No hay bus, me avisa de que viene andando y va a llegar unos minutos tarde. Leo el mensaje cuando ya estoy esperando en el sitio convenido, el acceso principal. Miro alrededor. Nubes oscuras. Parecen puntillas posadas en la cabecera de un sillón gastado por el uso. Lo apunto en el mazo de hojas en blanco que traigo para la entrevista. "¡Francisco!" Me saluda animoso un señor. Niego con la cabeza. Me subo la cremallera del abrigo hasta arriba. No soy Francisco. Me mira compungido. Está saliendo. Un poco más allá repite a otro "¡Francisco!"
Veo a Henar venir por el embudo que hace la pequeña pared que, como una orejera, protege el acceso de las tres torres. Entra por la parte estrecha. No ha tardado tanto. Se la ve apurada. Le hago el gesto de calma con las manos y cuando llega nos saludamos con dos besos. Nos conocemos desde el instituto. Hemos quedado al pie del edificio 2 de Noviembre. Aquí falleció el año 1999 el padre de una amiga común, en el derrumbe del antiguo edificio de Traumatología. Por entonces ninguno de los dos estábamos en Santander. Ella en Salamanca, yo en Lisboa. Ella es doctora en Filosofía. Hizo su tesis sobre Platón.
Lo mejor es ir a los jardines por fuera aprovechando que no llueve, propongo. Que ahora no llueve, corrijo. Lleva haciéndolo toda la mañana. De hecho yo he venido de casa sin paraguas y todavía estoy empapado. Mi abrigo se ha vuelto oscuro de tan cargado de agua como está, y pesa. Ella acepta, pero antes nos acercamos al embudo para ver la obra de Pejac. En la pared, dos figuras de personal sanitario perfiladas en negro. En el suelo sus sombras están rellenas de nenúfares. Si pasas con prisa ni la ves. A Henar le gusta eso. Está para quien presta atención, dice.
Le pido que se ponga para una foto, pero no le gustan. Se la hago igual.
La pared del embudo se mete un poco para defender del viento que viene del noroeste, al que más miedo se tiene, el gallego. Es precisamente este viento el que provocó la catástrofe de 1999.
Las tres torres se levantan sobre un zócalo. Los arquitectos de esta parte nueva buscaron la síntesis entre los modelos históricos europeo y norteamericano, horizontal y vertical, respectivamente. Los primeros planos del que sería Hospital Valdecilla llevan fecha de 1918. Respondían a un hospital organizado en pabellones. La moda de entonces. Pero el hospital no se inauguró hasta diez años más tarde, y eso gracias a que entró capital privado de la mano del Marqués de Valdecilla. Para entonces, el modelo de moda era el vertical. El propio Dr. López Albo, primer Director Gerente del Hospital Valdecilla, declaró en una conferencia impartida en los años treinta que él hubiera preferido construir un hospital en vertical, pero que los cimientos que se echaron en los años diez condicionaron la construcción de un hospital en horizontal. Fue, pues, un hospital de vanguardia, sí, pero con una década de retraso. Un hospital epigonal, pues. La fachada del zócalo, que lleva por dentro un pasillo que se duplica en galería de arte, utiliza como motivo decorativo el plano rehundido o la huella de los pabellones que se conservan dentro del Hospital. Henar no lo sabía. Yo tampoco hasta que me lo hizo ver el arquitecto responsable.
Henar pasa por aquí cuando va a la Biblioteca Central a sacar libros. Sin embargo, yo no suelo hacerlo. Entro y salgo por el Edificio Enlace. Sí pasaba y a diario de camino al instituto. Recuerdo la verja que circundaba el Hospital. Ella no, entonces nunca pasaba a pie por aquí. Vamos a ver el único fragmento que se conserva, a la altura de la Facultad de Enfermería, aprovechando que sigue sin llover, para que lo vea. Está comido por la vegetación.
Le gusta la posibilidad de que la verja se vaya consumiendo y solo quede el enramado. Se olvida esto como todo lo demás, dice. Le hago otra foto:
Gustándole tal posibilidad, la de la coronación del reino vegetal, más le gusta ahora, tras descubrirlo, el anagrama original de la institución que se conserva, uno de los pocos, unos pasos más allá:
Pocas evidencias más nos quedan de los primeros años: la capilla, los pabellones, que en realidad son sus cascarones porque el interior ha sido modificado completamente, y este fragmento de verja, joyas todas.
Este anagrama es probable que fuera diseñado por el primer Director Gerente. En la casa que se construyó entre Laredo y Colindres, a orillas del río Madre, ahora un canal, la puerta de la verja que rodeaba la finca presentaba un anagrama con sus iniciales entrelazadas de una forma muy parecida. Ahora es todo un solar. Desmocharon las palmeras que adornaban el jardín y sus troncos permanecen tumbados para evitar que aparquen coches.
Volvemos sobre nuestros pasos y bajamos a los jardines definitivamente por fuera. Encontramos otro mural de Pejac, esta vez en los cimientos del último de los pabellones de la hilera, el de los talleres. Recuerda a un cuadro de Van Gogh. Ahora caemos en la cuenta de que el anterior remite a un cuadro de Monet.
Es doblar la esquina, llegar a la altura del Pabellón 21 y ponerse a llover.
La pintura de los edificios nuevos es la misma que la de los barcos de la armada, un azul grisáceo que los camufla en alta mar. El Hospital parece diluirse en la tormenta. Hay una palabra cántabra para este efecto: esmucir. También vale para cuando se escurre el agua entre los dedos.
Vamos hablando sobre el olvido. El arte tiene algo de recurso mnemotécnico, convenimos. Las leyendas, también. De una torca o sima se dice que sale el cuegli o dragón si te asomas, precisamente para que no te asomes, porque es peligroso. Las leyendas encapsulan advertencias para que lleguen mejor. El problema es cómo, apunta Henar. Ojalá no transmitieran miedo, sino valentía.
Las señales que advierten de peligros que nos van a acechar durante cientos de años, como por ejemplo los residuos nucleares, ¿cómo advertir de su peligrosidad de forma duradera, se entenderán los iconos que utilizamos hoy dentro de mil años? ¿Por qué se cree que es mala señal cruzarse con un lumiagu cuando se va a segar, por ejemplo? A mí me había llegado el mensaje, pero no era capaz de decodificarlo. Son situaciones comunes en culturas al borde de la extinción. Los significados se deslían como la niebla cuando se levanta aire. Hasta que un vecino de Tudanca me desveló que los lumiagos salen a los caminos cuando va a llover y que si llueve no se puede hacer la hierba, por eso es mala señal.
Entramos al Edificio Enlace y empezamos a oír repiquetear la lluvia. Hay un charco a la entrada de agua que se ha ido acumulando durante todo el día. "Feliz Día Mundial de la Filosofía", dice. Me sorprendo y Henar conmigo porque ella pensaba que habíamos quedado este día precisamente por la celebración, pero no, simplemente es un día que nos venía bien a los dos. Es mejor que el aniversario de la muerte de Franco, resuelve, y reímos porque sin duda esta fecha está más presente.
Desde que supe que había dejado su trabajo como profesora de Filosofía en la Universidad del Norte, Colombia, y que había vuelto a Santander, quería quedar con ella. Pero fue con motivo del 50 aniversario del Servicio de Digestivo del Hospital que lo vi imprescindible. Se celebró un acto en el Gómez Durán en el que tomaron la palabra los Dres. Pons y Crespo, ex responsables del mismo. El primero terminó advirtiendo del peligro que entraña cambiar el significado de las palabras, según él de forma torticera, y el segundo empezó su discurso dándole la razón: no todos somos iguales, así que hay que ser equitativos, no igualitarios, defendió. También que al que da más se le tiene que dar más, poniendo de ejemplo su Servicio. Era necesario aclarar términos. Nadie mejor que Henar.
Pero no está el día. A Henar le gusta pensar mientras camina. En esto es peripatética, es decir, aristotélica. Frente a la tormenta, pasear, exclama. Me recuerda al discurso que pronunció el Dr. López Albo cuando se inauguró la Biblioteca del Hospital el año 1929, que aseguró que ningún nubarrón podría poner freno a su labor. Pero el doctor murió en el exilio. No se cumplieron sus previsiones. Decidimos renunciar al resto de nuestro paseo e ir a un bar cercano a tomar un café y continuar con nuestra conversación. Los folios doblados que utilizo para tomar notas están tan mojados que ni siquiera agarra la tinta. Es como cuando cruzas un río a pie, que si te remangas las perneras y se te mojan un poco se mojan las perneras del pantalón enteras.
Ella se sienta mirando para fuera para ver mejor. Encima de la puerta hay una balda con dos figuras de caimán talladas en madera posadas. Sonríe y dice: Regreso de Barranquilla y me encuentro caimanes aquí. ¿Por?, pregunto. Por la canción, y canta: "Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla..." Fue prohibida por el franquismo. El caimán era el dictador.
Retomamos la conversación. Anoto:
Primero, efectivamente no somos iguales, lo que hay que tener son los mismos derechos y oportunidades. Segundo, a los que más tienen, hay que darles más, sí, pero más responsabilidades. Tercero, también hay que exigirles más.
Es necesaria una actitud filosófica. Si no se practica, acabamos donde estamos. Es pertinente en todos los ámbitos. También en el feminismo. Sin esta actitud, el feminismo sucumbe al esencialismo identitario.
Aprovecho para preguntar por la palabra jembru, que en La Montaña significa "hombre", sin ningún tipo de connotación. No se le escapa que es una palabra construida desde la hembra, es decir, el hombre definido desde la mujer.
Todos los hombres y todas las mujeres venimos de mujeres, dice. En este sentido, la cultura cántabra no está mal situada. Es como si recordara su origen.
(silencio)
¿Es matriarcal?, pregunta. ¿Cuál?, contesto. La cultura cántabra, dice. Más allá del estereotipo, me previene. Pues no lo sé... Me doy un tiempo. Me lo da ella, en realidad, porque no me interrumpe. Pienso.
Estando Telvina asomada a la ventana de su casa vio pasar a una vecina de Carmona con vacas para vender en Cabezón. Le ofreció cinco ovejas por una vaca. La camuniega aceptó. Es así como entró la primera vaca en casa. Esto ocurrió hará qué, cien años. Telvina todavía hoy da nombre a una familia extensa del valle, la mía, aunque en mi caso intersectan otras familias extensas.
Sí, lo es, resuelvo. Le vale. Confía en mi criterio. Yo en mi derrotero familiar. Si no lo hiciera yo, ¿quién?
Las mujeres tenemos más presente que somos el origen porque podemos dar vida, dice. En cambio los hombres a veces se olvidan. A la vista está. No hay más que pensar en el maltrato de los hombres hacia las mujeres. Me gusta que haya dispositivos mentales que conserven la memoria de nuestros orígenes, como esta palabra. Ojalá no se pierda, concluye.
No olvidamos de dónde venimos porque nos esforzamos por recordarlo. No soltamos la mano. En este esfuerzo introducimos sesgos. La personalización facilita la pregnancia. De qué otra forma hacerlo, si no. Es una pregunta que me hago.
Aclaro que en cántabro el género marca diferencia de calidad, siendo comparativamente peor el masculino. Así por ejemplo cucina (la de las personas) frente a cucinu (el de los cerdos) o ventana frente a ventanu, etc. En esta distinción de género Henar identifica un reconocimiento de la potencia generadora femenina.
Pregunto a Henar por la forma verbal ero, "soy", que ella no conoce. A diferencia de jembru, que conozco solo por los libros, ero se utiliza en mi familia. A Henar le gusta esta manera de pensar desde el tú (eres) y no desde el yo (soy). El punto de partida es la segunda persona, dice, no la primera, muy interesante. Este hacer regular (eres, ero) un verbo irregular (soy, eres), es muy interesante, remarca, no piensa el mundo desde el yo, sino desde el tú, eso es señal de buena relación con la alteridad, con el Otro. ¿Y dices que se utiliza en tu familia? Sí, contesto. Una vez hace muchos años una tía mía llamó a casa, explico, todavía no había móviles, y saludó diciendo "Ero Suca". Recuerdo también que en la misma conversación mi tía utilizó el refrán "para el año mil, las aguas al redil". Todo parece indicar que es un refrán antiguo. Es la mía una familia especialmente memoriosa, confirmo, aunque muchos hayan muerto de alzheimer. En la de Henar también. Compartimos preocupación por el olvido.
También ero se perderá, me lamento.
Pues úsala, replica Henar.
A mi sobrina ya no le llegan ni palabras sueltas. De tener bisabuelos montañeses a sonreír cuando utilizo adrede alguna palabra de casa aunque solo sea para que le suene. Pues mira qué bien, dice Henar, si la haces sonreír, la embelleces, tómatelo como que tienes el súper-poder de embellecer.
Me interesa la idea de belleza. Hay quien niega la presencia de belleza en la vida de, por ejemplo, los pastores. Que un pastor cuando mira al monte ve producción, no belleza. Pero no es así. Ahí está por ejemplo Pernal Jermosu en Cabuérniga para demostrarlo. Lo que pasa es que manejan otros códigos. No es que no reconozcan la belleza, es que, si acaso, tienen otra idea y no nos hemos preocupado de aprenderla. Que las casas de un pueblo sean regulares como las copas de un bosque autóctono, por ejemplo, o como el lomo de un animal por el que pasas la mano. Los pastores o los obreros. Ahí están las geodas expuestas en el muro que cierra el Hospital al este, colindando con la cuesta de los toros. Esas geodas están puestas ahí así, para que se vean, para que se disfruten, por una decisión estética que tomaron los obreros.
Le pregunto entonces por el concepto de belleza en Platón.
La ciudad bella, kallipolis, es la ciudad justa o la menos injusta, y en ella se da a cada cual una educación en función de su naturaleza. Platón pone mucha atención a la crianza. Desde la matriz de la madre. Ante la decadencia de Grecia (que había acusado y condenado a muerte a su maestro, Sócrates) propone una revolución política a través de la educación, lo que exige ser capaces de reconocer qué es lo que cada quien hace mejor. Que lo mejor de tu naturaleza se vea favorecido por tu educación.
Que cada quien pueda dedicarse a aquello que hace mejor y a través de lo cual será más útil a la comunidad política, que así será más justa, lo que redundará en la propia felicidad. Pero Platón trasciende la dimensión individual de la felicidad, le preocupa la justicia y la felicidad de la comunidad.
Tu madre y tu padre supieron reconocer tu naturaleza, en qué eras mejor, te apoyaron en tu formación intelectual para mejorarla, lo cual te ha hecho más feliz y te ha capacitado en aquello en lo que eres bueno y ahora puedes ejercer aquello en lo que eres bueno: historiador, documentalista y antropólogo, y mediante esa función contribuyes a tejer una comunidad más justa. Me pareces un buen ejemplo de cómo una naturaleza reforzada por la educación amplía sus posibilidades de ser feliz y de ser útil a su comunidad y, sobre todo, de aspirar a un mayor grado de justicia. Agradezco a Henar el elogio.
Le pregunto entonces por el tejo del jardín. El tejo, con toda su carga simbólica, tengámoslo en cuenta. Está sometido como si fuera un seto. Se le han aplicado las normas del arte topiario. A mí me da pena aunque hay a quien le gusta porque es la única manera de poder tener un tejo dentro.
¿Quién decide cuál es la naturaleza del tejo? ¿Gana quien juega mejor o quien decide a qué se juega? Son preguntas que persisten en mí.
Buena pregunta. Cada semestre alguien acaba haciéndosela a Platón ¿Quién decide cuál es la naturaleza de cada quién?, ¿quién tiene el ojo para descubrir (no para decidir: para descubrir, remarca Henar) la gerencia de un ser humano? Me gustaría poder responder que se sabe desde los tres años: el tramposo, el mentiroso, el honesto... Pero me temo que no hay respuesta más allá de la actitud filosófica de la que hablábamos.
Saco a colación el "Espíritu Valdecilla". Representa la idea de hacer lo que haya que hacer superando cualquier dificultad, o al menos intentarlo. En mi opinión, los jardines son su mejor encarnadura. Quizá la clave, digo, esté en el contexto, en este caso la institución. Que sea la institución la que fije las reglas del juego.
Henar asegura que siempre hubo "guardianes de los signos", aquellos en los que recae el control del significado de los signos. Los que detentan el poder, como recuerda Humpty Dumpty en Alicia. Son el dios, el héroe, el adivino, el médico y el pontifex, enumera. Pero si a mí me dieran a elegir, me quedaría con los poetas, concluye.
La naturaleza, que ya no es natural, sino que está modificada por nuestra especie, es antrópica. Vuestro seto de tejo lo ejemplifica, dice.
¿Qué ha ganado con ello, el ser humano? El tenerlo dentro, bien dices, Mario.
El estar también sometido,
como nosotros,
añado.
¿Quién es más protagonista, planteo, el ave que esconde hayucos que se le olvida desenterrar, haciendo así que crezca el bosque (por cierto, en el reino vegetal el crecimiento, la propagación es en círculos, que es como avanzan los incendios) o el ser humano que decide no talar el bosque? ¿El hacer o el no hacer, el facilitar o el no perjudicar?
- ¿Qué nombre recibe ese pájaro? -pregunta a su vez Henar.
- Jayu en cántabro. No sé en castellano.
- ¿Y cuál sería su polo femenino?
- La jaya, el árbol.
Henar se queda pensando.
Me gusta esa "posibilidad generativa interespecies", dice. Me preocupo de apuntar la frase de forma literal. Me parece, la suya, una aportación muy valiosa. Henar piensa en círculos, quizá como camine o como le guste hacerlo cuando piensa. Incendia, abre claros en el bosque.
El bosque estaba antes y no nos necesita porque tiene una jaya y un jayu y ellos se compenetran en ese bioma, propone, es una relación de intimidad interespecies.
Es poner un nombre poético a las relaciones ecológicas.
Es lo que hacía Rilke.
(pausa)
En la cultura cántabra hay una potencia poética inmensa, ratifica.
¿Pero y si estamos, dado que también somos, estamos legitimados? Le pregunto.
Todo está impregnado del ser humano, desde la fosa de Mindanao a las cumbres del Himalaya, no hay naturaleza ajena a nosotros, responde. El planeta se ha antropizado y el ser humano se ha geologizado, se ha convertido en una fuerza geológica. Ya nada es solo natural. Es lo que se conoce como Antropoceno.
El problema comienza cuando concebimos la Tierra como un recurso y además infinito. Es entonces cuando perdemos legitimidad. La perdemos cuando hacemos daño, también a nosotros mismos, pues somos parte del ecosistema Tierra. Es algo que solemos olvidar.
Pregunto si existe el fin y si existe, si existe también el origen. Todo lo que es material va a existir eternamente bajo una forma u otra, responde Henar. Se acaba la forma, no la materia. La materia se eterniza a partir del cambio de la forma. A Henar le gusta depurar las ideas. La materia es eterna a través de los cambios de forma, concluye. Ya lo decían Leucipo y Demócrito, remata, como para quitar peso al asunto. Los primeros atomistas, aclara.
El problema es que el ser humano se considera distinto o separado, continúa. El concepto de "naturaleza" solo nos sirve para pensarnos separadamente. Somos naturales y culturales, pero no nos pensamos como naturaleza, sino que nos vemos como sujeto y a la Tierra como objeto que dominar. Caemos en el error cuando nos creemos sujetos dominadores. Somos una parte del todo que estamos destruyendo.
En este sentido, apunta, me interesa mucho al servicio de qué ponemos la ciencia: o del dominio, cuyo epítome es la bomba atómica, o de los cuidados, como hizo Marie Curie, que materializó su conocimiento científico en un servicio radiológico para atender a los heridos de la I Guerra Mundial. Aprovecho para decir que tenemos en la Biblioteca del año 1924 a 1934 de los Archives de l´Institut du Radium de l´Université de París et de la Fondation Curie. Tengo para mí que porque hubo relación con el Dr. Téllez Plasencia, que duplicó el Servicio de Fisioterapia de Valdecilla y creó el de Rayos, pionero en España, tanto que la Ministra Federica Montseny, la primera de Europa, le envió como representante de España a un congreso internacional celebrado en Chicago el año 1937. Su ponencia se centró en el ejemplo de Santander. No se divulgó en España. Se publicó años después en la revista Radiology.
Las herencias también se eligen. Es algo que me dijo el Dr. José Luis Bilbao. Está bien saber qué opciones hay. La semilla de Valdecilla se plantó el año 1929. Sus primeros diez años fueron decisivos. Ahí hay donde elegir. Todo lo que se haga en el presente tiene un precedente.
Acabo de leer Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (Acantilado, 2008) del escritor húngaro László Krasznahorkai, último Premio Nobel de Literatura. El título revela las coordenadas que sigue el templo sintoísta donde se esconde el jardín que busca el protagonista. Las coordenadas del Hospital también estaban claras en su día: en la periferia, bien comunicado, orientado al sur, las terrazas abiertas al sol de la tarde, que era cuando los pacientes estaban más liberados de pruebas médicas, etc. El año 1999 se planteó la conveniencia de mover el Hospital (que había que rediseñarlo se sabía desde la refundación de los años setenta liderada por el Dr. López Vélez), pero finalmente se decidió mantener su emplazamiento original. Ahora está un poco más encorsetado, pero sigue sintiéndose cercano, por todo. El conocimiento es acumulativo, argumenta Henar. Hay que respetar las buenas decisiones. Si cuestionáramos todo el conocimiento que ya fue legitimado, acabaríamos siendo negacionistas, terraplanistas y antivacunas.

Postal de los antiguos pabellones de Valdecilla tomada desde la C/ Padre Rábago. La bahía de Santander al sur. Bosque de eucaliptos donde en la actualidad se levanta la Facultad de Enfermería. Entre la niebla asoma Peñacastillo.
Para la correcta construcción del templo del libro el arquitecto pasó años viviendo en el bosque de donde estaba previsto tomar los árboles. Los que habían crecido en la cumbre servirían para las partes altas, los que habían crecido en sombra, para las zonas sombrías del templo, etc. Leyéndolo me acordé de esa leyenda cabuérniga que asegura que el pueblo de Sopeña se construyó de una sola vez con los árboles que había en La Peña, encima del pueblo, la misma que le da nombre. Eso es estar en el mundo, remarca Henar, no al margen del mundo.
Sopeña:
No tomarás los nombres en vano, recuerda Henar.
Los nombres guardan la memoria, añade. Cuando se ponen bien. Seguro que los cabuérnigos eran buenos leñadores y carpinteros, pregunta, y sí, lo siguen siendo.
Presento como prueba a favor el verbo esgandiar, que es coger del árbol lo que hace falta, no talarlo. Por ejemplo una rama combada para una viga caballar o arqueada, que es aquella sobre la que reposa el cumbri o espinazo del tejado. Pasa también con la berza, de la que se quitan las hojas que se necesitan para cocinar ese día, dejando el tueru con el resto para la próxima. Efectivamente, esa es una mirada ecológica, reclama Henar, que no esquilma y permite regenerar.
Pensaban a largo plazo y por eso siguen siendo contemporáneos.
Ideas que quedaron desplazadas en el pasado que es legítimo recuperar como alternativa sostenible en el presente. Recuperar y actualizar. Por ejemplo el espíritu concejil, esencialmente igualitario.
Si no nos auto-organizamos, nos organizan.
Belleza es que los tejados de las casas sean uniformes, como los bosques, recuerdo. Un pueblo levantado a una, como Sopeña, es un pueblo unido, bello. Además, la inclinación de los tejados es la misma que la inclinación de las laderas del monte. Se asegura así que el agua de lluvia corra o que la nieve no se acumule y hunda el tejado. Es bello y útil y es bello porque es útil.
Es lo contrario que el capitalismo, apunta Henar. El capitalismo quiere acumular y es cortoplacista. Apela a nuestro deseo, no a nuestra razón. Los vecinos de Sopeña dan tiempo al árbol, le dejan regenerarse. Por contra, el capitalismo lo agota para producir beneficio inmediato.
El capitalismo no muere, muta. Esa es su astucia, declara Henar. Ahora estamos sufriendo una multitud de crisis interconectadas (climática, ecológica, política, enumera), pero el capitalismo no desaparece. El capitalismo muta, se transforma, adopta otra forma. Debe su supervivencia a su capacidad de adaptación.
Ecología quiere decir "el conocimiento del hogar".
Economía, "las normas del hogar".
Ambas ciencias comparten una misma raíz, oikós, hogar, no son opuestas, deben caminar al mismo ritmo y en la misma dirección y sentido, no en sentidos opuestos.
Le cuento que mi madre, siempre que va alguna visita a la casa del pueblo, lo que le enseña es el jardín. Hay una jelecha que cayó de La Peña a la que tiene mucho cariño. Es jelecha porque las hojas salen de la tierra. Si salieran del tallo sería un jelechu. Tiene también un acebo escindido que somos mi hermano y yo. De uno de los troncos sale una rama que es mi sobrina.
A Henar le regalaron en Colombia una planta, un cóleo, que venía con un brote desconocido al pie. No lo quitó. Con el tiempo descubrió que era una palmera real. La dejó crecer en la maceta en el salón de su casa. Antes de dejar el país y regresar a su casa de Santander, regaló la palmera real, que ya medía más que ella. Echa en falta encontrarla en el salón al despertar, confiesa. Ya no convive con ella, solo le queda contárselo a los amigos.