera que sea su expresión o lenguaje, artístico o científico, porque no deja de ser como nos reproducimos.
Las ideas de otros nos llevan, o dicho de otra forma, replantea Raúl, vamos sobre las ideas de otros.
Abro el libro y le hago reparar en el encadenamiento siguiente: "Ten el fuego encendido" seguido de "Lugares para esconderse". Llevo impreso un poema del Premio Nobel Joseph Brodsky que dice, y se lo doy a leer: "Cerca de nuestro fuego, aquella noche, / fue cuando vimos al caballo negro. / No puedo recordar nada tan negro. / Sus patas eran como unos carbones. / Del color de la noche, del vacío. / De la crin a la cola, todo negro. / Pero en su lomo sin montura había / un color negro un poco diferente. / Se quedó inmóvil. Como si durmiese. / Sus oscuras pezuñas asustaban. / Era tan negro que no daba sombra. / Nada había que fuese más oscuro. / Tan negro como espectro de medianoche. / Como el interior de alguna aguja. / Tan negro como el bosque ante nosotros, / o un lugar en el pecho, entre las costillas; / hueco en la tierra para la simiente. / Lo negro habita dentro de nosotros. / Sin embargo, ¡sus ojos eran negros! / Los relojes marcaban la medianoche. / No dio siquiera un paso hacia nosotros. / En sus ancas, la oscuridad sin fondo. / No se podía distinguir su lomo, / ni un destello de luz por ningún sitio, / solo el brillo azabache de sus ojos / y esas pupilas fijas, tan extrañas. / Era como lo negativo de alguien. / ¿Por qué entonces detuvo su carrera / y estuvo con nosotros hasta el alba? / ¿Por qué no se apartó de nuestro fuego? / ¿Por qué el aire sombrío, enrarecido? / ¿Por qué crujieron las oscuras ramas / y una luz negra brotó de sus ojos? / Un jinete buscaba entre nosotros."
Otro caso: "Del nombre a la sombra" seguido de "Todo está iluminado". Le hago reparar en la analogía sombra es a la casa japonesa (según el libro Elogio de la sombra de Tanizaki) lo que el agua a la casa montañesa. En ambas arquitecturas tradicionales las casas son como una pérgola: un juego de postes (el cuadru, en Cantabria) soportan el tejado y en el primer caso es la sombra la que define el límite de la casa (materializado en paredes de papel) y en el segundo las cortinas de agua que caen de los aleros o goteraas (en cuyo caso las paredes que envuelven el alma de madera son de piedra).
Uno más: "Cielos vacíos" seguido de "Esa blancura de color tan blanco" seguido de "alrededor" seguido de "Tiempos muertos". Este verano estuvo el escritor Manuel Rivas en los Martes Literarios de la UIMP. Era un día desapacible. Estaba todo cubierto de nubes. El escritor gallego preguntó al público qué hacía del infierno del Bosco el infierno, a lo que él mismo respondió (era una pregunta retórica) que la ausencia de horizonte. Tampoco lo había ese día en Santander. Añado que los pabellones del hospital se conservaron para que sirvieran como carta de presentación de la ciudad cuando se entrase por La Marga pero que luego se levantó delante Valdecilla Sur, tapando el horizonte.
Por último: "El presente" seguido de "Lo único que cambia". Nuestras lecturas coinciden. Es que también tú como lector estás creando, avisa Raúl.
Para mí los jardines son la encarnación del Espíritu Valdecilla, avento. De un poema de John Berger: "El polen de la flor / es más antiguo que las montañas / Aravis es joven / para ser una montaña. / Los óvulos de la flor/ seguirán desgranándose / cuando Aravis, ya vieja, / no sea más que una colina." El Espíritu Valdecilla es la fuerza interior que sobrevive a la montaña. Los clásicos llamaban a esta fuerza interior del reino vegetal viriditas. En Cantabria se llama tiez.
Pero volvamos a las bibliotecas. Son para Raúl el ejemplo paradigmático de la noción de sistema. Gracias a ellas descubro autores nuevos para mí, dice. Raúl pone como ejemplo Annie Ernaux. Los años (Cabaret Voltaire, 2019) es uno de los mejores libros de fotos que he visto nunca (y me preocupo de apuntar este verbo fielmente) a pesar de que no haya una sola foto en él.
La trayectoria de Ernaux es extraordinaria. Es de extracción humilde, muy. Pero ha ganado el Premio Nobel. Escribo el pero tras un punto para remarcarlo. Parece difícil que una hija del campo depauperado del sur de Europa acabe siendo Premio Nobel. Ella misma también lo ve así. De hecho su obra pivota sobre esta aparente contradicción. Por ejemplo la novela El lugar (Tusquets, 2020) trata sobre la relación que mantiene con sus padres tras abandonarles, entendiendo por abandono el ascenso social. La autora, de alguna manera, soluciona este conflicto recurriendo a la noción de lucha de clases. Su escritura la concibe como una venganza de clase, y así lo manifiesta. Visto así, el Premio quizá tenga mucho de blanqueamiento.
De los libros de Annie Ernaux saltamos a Ramón Pelayo y los orígenes del Hospital. Quizá el Hospital no haya que entenderlo fruto de la largueza de un señor bondadoso sino resultado de la presión ejercida por los obreros. Es necesario explicarlo con cierto detenimiento porque se trata de un planteamiento inédito:
Lo primero, la visión del marqués que tenemos es actual, se explica desde el presente, por mucho que provenga del pasado. Si ha llegado hasta nosotros es porque ha interesado hacerlo. El caso es que asociar el Hospital del pasado a un gran hombre es validar la asociación de otro gran hombre al Hospital del presente, o a una entidad que lo represente, en otras palabras, aceptar que el Hospital haya nacido bajo la protección de un gran hombre justifica que siga estando bajo la protección de otro gran hombre. Este esencialismo (somos lo que somos) basado en la subordinación (el señor capaz de interpretar las necesidades del pueblo y satisfacerlas) no es positivo y por consiguiente se debe evitar. El centenario de la institución va a ser un acontecimiento clave en este sentido, expongo.
En segundo lugar, la pandemia del año 1918 afectó sobre todo a las capas populares que estaban precisamente organizándose entonces, estamos en los albores del movimiento obrero, provocando una reacción enérgica a la que los poderosos atendieron, quizá por temor o quizá porque simplemente los obreros tenían razón. Su exigencia era no depender de las ocurrencias de los ricos, no verse obligados a confiar en que supieran interpretar sus necesidades, sino ejercer su derecho a la salud, en otras palabras, pasar de la beneficencia a la sanidad pública. Lo lograron pero gracias a la financiación privada de los marqueses, muy sensibles a las necesidades de las mayorías sociales, en particular el marqués. Una solución híbrida, pues.
Sin profundizar, baste este esbozo de narrativa alternativa sobre nuestra fundación: que el Hospital no se lo debemos a un benefactor, por mucho respeto que le profesemos, no se trata de quitarle mérito, sino a los obreros, particularmente mineros del arco de la bahía, que fueron quienes impulsaron el salto de la beneficencia a la sanidad entendida como derecho.
Lo anterior nos lleva a Raúl y a mí a discutir sobre la idea de progreso. El marqués se hizo retratar delante de la mies de su pueblo, lo vimos en el cuadro de la entrada. ¿Es el progreso una noción (también) tradicional? Sí, convenimos, precisamente porque pivota en las relaciones intergeneracionales, respetando el pasado y procurando la mejora de las generaciones futuras. Perfectamente los paisanos contemporáneos del marqués se podían sentir identificados con su éxito, de hecho el mensaje del marqués estaba dirigido a ellos, sus paisanos, cuya mentalidad, quizá, no estaba tan lejos de la suya.
¿Pero y si el tiempo no existiera? Siempre se ha querido vivir mejor y eso ha sido así siempre. Si acaso cambia la forma de satisfacer este imperativo humano. ¿Esto obliga a un desarrollo lineal del tiempo? No necesariamente. Más podría hablarse de inmersión. El paso de las estaciones condiciona un desarrollo circular del tiempo. Es ese remolino en el que nos debatimos, pienso.
Raúl no cree en los orígenes. Estos vienen determinados por nuestras preguntas. Allí donde alcancen, estará el origen. Pero no existe ontológicamente. Si acaso como una convención, una más.
Ni origen ni original, amplía Raúl. De esto trata precisamente otro libro suyo, La repetición. Tentativa (El Desvelo, 2016), aquí (el enlace conduce al registro del MACBA). ¿Qué es original? La solución que él halla es repetir un libro. Con él dentro. Metiéndome yo, dice.
El libro consta de dos partes. Las del título. Las separo con un punto porque en los títulos no hay signos ortográficos, aclara. Quería jugar con eso. Tentativa es la segunda parte pero es el detonante del libro. La primera conceptualmente, se podría decir. Es el intento de hacer de un libro otro. Me aposté en el mismo emplazamiento que Perec décadas atrás y repetí su acción con resultados iguales pero míos, equivalentes. Construyendo esta parte del libro me sobrevino la segunda, que es la primera (es un orden invertido aposta), donde expongo todo lo que fui aprendiendo sobre el emplazamiento, tratando de agotarlo. Invertí tres años en este proceso.
Los lugares son espacios donde concretizas tu propia experiencia, incluyendo tu relación con ese espacio, afirma Raúl. Los lugares no responden a categorizaciones espaciales previas. Es tu propia experiencia la que le confiere carácter. Yo no puedo dejar de ver la relación entre estas palabras de Raúl y el objetivo de VIRIDITAS.
De nuevo recurro a la solapa para fijar las coordenadas de este libro: "[E]s un trabajo plástico en forma de libro sobre la idea de originalidad. El autor repite exactamente el punto de vista del libro de George Perec de 1975, Tentativa de agotar un lugar parisino, acudiendo a París para escribir en los mismos sitios y a las mismas horas y días en que lo hizo el autor francés. El resultado es el mismo libro y, a la vez, otro diferente. Esta versión incluye una instantánea del espacio a lo largo de tres días y un recuento al detalle de los personajes que han poblado la plaza en el tiempo, reales o de ficción. La obra cuestiona las ideas de originalidad y repetición, las relaciones entre verdad y ficción, teniendo en cuenta que todo lo contado es cierto: su autor estuvo ahí."
Los antiguos pabellones del Hospital son de estilo neomontañés. La buena arquitectura es la que se adapta a su entorno: al movimiento del sol, con las terrazas; a la lluvia, con la inclinación de las cubiertas, etc. Nada mejor que seguir un patrón afinado durante siglos. Los balcones de las casas tradicionales montañesas suelen presentar cordones tallados cuyo sentido va alternando, va cambiando la dirección del giro. Es un recurso estético. Que pueda cambiar es porque está activo (probablemente represente la sujeción a la ley divina). En los balcones de los pabellones no se ha incluido este detalle. Pero todos los pabellones se repiten. El que cambia es el 16. Es este el que aporta movimiento al conjunto, el bioindicador.
En realidad la diferencia, su labor, es encarnar lo que queda fuera para que haya dentro y asegurar un contrapunto que permita la adaptación del todo al cambio (inevitable por la inviabilidad del todo entendido como uno) y asegurar así su reproducción.
Reproducción es igual a supervivencia. El margen de error que asume la reproducción, que no puede trasponer las puertas de la extinción (aunque si todo cambia nada puede desaparecer definitivamente), es la repetición en grado de tentativa.
El verdadero romance es su última obra. Se presentó como book Jockey el 9 de septiembre en el MAS pero es también un libro físico (Raúl no hace catálogos). El proyecto toma como punto de partida la visión que tuvo la escritora Patricia Highsmith de un hombre solo paseando por una playa italiana a las seis de la mañana. Es una imagen que ha dado lugar a libros, películas y lo que surja, un universo entero, acota Raúl con generosidad. ¿Cuánto dura una imagen?, se pregunta.
Win Wenders rueda El amigo americano a partir de la novela El juego de Ripley de P. Highsmith. Raúl señala una escena fundamental de la película. El protagonista va de un edificio a otro (hay un trapo blanco en la ventana que sirve de reclamo) pero no se le ve hacerlo. Se trata de una elipsis, recurso empleado para ahorrar tiempo. Pierre Huyghe contrata casi veinte años después al mismo actor para que recorra el trayecto. La película se titula La Elipsis.
Todo está contado. La diferencia está en el orden. La originalidad es el orden como contamos las cosas, el lenguaje (ya sea música, cine, olores o libros, el que sea) ya está ahí. Ese orden es la narración, indica Raúl.
La Odisea es un libro que me fascina, continúa. Su protagonista se va y vuelve para recuperar su ser. Es un libro poroso. Le hablo entonces del Práu Poro, en Llandemozó, uno de los pueblos altos de Cabuérniga, cuyo topónimo probablemente se explique no por el humedal próximo sino por estar en el camino que conducía (está ya perdido) de este pueblo a Viaña, del latín PORUS, "vía, conducto", de donde también el castellano "poro". También de la cueva de la Juáncana en el pueblo de Castillo (Siete Villas), donde hay una leyenda en todo igual a la del Polifemo. En la Antigua Grecia se escribió el libro que dio origen a la literatura a partir de una leyenda perdida y en Cantabria no se escribió ningún libro pero a cambio se conserva viva la leyenda.
"Un paisaje es a la vez una imagen y una extensión que atravesamos. [...] Volviendo a las cosas que atravesamos, nosotros no hemos vivido acontecimientos tan fuertes y directos como la generación anterior. Pero hemos tenido experiencias en diferido, narradas a través de distintos formatos. Nuestra experiencia de narratarios -gente que lee y escucha- se volvió un acto productivo. Hoy lo que quiero hacer es hablar a través de esos narradores que nos contaron historias. La narración es el paisaje de la aventura, el lugar donde se construye la experiencia. A partir de allí puede producirse la realidad". Este es un fragmento tomado del libro de Raúl que a su vez toma de una conversación entre Hans Ulrich Obrist y Pierre Huyghe publicada por la Universidad de Santiago de Chile el año 2015.
La narración, cualquiera que sea el lenguaje al que recurramos, es el orden como presentamos la experiencia que construye realidad (y toma tierra como lugar, que cuando manifiesta su componente cultural pasa a ser considerado paisaje).
También pongo encima de la mesa el carácter formulaico de La Odisea. El historiador Moses I. Finley, padre intelectual de Mary Beard, identifica varias decenas de fórmulas incrustadas tan solo en los primeros compases del canto. De nuevo el orden fecundador. Tan significativa es la relación entre las cosas como las propias cosas. Es la misma lógica que subyace en internet, y Raúl asiente. La melodía es la que ayuda a componer la trova entre varios (la autoría en nuestra tradición oral no es personalista) y también la que ayuda a recuperarla, aunque se permita introducir cierto grado de variación, el mismo que se espera haya entre la memoria de unos y otros, facilitando así su reproducción. Se puede decir lo mismo de los romances.
El tiempo sirve para empezar y terminar con lo cual genera una trama con extremos, un principio y un final, pero todo lo demás es siempre lo mismo, el presente, dice Raúl. Lo demás no existe o sí pero es siempre lo mismo, se explica. En la cafetería se ha hecho el silencio hace tiempo, y no porque estemos solos.
"Como todas las historias esta ya ha sido contada, solo que no en este orden", escribe en El verdadero romance (MAS, 2025).
Raúl se tiene por una persona optimista desde niño. Cree que tiene mucho que ver con no creer en el tiempo. No cree en el futuro, y acepta las implicaciones. No le preocupa la muerte. Raúl estuvo dos años y medio sin poder hacer nada, sin apenas poder moverse, inmóvil también creativamente. Pero se lo ocurrió una idea, una idea de despedida: ¿Cuál era la imagen que quería ver antes de morir? Su habitación en el Hospital estaba en blanco, vacía. Le viene a la memoria Emily Dickinson, Xavier de Maistre (que escribió un libro de viajes sin salir de la celda), Silvia Plath o Virginia Wood, que pasaron por parecidas situaciones de enclaustramiento en muchas ocasiones a instancia de parte. La propuesta de Raúl (creativa, como la misma obra resultante: la idea que explica la cosa es tan importante como la cosa misma) fue pedir a seis artistas, tres conocidos y otros tantos que no lo eran, imágenes para ver antes de morir. Lo tituló El encargo. El resultado fue una exposición en la Biblioteca Central de Cantabria (una habitación hexagonal dentro de la sala, como un espacio oculto, con las obras de arte expuestas hacia dentro, de manera que no se podían ver si no entrabas) y un libro "interior", tal y como le gusta definirlo a Raúl, un libro cerrado sobre sí mismo, con las hojas plegadas, como una figura de origami. Hay que abrirlas, y no solo al libro, para leerlo.
Este libro no es sobre su enfermedad, en ningún momento le pone nombre, pero no lo evita, es simplemente porque no le da importancia. Lo importante es dar cuenta del proceso vivido, físico y mental. Cómo algo ajeno (y la enfermedad él la vivió así) te transforma. Él lo explica como la experiencia de ser padre, sin ser él padre ni tenerlo: algo de lo que no te puedes desprender, que te acompaña y hace.
Es un libro con agujeros, también. Tengo en mi cuerpo once cicatrices, dice. Hasta el momento no he puesto la foto de ningún libro suyo. Transcribiendo esta entrevista creo oportuno cubrir este vacío precisamente con este libro transido de vacíos. Aunque lo tenga a mano, en casa, donde estoy, le pido a Raúl que me envíe una foto hecha por él. Me envía dos:
Los procesos te conducen de un lugar a otro, ves el otro lado, se escapan cosas, lo que es cerrado se abre.
Si no crees en el tiempo no hay punto final, ataja Raúl.
Regresamos al Hospital por el acceso de la cuesta de los toros pero no por la acera sino por el sendero abierto por los trabajadores en paralelo al paredón que conduce al último de los pabellones, el de mantenimiento. Es un paredón levantado con grandes piedras que, le cuento a Raúl, proceden de la cantera por fortuna cerrada de Peñacastillo.
Peñacastillo se ve desde mi despacho (ahora por encima de las obras de la protonterapia) y cuando me quedo hasta tarde veo ponerse el sol por detrás, aquí.
El paredón está cuajado de geodas. Raúl las descubre al momento. Están puestas por los obreros de hace cien años. Están puestas para que se vean. Hay una decisión estética ahí. Entablamos una conversación sobre la intersección entre valores estéticos y subalternidad. De los campesinos se dice que solo ven productividad a su alrededor: la hierba es pasto, la madera leña, etc. Pero tanto Raúl como yo sabemos que no es así. También ven belleza. De ahí por ejemplo topónimos como Pernal Jermosu en Cabuérniga, por hermoso. O que mi madre y sus amigas, continúo, subieran de crías a las lastras que se asoman al abismo en la Sierra de Cos a gritar sus nombres, o a las lastras de la Sierra del Escudo, las mismas donde hay grabados infinidad de nombres, animales (vacas, peces) marcas (en algunas se quieren ver flores, de donde por ejemplo Braña Flor, que sirvió a Manuel Llano para titular uno de sus libros) e incluso huellas de pie.
No es que no tengan valores estéticos, concluye Raúl, es que tienen otros a los que hay que atender para entender.
En Peñacastillo había una cueva con un tesoro que guardaba un dragón. Es una antigua leyenda recogida en libros encuadernados en piel que se conservan en la Biblioteca Municipal de Santander. Yo mismo los he leído. Esta cueva desapareció con la cantera. Pero el tesoro que cuidaba el dragón lo tenemos nosotros ahora: el tesoro eran las geodas. La mejor máquina del tiempo es la leyenda. Es como el cúlebre que habita en las simas. Se cuenta para que no te acerques porque es peligroso. La leyenda del cúlebre es para que no se te olvide.
Visitamos la antigua balanza. Entraba un camión por ejemplo con carbón, se pesaba y restaba el peso del camión para saber cuánto carbón era. Los jardineros han reutilizado el edificio como invernadero. Le pido que pose y aunque no le guste hacerlo atiende a mi petición:
Subimos a la Biblioteca por los jardines. Ha levantado el día. Por dentro o por fuera, pregunto, sin darme cuenta que en ambos casos es por dentro. Pero cómo decirlo. Por los jardines, decide Raúl, y así lo hacemos.
Ya en la Biblioteca le enseño el cartel del proyecto "Alguien aquí antes que yo", dedicado a recuperar antiguos puntos de vista sobre el Hospital, donde se reproducen dos fotos tomadas en el mismo lugar donde nos encontramos pero hace un siglo, probablemente por una estudiante de Enfermería. A sur nada ha cambiado. Únicamente la copa de la secuoya, que asoma y en la foto todavía no. A norte, todo. No obstante, hay en esta foto a norte una mancha de luz que también hoy refleja el cristal de la ventana por la que nos asomamos. Ha pasado el tiempo pero no en la foto, ni aquí.