sábado, 1 de noviembre de 2025

VIRIDITAS, 35: Entrevista a Blanca Tejerina, artista

"La doncella de Mazcuerras" se halla reclinada en el hall del Hospital. Está hecha de una sola pieza de roble. Es ver la escultura e imaginar la envergadura del árbol de procedencia. Se la ve con los brazos cruzados a la altura del pecho. Las vetas recorren el cuerpo de hombro a hombro. Parece estar esperando algo.

Blanca Tejerina espera en la escultura. Hago un gesto de lejos para que vea que soy yo, no nos conocemos de antes, y cuando llego a su altura nos damos la mano. Propongo tomar un café y vamos a la cafetería de dentro. De camino hacemos parada bajo el retrato del marqués pintado por Gerardo de Alvear en los años veinte. Ella se fija en el cojín, yo en las arrugas del lienzo que coinciden con las del cojín:


El cuadro estaba en un despacho y tuvimos que esperar a que quedara vacío para poder sacarlo y colgarlo donde está, presidiendo el acceso de las tres torres. Para disfrute público. Le gusta el modo como se representa la riqueza del marqués en el cuadro, desplegando la mies de su pueblo natal como telón de fondo. Es común encontrar antiguas fotos de familias posando ante el maizal de casa. La prosperidad es maíz como maíz es oro. Igual el marqués.

A Blanca le interesa mucho el territorio. No en vano su última exposición, en el Centro Cultural Doctor Madrazo, comisariada por Lidia Gil, lleva por título "De la rama a la cambera". La visita que he hecho ha servido de estímulo para esta entrevista. Blanca acepta las coordenadas comunes al proyecto: no grabo, escribo apoyándome en las notas que haya ido tomando pero sobre todo rememorando nuestra conversación, lo cual me obliga a escribir sin que pase mucho tiempo desde el paseo por los jardines, para no olvidar los temas tratados además de para ser capaz de reconocer mi propia letra, y, última condición, no subo nada a la red sin el visto bueno del entrevistado.

Seguimos por el pasillo. Entran cortinas de luz por la cristalera. Fuera sopla viento. Se recorta la antigua Residencia Cantabria contra un cielo vacío de nubes. La van a tirar. La antigua Residencia Cantabria también está vacía.

Del maizal y de su valor simbólico llegamos a la estética popular. Le pongo el ejemplo de las geodas que hay en una de las paredes que circundan el complejo hospitalario. Al hacer la pared los canteros las pusieron aposta a la vista, hay una intencionalidad estética ahí, acepta Blanca. Son rocas cuyo origen la Universidad de Cantabria ubica en la antigua cantera de Peñacastillo. La cantera engulló una cueva que había. En la cueva había un dragón y un tesoro que cuidaba el dragón. El dragón, como la cueva, desapareció pero no así el tesoro. Este lo conservamos nosotros. Son las geodas. ¿Quién puede decir que los obreros no manejan valores estéticos? 

Pregunté una vez a un vecino de Carmona, continúo, qué hacía en su opinión que un pueblo fuera bonito, a lo que respondió que un pueblo bonito es cuando puedes pasar la vista por él como la mano por el lomo de un animal. ¿Quién puede negar que los campesinos manejan valores estéticos? Blanca no solo está de acuerdo conmigo sino que también cree que hay una herencia cántabra que filtra estos valores. Me sorprende, para bien. Sus padres no son de aquí, la nuestra es una herencia que no le ha sido transmitida en casa pero la reconoce y la busca, incluso avisa que su generación, Blanca es de 1997, está buscando su identidad aquí. En mi casa la llamamos intidá.

Acordamos no utilizar expresiones del tipo "seno materno" o "casa paterna", o "seno materno" frente a "casa paterna" (la relación entre las cosas es tan importante como las mismas cosas). La tradición tiene que poder cambiarse porque en caso contrario se convierte en obligación, y no.

Mi madre subía con sus amigas a Los Picones y a Piralba a gritar sus nombres y el nombre del valle al que se asomaban, digo. Tomando el café me suelto. He subido este verano a estos mismos lugares y he encontrado multitud de nombres grabados en las lastras, animales, formas geométricas e incluso huellas de pie. Estas huellas tienen según los arqueólogos en torno a tres mil años, aquí.

Blanca defiende que entre un cantero, un ganadero o un soldador y un artista no hay diferencia de fondo. El ganadero resiguiendo el camino abierto por los animales podría presentarse como un happening, por ejemplo. Tiene tanta carga expresiva como cualquier otra forma de arte, remarca. La diferencia es que un cantero o un soldador no ven lo que hacen como arte, bien porque efectivamente no lo sea, en cuyo caso qué lo es (hablaríamos de validación y en qué contexto: los boxeadores de su serie "Dancing With" por ejemplo adoptan en algunos de los cuadros poses íntimas que sus modelos - Blanca boxea - no reconocieron como apropiadas, lo cual a ella le gustó e hizo replantearse su obra a partes iguales), o porque no lo conciban como tal, y entonces por qué, y si es porque no les dejan (no poder es también no saber que se puede) o no interesa, entonces el arte debiera plantearse como objetivo su integración, el nuevo arte, quiero decir, dice Blanca: un arte en abertal, apunto yo. Los animales están en abertal cuando andan sueltos por el monte. Moviéndose ellos libremente las interacciones con el entorno se multiplican y todo gana sentido. Eso es, concede.


La foto está tomada del programa de sala de la exposición "Dancing With" de Blanca montada en la Galería Mecha de Santander.

Blanca reconoce la labor de los comisarios. Es importante que alguien ponga en escena. El ojo del comisario mira (proceso cultural) lo que otros solo ven (proceso fisiológico), incluyendo a veces al propio artista, que incluso es solo después de que el comisario lo mire (o aprecie), eso sí, de cara al mercado, si es que el mercado es el que valida. Pero ya hemos visto que no necesariamente, ni siquiera de forma ideal. Todo el mundo tiene cosas que contar y formas de hacerlo, dice.

Me viene a la cabeza la idea de la ensayista Olivia Lang que recomienda explorar el pasado en busca de alternativas que entonces no cuajaron pero que tienen posible aplicación en el presente para asegurar un futuro mejor. Conocimientos latentes. Poner en valor palabras del pasado entendidas como huellas de ideas potencialmente positivas es otra forma de decirlo.

Blanca ve necesario incluir, que es compartir, para, asegurado un mínimo común denominador de conocimiento, desarrollar. De alguna manera, Blanca plantea un ejercicio de toma de consciencia acompasado, como cuando se sale a rondar a los amores, que todos los corazones de la ronda acaban latiendo al mismo ritmo.

En su última exposición se incluye la palabra cántabra cambera. Pero el origen se encuentra en un sendero tailandés conocido como Monkey Trail. Lo conoce, lo ha recorrido. En este sendero se contraponen las expectativas que un europeo proyecta sobre un sendero etiquetado como natural y la realidad decepcionante de la experiencia, al menos a tenor de los comentarios cosechados en internet: demasiado sol o lluvia abundante, monos molestos o monos que no se dejan ver... En este contexto Blanca quería dar respuesta a qué es un camino natural pero desde una perspectiva íntima, lo cual excluía un título en inglés. Pensaba, dice: yo misma estoy romantizando la naturaleza (arbolada, la niebla espesándose, etc.) e intentaba apartarme de esta visión pero luego dije, dice: por qué cancelarme, yo camino por una Cantabria próxima, no es alta montaña, es una geografía amable, así que si la percibo así, por qué no. La palabra tenía que ser cotidiana, concluye.

Cambera viene de las cambas o piezas curvas de las ruedas de los carros, palabra que contiene una raíz céltica que remite a "curva". Cambera en su significado más primitivo, pues, se aplica a los caminos carreteros. Pero, matiza, en Cantabria la naturaleza cambia tanto que el camino puede llegar a no ser transitable, con lo cual se aprecia más que sí lo sea. Si puedes no pasar se valora más el poder hacerlo.

Esta relación de respeto con la naturaleza, una relación blanda, porosa, que Blanca identifica como cántabra (con independencia de que pueda darse en más sitios), tiene que ver, en su opinión, con la noción de domesticación.

Le cuento de una anciana con la que entablé una breve conversación asomada ella al balcón y yo con prisa, que me preguntó si había visto llorar alguna vez a una vaca. Ante tal pregunta tuve que detenerme y responder la verdad, que no. Ella sí. Tenía una vaca duenda (la de casa) a la que se podía dar de comer a la mano, de tan buena que era. Se llamaba Tasuga (es un nombre habitual para vacas tudancas con capa grisácea, del color del tejón). Subieron la vaca al invernal, sería por falta de qué comer, y ella triste se escapó a verla. Tasuga ven, Tasuga ven, decía. Fue verme la vaca y rodarle las lágrimas por la cara, y la anciana me enseñaba los puños para que me hiciera idea de su tamaño. Así me lo contó aquella señora asomada al balcón, digo.

Esa es la delicadeza de la que hablaba antes, Mario. Esa melodía del tacto, que decía Juan Ramón Jiménez, apunto.

Hay que tener en cuenta que la domesticación tal y como la entiendo yo no es propiamente humana, no es un concepto solo humano, aclara. Los caminos también pueden estar abiertos por los animales. Los pasos también pueden ser pasos animales. Incluso el agua puede abrirlos, pueden ser sendas fluviales en puridad, caminos del agua, y es entonces cuando le hablo a Blanca de los camberones.

Llueve y el agua discurre por las camberas. Con el tiempo las camberas entran en la tierra y pasan a ser camberones. Llegan a no verse. Cuanto más antiguos son, más profundos. Son las venas del territorio. Pero no basta con que el agua haga su parte. El ser humano tiene que venir detrás reparando. Es, pues, una obra solidaria. Los camberones son resultado de la acción combinada entre naturaleza y ser humano o entre naturaleza y esa traducción de la naturaleza que somos.

Te habrás dado cuenta de que la mía es una visión antiespecista, advierte, y sí, lo había notado (escribo la palabra antiespecista y aparece subrayada en pantalla porque el ordenador no la reconoce: aprovecho para incluirla en el diccionario). Hablo desde una perspectiva de a igual, explica. Hay caminos diminutos de hormigas, caminos olfativos que identifica mi perro, por ejemplo, o caminos de peces, interrumpo yo, que los pescadores de la bahía de Santander llaman hueras.


Huera dejada al descubierto por la bajamar en El Regatón de Laredo. Al fondo Monte Hano / Montihanu y El Brusco / El Bruscu.

En esta apertura del concepto "camino" una rama también puede serlo, concluye.

Mis dibujos lo revelan:




Son fotos hechas por Blanca.

Pero en realidad estos dibujos son una concesión que hago para asegurar que la recepción del mensaje sea la adecuada: rama = camino. Con las representaciones más directas abro el espectro de interés. Obviamente, también hay dedicación en estos dibujos. Por ejemplo, las copas se representan desde abajo para revertir escalas. El alma vegetal del soporte también es una decisión consciente. Pero reconozco que son las obras de la serie "Camberas" la clave. La esencia de la exposición "De la rama una cambera" queda recogida en ellas:




Son fotos hechas por la artista.

Fue un hallazgo. Esta serie no traduce, vehiculiza el proceso mental. Estas son obras, por así decir, de primera generación.

Me propuse revelar en Wikiloc mis trayectos por el monte. Luego levanté mapas de carboncillo. Después los reseguí con alambre. Trabajo el metal lo mismo que recorro los caminos, aunque sea con las manos. En mi lugar de trabajo había mucha luz y esa luz es la que provocó la idea de rama. Fue entonces cuando la intelectualicé. Considero que esta es una obra adecuada, reconoce. Las otras series son intentos de trasladar la idea nacida aquí mediante representaciones más evidentes. Son obras igual de válidas pero de segunda generación.

Las formas del carboncillo y del alambre no encajan exactamente. La memoria, la percepción, el volver a vivir algo no va a ser nunca igual, asegura.

Me gusta también la idea de ocultación e intrínsecamente la de revelación. El papel que empleo es vegetal, que transparenta en la misma medida que opaca, para que nada quede del todo claro.

Decidí no titular estas obras ni poner cartelas explicativas. De alguna manera el aporte explicativo se encuentra en las otras series. No hay una interferencia directa. A Blanca no le gusta que la racionalización llegue antes que la percepción de la obra, quiere dar a esta la oportunidad de explicarse por sus propios medios. De lo contrario habría propuesto un ensayo y no una exposición, argumenta, y no le falta razón.

Mis caminos son aquellos por los que transito y sé, asegura, y son palabras literales de Blanca, que son trasladables a un entorno percibido, pero una percepción no solo mía ni humana, también fluvial o vegetal, que tienen otros tiempos.


¿Qué es natural?, se pregunta. Un bosque regenerado gracias a la labor del arrendajo (o jayu en cántabro porque se asocia con la reforestación de hayedos) quizá deba más al ser humano que decide no talarlo, que toma la decisión de no hacer, que al pájaro que ha ido enterrando semillas durante años. Quien no habita un sitio lo abandona. Es una frase que me apresuro a recoger de forma literal.

Blanca intenta despejar este interrogante desde coordenadas actuales (sin centro, como las redes de caminos que dibujan las copas de los árboles), lo cual implica incorporar por ejemplo plásticos o nuevos materiales geológicos en la ecuación.

Es más fácil hablar desde el antónimo, dice. Salvaje Vs. naturalizado o jardín o domesticado, por ejemplo. Pero luego tampoco, continúa, porque cada palabra, si es reflejo de un concepto que resulta de una vivencia, tendrá su correlato en otros seres, por ejemplo la noción jardín desde una perspectiva vegetal. Al final son palabras convenidas para diferenciar asfalto de verde pero cuyas connotaciones marcan cómo vivimos.

La conclusión es que hay una consciencia compartida por todos los seres. Todo lo que es hacer o no hacer es planificación, concluye. Salvaje es sinónimo de convivencia. Ponemos ejemplos entre los dos: el viento que mece los castaños anunciando el otoño, los acúmulos de cantos rodados o leras en los recodos de los ríos que amortiguan los efectos de las riadas, las paredes de piedra sin argamasa o morios que levantan los campesinos para que el viento pase entre las piedras y no las tire...

Gritar tu nombre al vacío desde Piralba, como hacía tu madre de pequeña, y es un guiño que me hace, al mismo tiempo que un milano silba y gira en el cielo diciendo aquí estoy, haciéndose ver, eso es convivir, dice.

Es una noción con muchas derivadas. Blanca ha entrado por los caminos pero también podía haberlo hecho en la casa, o mejor, en el nido, que es una palabra más ancha, no solo humana, dice. 

Blanca menciona a la artista Louise Burgeois, y le pido que me escriba el nombre:


Estamos en los jardines del hospital. Hemos venido caminando hasta el extremo donde no hay salida. Las obras retumban tras la cristalera del pasillo que enhebra los pabellones como cuentas de un mismo collar. Decidimos volver.

De los antiguos pabellones solo quedan las carcasas, si acaso. Por dentro están completamente reformados. Paseamos por tejados ajardinados. Por debajo están los quirófanos, las cabinas de rayos, etc. Flores amarillas asoman al pozo por el que entra la luz natural que ilumina la UCI ubicada en la planta menos uno.

La casa ideal de Blanca cruje como un barco en la mar. Su piso de ahora tiene algo de laberíntico, dice. No le gustan las casas que parecen cajas de zapatos. Le digo que mi abuela murió en casa, en el cuartu del granu. Estaba en la planta baja. Es donde estaban las juchas, los arcones para el cereal. El tabique que daba al pasillo era de setu, es decir, de varas de avellano entrelazado, luego enlucido e igualado con barro enfoscado con cal. Cuando dabas con los nudillos vibraba y sonaba como una cuerda que tensa el viento. Me sale la palabra balombru. Pero tras la última reforma hice la prueba y no sonaba a nada, se había sustituido el setu por ladrillo.

El setu se perderá como la misma palabra que le da nombre, apunta Blanca. Es como la gente, remacha, que ya no canta. ¿Por qué no te crees capaz, válido? Por no guardar esos espacios para ti. El ideal es no tener que ser nadie en concreto, dice.

Tiene que ver también con la tensión entre lo público y lo privado, remacha. Quién tiene derecho a hacer qué y por qué, supuestamente. Es una idea que me gustaría proyectar sobre la cuestión del lobo. Tiene mucho que ver con la noción de propiedad. Pero estoy dándole vueltas.

Los espacios públicos son cuando los cuidas, anoto.

La de los antiguos pabellones es arquitectura neomontañesa, afirmo. Pero en realidad no es tan así. Soy yo el que reconoce algunos detalles y los aprovecho para reivindicar esta genealogía, como las terrazas, que se abren al sol de la tarde, cuando los pacientes disponían de más tiempo libre, para darse baños de sol (había muchos tuberculosos), una orientación común a muchas casas montañesas, pero en realidad, como decía, no está clara esta adscripción, puede que la orientación de los antiguos pabellones fuera fruto de una buena observación del terreno ajena a la tradición, que también cuidaba la orientación de las casas, una coincidencia afortunada, pues. Pero estoy seguro que el arquitecto Gonzalo Bringas no vivía de espaldas a su entorno. No digo que estuviera inmerso en nuestra tradición pero sí que estaba atento y a poco que se fijara tenía que tenerlo claro. Corrijamos entonces y dejémoslo en idealmente neomontañesa (y con esta expresión no sé si me estoy refiriendo al arquitecto, que la quería así, o a mí mismo, que también la quiero, o a los dos o en el peor de los casos solo a mí).

El arquitecto cántabro Eduardo Ruiz de la Riva sospecha que la inclinación de los tejados del pueblo de Cos se corresponde con el de las laderas de la Sierra de Cos, digo. A Blanca le entusiasma la idea pero no cree que haya imitación de la naturaleza en ello, sino que todo lo es. Hay un hacer consciente cuya coincidencia es fruto de la convivencia. Es una buena síntesis.

Hemos llegado a la altura del escudo que reposa en los jardines. En origen remataba la fachada de sillería del pabellón conocido como "del reloj", el principal. Al escudo le acompañaba el busto del marqués tallado por Barral, pero lo subimos al Salón Noble de la Biblioteca para asegurar su conservación. La fachada fue desmontada en los años 70 y sus sillares numerados y enterrados en Punta Parayas para que no fueran robados. No surtió mucho efecto. En una visita reciente he podido comprobar que faltan muchos sillares, casi tantos como los que se encuentran en las paredes de las fincas vecinas. Sobre el túmulo cimbrean los sauces o saúgos. Hay quien quiere reconstruir esta fachada en terrenos del Hospital, informo, pero a mí me parece mejor idea tomar uno de estos árboles y trasplantarlo a los jardines. 

Tanto la palabra sauce como la cántabra saúgu proceden de la sambuca, antiguo instrumento musical hecho con madera de este árbol. Se creía que su música sanaba. Seguramente fuera por alguna propiedad que se le atribuía. La flauta mágica de Mozart es de esta madera. En Cantabria sus flores se toman en infusión y con sus ramas se hace una especie de silbato para que jueguen los niños. Para acompañar su construcción, que no es tarea fácil, se canta una canción específica (marca el tiempo que hace falta estar dando golpecitos a una rama de este árbol tras haberla mojado para desprender la corteza) que asegura que la borona es para nós y el pan para Dios.

Creo que es buena idea, insisto, que el viento extraiga sonidos saludables del árbol que ha sido trasplantado desde el lugar donde están enterradas las piedras originales. El árbol es a la piedra lo que la piedra a la institución.

Conviene Blanca en que seguramente el sauce posea algún tipo de propiedad saludable y que a esta conclusión seguramente llegaron los antiguos griegos por vías distintas a las que se pueda llegar hoy. Que un lutier haga sus cálculos no impide que se puedan alcanzar las mismas conclusiones por otras vías, dice.

Un petirrojo se acerca a curiosear. Nos silba y le miramos. En Cantabria recibe el nombre de papu coloráu. Me extrañaba porque los nombres de los pájaros, como el de muchos árboles, suele ser femenino. Hasta que pasado el tiempo supe que su nombre completo es la pájara del papu coloráu. Entonces sí.

Subimos a la Biblioteca y lo primero que hacemos es salir a uno de los balcones. El interior y el exterior del edificio no casan. El balcón queda demasiado alto. Para asomarse hay que ponerse de puntillas. Antes había hortensias pero durante la pandemia se secaron. Las hemos sustituido por acebos. Son hijos del acebo centenario que hay a la puerta del pabellón 21, el de Dirección. En realidad es una aceba. Sus hojas no pinchan. La idea es que pasados los años uno pueda mirar al frente y encontrar un acebal presidiendo el Hospital. El jardinero de la casa que nos está ayudando es de Silió. Le pregunté por La Vijanera y respondió con orgullo que había matado al osu dos veces. Es todo un honor hacerlo, simbólicamente, por supuesto. Me contó que un familiar suyo tenía una manada de yeguas (en el monte no se habla de caballos sino de yeguas: Blanca no lo sabía y toma nota) que se protegían del lobo metiéndose en un acebal. Pero al propietario luego le costaba sacarlas de ahí, así que se le ocurrió talarlo, taló los acebos. Ese invierno el lobo le mató seis yeguas.

El acebal es a la institución (pública) lo que el nido a la casa.

Los espacios públicos son cuando los cuidas. No está de más recordarlo.


Los lugares donde pernocta el ganado en el monte se llaman seles, del latín SEDILE, "asiento, residencia". Son lugares no delimitados. Si acaso, señalados. Pertenecen no a particulares sino al pueblo. Se procura que las vacas den a luz en ellos para que el ternero lo haga suyo. Luego las vacas acuden a él solas. Quizá los seles sean lugares utilizados previamente por los animales. Que los humanos los hayan ocupado, o mejor, aprovechado en su beneficio dentro de esa lógica cántabra que decíamos regida por el respeto a la naturaleza. Simbiosis puede ser la palabra. Cultura simbiótica es una expresión que ayuda a resituar la cultura dentro de una coordenadas naturales que la cultura tiende a dejar de lado, o pretenderlo. Quizá los seles en origen fueran acebales.
 
Entramos en el Salón Noble. Nos sentamos en la mesa donde se firmaron las actas fundacionales de la institución. Las sillas tienen los asientos de piel y se hunden por el uso. Quedamos demasiado bajos respecto a la mesa, como los balcones respecto al paisaje, pero no importa. Las palabras salen altas. Aquí no hay balcón pero sí un ventanal flanqueado por dos puertas de hojas con vidrieras historiadas. Están hechas hace un siglo por la familia Maumejean. Le pregunto entonces por sus obras de soldadura. La mayor parte se encuadra en dos series: "Nervaduras" y "Frisos".

Estas obras tienen el color de un paisaje nevado bajo el sol. Pero del color de cuando el manto de nieve empieza a adelgazar y la tierra de debajo se deja sentir. Terreñaz se dice en cántabro.

Blanca ha aprendido a soldar. Hay que saber para hacer, dice. Me recuerda a una frase de mi abuelo, americano y trompetista, que decía que para improvisar (como hacía él, en su última boquilla ponía "jazz master") había que saber. Blanca es profesora de música. Tiene la carrera, además de Bellas Artes. Sabe de lo que habla. Ha estado trabajando en el taller Meyremo de Gajano seis meses. La antorcha pesa mucho, explica. La máscara de protección apenas deja ver. El campo de visión se reduce al punto de luz. La soldadura TIG es una técnica compleja. Su obra parte de ornamentos vegetales porque ha comprobado que es lo que sale.

Sobre esta pauta busca efectos, como mi abuelo "fantasías", que llamaban, a la trompeta. Blanca a veces varía el voltaje o acumula materia en la punta de la antorcha, que es muy fina, provocando quemaduras iridiscentes. Otras pone corriente y deja que intervenga el aire. Lo que para los técnicos del taller es un error para ella no. El viento silbando en el recuerdo cuando ves las hojas de metal movidas.

Le comento que en el monte los cierros antiguos presentan formas subcirculares. He preguntado insistentemente por qué y la única vez que he obtenido respuesta ha sido por parte de un ganadero de edad avanzada que me dijo que así las vacas no quedan acorraladas cuando pelean. Hay cosas sabidas, imaginarios primigenios, opina Blanca. El círculo es una forma básica de la naturaleza. Por eso reiteramos las coincidencias. El pilar, el círculo, el cilindro, señala.

Entran a buscarme. Estamos preparando una exposición con motivo del 50 aniversario del Servicio de Aparato Digestivo del HUMV. La dejo sola un momento. Cuando vuelvo le hago una foto desde la puerta:


Blanca tiene una obra que es un dibujo de ramas enrollado y sujeto con alambre (de los que se encuentran en el monte) posado sobre un cilindro. Dentro preserva un claro de bosque. Los troncos que lo circundan, columnas. Remite a la arquitectura de lo natural, dice. Es la semilla de un templo griego, que a su vez es esquematización de un claro de bosque, de una casa minka japonesa, cuyo límite viene definido por la sombra, o de una casa montañesa, cuyo límite viene definido por la cortina de agua que cae del alero. Lo que es igual por dentro se parecerá por fuera, pese a las condiciones materiales que influyen en su realización, concluye.


Tiene un obra hermana titulada "Parterre vertical". Es de acero inoxidable y me explica que está compuesta por seis cilindros posados en equilibrio. Escribiendo esta entrevista le pido por correo que me envíe un párrafo incidiendo en esta obra: "Trabajo la imagen del tronco como un elemento arquitectónico (aludiendo a la columna de Trajano) y la idea de la representación natural como una práctica de domesticación, siendo el jardín, o más concretamente el parterre, su máxima representación. He trabajado el dibujo en TIG como una abstracción del diseño del espacio natural, una caligrafía influenciada por la ornamentación modernista, y el diseño de tatuajes neotribales."

El acrílico protagoniza otra de sus líneas de trabajo. El dibujo (hacer líneas) selecciona exactamente dónde tienes que mirar, dice. Por el contrario, la mancha de pintura es menos concreta. Blanca la percibe como una fronda. Le digo la palabra cántabra jarba, que significa justamente "frondosidad", para que la recuerde. Pocos más lo harán.

Le paso el papel donde llevo impresos los temas que tenía previsto tratar. Algunos nos los hemos saltado.


Tengo la sensación de que el camino de Blanca no ha hecho más que empezar.

VIRIDITAS, 34: El acebal en la cumbre

En la Biblioteca tenemos dos balcones, los dos a sur. El primero corresponde a la sala de formación, que ha sido renombrada María Luisa Herreros García, torrelaveguense estudiante en la Escuela Libre de Medicina de la CSV. El otro es el de la sala de estudio, renombrada María Teresa Junquera Ibrán, primera directiva de la institución. En ambos balcones hay cinco macetas de grandes dimensiones. En origen había hortensias pero durante la pandemia se secaron. En las macetas de la sala de formación hemos plantado cinco acebos hijos del árbol centenario que hay a la entrada del pabellón 21, el de Dirección. En el otro balcón habíamos pensado plantar laurel pero tras hablar con un jardinero que había venido a echar compost (antozañu, en Cantabria) hemos acordado plantar también acebos.

Le digo que cuando pasen los años y se mire hacia nuestro pabellón se verá un acebal arriba en lo alto del Hospital, y que esa sola idea me hace feliz. Asiente. Que se sepa dónde estamos, en todos los sentidos, remato.

Él me cuenta que un tío suyo tenía yeguas en el monte y que para defenderse del lobo se metían en el acebal. Se ponían en círculo con las crías en medio. Pero a su familiar le costaba sacarlas de ahí, así que lo taló, echó abajo los acebos. Ese invierno el lobo mató a casi todas.

Valgan estos acebos que vamos a plantar por aquellos talados que dejaron indefensas a las yeguas y sus crías. El acebal como símbolo de comunidad, de seguridad, de tradición, de supervivencia, de futuro.