Nos conocimos en el homenaje a un músico tradicional cántabro celebrado en Unquera. Raquel y yo le preguntamos por un llamativo ramillete de pequeñas flores amarillas que llevaba prendido de la sudadera con un alfiler. Raquel, que es mi pareja, además de ser joyera de profesión ha trabajado en una floristería.
Perdona, ¿qué flores son esas?
Siemprevivas (Helichrysum stoechas), responde.
Son las mismas que recuerdo de mi abuelo cabuérnigo, replico. El abuelo de Raquel también era de un pueblo a orillas del Saja.
Él es de Obeso, en el Nansa. Se llama Danitu, así le llaman y él lo pide así. Es técnico medioambiental además de divulgador de cultura popular, que es como a él le gusta definirse. Su especialidad son los cantares antiguos. Los interpreta y sobre todo los contextualiza: que el sol no rueda sino que corre por el cielo o que las plantas se ponen por fuera para aprovechar el agua de lluvia además de para que al regarlas el agua no pudra la madera del balcón, por eso que los mozos pudieran coger un clavel camino de la romería y ponérselo detrás de la oreja, por ejemplo.
Muchas letras tradicionales parecen opacas pero con él al lado no.
¿Puedo hacer una foto a las flores?
Estas que llevo ahora las cogí en Caloca, informa. También las hay en los acantilados, por ejemplo en el camino a la ermita de Ubiarco.
Habrá entonces también en el camino que lleva a Cabo Mayor, en Santander.
Las habrá, sí.
Trabamos conversación en un corro en el que la palabra se repartía como se hace con las avellanas, de una en una, con respeto. El sol corría enardecido, el calor era mucho. Le hablamos de Viriditas, le pedimos colaborar en el proyecto y aceptó no sin antes preguntar por la razón del nombre.
Viriditas es lo mismo que el cabuérnigo tiez, que es el vigor, la fuerza que mantiene a las plantas y a los árboles en pie, contestamos. Es una palabra clásica. La cabuérniga nos la explicó una vecina del pueblo de Renedo a cuya puerta de casa llegaban rodando las cerojas que caían de un frutal muy antiguo y comunal al que cuidaban antaño las niñas del pueblo.
Ese primer día lo dejamos así. Tardamos prácticamente un mes en volvernos a ver pero lo importante es que nos volvimos a ver. Paso a limpio estas notas al día siguiente de nuestro segundo encuentro, en el hospital.
Nos citamos en el hall del Edifico 2 de Noviembre. Se suma Raquel. Nos encaminamos hacia los jardines pero por fuera, evitando los pasillos del hospital, y, a la vista de la escultura de metal que parece un rayo, le preguntamos por los mismos.
Las chispas, corrige él y añade que son una de las tres cosas que más miedo despiertan en el mundo tradicional. Las otras dos son los lobos y las culiebras. Por curiosidad busco mientras escribo estas líneas y no encuentro descriptores DeCS específicos. Se preguntaba un soldado español en sus memorias que quién mejor que ellos, los protagonistas, para hablar de lo sucedido en la Conquista de América, y es cierto. La víbora de Seoane, de la que se dice que se muerde la cola para alcanzar rodando a la víctima, el ouroboros clásico, cuya mordedura puede provocar un cuadro potencialmente mortal, solo se encuentra en la Cordillera Cantábrica: o nosotros o nadie.
Para las chispas se encendía una vela en la palmatoria y no se apagaba hasta que pasaba la tormenta. También se rezaba alguna jaculatoria. O se ponía un poco de laurel del Domingo de Ramos por detrás de la puerta de casa. En muchas permanece desde la última vez, hace muchos años, seco ya, sin que se recuerde por qué se puso. Por detrás también un espejo de mano, para peinarse fuera. En la calle es donde más luz hay. Por eso se cosía en la calle. En casa estaba la máquina, así la llama Danitu, que solía estar en el cuartu más soleado, próximo al correor o en el mismo correor.
En el Nansa al balcón se le llama correor. En Cabuérniga correor se dice hasta el pueblo de Fresneda, incluido, y en adelante, aguas abajo, balcón.
El balcón es un espacio liminal de la casa, polifuncional: así, se utilizaba y todavía hoy se hace para tender la ropa, plancharla entre cantos de río planos, secar parte de la cosecha, por ejemplo maíz, que se exponía en distintos tipos de atados, como las llezas, cuidar a los niños pequeños, por eso que la distancia entre los tornos sea tal que no quepa una cabeza, o cuidar también de los ancianos, a los que se sentaba en poltronas hechas de varas de avellano llamadas zarzos. No puedo evitar pensar en los balcones o quizá mejor decir terrazas de los pabellones del hospital, de estilo neomontañés, donde se sacaba a los pacientes a tomar baños de sol.
/Paciente acompañado de doctor y enfermeras en una de las terrazas de los antiguos pabellones de la Casa de Salud Valdecilla, ca. 1940/
Si las chispas dan miedo también las corrientes de aire, que son sus vías de comunicación. Si hay tormenta, las puertas y ventanas tienen que permanecer cerradas. Por lo mismo, en el monte hay que tener cuidado con los lugares donde haga corriente, en particular los collaos y otros altos y pasos. Así por ejemplo La Cotera´l Prau´ Los Rayos en la Sierra de Cos, indica.
Le cuento que cuando se terminó el tejado de las tres torres del hospital se puso un ramo para rematar la obra, que yo lo vi. Pero no recuerdo de qué árbol se trataba.
De fresnu sería, responde. También podría ser de acebu o, una vez más, de laurel.
De acebo, me viene entonces a la memoria.
El verbo que se utiliza para el ramu es poner. Se pon, y Danitu lo conjuga de esta manera, para celebrar el final de una obra o al acabar la hierba, por ejemplo. El último tractor que baja de las tierras todavía lleva puesto un ramu arriba, asegura.
El ramo de acebo de las tres torres fue sustituido al día siguiente por una bandera que duró pocos días más, también me acuerdo de eso.
La hierba se acaba (es este el verbo que utiliza) en agosto. Se celebra entonces una feria muy conocida en el Prau Socoyu de Puentenansa. Las fiestas suelen ser en verano. Luego por San Miguel vuelve a hacer bueno, aunque por poco tiempo, y la hierba respinga: es la toñaa, que también se aprovecha.
No hay que confundir la toñaa con el tardíu. La toñaa es ese brote que indico, aclara. La toñaa no es el otoño, aunque San Miguel de alguna manera marque el inicio del otoño. El otoño es para nosotros el tardíu.
Socoyu porque está protegido del viento. Pertenece al mismo campo semántico que escalle, asubiu o sotámbaru, todas palabras cántabras.
Mi abuela materna estrenó su primer vestido en esa feria, comento. Era de San Sebastián de Garabandal, aclaro.
Que nosotros decimos Bastián, completa Danitu. Por cierto, que sus fiestas son en invierno: San Sebastián y San Sebastianucu, con tan solo una semana de diferencia, una anomalía que no acierto a explicar.
Eso es, concedo.
Lo cosió en un cuartu que había en el correor, continúo, que, de acuerdo con lo que decías antes, Danitu, es donde estaba la máquina de coser. La tela la compró vendiendo avellanas de Guzabreru, en Peña Sagra.
Las renoveras vendían avellanas o rosquillas pero sobre todo avellanas, indica Danitu. Se llevaban a los que no habían ido a la romería. Eran los perdones. Los perdones por haber faltado. Se hacían unos paquetucos así, y Danitu los imita con un pañuelo de papel, y las avellanas se metían dentro. O caramelos también.
En Bilbao, Nueva York, Bilbao, una novela que ganó el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica hace algunos años, Kirmen Uribe reproduce un cuadro de Aurelio Arteta donde aparecen representadas unas chicas vestidas con ropas modernas que vuelven de la romería con rosquillas ensartadas en pequeñas ramas de árbol.
Lo mismo, perdones, afirma.
Con Kirmen Uribe tenemos relación, no estrecha pero sí nos conocemos. También tenemos Raquel y yo un dibujo original de Aurelio Arteta en casa.
Las ramas podían ser de laurel o también de fresno, que es muy apreciado por ejemplo entre pasiegos, por eso que a cada cabaña le acompañe uno de estos árboles, salvo en Resconorio, donde son tejos, Luena, donde son abedules, y el entorno de Las Machorras y La Sía, donde son ujulobu (serbal de cazadores). Porque son más aptas para ello. Por ser de hoja perenne o porque son más rectas, quizá, sugiere Danitu.
Sigo explicando, a fuer de excederme, que mi abuela se hizo su primer vestido con el dinero de las avellanas de Guzabreru que había cosido en el cuartu del correor de su casa de San Sebastián de Garabandal y que lo estrenó en la feria de Socoyu, donde no soplaba el viento, pero que lo más importante es que cuando el vestido ya estaba gastado, se hacía otro que se le pareciera, otro lo más parecido posible al primero.
Que los vecinos valorasen lo cuidadosa que era.
Me gusta ese componente de nuestra cultura tradicional, apunta Danitu tras un silencio instalado fugazmente entre los tres, la moderación.
La sobriedad, coincidimos Raquel y yo.
Se nota también en la vestimenta, poco dada a los excesos, y en los accesorios, amplía. Danitu nos habla entonces de arracadas de campanillas, de pendientes de pata y careta y otros tipos tradicionales. Saca a colación un cantar, que dice:
Los pendientes que tu tienes
campanillas de oro son
descansan en tus orejas
posan en tu corazón.
Danitu lleva puestos sendos aros y un sencillo collar de coral de una sola sarta, como de pasiega antigua. Su bien más preciado, por eso no se lo pone, es una pulsera de metal hecha por un familiar suyo en un campo de concentración.
El abuelo de Raquel también estuvo recluido en uno.
Raquel define su joyería como popular y contemporánea. En su última propuesta trabaja con antiguas fotografías de mujeres cántabras al aire libre. Cala su silueta en latón. Cuando te pones el broche asomas tú, explica.
¿Qué plantas se podrían esperar en un correor, Danitu?, preguntamos.
La buena moza o begonia. Danitu conserva la de su abuela que acaba de pasar a tierra. También nosotros tenemos una cinta de mi abuelo en casa. La pesetera o planta del dinero. Sus flores se parecen a las de las ortigas pero más blancas, aclara. Es de invierno. El cactus de Navidad. Este ya no sé si es de siempre o si solo es que le conozco yo de siempre, duda. La flor de cera. Es muy difícil que florezca, advierte. Resulta que tenemos una en el edificio enlace del hospital, florecida. Es probable que se haya rescatado de la antigua Residencia Cantabria. Las alegrías, añade. De verano. Los geranios, claro.
Le preguntamos entonces por los claveles.
Había, pero no los de ahora. Los del país eran parecidos a clavelinas pero más grandes. Los vi hace poco en el pueblo de Rubalcaba.
¿Por qué crees que desaparecieron o están a punto de desaparecer?
Responde inmediatamente que porque no se venden, y matiza que quizá porque el clavel interesa más como flor cortada.
Esas imágenes de paisanos con claveles en la oreja se entienden en este contexto, continúa.
¿Y qué otras en el huerto?
Hay que diferenciar la güerta del güertu. La primera está colindando con la mies y en ella hay maíz, alubias, patatas, etc. El güertu está enfrente de casa y, para entendernos, en él se cultiva lo que se echa a la ensalada.
Recuerdo que en cántabro el género también sirve para calificar, siendo comparativamente mejor o más apreciado el femenino.
En el güertu hay pitiminís. Sus flores no abultan más que esto, y junta lo dedos como si fuera a coger un pellizco de sal. También crisantemos. Es la flor que se pone o ponía a los muertos.
Los crisantemos florecen coincidiendo con la festividad de Los Difuntos. La víspera las mujeres y los críos subían al cementerio, y se refiere al de Obeso, con un cestáu de flores, sorrapiaban la tumba, es decir, dejaban la tumba en tierra, así mismo lo explica, y la adornaban con flores.
¿Cómo lo hacían?
Posaban flores, no las espetaban. Se marcaba el borde y dentro dibujaban un cruz y también podían poner RIP o más tarde DEP con pétalos.
Si había otras flores, pues otras. Pero sobre todo crisantemos. Los crisantemos estaban en los güertos para eso. Todo tenía su porqué.
La muerte estaba dentro de la vida, no juera.
Tras una breve pausa, Danitu incluye hierba luisa, que tenía uso ornamental y medicinal, y romero y orégano, para cocinar.
En el capítulo de las puramente ornamentales, rosas y claveles. Estos no estaban solo en macetas. A última hora también hortensias. A estas es probable que las introdujeran los indianos.
El color de las hortensias depende de la acidez del suelo. Cuanto más ácido, más azul.
Pregunto por la costumbre de enterrar hierros oxidados cerca para influir en el color, clavos o restos de aperos, y se ríe. Tampoco sirve tener las plantas metidas en viejos cubos de metal, aunque sea frecuente verlas así.
El cazu roto primero es para que coma el perru y luego se utiliza como tiestu, concede. Pero no sirve.
¿Y fuera del ámbito doméstico, qué flores se cogían?
El mes de mayu es el de la Virgen. Las mujeres y los críos subían al monte a buscar flores para ofrecérselas. En el pueblo de Lafuente de Lamasón me contaba Tina, una vecina, que iban a buscarlas a los invernales de Arria.
El agua de este mes aseguran que es la mejor que hay.
El pelo se procuraba lavar con agua de lluvia. Si con manzanilla, mejor. Mi madre que tiene el pelo claro lo ponía a secar en la baranda del balcón, al sol, explico.
Es normal todavía hoy ver baldes puestos al pie de los canalones por donde cae el agua de lluvia, para hacer uso de ella, continúo. Dicen que es un agua más finu, y hago uso del conocido como neutro de materia, que consiste en que cuando el sustantivo es incontable, el adjetivo concuerda como si fuera masculino, como por ejemplo en agua finu, arena blancu o hierba frescu. Es un rasgo lingüístico patrimonial muy valioso.
¿Y qué flores los hombres y las mujeres?
Las mujeres se las prendían con alfileres y los hombres sobre todo en el ojal.
Para la acción de ponerse flores Danitu emplea el verbo echar.
Frescas, es decir, las cortadas, las mujeres se echaban rosucas de pitiminí. En general, las que florecen en verano. Se las prendían a la izquierda o también aprovechaban el alfiler del pañuelo que llevaban al cuello.
Los hombres se solían echar flores secas, sobre todo siemprevivas. Pero también frescas, en cuyo caso destacaba el clavel del país, detrás de la oreja. También podían llevar un ramillo de laurel, y así lo explica Danitu, o una pluma de la pava verde o pavo real en el galón del sombrero.
/Foto de Viérnoles procedente de la colección de Danitu/
Seguimos paseando por los jardines. Nos asomamos a uno de los pozos y reconoce dentro un niespral, un níspero.
Los niesprales, las palmeras, las magnolias, los cipreses, las secuoyas, el bambú, que suele estar en las traseras de las casas, indica Danitu, las hortensias, son todas especies indianas. El mantu de la Virgen o cala probablemente también lo sea.
En este hospital no faltan ejemplos. A fin de cuentas el Marqués de Valdecilla emigró con tan solo catorce años a Cuba, de donde retornó rico, y anciano.
El niespral no es lo mismo que el abadejal, nuestra variedad autóctona, cuyos frutos no maduran en el árbol. Se recogen duros a finales de año y se dejan fermentar en el pajar o envueltos en papel de periódico o entre manzanas. Cuando están joyecos, es decir, un paso previo a la putrefacción, se comen. Parece compota. Es un sabor antiguo al que se tiene que acostumbrar el paladar. Es seguro que los abadejos le encantarían al cocinero Redzepi del NOMA de Copenhague.
Este tipo de conocimientos tradicionales nuestros podrían tener mucho futuro, si los supiéramos aprovechar.
Todo tiene su tiempu, indica Danitu.
El tiempu de que las vacas estén en la cuadra porque no pueden estar en el puertu, por ejemplo. Las pautas son importantes cuando la vida está ligada a la naturaleza, que avanza cumpliendo etapas y es además cíclica. Sabes a qué atenerte.
Ahora con el cambio climático, no tanto, indico. O es que quizá tengamos que adaptarnos a una nueva pauta, en cuyo caso cuanto más amplia sea nuestra batería de conocimientos, mejor, porque tendremos más donde elegir, más probabilidades de una adaptación exitosa. A estas alturas, es una cuestión de supervivencia no solo cultural sino sobre todo como especie. Bueno, en realidad una va ligada a la otra, acierto a decir.
Todo está ligado, concede Danitu. A veces la relación es evidente, como la que hay entre los crisantemos y los muertos. Otras no tanto, como ocurre con el laurel y los rayos o el agua de mayo y las flores. No sé por qué los antiguos solían casarse en invierno pero sí que los nacimientos se procuraba que fueran antes del verano para que las mujeres pudieran hacer la hierba tras el parto.
Los hombres disfrutaban de periodos de descanso, aunque podían aprovechar para ir de serrones, es decir, de leñadores, por ejemplo a Galicia o Navarra, o dedicarse a la garáuja, que es hacer aperos para Castilla en los portales, como bieldos, que llamamos garios, o rastrillos.
Por contra, las mujeres no tenían descanso.
Detrás de su casa de Obeso hay un lugar con un árbol que llaman El Solar pero de sol, advierte, no de solar de casa, que es donde cazaban jilgueros con liga. Los jilgueros eran del hombre pero los cuidaba la mujer. Es un patrón. Por fortuna ya no se da.
Estamos paseando por las campas del hospital.
Los setos de jaya son preciosos, dice. Hacen comunidad. Si existen los setos, concede, que sean del país.
Le gustan también los matos de margaritas. Son muy cumu nos, dice. Respondo que el jardinero es de Herrera de Ibio y no le sorprende.
Le hago una foto.
Me recuerda a Gilles Clément, en todo.
Pasa un lavandera apresurada. Le sigue un miruellu o mirlo, que él llama tordu. Lleva algo en su pico de coral. Cualquier insecto indeterminado es un cocu, del latín COCCUM y este del griego KÓKKOS, "grano". Los gusanos son cocas, en femenino. Las cocas de luz son las luciérnagas. A la lavandera Danitu la llama la pajaruca´l quesu porque picotea el queso que se deja de noche en el balcón, explica. A veces quedan sus patucas impresas. De ahí su nombre.
En mi casa, digo, es pisondera. Mi abuela falleció de alzheimer al cuidado de una tía que ahora también tiene alzheimer. Una vecina de la edad de mi abuela les llevaba prácticamente a diario un queso fresco. Era como una ofrenda a la memoria compartida que, dada la enfermedad de mi abuela, solo ella podía rememorar. Se advertían las marcas del trenzado de avellano de la quesera. Supongo que alguna vez también se verían las huellas de la pisondera. No tardó en fallecer también ella y ahora no queda nadie que haga estos quesos.
Se nos ha hecho tarde. Subimos a la biblioteca para cerrar y marchar. Le enseño unas cucharillas de hueso que proceden del antiguo Jardín de Infancia que también recibió financiación de la Marquesa de Pelayo. Son con las que se daba de comer a los bebés. No sabe por qué de hueso, quizá por el tacto, sugiere. Pero debe haber alguna otra razón que se nos oculta porque antiguamente se ponían huesos cerca de los bebés para que los dientes salieran bien.
El hueso de las cucharillas para dar de comer a los bebés, el hueso de los peines, el de los alfileres para el pelo. Su blancura, la pureza, quizá. Todo tiene un porqué, todo está ligado.
Todo tiene su tiempu.