Subrayo a lápiz el siguiente párrafo de Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004) de Antonio Muñoz Molina, página 14:
En Grand Central Station la impresión del espacio es tan poderosa, tan estimulante, como en las ruinas de la basílica de Majencio o en el interior del Panteón: un espacio desmedido y sin embargo armónico, que no aplasta con la escala de sus dimensiones, sino que da más bien una cierta sensación de ingravidez que la mirada vuelta hacia arriba contagia al cuerpo entero, un impulso de elevación gozosa, como cuando se escucha una cantata de Bach.
El hall del Edificio 2 de Noviembre me conmueve desde su misma apertura. Este párrafo me ha puesto sobre la pista de por qué.
La ingravidez al ingresar en él, a qué se debe.
1.
José Luis Bilbao me cita en su despacho. Está entrando a la izquierda y luego al fondo. Me ofrece un café. La máquina es suya, la maneja él y el café, en un gesto de humildad encomiable, lo sirve también él. Me alcanza la taza y la calidez que transmite su persona la siento también ahora en las manos.
Fue Director Gerente de 2007 a 2011. Con él llegué yo. Recuerdo que al presentarme conminó a los que conmigo iban a que no me faltara de nada, que son las mismas palabras que dedicó el marqués a Rafael Lorente de No.
José Luis respeta los rituales cívicos.
La estatua del marqués que está a la puerta del Pabellón 21, dice, enarca las cejas y yo asiento, al pie del Pabellón de Dirección, insiste, allí se hacía una misa y luego una fiesta por el cumpleaños o el santo del marqués, no tengo muy claro ese punto. Por eso pusimos esa estatua donde está, al aire libre. Es una estatua que todos los 24 de octubre, aniversario de la Casa de Salud Valdecilla, amanece con un ramo de flores frescas en su regazo, sin falta. Son flores que diseminan su olor posadas en el regazo de bronce del marqués.
La finca donde está el hospital tiene forma de corazón, ¿no te habías fijado?, pregunta, y no, no lo había hecho, pero pensándolo tiene razón.
Estaba todo dispuesto pero ya desde el inicio no se pudo cumplir el sueño del marqués. Él quería un hospital orientado a sur, que es a donde mira Santander, a la bahía. Pero las comunicaciones estaban arriba, abajo solo había agua y apenas una línea de ferrocarril que además de las distancias tenía que salvar las mareas, un ferrocarril anfibio, y sonríe. Esta tensión entre la realidad y el deseo es muy nuestra, asevera.
Hoy el principal problema del hospital es el propio hospital, que se molesta a sí mismo. Esto es porque se han ido acumulando decisiones tomadas sin respetar el pasado ni prever el futuro, decisiones desmemoriadas, de alguna manera inconscientes.
Te pongo varios ejemplos.
Los pabellones se dejaron como carta de presentación de la ciudad, para que se vieran nada más entrar, además de para ver desde ellos la bahía, pero Valdecilla Sur los tapó.
Los jardines previstos al pie de Valdecilla Sur se malograron por culpa de una subestación eléctrica dependiente de la Autoridad Portuaria.
Los accesos a Valdecilla Sur también se vieron comprometidos.
Lo mismo cabe decir de los accesos a Urgencias.
Tampoco se salva la circulación interna. Los flujos de trabajadores, pacientes y visitas se superponen.
Nunca se ha visto el hospital como un todo.
La conexión entre el Edificio 2 de Noviembre y las Torres no está bien resuelta, otro ejemplo. De hecho a la puerta orientada a norte le han tenido que poner unas orejeras para protegerla del mal tiempo y el gran ventanal del hall del Edificio 2 de Noviembre no mira a ninguna parte, del otro lado se ha puesto el Salón Gómez Durán.
Por cierto, el primer trasplante de corazón practicado en este hospital lo dirigió Gómez Durán.
Me vienen a la cabeza esas declaraciones del poeta José Hierro rescatadas con motivo de la reciente celebración de su centenario (y en las que participó la Biblioteca adquiriendo y exponiendo Emblemas Neurorradiológicos, obra de extraordinaria rareza) en las que afirma, allá por los años sesenta, que el poeta es el hombre que comercia con su corazón, que lo trasplanta al papel y que a través del papel, dice, lo trasplanta en aquellos que van a leerlo.
Tenemos un problema de adanismo, continúa José Luis.
Se acumulan muchas épocas, al menos cuatro, y José Luis enumera: la de los años diez, la de los veinte, la de los setenta, que podríamos considerar refundación, y la de ahora; muchas épocas, muchas lógicas y ninguna integrada, nulo diálogo.
Hablo de refundación en los setenta porque Segundo López Vélez fue el que quiso levantar un hospital heredero del que inauguró Wenceslao López Albo, un hospital brillante. Esa fue su visión y creo que merece ser tenida todavía en cuenta, aclara.
Debido a Segundo López Vélez y al papel que cumplió en la Universidad de Cantabria, por entonces de Santander, de la que fue su comisario político, la imagen que tenemos es la de un hospital franquista, pero no se corresponde con la realidad, el hospital lo que realmente fue es víctima del franquismo, como todo el país. Superamos el franquismo y fue en parte gracias a Segundo López Vélez. Las herencias también se eligen, Mario.
Yo soy partidario de que Valdecilla tenga un estatuto especial, informa. Pienso en una institución pública pero con capacidad para gestionar dinero con origen distinto al público. Ganaríamos autonomía. De hacerlo, respetaríamos el legado tanto de Wenceslao López Albo como de Segundo López Vélez, y José Luis traza con las manos una semicircunferencia en el aire.
Es bajo la influencia de este último que se construye el edificio de Traumatología. Ese edificio estaba conectado con la uve, que tenía dos alas, y José Luis las representa poniendo las manos de canto, una y otra: la norte la pública, donde se atendía por la mañana, y la sur la privada, donde se atendía por la tarde.
El sur ha sido siempre nuestro horizonte, lo dice buscando mi mirada, buscando también mi complicidad.
Cuando se cayó el edifico de Traumatología el año 1999 se quiso que todo el hospital mirara a sur, por fin. Pero tampoco entonces lo conseguimos.
El hall del edificio que pasó a llamarse 2 de Noviembre corresponde al de hospitalización. Está planteado para visitas, que suelen venir cargadas de preocupaciones. Mi idea era que ese hall te sacara del pensamiento, y me preocupo de apuntar estas palabras de José Luis al pie de la letra.
Abrir un claro.
En el hospital y dentro.
Entiendo que de cada uno, y sí.
No conseguimos que el hospital mirara a sur porque no conseguimos que el arquitecto dejara de trabajar para el constructor y pasara a trabajar para el propietario, que éramos nosotros. Me refiero a la sociedad, aclara.
Añade que el sur lo lleva utilizando desde hace un buen rato como metáfora, te habrás dado cuenta, pregunta, y contesto que sí.
¿La solución?, responde: la solución es que el proyecto de hospital esté acompasado con el proyecto arquitectónico.
Los edificios son las personas. Cuando decimos que hay que poner la vida en el centro queremos decir los pacientes y sus circunstancias, que nos incluyen también a nosotros. Hay que construir con intención.
No se puede construir Parayas, por ejemplo, para meter dentro a los pacientes psiquiátricos cuando en todo el mundo es tendencia sacarlos. Hay que estar en hora.
El horizonte temporal en nuestro mundo es de veinte años.
Hay que tener puesta la mente en ese horizonte y plegar el tiempo.
Tampoco se puede jugar todo a una carta. Eso es condición de vida, la diversidad. No se puede apostar todo a un tratamiento rompedor, por ejemplo.
Hay que viajar, también.
Yo recuerdo estar de visita en un hospital muy bien dotado de una ciudad hispanoamericana pero donde no había profesionales porque el entorno no acompañaba, era muy inseguro, estaba el hospital prácticamente vacío.
El dinamismo que provocó Segundo López Vélez transformó la ciudad, eso es así.
Somos en lo que nos rodea.
Es fundamental cuidar nuestro entorno.
El muro que nos cerraba a la altura de la cuesta de los toros, por ejemplo. Pusimos en su lugar un seto. No fue por difuminar la frontera, fue por retirarla. Me decían que no era posible, que no era seguro. Pero lo hicimos y ha sido un éxito porque desde entonces la gente siente al hospital más suyo. Hay que dar esa oportunidad a la ciudadanía, la de ser parte.
Valdecilla se tiene que abrir más.
El marqués tenía un árbol preferido, un pino, que ya no está, se taló hace muchos años. A mí me gusta la secuoya, es un árbol imponente al que cualquiera se puede acercar.
Efectivamente, la secuoya está al alcance de la mano. Se ve desde su despacho. Nos despedimos, me tiende la suya y yo ya sabía que a pesar de todo iba a estar caliente. El sol que entra por la ventana incide en su regazo.
2.
Quedo con Eduardo Gruber y Juan González de Riancho de la Galería Siboney en una cafetería del centro, por la tarde, llego tarde pero aun así el primero, luego el artista, que me lleva al fondo, ocupa uno de los lados largos de la mesa y bien, como no tardaré en comprobar, porque Eduardo sabe aprovechar el espacio cuando se explica, las manos hélices que airean ideas, yo me acomodo en el opuesto y Juan, cuando llega, que no tarda, apenas tiene oportunidad de sentarse, ocupado como está en entrar y salir de la cafetería para que nadie entre en su galería, que está puerta con puerta, y se encuentre con que no hay nadie.
Pongo encima de la mesa una pila de libros dedicados a Eduardo, él apenas los mira pero los reconoce y asiente. A Juan le gusta el detalle, lo noto en el brillo de sus ojos, de mirada afilada, hecha a tanto arte. Es una entrevista imprevisible aunque la haya preparado, lo sé, no sé a qué atenerme ni si luego voy a acordarme.
Pregunto a Eduardo por el hall del Edificio 2 de Noviembre. Parece hecho a su medida. Algo de eso hay. Cuando se pusieron en contacto con Eduardo a través de la galería, el espacio estaba definido con tres pilares alineados que hacían del hall un espacio tupido. Eduardo planteó la posibilidad de dejarlo totalmente diáfano. Para despejar la mirada y para que ganara como espacio vital, de paso o de encuentro, sin interrupciones, esa era la idea, informa. Si a nivel técnico fuera posible, completa. Presentó al arquitecto una serie de maquetas y finalmente le convenció. Suelo recurrir a las maquetas cuando trabajo, dice, y doy fe de ello. He tenido acceso a las que empleó para preparar su instalación en los jardines del palacio de la Fundación Caja Cantabria en Santillana del Mar y son muy minuciosas y delicadas.
Con aquella obra quería coger las medidas del bosque, dice.
Poco antes de la inauguración, se posó una lechuza coronando la instalación.
El bosque nos ha dado el visto bueno, pensé.
La obra del hospital también tiene carácter arquitectónico. Se titula "Metrópolis". Pertenece a una serie inspirada en ciudades, en lo que me inspiran a mí. La última es "Sarajevo", el último cuadro de la serie se titula así.
Fue con esa ciudad que me cansé.
El cuerpo me pidió entonces volver a la figuración. Pero dudaba porque se supone que tras la figuración viene la abstracción, no al revés. Finalmente di el paso. Vino precedido de movimientos en el dibujo, que en mi caso siempre va por delante. Mis dibujos son cabezas de playa. El dibujo que funcionó como bisagra se titula "El perro azul". No obstante, en mi figuración hay siempre una intención, que no es lo mismo que un mensaje. Yo relaciono la intención con la abstracción.
¿Y cuál es tu intención?, pregunto. Tarda en responder:
qué puedo contar yo
para ser yo,
ahora.
1 + 2
Al entrar el hall del hospital se deja ver sin molestar:
es un claro del bosque
o una intención
apenas nada pero - como esas cimas
donde se ve el día y la noche
a un tiempo - lo es todo porque
significa el lugar donde estás.