martes, 21 de marzo de 2023

VIRIDITAS, 4: Entrevista a Marcos Díez Manrique, poeta

Me está esperando fuera porque no ha traído mascarilla. Le doy una que he bajado del despacho y nos saludamos efusivamente. Tenemos relación de largo y firme. Nada más entrar nos detenemos bajo el retrato del marqués pintado por Gerardo de Alvear. Este cuadro funciona a modo de bisagra: a mano derecha se desarrolla el pasillo que recorre el zócalo sobre el que se asientan las tres torres y a mano izquierda se abre el recibidor del Edifico 2 de Noviembre. Tras una breve explicación del modo como recuperamos para el disfrute público este cuadro, que se encontraba encerrado en un despacho desde el año 1999, tomamos a la derecha. A medida que avanzamos hacia la cafetería del fondo le voy indicando las obras de arte más interesantes que van jalonando el pasillo, y conoce a todos los artistas. No en vano ha sido director de la Fundación Santander Creativa desde su fundación hasta hace apenas un lustro, cuando pasó a dirigir la Torre de Don Borja en Santillana del Mar.

Marcos es poeta. Ha ganado algunos de los premios de poesía más importantes de España, como el Ciudad de Burgos de 2017 por Desguace (Visor, 2018) o el Generación del 27 de 2021 por Belleza sin nosotros (Visor, 2022). 

Siempre me interesa su opinión. Le quiero preguntar por el modo como reconocemos nuestra naturaleza en los jardines.

Tomamos asiento, pedimos sendos cafés y comenzamos a hablar.

Me pregunta por el proyecto. Marcos es también periodista. Le explico que el origen está en la puerta de una vecina cabuérniga a la que llegan rodando frutos que caen de un árbol de especie probablemente autóctona, quizá cerojal, que nace al pie de una torre que está siendo utilizado como cuadra. Es un árbol antiguo y comunal, lo cual no quiere decir que no tenga propietario, solo que es un árbol que pertenece a todos. Antiguamente lo cuidaban las niñas. Preguntamos Raquel y yo a la vecina cómo podíamos llevarnos un hijo de ese árbol y la señora nos respondió que teníamos que coger una ramita y ponerla en agua pero con el extremo inferior doblado hacia arriba, y pasado un tiempo en tierra. También que la fuerza que hace que una planta crezca se llama tiez.

Tiez es la fuerza interior de las plantas, resumo a Marcos.

Lo que callo es que el cerojal no medró, se nos murió. Hace poco le sustituimos por una ramita de geranio que encontramos en el suelo, seguramente arrancada por el viento.

La palabra latina para tiez es viriditas, el nombre del presente proyecto. Fueron las mujeres quienes conservaron la noción de viriditas y los monjes los que se hicieron con ella, de donde el nacimiento de las boticas en los monasterios, y de ahí en adelante. Es gracias a la viriditas que nuestra medicina empalma con la medicina clásica.

A su vez, la viriditas enlaza con nuestro Espíritu Valdecilla, que es la fuerza interior que hace que seamos siempre contemporáneos, como las flores, como los jardines. El Espíritu Valdecilla y su capacidad de regeneración se encarna en los jardines del Hospital, distintos a los originales pero los mismos jardines porque la semilla es la misma: respeto a nuestra herencia, confianza en el futuro, compromiso con el presente.

La decisión de abordar este tema mediante un blog se debe a que este sencillo recurso electrónico permite actualizar contenidos periódicamente, si se quiere cumpliendo ciclos o señalando fechas importantes: por ejemplo coincidiendo con las marzas, con la entrada de la primavera o, como es el caso, con el día internacional de la poesía.

Le miro con temor por si me he extendido demasiado, pero no. Mi explicación le ha servido para calibrar su discurso, que es ajustado y preciso.

Su primera idea es la estrecha relación que existe entre enfermedad y vida.

Abro mi cuaderno y empiezo a tomar notas que en realidad son pistas que me dejo para luego poder recorrer el camino de vuelta y contarlo.

Si no hay contacto con la naturaleza, explica, se desnaturaliza lo que es natural. La naturaleza está presente en el espacio de la enfermedad y de la muerte, como también lo está en el de la vida porque somos naturaleza y por tanto somos muerte y somos vida. Si no está es porque la quitamos o nos la quitan y si se quita se nos quita a nosotros, a lo que somos. 

El hospital entendido como resultado de unas meras coordenadas arquitectónicas, excluida la naturaleza, es negativo. En este sentido a mí me gustan más los pabellones que las torres.

Es como la producción de queso, ejemplifica. Se puede hacer en cubetas de acero inoxidable o en cuevas. En ambos casos es queso, pero yo prefiero el segundo, me sabe más rico.

Puestos a elegir.

Puestos a ello, sí, replica.

Puede que tampoco sea necesario hacerlo siempre; elegir, digo. Las torres de Valdecilla se asientan sobre un zócalo que se inspira en los pabellones. Las líneas curvas de estos, que los acercan a la naturaleza, podrían haber sido también parte de la herencia. Se decidió que no fuera así. Lo mismo que los pedregales que dominan la parte nueva en lugar de jardines. Se decidió una cosa frente a otra cuando se podía haber elegido lo mejor de un modelo y de otro.

También, reconoce.

Compruebo que Marcos sabe lo que quiere decir y que él prefiere, si acaso, inducir las preguntas. Estaré atento a la señal.

Los pabellones están pegados a tierra mientras que los bloques se alejan de ella, sintetiza la idea interrumpida.

Tengo un jardín en casa a nivel de tierra que me conecta con la vida. Sin naturaleza tendría vida pero incompleta, añade.

Es importante que el cuerpo se incorpore a la naturaleza porque cuando está en ella se aclimata a sus ritmos, a los de la naturaleza, que también son los suyos, sigue.

Fuera de la naturaleza somos como el pez al que se saca del agua y se le deja boqueando pero que no termina de morir nunca, pone como ejemplo. 

En la naturaleza el ser humano encuentra su casa.

(pausa)

Es importante atender al ciclo de la naturaleza y aceptarlo con naturalidad. Hay plantas que acaban de nacer, otras con los colores apagados, otras más que morirán, pero lo harán dejando su lugar a otras nuevas. La esencia del hospital es esa.

Tener la naturaleza presente no hace que la muerte desaparezca pero sí que la aceptemos con naturalidad. Entonces Marcos recita de memoria un poema de Pessoa encarnado en Alberto Caeiro, heterónimo que el poeta dio por muerto el año 1914, que dice:

Cuando hace frío en el tiempo del frío, para mí es como si hiciera buen tiempo,
porque para mí ser adecuado a la existencia de las cosas,
lo natural es lo agradable solo porque es natural.

Acepto las dificultades de la vida porque son el destino,
lo mismo que acepto el frío excesivo en pleno invierno:
tranquilamente, sin quejarme, como quien meramente acepta,
y se alegra por el hecho de aceptar:
por el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar lo natural e inevitable.

¿Qué son para mí las enfermedades que sufro y el mal que me sucede
sino el invierno de mi persona y de mi vida?
El invierno irregular, cuyas leyes de aparición desconozco,
pero que existe para mí en virtud de la misma fatalidad sublime,
de la misma inevitable exterioridad a mí
que el calor de la tierra en pleno Verano
y el frío de la Tierra en el más crudo Invierno.

Acepto por carácter.
He nacido sujeto como los demás a errores y defectos,
pero nunca al error de querer comprender demasiado,
nunca al error de querer comprender solo con la inteligencia,
nunca al defecto de exigir del Mundo
que fuese algo que no fuese el Mundo.

Me da la referencia. Está tomado de la antología preparada por Ángel Crespo, que también tradujo los poemas.

No podemos exigir a la vida que no sea natural, continúa Marcos. La enfermedad y la muerte, existen. Tenemos que abrazarlas aunque sea un abrazo áspero. El bienestar llega cuando se acepta el ciclo natural de la vida. Este ciclo es el que late en el jardín.

Reconozco la señal: 

Marcos, ¿cómo es tu jardín?

Tengo un jardín que yo llamo tiesto, responde. No le cuido como se suele entender que se ha de cuidar un jardín, está asilvestrado.

Le pregunto por su ideal, si es el jardín versallesco, sometido; el modelo inglés, pautado; o si es el jardín contemporáneo, donde si acaso se establecen las condiciones de posibilidad para un determinado jardín, en cuyo caso habría que volver a preguntarse qué jardín, en una autorreferencialidad muy contemporánea. Él recurre a un poema suyo titulado "Temporada de descuidos" incluido en Belleza sin nosotros:

Bastó una temporada de descuidos
para que la maleza se adueñara
del pequeño jardín.
Con qué velocidad creció la zarza,
cómo la mala hierba fue ganando terreno
a aquello que plantamos buscando la armonía.

¿Existe la armonía?

Pregunto porque dudo que la armonía exista,
porque miro el jardín tomado por las cosas
que tú y yo despreciábamos y encuentro que es hermosa
la vida desatada, que hay luz en el desorden,
que existe una belleza sin nosotros.

Ese afán obsesivo por controlarlo todo es antinatural, sigue. El jardín necesita de nuestro trabajo permanente para que no sea lo que es sino para que se adapte a nuestra idea de naturaleza. El propio jardín es antinatural.

Pensé que iba a decir "belleza" en lugar de "naturaleza". El título de su último poemario es un guiño al primero de José Hierro, Tierra sin nosotros (1947), para el que Cantabria es la tierra de su juventud y la de la libertad, que perdió. A su regreso, tras haber pasado varios años en la cárcel, el poeta no puede mirar con los mismos ojos de cuando joven, no reconoce en Cantabria la libertad, quizá porque se haya perdido y se pregunta si no será definitivamente, como sus años jóvenes, pero sí que ve en ella la naturaleza. La belleza es como la hace suya.

Es algo parecido al erotismo, explica Marcos, algo natural que convertimos en cultural.

Le pregunto entonces por las especies que pueblan su jardín.

Tengo un roble raro que crece alargado como un ciprés, un arce, un acebo, una falsa encina en una maceta enorme..., a todos los he plantado yo.

El musgo no lo quito y no tengo césped. Tengo lo que va saliendo. Lo siego pero va saliendo lo que va saliendo.

Si acaso corto, podo o siego, no arranco.

Tengo dos magnolias y una va bien y a la otra le va mal, apenas le salen brotes, está siendo tomada por los líquenes, y sin embargo la dejo. No sé si sobrevivirá pero está ahí, incluso si muere (y Marcos duda cómo explicarlo) me parecerá bien. Me gusta la idea de que los árboles puedan morir de pie, a diferencia de los animales o las personas.

No hago mucho en el jardín y lo que intento me sale generalmente mal. Tengo una buganvilla que está intentando sobrevivir a las zarzas. Se han fundido en un abrazo del que a la buganvilla le va a costar librarse, si es que lo consigue. Mi sensación es que ese sitio es el de la zarza y no el de la buganvilla. Yo me como una mora cuando paso.

A mí me gusta mi casa, es mi sitio.

Surge el poema "Arce" de Belleza sin nosotros:

Ha roto el sol la tarde sombría del verano
y el arce del jardín ha encendido sus hojas.

Cuántas veces el alma se aclara o se oscurece
por leves accidentes ajenos a nosotros.

Lo escribió a última hora de la tarde, que se encendió, desvela. Se abrió un claro en el cielo que iluminó el árbol.

Le digo que en mi familia bastiana los claros que se abren en el cielo son lugas.

A su casa la luz entra filtrada por las hojas de los árboles, sobre todo del acebo. Todo eso da vida, aclara. Qué más te da, pregunto: placer estético, paz y mayor sensación de casa, responde, y detiene la conversación.

(pausa)

Hay que saber contentarse. No estoy hablando de resignación. Hay que tratar tu vida con cariño y decir: está suficientemente bien.

A mí mi casa me basta que esté a 16 ºC. Si tengo frío enciendo la chimenea o la estufa y nos acercamos a ella.

Le digo que esa es la temperatura de las abejas, que cuando la tierra alcanza los 16 ºC, se las ve.

(pausa)

Suelo encontrar belleza en todas partes, revela Marcos. La falsa encina y el roble están al fondo del jardín. Se les cayó la hoja. No la recogí. Lo he hecho hace poco. Al retirarla ha aparecido tierra, no hay hierba. Está así perfecto. Que el jardín sea lo que tenga que ser, explica.

Es como con mi hija, continúa. Que crezca como ella sea, aunque siempre haya una intervención. Yo en mi jardín también necesito espacio.

Necesitas un claro, apunto.

Nos invitan al café. Abandonamos la cafetería y el edificio, giramos y nos queda una palmera de frente. Donde hay palmera hay indiano, como es el caso. Ahora pasa lo mismo con los olivos.

Nos detenemos frente al pabellón 21, el de Dirección, que parece elevarse sobre una banda vegetal a un lado y de piedra suelta al otro, en mitad la pasarela que comunica con el Edificio Enlace. A la izquierda predomina una planta con espinas sobre las que se posan pájaros que depositan semillas digeridas de donde nacen otras plantas que crecen protegidas por las espinas, creándose un caleidoscopio vegetal muy interesante. Sin embargo se está imponiendo la piedra, el pedregal porque se cree que es menos sucio. Pero la naturaleza no es sucia, lo es, si acaso, el ser humano. Si no quieres suciedad es fácil, basta con no ensuciar.

Trasponemos el Edificio Enlace y nos internamos en los jardines. Me hace entonces partícipe de una discusión que mantuvo con el también poeta Julio Ceballos, buen amigo de ambos, que es muy viajero, en relación con las fuentes del conocimiento: no por viajar se tiene más, es como cuando tiras un cubo de agua y la superficie que cubres es mucha pero con poca profundidad, defiende Marcos. El paisano que nunca ha salido de su tierra sabrá por dónde amanece, qué pájaro es el que canta o cuándo florecen qué plantas, su conocimiento es más profundo, tiene más calado.

No puedo estar más de acuerdo con él.

Nada más dar vista a los pabellones Marcos se queda sorprendido. Los conocía pero no desde esta perspectiva. El pabellón 16, donde está la Biblioteca Marquesa de Pelayo, preside el conjunto.

Le señalo el contraste entre las curvas de los pabellones y las líneas rectas de los bloques, que se suma al que él ha apuntando antes en relación con la distancia que guarda un modelo y otro respecto a la tierra.

La línea curva se puede asociar a la arquitectura montañesa, muy antigua, indico. Lo bueno es siempre moderno, dejó escrito el cabuérnigo Manuel Llano.

Nos sentamos al borde de una jardinera.

Traigo su poema "Crujidos" de Belleza sin nosotros:

Eran vigas oscuras, de una edad tan antigua
que no me era posible comprenderlas.

Sostenían el peso de la casa.

Tumbado en el colchón, sumergido en las sombras,
me arrullaban los cantos de sus viejas heridas.

Se comportan así las grandes cicatrices:
atravesando el tiempo,
elevando su voz cuando todo se calla,
ocupando el espacio cuando llega la noche.

El jardín enferma y muere, no lo puedes sustituir al instante, dice. También me interesa eso, aclara. Hoy es puedo, quiero. Nos hemos olvidado de los procesos. Todo requiere su tiempo, una amistad, una relación de pareja, el trabajo, todo. 

Si tú plantas un árbol, está contigo durante veinte años y luego se muere, olvídate, no vas a tener otro igual al día siguiente. En este sentido, como apunta Óscar Tusquets, los paisajistas son las personas más generosas porque diseñan cosas que nunca van a ver cuando alcancen su esplendor.

Pasa un miruellu volando. No vemos dónde se posa.

Le acompaño a la salida. Cruzamos de los pabellones a las tres torres por una pasarela que discurre junto a un parque infantil localizado entre la línea de los primeros y el zócalo donde se asientan las segundas. Le rodea una cristalera a la que se ha pegado un vinilo opaco y no se ve dentro. Tampoco se oyen gritos de niños jugando ni risas aunque otros días sí. A mano derecha se extiende el pedregal que cubre la cubierta de Urgencias. Marcos me estaba confesando que está escribiendo poco cuando se interrumpe, se detiene y me lo señala: mira, ese espacio es lo opuesto a un claro.

En el recibidor del Edifico 2 de Noviembre nos hacemos una foto delante del mural metálico cuyo autor creemos que es Carlos Ferreira. Lo hemos recuperado recientemente de la Residencia Cantabria. Qué pena no habérnosla hecho en el jardín, dice. Tiene razón. No la pongo. La dejamos pendiente para otro día. También otro encuentro, otra conversación.

lunes, 20 de marzo de 2023

VIRIDITAS, 3: El rosal japonés de flores amarillas

El primer Director Gerente de la Casa de Salud Valdecilla fue el doctor Wenceslao López Albo. Su familia era de Colindres. El panteón familiar se encuentra en el cementerio de esta villa pejina. Permanece casi en su totalidad vacío. El doctor falleció en el exilio mexicano, donde reposan sus restos.

Su última casa, aparte de la que tenía en el Hospital, estaba no en Colindres sino del otro lado del río Madre, que es el que hace de frontera con Laredo. Era una casona de indianos en la que no faltaba un hermoso jardín también indiano presidido por dos palmeras monumentales.

La casa se encontraba en muy mal estado de conservación. Los propietarios, que ya no eran los herederos del doctor, habían dejado las ventanas abiertas para acelerar el deterioro. La casa finalmente la tiraron. Arrancaron las verjas. El jardín quedó arrasado. Tumbaron los troncos de las palmeras a la entrada para evitar que aparcaran coches en el solar.

En la cancela había dos anagramas, de Wenceslao López uno y de Gumersinda Albo otro, padre y madre del doctor. Eran de un estilo parecido al del anagrama de la imagen corporativa de la Casa de Salud Valdecilla, todavía hoy vigente.

En el Hospital no se conserva el jardín en su forma original pero el jardín sigue estando. El jardín, en su recorrido circular del tiempo, rebrota cada primavera. Bajo la fachada oeste del pabellón 16, donde está la Biblioteca, hay plantado un rosal japonés (Kerria japonica) cuyas flores amarillas, cada vez distintas pero siempre las mismas, reflejan la luz del sol desde los años veinte.

miércoles, 1 de marzo de 2023

VIRIDITAS, 2: Entrevista a Ángel de Diego Celis, arquitecto

Nos asomamos al interior del complejo hospitalario desde la cristalera de la planta baja del Edificio 2 de Noviembre, donde los ascensores. En primer término se levantan los últimos pabellones precedidos de lo que presento como un jardín seco.

No creo que esté planteado como un jardín, Mario, me corrige. 

Ángel de Diego Celis es arquitecto del Gobierno de Cantabria. Su firma y sobre todo su visión se encuentran en documentos tan importantes como el Plan de Ordenación del Litoral (POL) o el Plan Regional de Ordenación Territorial (PROT).

Tras recogerle en la puerta principal del Hospital, donde hemos quedado para esta entrevista sin grabadora, él de vacaciones y de negro, yo sin identificación porque nos conocemos, hemos hecho el primer alto al lado del gran óleo por tamaño y calidad de Roberto Orallo. Está resuelto a partir de una malla que sirve al autor para ordenar distintos recuerdos, como aquél de cuando nadaba hasta el azucarillo de la playa de La Concha de Santander y desde allí saludaba a su madre: el punto de vista del espectador se superpone al de la madre: el pintor de niño, una figura lejana subida a un cubo rodeado de pigmento azul que levanta la mano para saludarnos.

Lo que vemos es una cubierta invertida, continúa Ángel, no creo que haya habido ninguna voluntad paisajista. Pesa poco así que la grava lo sujeta. Es como en los invernales montañeses, con piedras en el tejado para que el viento no se lleve las tejas.

Efectivamente, se trata del tejado de Urgencias. ¿Por qué no una cubierta vegetal?, pregunto.

Una cubierta vegetal es más compleja y cara de mantener. Supongo que la empresa adjudicataria no vio la necesidad de complicarse. Si nadie se lo pidió, menos.

Le indico dónde está la Biblioteca, en el pabellón 16, y nos dirigimos hacia ella. El nivel -2 de las torres corresponde al nivel 0 de los pabellones. Se debe al desnivel del terreno. El Hospital está escalonado. De camino, nos asomamos al corte transversal de uno de los pozos. Más grava y aquí que los trabajadores tienen acceso, macetas. También macetas en las repisas de las ventanas que se pueden abrir.

Sonríe.

Tengo en el balcón de casa una esquina con geranios donde me encanta leer y sentirme rodeado, dice.

Cuando alcanzamos los jardines que están al pie de mi pabellón lo primero que hace es asomarse a otro pozo. Me explica entonces dos conceptos importantes en jardinería, la densidad y la topografía.

Adopta una postura de reposo, pese al frío saca las manos de los bolsillos y representa con ellas unas figuras pequeñitas que colecciona y posa en una repisa de casa, lo hace buscando relaciones, besos por ejemplo, relaciones que sus hijos pequeños aprecien, pero la señora que le ayuda con la casa las pone en orden, en línea, y Ángel vuelve a sonreír. Eso es la densidad, las relaciones que propicia la cercanía.

Las líneas rectas también dicen algo pero nada interesante, al menos para mí, revela.

Las macetas al fondo del pozo están alineadas, me fijo entonces.

Por su parte, la topografía sirve a efectos prácticos para ganar suelo, continúa. Pero de cráneo para adentro remite a un canon de belleza. La Toscana, por ejemplo. La transición de Cantabria a Castilla, ese paisaje de lomas, fantástico.

A mí me vienen a la cabeza las ondulaciones de La Marina cántabra.

Entonces sí, levantamos la vista y vemos los árboles.

Poco antes de quedar con Ángel estaba tratando de afinar el esquema de un repositorio digital para organizar los protocolos, procedimientos y planes de cuidados desarrollados por personal sanitario del Hospital. Es un encargo del Director Gerente. Se me echó el tiempo encima y no pude preparar la entrevista. Confío en nuestras afinidades.

Miento, traía una sola nota y era mental: hoy el mirlo ha despertado en mi barrio a las 5:05 de la mañana, y se lo digo. Son todo un símbolo para nosotros. Nos acompañan desde el origen. En Cantabria a los mirlos los llamamos miruellos, de una forma latina que significa "negro".

Los pabellones toman prestadas soluciones de la arquitectura tradicional cántabra, como las torres adosadas a un cuerpo central o los balcones, sin serlo. Es la conocida como arquitectura neomontañesa, cuyos principales promotores fueron burgueses dispuestos a recobrar la cultura, la que ellos consideraban suya (la otra es folklore), de las manos del pueblo, que amenazaba con desvirtuarla. La ideología impregna todas las facetas de la vida. Sin embargo los jardines no se inspiran en nuestras antiguas llosas, prácticamente extintas, sino que toman como referencia el modelo inglés. Al menos así aparece recogido en la documentación de época.

Sorprende, incide Ángel, porque el jardín que cabría esperar es el francés. El jardín inglés pretende ser reflejo de la naturaleza y el francés regularla. El inglés persigue igualarnos a la naturaleza y el francés reivindicarnos como su producto más acabado. No quita para que en los dos la naturaleza sea intervenida. No pequemos de inocentes.

Quizá jardín inglés por influencia de la reina Victoria Eugenia, de origen británico, de donde también el Palacio de La Magdalena, a diferencia de otras ciudades bajo influencia francesa, como por ejemplo San Sebastián, añado.

Puede, concede.

Lo que estoy viendo es poco ambicioso, sigue Ángel. Reconozco cierto juego con las densidades, por ejemplo al pie de tu pabellón, a sur, con especies muy básicas, sobre todo coníferas, o bordeando estos pozos, pero poco más.

Son unos jardines contemporáneos pero como lo pueda ser tapar un esquinal de sillería con losetas, ¿verdad?, presiono.

No tanto. Hoy lo más avanzado es dar a la naturaleza la oportunidad de seguir su curso. Aquí esto no sucede. Lo único, estas flores que veo que salen, margaritas y alguna otra. Esto es lo más parecido que tenéis a un jardín en movimiento.

Apenas se deja que asomen, las margaritas. Se siega muy a menudo, le interrumpo.

Demasiado, me temo. Es un suelo dañado, acota Ángel.

Quiero enseñarle los rosales japoneses de flores amarillas que están empezando a brotar. Las losas del camino están demasiado separadas y dificultan el paso. Quiero creer que estos jardines vuestros son el estadio previo a un jardín verdaderamente contemporáneo, dice, pero no le contesto porque me parece que lo ha dicho solo para sí mismo. Comprobamos que la puerta que conecta con el pasillo acristalado está cerrada. Le pido entonces que haga una foto.


La he hecho como se hacen ahora, en vertical, apostilla.

Aprovecha que tiene el móvil en la mano para identificar con su ayuda algunas plantas y árboles. Echa de menos olorosas. 

Los jardines también han de olerse.

Este tejo se está secando.

Lo que más me gusta es el uso que tú estás dando ahora a estos jardines, concede. 

Hay gente descansando, tomando un café, grupos charlando. Esto antes no se veía, informo. Ha sido a raíz de la pandemia.

Pues ojalá no lo perdáis, responde.

El sol se ha desplazado un poco a poniente, no mucho pero lo suficiente para ir poniendo punto final a nuestro encuentro. Le acompaño a la salida por la cuesta de los toros porque para terminar quiero que vea un solar, el que ha quedado libre tras tirar el edifico de la antigua escuela. Ferrovial lo estuvo usando como almacén de material pesado hasta que el suelo empezó a ceder es probable que porque debajo haya un refugio antiaéreo de la guerra.

Fantástico pero muy expuesto, es su opinión.

Lo que sí, aquí tenéis una buena oportunidad para jugar con la topografía.

Continuamos para ver desde arriba una caseta cuya cubierta de hormigón es un alarde. La carpintería metálica sostiene las cristaleras en un delicado equilibrio. Los jardineros la han ocupado y la utilizan como invernadero. No podía haber tenido mejor destino.

Hay un bosquete de laureles monumentales. Imagino sus raíces dentro del búnker. No dan sombra, les da la sombra del Hospital, como a nosotros.

Nos despedimos. Ángel va vestido de negro, como los miruellos.