martes, 21 de marzo de 2023

VIRIDITAS, 4: Entrevista a Marcos Díez Manrique, poeta

Me está esperando fuera porque no ha traído mascarilla. Le doy una que he bajado del despacho y nos saludamos efusivamente. Tenemos relación de largo y firme. Nada más entrar nos detenemos bajo el retrato del marqués pintado por Gerardo de Alvear. Este cuadro funciona a modo de bisagra: a mano derecha se desarrolla el pasillo que recorre el zócalo sobre el que se asientan las tres torres y a mano izquierda se abre el recibidor del Edifico 2 de Noviembre. Tras una breve explicación del modo como recuperamos para el disfrute público este cuadro, que se encontraba encerrado en un despacho desde el año 1999, tomamos a la derecha. A medida que avanzamos hacia la cafetería del fondo le voy indicando las obras de arte más interesantes que van jalonando el pasillo, y conoce a todos los artistas. No en vano ha sido director de la Fundación Santander Creativa desde su fundación hasta hace apenas un lustro, cuando pasó a dirigir la Torre de Don Borja en Santillana del Mar.

Marcos es poeta. Ha ganado algunos de los premios de poesía más importantes de España, como el Ciudad de Burgos de 2017 por Desguace (Visor, 2018) o el Generación del 27 de 2021 por Belleza sin nosotros (Visor, 2022). 

Siempre me interesa su opinión. Le quiero preguntar por el modo como reconocemos nuestra naturaleza en los jardines.

Tomamos asiento, pedimos sendos cafés y comenzamos a hablar.

Me pregunta por el proyecto. Marcos es también periodista. Le explico que el origen está en la puerta de una vecina cabuérniga a la que llegan rodando frutos que caen de un árbol de especie probablemente autóctona, quizá cerojal, que nace al pie de una torre que está siendo utilizado como cuadra. Es un árbol antiguo y comunal, lo cual no quiere decir que no tenga propietario, solo que es un árbol que pertenece a todos. Antiguamente lo cuidaban las niñas. Preguntamos Raquel y yo a la vecina cómo podíamos llevarnos un hijo de ese árbol y la señora nos respondió que teníamos que coger una ramita y ponerla en agua pero con el extremo inferior doblado hacia arriba, y pasado un tiempo en tierra. También que la fuerza que hace que una planta crezca se llama tiez.

Tiez es la fuerza interior de las plantas, resumo a Marcos.

Lo que callo es que el cerojal no medró, se nos murió. Hace poco le sustituimos por una ramita de geranio que encontramos en el suelo, seguramente arrancada por el viento.

La palabra latina para tiez es viriditas, el nombre del presente proyecto. Fueron las mujeres quienes conservaron la noción de viriditas y los monjes los que se hicieron con ella, de donde el nacimiento de las boticas en los monasterios, y de ahí en adelante. Es gracias a la viriditas que nuestra medicina empalma con la medicina clásica.

A su vez, la viriditas enlaza con nuestro Espíritu Valdecilla, que es la fuerza interior que hace que seamos siempre contemporáneos, como las flores, como los jardines. El Espíritu Valdecilla y su capacidad de regeneración se encarna en los jardines del Hospital, distintos a los originales pero los mismos jardines porque la semilla es la misma: respeto a nuestra herencia, confianza en el futuro, compromiso con el presente.

La decisión de abordar este tema mediante un blog se debe a que este sencillo recurso electrónico permite actualizar contenidos periódicamente, si se quiere cumpliendo ciclos o señalando fechas importantes: por ejemplo coincidiendo con las marzas, con la entrada de la primavera o, como es el caso, con el día internacional de la poesía.

Le miro con temor por si me he extendido demasiado, pero no. Mi explicación le ha servido para calibrar su discurso, que es ajustado y preciso.

Su primera idea es la estrecha relación que existe entre enfermedad y vida.

Abro mi cuaderno y empiezo a tomar notas que en realidad son pistas que me dejo para luego poder recorrer el camino de vuelta y contarlo.

Si no hay contacto con la naturaleza, explica, se desnaturaliza lo que es natural. La naturaleza está presente en el espacio de la enfermedad y de la muerte, como también lo está en el de la vida porque somos naturaleza y por tanto somos muerte y somos vida. Si no está es porque la quitamos o nos la quitan y si se quita se nos quita a nosotros, a lo que somos. 

El hospital entendido como resultado de unas meras coordenadas arquitectónicas, excluida la naturaleza, es negativo. En este sentido a mí me gustan más los pabellones que las torres.

Es como la producción de queso, ejemplifica. Se puede hacer en cubetas de acero inoxidable o en cuevas. En ambos casos es queso, pero yo prefiero el segundo, me sabe más rico.

Puestos a elegir.

Puestos a ello, sí, replica.

Puede que tampoco sea necesario hacerlo siempre; elegir, digo. Las torres de Valdecilla se asientan sobre un zócalo que se inspira en los pabellones. Las líneas curvas de estos, que los acercan a la naturaleza, podrían haber sido también parte de la herencia. Se decidió que no fuera así. Lo mismo que los pedregales que dominan la parte nueva en lugar de jardines. Se decidió una cosa frente a otra cuando se podía haber elegido lo mejor de un modelo y de otro.

También, reconoce.

Compruebo que Marcos sabe lo que quiere decir y que él prefiere, si acaso, inducir las preguntas. Estaré atento a la señal.

Los pabellones están pegados a tierra mientras que los bloques se alejan de ella, sintetiza la idea interrumpida.

Tengo un jardín en casa a nivel de tierra que me conecta con la vida. Sin naturaleza tendría vida pero incompleta, añade.

Es importante que el cuerpo se incorpore a la naturaleza porque cuando está en ella se aclimata a sus ritmos, a los de la naturaleza, que también son los suyos, sigue.

Fuera de la naturaleza somos como el pez al que se saca del agua y se le deja boqueando pero que no termina de morir nunca, pone como ejemplo. 

En la naturaleza el ser humano encuentra su casa.

(pausa)

Es importante atender al ciclo de la naturaleza y aceptarlo con naturalidad. Hay plantas que acaban de nacer, otras con los colores apagados, otras más que morirán, pero lo harán dejando su lugar a otras nuevas. La esencia del hospital es esa.

Tener la naturaleza presente no hace que la muerte desaparezca pero sí que la aceptemos con naturalidad. Entonces Marcos recita de memoria un poema de Pessoa encarnado en Alberto Caeiro, heterónimo que el poeta dio por muerto el año 1914, que dice:

Cuando hace frío en el tiempo del frío, para mí es como si hiciera buen tiempo,
porque para mí ser adecuado a la existencia de las cosas,
lo natural es lo agradable solo porque es natural.

Acepto las dificultades de la vida porque son el destino,
lo mismo que acepto el frío excesivo en pleno invierno:
tranquilamente, sin quejarme, como quien meramente acepta,
y se alegra por el hecho de aceptar:
por el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar lo natural e inevitable.

¿Qué son para mí las enfermedades que sufro y el mal que me sucede
sino el invierno de mi persona y de mi vida?
El invierno irregular, cuyas leyes de aparición desconozco,
pero que existe para mí en virtud de la misma fatalidad sublime,
de la misma inevitable exterioridad a mí
que el calor de la tierra en pleno Verano
y el frío de la Tierra en el más crudo Invierno.

Acepto por carácter.
He nacido sujeto como los demás a errores y defectos,
pero nunca al error de querer comprender demasiado,
nunca al error de querer comprender solo con la inteligencia,
nunca al defecto de exigir del Mundo
que fuese algo que no fuese el Mundo.

Me da la referencia. Está tomado de la antología preparada por Ángel Crespo, que también tradujo los poemas.

No podemos exigir a la vida que no sea natural, continúa Marcos. La enfermedad y la muerte, existen. Tenemos que abrazarlas aunque sea un abrazo áspero. El bienestar llega cuando se acepta el ciclo natural de la vida. Este ciclo es el que late en el jardín.

Reconozco la señal: 

Marcos, ¿cómo es tu jardín?

Tengo un jardín que yo llamo tiesto, responde. No le cuido como se suele entender que se ha de cuidar un jardín, está asilvestrado.

Le pregunto por su ideal, si es el jardín versallesco, sometido; el modelo inglés, pautado; o si es el jardín contemporáneo, donde si acaso se establecen las condiciones de posibilidad para un determinado jardín, en cuyo caso habría que volver a preguntarse qué jardín, en una autorreferencialidad muy contemporánea. Él recurre a un poema suyo titulado "Temporada de descuidos" incluido en Belleza sin nosotros:

Bastó una temporada de descuidos
para que la maleza se adueñara
del pequeño jardín.
Con qué velocidad creció la zarza,
cómo la mala hierba fue ganando terreno
a aquello que plantamos buscando la armonía.

¿Existe la armonía?

Pregunto porque dudo que la armonía exista,
porque miro el jardín tomado por las cosas
que tú y yo despreciábamos y encuentro que es hermosa
la vida desatada, que hay luz en el desorden,
que existe una belleza sin nosotros.

Ese afán obsesivo por controlarlo todo es antinatural, sigue. El jardín necesita de nuestro trabajo permanente para que no sea lo que es sino para que se adapte a nuestra idea de naturaleza. El propio jardín es antinatural.

Pensé que iba a decir "belleza" en lugar de "naturaleza". El título de su último poemario es un guiño al primero de José Hierro, Tierra sin nosotros (1947), para el que Cantabria es la tierra de su juventud y la de la libertad, que perdió. A su regreso, tras haber pasado varios años en la cárcel, el poeta no puede mirar con los mismos ojos de cuando joven, no reconoce en Cantabria la libertad, quizá porque se haya perdido y se pregunta si no será definitivamente, como sus años jóvenes, pero sí que ve en ella la naturaleza. La belleza es como la hace suya.

Es algo parecido al erotismo, explica Marcos, algo natural que convertimos en cultural.

Le pregunto entonces por las especies que pueblan su jardín.

Tengo un roble raro que crece alargado como un ciprés, un arce, un acebo, una falsa encina en una maceta enorme..., a todos los he plantado yo.

El musgo no lo quito y no tengo césped. Tengo lo que va saliendo. Lo siego pero va saliendo lo que va saliendo.

Si acaso corto, podo o siego, no arranco.

Tengo dos magnolias y una va bien y a la otra le va mal, apenas le salen brotes, está siendo tomada por los líquenes, y sin embargo la dejo. No sé si sobrevivirá pero está ahí, incluso si muere (y Marcos duda cómo explicarlo) me parecerá bien. Me gusta la idea de que los árboles puedan morir de pie, a diferencia de los animales o las personas.

No hago mucho en el jardín y lo que intento me sale generalmente mal. Tengo una buganvilla que está intentando sobrevivir a las zarzas. Se han fundido en un abrazo del que a la buganvilla le va a costar librarse, si es que lo consigue. Mi sensación es que ese sitio es el de la zarza y no el de la buganvilla. Yo me como una mora cuando paso.

A mí me gusta mi casa, es mi sitio.

Surge el poema "Arce" de Belleza sin nosotros:

Ha roto el sol la tarde sombría del verano
y el arce del jardín ha encendido sus hojas.

Cuántas veces el alma se aclara o se oscurece
por leves accidentes ajenos a nosotros.

Lo escribió a última hora de la tarde, que se encendió, desvela. Se abrió un claro en el cielo que iluminó el árbol.

Le digo que en mi familia bastiana los claros que se abren en el cielo son lugas.

A su casa la luz entra filtrada por las hojas de los árboles, sobre todo del acebo. Todo eso da vida, aclara. Qué más te da, pregunto: placer estético, paz y mayor sensación de casa, responde, y detiene la conversación.

(pausa)

Hay que saber contentarse. No estoy hablando de resignación. Hay que tratar tu vida con cariño y decir: está suficientemente bien.

A mí mi casa me basta que esté a 16 ºC. Si tengo frío enciendo la chimenea o la estufa y nos acercamos a ella.

Le digo que esa es la temperatura de las abejas, que cuando la tierra alcanza los 16 ºC, se las ve.

(pausa)

Suelo encontrar belleza en todas partes, revela Marcos. La falsa encina y el roble están al fondo del jardín. Se les cayó la hoja. No la recogí. Lo he hecho hace poco. Al retirarla ha aparecido tierra, no hay hierba. Está así perfecto. Que el jardín sea lo que tenga que ser, explica.

Es como con mi hija, continúa. Que crezca como ella sea, aunque siempre haya una intervención. Yo en mi jardín también necesito espacio.

Necesitas un claro, apunto.

Nos invitan al café. Abandonamos la cafetería y el edificio, giramos y nos queda una palmera de frente. Donde hay palmera hay indiano, como es el caso. Ahora pasa lo mismo con los olivos.

Nos detenemos frente al pabellón 21, el de Dirección, que parece elevarse sobre una banda vegetal a un lado y de piedra suelta al otro, en mitad la pasarela que comunica con el Edificio Enlace. A la izquierda predomina una planta con espinas sobre las que se posan pájaros que depositan semillas digeridas de donde nacen otras plantas que crecen protegidas por las espinas, creándose un caleidoscopio vegetal muy interesante. Sin embargo se está imponiendo la piedra, el pedregal porque se cree que es menos sucio. Pero la naturaleza no es sucia, lo es, si acaso, el ser humano. Si no quieres suciedad es fácil, basta con no ensuciar.

Trasponemos el Edificio Enlace y nos internamos en los jardines. Me hace entonces partícipe de una discusión que mantuvo con el también poeta Julio Ceballos, buen amigo de ambos, que es muy viajero, en relación con las fuentes del conocimiento: no por viajar se tiene más, es como cuando tiras un cubo de agua y la superficie que cubres es mucha pero con poca profundidad, defiende Marcos. El paisano que nunca ha salido de su tierra sabrá por dónde amanece, qué pájaro es el que canta o cuándo florecen qué plantas, su conocimiento es más profundo, tiene más calado.

No puedo estar más de acuerdo con él.

Nada más dar vista a los pabellones Marcos se queda sorprendido. Los conocía pero no desde esta perspectiva. El pabellón 16, donde está la Biblioteca Marquesa de Pelayo, preside el conjunto.

Le señalo el contraste entre las curvas de los pabellones y las líneas rectas de los bloques, que se suma al que él ha apuntando antes en relación con la distancia que guarda un modelo y otro respecto a la tierra.

La línea curva se puede asociar a la arquitectura montañesa, muy antigua, indico. Lo bueno es siempre moderno, dejó escrito el cabuérnigo Manuel Llano.

Nos sentamos al borde de una jardinera.

Traigo su poema "Crujidos" de Belleza sin nosotros:

Eran vigas oscuras, de una edad tan antigua
que no me era posible comprenderlas.

Sostenían el peso de la casa.

Tumbado en el colchón, sumergido en las sombras,
me arrullaban los cantos de sus viejas heridas.

Se comportan así las grandes cicatrices:
atravesando el tiempo,
elevando su voz cuando todo se calla,
ocupando el espacio cuando llega la noche.

El jardín enferma y muere, no lo puedes sustituir al instante, dice. También me interesa eso, aclara. Hoy es puedo, quiero. Nos hemos olvidado de los procesos. Todo requiere su tiempo, una amistad, una relación de pareja, el trabajo, todo. 

Si tú plantas un árbol, está contigo durante veinte años y luego se muere, olvídate, no vas a tener otro igual al día siguiente. En este sentido, como apunta Óscar Tusquets, los paisajistas son las personas más generosas porque diseñan cosas que nunca van a ver cuando alcancen su esplendor.

Pasa un miruellu volando. No vemos dónde se posa.

Le acompaño a la salida. Cruzamos de los pabellones a las tres torres por una pasarela que discurre junto a un parque infantil localizado entre la línea de los primeros y el zócalo donde se asientan las segundas. Le rodea una cristalera a la que se ha pegado un vinilo opaco y no se ve dentro. Tampoco se oyen gritos de niños jugando ni risas aunque otros días sí. A mano derecha se extiende el pedregal que cubre la cubierta de Urgencias. Marcos me estaba confesando que está escribiendo poco cuando se interrumpe, se detiene y me lo señala: mira, ese espacio es lo opuesto a un claro.

En el recibidor del Edifico 2 de Noviembre nos hacemos una foto delante del mural metálico cuyo autor creemos que es Carlos Ferreira. Lo hemos recuperado recientemente de la Residencia Cantabria. Qué pena no habérnosla hecho en el jardín, dice. Tiene razón. No la pongo. La dejamos pendiente para otro día. También otro encuentro, otra conversación.