jueves, 1 de agosto de 2024

VIRIDITAS, 22. Entrevista a Nacho Zubelzu, artista

Nos conocimos en la presentación del libro Tinta salvaje celebrada en la Casa Gótica de Mazcuerras en el marco del X Encuentro de Arte Rural Aselart. Le hablé de Viriditas y le propuse participar en el proyecto. Nacho Zubelzu aceptó. Quedamos el viernes siguiente a Santiago, un día con trazas de puente que ni él ni yo celebramos. O sí, paseando juntos por los jardines del Hospital Valdecilla. En Mazcuerras llovía a mares. Durante esta entrevista el sol de tan cerca parecía habernos sorprendido en las cimas más altas.

Son jardines que están desde el origen del hospital pero no somos conscientes de su existencia, ni siquiera los trabajadores del hospital, expuse al artista en Mazcuerras. Hace falta situarlos en la cabeza de la gente, que sepan que están ahí, y luego ya decidir entre todos qué hacer con ellos. Las entrevistas de Viriditas son para eso.

Para sembrarlos, concluye él.

Sí, de alguna manera sí, confirmo yo.

El viernes convenido el artista me está esperando a la hora en punto en el hall del hospital, al pie del cuadro de Eduardo Gruber. Esta obra, que condicionó el diseño del acceso principal, tal y como explicó el propio Gruber en otra entrevista de Viriditas, representa una urbe anónima. Ahora que lo veo así, con Nacho Zubelzu dentro, el cuadro, ordenado por una cuadrícula, se me hace una huerta ordenada en cuadros. 

Nos saludamos y dedicamos unos minutos a contemplar la escultura de José Antonio Andrés Vera, médico rural al que conocemos los dos, titulada La doncella de Mazcuerras, que también está en el hall. Resulta que es una escultura que la gente suele utilizar como lugar de descanso y la Dirección está preocupada pero no el escultor. Él está encantado. También a Nacho Zubelzu le parece bien. Es como si se activara, indica. Estoy de acuerdo. Sentarse en ella es como darle al play.

En el monte se suelen encontrar plantas de antiguas construcciones en forma de puntas de flecha. Son de chozos de pastor. Los pastores vivían en el monte los meses de calor y bajaban al pueblo cuando entraba el frío. La nieve tiraba los chozos. En primavera los pastores volvían a subir y lo primero que hacían era levantar el chozo del suelo. Eso es lo que encontramos en el monte: en realidad no los chozos arruinados sino los chozos en su formulación de invierno, en su avatar invernal, esperando a que el pastor vuelva (probablemente ya no lo haga) y pulse el play (la planta del chozo se parece al símbolo de esta tecla) para volver a cumplir su función. Esta escultura de José Antonio Andrés Vera, médico de Mazcuerras, me lo recuerda.

Vemos alguna otra obra de las que se hallan expuestas en el pasillo de las Tres Torres, de Gloria Torner, Eloy Velázquez, Arancha Goyeneche, Faustino Cuevas, etc. Nos detenemos con especial atención ante el óleo del Marqués de Valdecilla pintado en los años veinte por Gerardo Alvear. Destaco que está posando con la mies de Medio Cudeyo al fondo. Es su manera de decir a los paisanos que es rico, es un cuadro que se ha de descifrar en clave paisana, señalo. El oro del maíz de la mies es oro y es suyo, resume Nacho Zubelzu. Ese es el mensaje, sí, confirmo.

Me cuenta que su abuelo y su padre vendían huevos al hospital. Venían de Reinosa en una furgoneta dos caballos. Nacho y su hermano acompañaban a su abuelo y a su padre felices porque la monja encargada, que se llamaba Sor Luisa, les daba un bocadillo de lo que fuera, incluso de jamón, y luego otro la monja de la Escuela de Enfermeras. Esta era peor. Recuerda los almacenes colmados de alimentos. No había nada igual.

Donde haya niños, gallinas y ropa tendida, hay vida. Da igual dónde estés, afirma Nacho. Es una sentencia que también se puede aplicar a un hospital, pienso. Nacho y su hermano de niños y los huevos de gallina. Solo falta la colada. Recuerdo a una costurera del hospital que en una conversación para el libro Los dominios del corazón me dijo que se esmeraban en zurcir la ropa de cama para que los pacientes sintieran que estaban en un sitio donde se cuidaba todo, a las personas lo mismo que a las cosas.

Buscamos los jardines por los pasillos del hospital. Me preocupo porque por un descuido nos hemos metido por un pasillo un poco complicado que es el que utilizo yo normalmente, pero Nacho me tranquiliza diciendo que hay que hacerse a todo. Por fortuna emergemos rápido y sin complicaciones en mi pabellón, que es el 16, y de este a los jardines hay solo un paso.

Lo primero le llevo a un bancal que está debajo del Salón Noble de la Biblioteca, el más bonito de todos. Los días de calor que coinciden con sesión se abren las puertas exteriores del Salón Téllez Plasencia para que entre aire fresco. El doctor que da nombre a este espacio fue el primer Jefe de Servicio de Rayos. Huyó del franquismo a Francia y de los nazis a Inglaterra. Volvió a Francia al terminar la IIª Guerra Mundial y trabajó en el CERN. Le tenemos perdida la pista desde entonces, no sabemos qué fue de él. En este bancal suelen darse baños de tierra los gorriones. Ha llovido días atrás y la tierra está apelmazada, así que no se ve del todo bien, pero es habitual que los pájaros dejen la huella de sus baños en la tierra suelta. Son sobaldraeros. Es una palabra que también sirve para la huella que dejan los animales tras haber retozado en la hierba. Para la huella de las personas en la peña de hierba del pajar se utiliza joche.

Nacho Zubelzu tiene una línea de trabajo que consiste en sembrar en distintos lugares del mundo figuritas antropomorfas de metal obtenidas a partir de un molde de barro, anotar sus coordenadas GPS y meterlas en una bola o semilla de barro estanca, que es lo que adquiere el coleccionista. Este interactúa con la semilla como quiera, puede abrirla o no, ir a buscar la figurita o no, regalarla o quedársela, es el cliente el que cierra la escultura, apunta Nacho. Estas figuritas representan al ser humano en movimiento. Su huella en barro, luego fundida en metal, es como la que dejan los gorriones revolcándose en la tierra, las yeguas en la hierba o las personas descansando en el pajar tras una dura jornada de siega.

Su título es Deucalión y Pirra.


El título está tomado de un mito griego que explica el modo como se recuperó la humanidad tras un diluvio provocado por la cólera de Zeus. Deucalión y Pirra fueron los únicos seres humanos supervivientes. Encontraron un templo semiderruido dedicado a Temis y le preguntaron qué hacer. La diosa de la ley, la voluntad y la justicia divina les respondió que echaran a andar mientras tiraban piedras tras de sí. De las piedras que tiraba Deucalión nacían hombres y de las que tiraba Pirra, mujeres.

Deucalión y Pirra comparte genealogía con Bípedo implume, cuyo punto de partida es la definición de "hombre" que Platón propuso a Diógenes: el animal que camina sobre dos patas y no tiene plumas. También con La huella del movimiento, que remite a la conocida frase de Heráclito "no es posible bañarse dos veces en el mismo río". En ambas propuestas el artista trabaja con siluetas, en el caso de La huella en movimiento, bailando. Están tomadas en distintas partes del mundo pero Nacho recuerda sobre todo su experiencia en África. Allí preguntaba a sus modelos si querían ir a Europa. Llevaba consigo acetatos enrollados para que el bulto fuera poco, y pintura. Extendía el soporte, silueteaba a las personas que bailaban, lo movía al sol, el viento lo movía, de regreso a Europa exponía el resultado, hacía fotos de la exposición y volvía al lugar de origen a enseñarlas. Efectivamente, les había llevado a Europa.

Me preocupa mucho la economía de aquellos países, apunta Nacho. Mi ideal sería poder crear una empresa de avistamiento de aves con ellos y llevar yo clientes desde aquí. Apenas necesitarían nada. Prismáticos y poco más. Lo más importante es lo que saben. Recuerdo un pastor marroquí con el que hice la trashumancia en España que hacía fotos no de su día a día sino cuando entrábamos en alguna ciudad y veía algún coche de lujo. Entonces sí se hacía una foto. Eso es lo que les llega al otro lado del estrecho. Las falsas expectativas.

Nos sentamos a resguardo del sol en la pared del bancal, metidos prácticamente dentro de un tejo podado como si fuera un seto. Hay otros compañeros del hospital haciendo lo mismo mientras toman un café de máquina o comen algo. No recuerdo gente en los jardines antes de la pandemia, sí durante, mucha, para destensar los nervios, supongo, y ha quedado la inercia.

Las siluetas las presenta Nacho como instantes detenidos. Le digo que antiguamente los paisanos aprovechaban los contraluces para posar y emitir un mensaje con la pose, el principal: aquí estoy y soy de tal sitio, campurriano, cabuérnigo o de donde fuera, en función de cómo se cogía el palo, se colocaba la boina, se ponían las piernas, etc. Eso cuando querías que te vieran, añade Nacho. Igual que los animales.

La danza es donde mejor trasluce esta gestualidad, asegura. Los movimientos tienen que ver con el celo, con la protección de las crías, etc.

Si vas al monte a ver al ternero recién parido tienes que fijarte en la primera mirada de la madre, que va a ser de control. En cuanto sabe dónde está el ternero y que está bien, va a mirar para otro lado para despistar. Con los patos pasa igual, continúa Nacho. Van a ir siempre en dirección contraria al nido y además haciéndose los heridos, arrastrando un ala, para alejarte de los polluelos, incluso a riesgo de perder su propia vida.

Se mueve el seto y lo que parecía un fruto del color del pico de un mirlo, pía. Buscamos otro refugio para no molestar. Nos sentamos en otro bancal dispuesto a lo largo de la vía que recorre los jardines cuan largos son. Esta vez no prestamos atención a la especie que nos cobija. Da sombra y basta. El sol rebusca entre las ramas como si fuéramos fruta que llevarse a la boca pero no nos alcanza.

Le pregunto por la recepción de su obra entre las personas retratadas. Traigo a colación una antigua fotografía recuperada por Jesús García Preciados de una niña de Peñacastillo que posa con los dedos cruzados para evitar que nadie le pudiera echar mal de ojo a través de la imagen. Nacho se sorprende pero tras una breve pausa no tanto porque a fin de cuentas es igual en todas las culturas, dice.

Hace una década presentó una exposición en el Palacete del Embarcadero de Santander titulada Tubab, palabra empleada en algunas regiones de África para designar al hombre blanco pero que también significa "dame algo", es decir, tubab se podría traducir algo así como "hombre blanco, dame algo", aclara.

En esta exposición colgué retratos que una vez terminados diluía echando agua sobre ellos, dice. Era un acto simbólico. Lo que pretendía era precisamente eso, capturar su espíritu. Pero hacerlo delante de los retratados resultaba durísimo.

En 2023 monté una exposición en la cuadra que la Fundación Agro y Cultura tiene en San Martín de Elines, continúa. Eran retratos de este tipo que digo, semblantes. También me interesaba el modo como interactuaban con el entorno. Muchos acabaron manchados de abono, otros rotos a cornadas o coces. Yo mismo recibí un topetazo durante el montaje que me llevó al hospital. 

Le digo entonces que la palabra cuchu, el abono mezclado con la materia vegetal que se emplea para la cama de los animales en la cuadra, por ejemplo helechos (por eso que haya tantos helechales con nombre en los montes, porque era importante tenerlos localizados), tiene el mismo origen que la palabra cultura. A Nacho se le abren los ojos azules como un claro en el cielo.

Las casas antiguas tienen la cuadra dentro de casa, debajo del dormitorio, para dar calor en invierno. El cuchu se asegura que no huele mal. En verano las vacas están en los puertos, salvo unas pocas cabezas, por ejemplo la burtuña para leche. Las cuadras son para Nacho Arcas de Noé, lugares de re-existencia. Le comento que la última persona nacida en Llendemozó, una señora de 91 años, me confesó que tenía miedo porque creía que algo malo estaba pasando. Los frutales de su huerta echaban flor pero no fruto. Todo tiene su tiempu, defendía, el tiempu del vientu de las castañas, por ejemplo, todo. Pero ya no, advertía. ¿Eso es porque es así o porque algo estamos haciendo mal? Nada cambia para mal solo, fue la respuesta de la señora. Efectivamente, remacha Nacho, el cambio climático se nota antes y de forma más intensa en nuestros pueblos, donde la relación con la naturaleza es muy estrecha. No debemos soltar esa mano.

En 2020 inauguró la exposición Miradas y resistencias en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Miradas por lo que te dicen los animales, apunta. La palabra resistencia tiene que ver con la supervivencia, con sobrevivir, incluidos los humanos.

En relación con la comunicación entre especies, el jisquíu de nuestros paisanos imita el relincho de los caballos. Nacho lo sabe y aporta una nueva palabra: lo que en Campoo llaman yuju. En reciprocidad, continúo, los animales también imitan nuestro lenguaje, y apunto: en el Nansa las tórtolas dicen torta-brá, torta-brá, que se toma como señal de que la cosecha va a ser buena porque habrá torta. El cárabo, ave con los ojos abiertos a la noche, avisa no-vaigáis, no-vaigáis. El cuco dice pe-cu, pe-cu, las dos únicas letras que aprendió cuando era mal estudiante, antes de convertirse en pájaro. A Nacho no le sorprende.

Otra serie suya es Estacas. Son dibujos hiperrealistas hechos a plumilla, trampantojos. Parece que están pero son solo representaciones. Pueden tener procedencias muy variadas. Le interesa el efecto del paso del tiempo sobre ellas. Suelen estar quemadas. Le pregunto si el fuego es un destino irremediable y dice que para los pastores sí. Está a favor de mantener las quemas controladas en el monte. La palabra combustión emparenta etimológicamente con la palabra busto, quizá debido a antiguas prácticas de incineración de cadáveres. O por el corazón que arde. Sobre las estacas quemadas a veces se posan aves: tiempo consumido, su último reducto.

En 2011 vio la luz el libro Saja. No se puede valorar ni defender lo que no se conoce, sentencia. No le falta razón. La divulgación es muchas veces supervivencia. Saja tiene mucho de cuaderno de campo y de asidero, indica, igual que el reciente Tinta salvaje (2024), que abarca toda la Cordillera Cantábrica, desde las cumbres a la costa, pasando por los valles y praderas.

En su serie Dorados Nacho dora lugares. Todos merecen su aprecio. Así, escamas de tierra endurecida por el sol del desierto, una lata abollada para el agua, las costillas de madera de la puerta de una choza Enkaji masai... En este último caso recuerda que al dueño lo que más ilusión le hizo fue la pintura dorada que le regaló.

El lobo, asegura Nacho, es el animal al que más le brilla la mirada, el que más dice.

Son los pastores los que me enseñaron a observar. "El pastor ve en la sierra y brañas lo que el rey no ve en España, ni el Pontífice en su silla y Dios con todo su poder tampoco lo puede ver". Es un dicho popular recogido por Luis Ángel Moreno Landeras en su libro La vida en sepia (2018), cuyas magníficas ilustraciones son obra de Nacho. Que en el monte haya un topónimo a cada paso refleja esto, la riqueza de lo que no se reconoce si no sabes mirar. No es lo mismo ver (acto fisiológico) que mirar (acto cultural). Pasa con los seles, por ejemplo, que son los lugares donde pernocta el ganado. Ni siquiera están delimitados, sabes que están si sabes que están, si no, no. Los pastores se cuidan de que las vacas tengan sus crías en ellos para que los terneros cojan querencia al lugar. Luego son capaces de subir solos o bajar cuando llega el buen tiempo o el malo, según.

En este libro se dedica un capítulo al aprovechamiento de la genciana, que en nuestras respectivas familias llamamos junciana. Nace en las alturas. De eso tanto su familia como la mía saben mucho. Es una planta en peligro de extinción. Su raíz era muy demandada por las farmacéuticas y lo sigue siendo. Se extraía, se secaba y se vendía al guarda, que era el que hacía negocio. Luego se reguló. Pero a finales de los sesenta cesó su explotación porque desapareció, sencillamente. Entonces sí, cuando ya no había, se protegió. Fuimos víctimas de una suerte de neocolonialismo, asegura. No sé cómo estará el tema de la caloca hoy pero espero que no esté pasando lo mismo, lamenta.

Los seles me transportan al círculo de huesos de la sala de la Escuela de Náutica del año 2005, exposición montada como resultado de haber ganado el Premio al Mejor Artista Cántabro el año anterior (lo será también en 2019). Eran huesos encontrados en el monte. Los radiografió para su obra Óseo. Las radiografías también le sirvieron para dar forma a Naturaleza hervida. Todo está en todo. Su obra no podía ser diferente. Pero sobre todo, a donde me conducen los seles, le informo, es a la Jaula dorada expuesta en Beijing y Tokio el año 2016. Leo entonces un fragmento de la novela Historia de no (1989) de Mercedes Soriano: "El símil [pájaro libre] sería erróneo, pues resulta que los pájaros nunca pueden ir libremente de un lugar a otro. Resulta que cada uno está encerrado en su propio territorio. ¡Oh, la libertad de los poetas! [Pero] el símil puede recuperar su validez teniendo en cuenta que territorio es equivalente a cuerpo". Poco más hay que añadir, reconoce Nacho. Estas jaulas doradas son mi interior puesto en escena, resume.

Los cuadros o bancales de los jardines del hospital no tienen mucha potencia, la tierra que hay debajo no es mucha. Tampoco la hay en las campas. En realidad son tejados, hay dos plantas por debajo, hormigón. Quiero enseñarle un solar dentro del recinto del hospital que ha quedado huérfano tras haber sido derribada la antigua casa de la maestra, en la esquina de Padre Rábago con la conocida como cuesta de los toros. Es un espacio borrado con guijo. Pero a pesar de todo la hierba nace. De camino nos hacemos una foto bajo una buganvilla en flor.


Hablamos de Trashumancias. Las presentó en el Real Jardín Botánico de Madrid el año 2013. Al año siguiente las llevó a la Sala Robayera. Diez años después se han podido ver en ArteSantander, este mismo verano.

Sus Trashumancias se inspiran en el movimiento ordenado de rebaños de ovejas recorriendo un paisaje de lomas. Nacho es vicepresidente de la Fundación Trashumancia y Naturaleza. Sabe de lo que habla. Lo ha vivido en primera persona. Ha sido uno de los promotores de la declaración de la trashumancia como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO el año pasado.

Le pregunto por el detonante de esta serie y me explica que él bocetaba sobre el terreno pero que luego en casa se preguntaba cómo traducir el movimiento de los rebaños. El movimiento siempre le ha preocupado mucho. Ahí está Tinta salvaje con sus animales fugaces para demostrarlo. Pero en esta ocasión quería ir más lejos. O más adentro. O todo lo adentro que pudiera, que es lo más lejos adonde se puede llegar. Trashumancias es la respuesta.


Insiste en las nociones de orden y movimiento y yo le presento dos verbos de mi familia, uno que Nacho conoce y otro que no: acaldar (el que sí) y atotogar (el otro). El primero significa poner las cosas donde deben estar. El segundo es ponerlas donde mejor están, que no tiene por qué ser necesariamente su sitio. A Nacho le entusiasma el alcance moral de ambas y lo que puede hacer que un sitio pase a ser otro y viceversa, el sitio adecuado y el sitio querido.

La querencia a un lugar, como el animal y su sel.

Un lugar que en el fondo solo existe por esa querencia. Si no, sería una mera combinación de coordenadas espaciales.

Las Trashumancias se vinculan con obras que parten de elementos cotidianos devenidos en iconos estéticos de la tradición pastoril, como la serie Badajos. Le comento que en Cantabria los campanos de las vacas tienen cada uno su voz y que esta puede ser macho, si grave, o hembra, si aguda. La pareja de tiro lleva campanos que casan.

Saco entonces de la mochila una sorpresa, un campanu que traigo de casa con un gorro para el sol metido dentro para silenciarlo y que va a provocar que el sol termine quemándome. El campanu lleva grabado el marcu del pastor cuya pareja era la encargada de sacar en procesión a la Virgen del Moral. A esta Virgen cuenta la leyenda que la encontraron los animales. Pasa con otras muchas del norte, por ejemplo la santanderina Virgen del Mar, la pasiega Virgen de Valvanuz o la campurriana Virgen de Montes Claros. A todas se las intentó trasladar cerca de algún núcleo de población y todas volvieron por sus propios medios al lugar donde fueron desenterradas. 

No somos capaces de adivinar si el campanu que traigo es macho o hembra. Aprovecho para explicar que jembru es una palabra montañesa que sirve para decir hombre a partir de mujer. Es algo parecido a la conjugación verbal cántabra eru, "soy", que se construye a partir de "eres".

Este desenterramiento de imágenes religiosas nos lleva a hablar de Hombre y Tierra. Son siembras de sí mismo, literalmente. Para él estas siembras tienen que ver con la posesión de un lugar, con echar raíces, además de con la concepción del artista como semilla.

Le comento que de nuevo Jesús García Preciado recogió un testimonio de San Sebastián de Garabandal según el cual si llegada la siembra había dudas, las mujeres se levantaban la falda y se sentaban en la tierra para ver si estaba fría y había que esperar o no. Esta tradición que podría emparentarse con antiguos ritos de fertilización de la tierra comparte sustrato con la obra titulada Balcan Erotic Epic (2006) de la conocida artista performativa Marina Abramovic. Es ante esta relación que Nacho da el alto y me remite a su vídeo Reina y Madre (2021). Es una revisión de todos estos planteamientos, avanza. Promete enviármelo cuando vuelva a a casa.

Efectivamente, lo hace, y cuando escribo estas líneas ya lo he visto.

El artista camina tirando de una carretilla con un bulto dentro. Lo hace por un paisaje tomado por la niebla. Irrumpen vacas y yeguas. Los acebos presentan la característica forma cónica propia de las brañas. Se produce un cambio de escena y se ve a una mujer vestida con traje tradicional haciendo la colada, dando de comer a las gallinas, barriendo. El artista sigue caminando esta vez por un campo de cereales. Un ave está posada en el hombro, puede que un mirlo. Es una de las imágenes icónicas de Nacho Zubelzu. Se oyen campanas y la mujer corre. El artista llega a un claro del bosque. Abre un hoyo y mete el bulto dentro. Lo tapa y echa libros. La mujer entra a misa. El artista riega, rezan las mujeres. El rezo sustituye a la guitarra que ha estado sonando hasta ahora. La cámara se traslada al interior del hoyo. Es amplio y está embarrado. Suena agua corriendo. De fondo el cántico de las mujeres en misa. Del bulto sale el artista. Hace figuritas antropomorfas con barro, las moldea con sus manos. La cámara vuelve al exterior. Asoma la cabeza del artista. Vuelve la guitarra y se apagan otros sonidos. Se acelera la imagen. La mirada del artista es vertiginosa. Sale del todo, desnudo. Se adentra en el paisaje. En imágenes tomadas en otros emplazamientos se ven otras cabezas asomar de la tierra, no tan expresivas. En la última escena la mujer llega con un cesto y fertiliza el hoyo con libros. Voz en off femenina explica que la única manera de conservar la madre tierra es no perdiendo el pasado, las tradiciones y la memoria. La humanidad debe seguir nutriéndose de cultura en todas sus formas, filosofía, arte, música, poesía, para que germinen los frutos que aseguren continuidad y futuro a este planeta.

Los ojos de Nacho han recorrido el solar de arriba a abajo, abriendo surcos. El solar está subiendo una pequeña cuesta. La bajamos y vamos a comer al restaurante del hospital. Es una entrevista que ha durado cinco horas.

Es importante que sigamos siendo para ser. Los artistas trabajamos con recursos mnemotécnicos para que no olvidemos cómo hacerlo.

Parece la tarea de un chamán, casi pregunto casi afirmo.

Sonríe al mirarme también a mí.

VIRIDITAS, 21. El árbol favorito del marqués

Ramón Pelayo de la Torriente partió a Cuba con 14 años. Su pueblo de origen era Valdecilla, en el municipio de Medio Cudeyo. Regresó anciano y rico. Dentro de la esfera pública, su principal logro fue la Casa de Salud Valdecilla, inaugurada el día que cumplía 79 años. Gracias a la orientación que le confirió su primer Director Gerente, el doctor cántabro Wenceslao López Albo, el Hospital Valdecilla se deshizo de la lógica indiana y su gusto premoderno por la beneficencia para plantearse como una institución pionera en la concepción de la Sanidad como derecho.

El marqués era indiano además de regeneracionista, entendiendo por tal la persona adinerada preocupada por el progreso de España pero no tanto como para comprometer el estado de las cosas, que era el que le beneficiaba, es decir, implicado en la mejora pero sin cuestionar por interés propio la desigualdad de base que era, precisamente, la principal causa del atraso del país. Es en este juego de claroscuros que se entienden muchas de sus decisiones.

Ramón Pelayo de la Torriente era amigo personal de Alfonso XIII, que fue el que le nombró Marqués de Valdecilla el año 1916. Esta cordialidad no la debemos tomar como algo natural. Recordemos que el escritor José María de Pereda no participó en la inauguración de la escultura a él dedicada en los jardines que llevan su nombre porque los Reyes iban a presidir el acto y él era antimonárquico. En su lugar asistió su amigo Marcelino Menéndez Pelayo. Quiero decir con esto que la buena relación entre el indiano y el monarca no era inevitable, no era algo propio de la época, que estaba en el aire, sino que respondía a intereses comunes. La naturaleza de estos intereses comunes, como la propia figura del indiano, está en penumbra.

La Casa de Salud Valdecilla conserva muchos árboles exóticos, indianos en sus jardines, por ejemplo una secuoya centenaria y varias palmeras. Pero en origen había muchos más. Entre ellos se encontraba el árbol favorito del marqués, un pino. Se taló durante las obras de los años setenta. De lo que se construyó entonces no queda nada. Cabe dudar si talarlo mereció la pena.

En La Península de La Magdalena, sede del veraneo regio en Santander, hay junto al Palacio, en un lugar prominente, dando vista a la barra que defiende la bahía, un pino singular de la especie insigne (Pinus radiata). Es factible que este árbol fuera gemelo del pino del marqués.