sábado, 1 de abril de 2023

VIRIDITAS, 6: Entrevista a Raúl Molleda, naturalista

Habíamos quedado para observar aves acuáticas en Santoña. Cormoranes moñudos al sol, tarros blancos, patos cucharas, andarríos chicos, etc. Los moñudos son los cormoranes que se quedan todo el año con nosotros. La palabra moña también se emplea para el copete de pelo que le nace a la vaca tudanca en la testuz. Es una palabra de origen prerromano que hermana con el vasco muñatz, "cima". No es que sea una palabra vasca o de influencia vasca, no, lo que pasa es que es una palabra que procede del mismo sustrato lingüístico que el vasco, probablemente preindoeuropeo, o sea, lo más lejos que podemos llegar, lo más antiguo que podemos reconocer.

Efectivamente, y hago zoom con los prismáticos, estos cormoranes parecen llevar tupé, observo.

Incluso se dejan ver dos pálidos flamencos rosados, para nuestro estupor.

Raúl Molleda además de naturalista es una referencia en cultura tradicional cántabra. Me interesa su visión de la tradición entendida como mecanismo de adaptación de los pueblos. Sin tradición estos quedan desprotegidos. Por eso muchas veces interesa desposeerlos. Sin embargo, la tradición también puede resultar una amenaza si no es lo suficientemente flexible. Cabe entonces preguntarse flexible frente a qué y a instancias o en beneficio de quién.

A los flamencos los está trayendo el cambio climático, indica Raúl. Huyen del excesivo calor. Además, el frío aquí ya no es tanto. También afecta que se están quedando sin hábitat por culpa de las desecaciones ilegales de los humedales del sur, caso de Doñana y las Tablas de Daimiel. 

Por otro lado, reconozco especies de invierno que parecen haber decidido quedarse aquí, continúa, por ejemplo el eider común. Este pato es el de las plumas de los edredones. Se las arrancan del pecho ellos mismos para hacer el nido. En Islandia les cogen solo unas pocas por pareja, para no perjudicar a las aves y que vuelvan, pero también por el negocio, para no perderlo. Esta tutela cultural de la naturaleza, que es lo que hace paisaje, es también muy cántabra. A mí me viene a la memoria aquel invernal de Bejes donde el propietario había dejado sin segar una porción de terreno para que las abejas que se habían instalado en una de sus paredes, la más soleada, aprovecharan las flores silvestres, se lo comento y Raúl asiente.

El cambio climático está haciendo que se toquen los opuestos, concluye.

La última parada en Santoña la hacemos en Bengoa o Solija. Atardece y el sol rojo se pone de frente. 

Ese es el seju.

¿La puesta de sol?, pregunto.

Sí, responde. Es una palabra que viene del mismo sitio que sel, el lugar donde reposa el ganado en el monte cuando se hace de noche, del latín SEDILE, "residencia".

Frente al sol y a nuestras espaldas, la luna. 

Solo faltan un par de estrellas para tener a la vista todos los componentes de una canción de amor, apunta Raúl.

Dirás de una canción de amor tradicional.

Eso, responde.

Pasa una garza real. Lleva la cabeza gacha, el cuello recogido, como suele. Parece tener miedo a la noche.

Termina el día, es domingo. Raúl tiene que hacer una visita al Hospital el martes y aprovechamos para quedar entonces.

El día señalado voy a buscarle a la entrada que tiene el Hospital en la cuesta de los toros. Lo primero que hacemos es ir a ver la secuoya que se yergue frente al pabellón 21, del lado de la carretera. Es la secuoya más antigua de Cantabria. Pero tardamos en llegar porque nos detenemos a cada paso para comprobar si la hierba que vamos pisando es invasora o no. Lo es demasiadas veces.

¿Por qué invasora, Raúl?

Una planta invasora es aquella alóctona que tiende a expandirse y por ende a monopolizar el espacio, acabando con la diversidad de flora autóctona. Estas palabras son de las pocas textuales suyas que recojo. Pasa por ejemplo con esas superficies que cubren el plumero de la Pampa, el polígono del Japón o el Carpobrotus, sigue.

Al lado de la secuoya hay lo que parece el cepellón de un gran árbol retirado. En su lugar se ha plantado una teja o tilo. No es el árbol adecuado para este lugar, indica Raúl. Hubiera sido mejor abedul. Este suelo está apelmazado. Se pasa demasiado la máquina. Por eso que haya tanta invasora. La flor que amarillea no es la del grillo.

Si esta parte no se pisa, ¿por qué segarla tanto, para demostrar lo bien atendida que está? Este planteamiento es perjudicial además de costoso. No es responsabilidad de los jardineros, aclara, sino de quien les da instrucciones. Por eso digo planteamiento y no práctica. Los jardineros los pobres harán lo que puedan.

Este es precisamente el pabellón de Dirección, informo. Se le queda mirando y frunce el ceño como si viera mal o quizá lo que vea mal sea el pabellón.

Se supone que es neomontañés, completo con cautela.

Yo en esta arquitectura no veo ningún respeto por nuestra tradición. Es el estilo que se supone español en una época determinada. Me da igual ver esto aquí que en cualquier otro sitio. Es además de una factura basta.

Quizá se salve que dentro de lo posible se eligió aquello que mejor se adaptaba al entorno, los balcones por ejemplo o los aleros, y eso ya es una decisión que emparenta con nuestra tradición, el hacerse al entorno, adaptarse.

Eres muy indulgente, Mario.

Pasa en cualquier ferretería. Quieres un tirador y no lo hay. O basto o basto y roto para que parezca antiguo. En el valle de Aosta compré yo unos tiradores hechos por el herrero con ternura y se nota. Aquí eso es imposible, sigue.

La modernidad en España acabó con la tradición. No tendría por qué haber sido así, concluye.

Volvemos sobre nuestros pasos.

¿Qué te parece que el límite con la ciudad sea de seto vivo?

Bien.

No obstante, advierto que de mi pregunta Raúl ha obtenido las coordenadas de la diana que venía buscando.

Existe la necesidad de acercarse a la naturaleza, apunta. Pero en ese acercamiento, en ese trayecto ha interferido el poder, dispara.

Donde mejor se ve es en el arte topiario, el de los setos.

El modelo que se ha impuesto es el versallesco.

Es el arte militar trasladado a la naturaleza. 

Los setos son ejércitos en formación.

El dueño está emitiendo un mensaje y este mensaje es: yo soy el dueño. 

Dueño es el que se adueña: de la naturaleza, por ejemplo, y de nosotros a través de ella, claro. También a través de ella, pero no solo, se corrige.

No llevo grabadora. Voy tomando notas a vuela pluma en una libreta pequeña que suelo llevar encima para la lista de la compra.

La naturaleza dominada. Ese es el mensaje.

Que soy capaz de dominarla, mejor.

Y como a la naturaleza, a ti.

De alguna manera se está reconociendo aunque indirectamente que también nosotros somos naturaleza, me defiendo.

Sí, naturaleza consciente de que lo somos y como tal, naturaleza que se sabe amenazada hasta que llegamos a creer, porque nos lo hacen creer mediante mecanismos como estos que estamos viendo, que nuestra naturaleza es la de estar sometidos.

Y no, respondo.

Y no, afirma.

Pero es un mensaje que ha calado, el de someter lo que podría ser pero que yo impido que sea porque puedo.

Son jardines que no reflejan la naturaleza, lo que reflejan es el poder, trato de resumir.

Eso es.

Salimos del recinto y subimos por la cuesta conocida como de los toros hasta el solar que ha quedado abandonado tras retirar Ferrovial los contenedores y maquinaria que almacenaba en él. Suponemos que debajo hay un búnker de cuando la guerra. Destaca un níspero. Es el único árbol que queda. Antes estaba aquí la escuela para los hijos de los trabajadores. El jardín también se quitó. No es un abadejal autóctono, acota Raúl, sino un nispru, la variedad asiática. Su función es decorativa. Pero cuando da frutos hay quien viene a recogerlos, añado. No quita, responde Raúl.

Volvemos a bajar la cuesta para entrar al solar por el Hospital. Raúl repara en la pared. Sus formas replican la de los esquinales de los pabellones. Son dobles pechos de paloma. Ambos hemos visto esquinales parecidos en Bárcena Mayor, donde los dobles pechos de paloma facilitan el paso de los carros cargados de hierba. Esta es una obra pública bien hecha, confirma Raúl.

Raúl también es cantero.

Entramos de nuevo al Hospital y nos internamos por un caminito de tierra que conduce al pie del último de los pabellones, el de mantenimiento y sindicatos. Han sido los trabajadores los que lo han ido abriendo poco a poco. Raúl señala el contraste entre los setos forzados y las plantas que nacen libres entre las piedras, en los resquicios. Muchas las habrán sembrado los propios pájaros, dice. 

Tenéis aquí una riquísima colección de geodas, señala. Es cierto, no me había fijado. Están todas puestas para que se vean, parece.

Alcanzamos la base del túmulo que probablemente esconda el búnker. Raúl se entretiene en identificar especies. Los árboles más antiguos son ornamentales y algunas de las plantas más recientes invasoras. Se ha plantado un bosquete de abedules, bien. Por allí asoman lo que los pasiegos llaman pipas (Ranunculus ficaria). Están en un talud, eso les ha salvado de las máquinas. El talud está contenido por una plastaja de hormigón por la que asoman hierros. Esta es la diferencia entre la obra pública antigua y la actual que te decía antes, señala Raúl.

Las pipas son flores tempranas, como las primaveras o catasoles. Tienen un potencial ornamental enorme que no se ha explorado. No son las únicas, apunta Raúl. Están por ejemplo las que en Miera llaman rucieras (Molinia caerulea), plantas amarillas que rojean en otoño, preciosas.

En este solar que acabamos de ver, propone, se podría experimentar con plantas silvestres, atender al ritmo de sus floraciones, a su colores, a sus olores, y regalar a los ciudadanos un espacio único. Primero habría que echar un manto de tierra vegetal, luego sembrar y segar los primeros años una sola vez y tarde, en agosto o septiembre, para que prenda la grana. En cuatro o cinco años esto iba a ser un vergel, un espectáculo.

Para poner coto al crecimiento de las hierbas y que las flores lo tengan más fácil habría que utilizar pullucos (Rhinanthus minor).

La Lobularia maritima huele más rica que la más rica de las mieles.

El planteamiento de Raúl viene del futuro. Pero es solo un futuro que puede llegar a ser. De nosotros depende.

Canta un tocineru. También él nos ha oído a nosotros.

Aquí no vais con la naturaleza sino en contra. Por eso estos jardines estás acaicíos, no hay palabra que mejor lo defina. Si fuerais a favor sería otra cosa. Tenéis que valorar cambiar de estrategia aunque solo sea por vuestros pacientes y trabajadores.

Los jardines son terapéuticos.

Es sintomático que las pipas hayan nacido precisamente allí donde no alcanzáis.

Yo sigo tomando notas en mi cuaderno de la compra.

Retrocedemos sobre nuestros pasos. Raúl me hace notar el contraste entre la pared antigua que se ve arriba y la escollera reciente que se ve abajo.

El pabellón de Dirección está envuelto en lo que era en origen una banda vegetal que se está sustituyendo poco a poco por un pedregal. En la parte verde que queda conviven especies. A unas las plantó el ser humano, a otras los pájaros. Es una combinación sutil y muy bonita. Hay a quien le pueda parecer sucia. No lo es.

La naturaleza no es sucia. Lo que necesita la naturaleza es que no la ensucies tú.

¿Y a ese pedregal le podríamos llamar en cántabro garma?, pregunto. En cántabro no hay palabra para algo tan feo como eso, responde Raúl.

Seguimos nuestro paseo. Bien que se utilicen restos de corteza de pino. Pero mejor plantar avellanos. La hoja de avellano cumpliría la misma función y sería más bonito. En esta pérgola que tenéis lo veo claro, propone Raúl.

Entramos al edificio enlace. Le explico que cuando se cerró la Residencia Cantabria muchas de las plantas que se rescataron se pusieron aquí y que poco a poco se fueron distribuyendo por todo el Hospital en un proceso participativo muy interesante que tuvo mucho de improvisado.

Llegamos a los jardines que se abren al pie del pabellón 16, el de la Biblioteca. Es un día que huele muy bien.

Revolvemos en los parterres. 

Lo primero que ve Raúl es una palmera que está naciendo entre los restos de corteza de pino. Seguramente defecara la semilla un miruellu o mirlo. Este germen es la viva imagen de un jardín vivo. Esa pequeña palmera debe ser la hija de alguna de las palmeras patrimoniales de los jardines, y hay varias, aunque alguna se ha secado recientemente. También hay abejorros con una coloración que a Raúl le parece que corresponde a un tipo que no se veía desde hace años por culpa del cambio climático. Los abejorros empiezan a trabajar antes que las abejas porque a diferencia de estas los abejorros tienen pelo, van con el abrigo puesto.

Para los pájaros los tejos son mejores que los pinos porque les deja entrar y refugiarse dentro. Pero no se puede someter a un tejo como si fuera un seto. 

La baya de Cotoneaster es buena para los pájaros.

Viene una papuca o petirrojo a mirar.

Raúl imita su canto y la papuca gira la cabeza, como si prestara más atención, y se queda.

Pasa una pisondera, que en Santander se llama cuchi. En castellano lavandera.

Para pisar aquí está perfecto, dice.

Hay menos invasoras que en el terreno de la secuoya. Pero es cuestión de tiempo. Descubrimos burizu (Poa annua), que es propio de terrenos dañados. El nombre tiene la misma raíz que buey, quizá por el efecto de las pisadas de este poderoso animal o por su mordida o porque el buey reconoce esta planta por algún motivo...

Estamos aquí, Mario, en el centro, y confirmo que estos jardines son una prolongación de aquello de lo que queremos escapar. Pero se ve que aun queriendo no podemos escapar tan rápido. Es como cuando uno sale de la cárcel pero luego en casa en lugar de pasar las hojas del calendario marca rayas en la pared.

La papuca echa a volar.

Es el lugar perfecto para trabajar con la idea de secuencia temporal, de plantar a escala temporal. Le pregunto entonces por la palabra luga, que en el Alto Nansa se emplea para los claros que se abren en el cielo los días nublados y que en Cabuérniga da nombre a los momentos oportunos para algo, que si luga no estará en relación con la palabra lugar, a lo que Raúl responde que si bien puede que compartan etimología, la palabra montañesa luga pertenece a la dimensión temporal, no a la espacial, y que pasa algo parecido con espaciu, que tenerlo o no tenerlo tiene que ver con disponer de tiempo para hacer algo. En Cantabria manejamos unas coordenadas espacio - temporales que todavía no sabemos interpretar bien.

Todavía o mejor decir que ya no sabemos interpretar del todo bien. Para respetar primero hay que valorar y para valorar primero hay que saber. Lo que no se respeta termina desapareciendo. Ojalá luga y espaciu no desaparezcan.

Estos jardines son ejemplo de continuidad. La clave está en no soltar la mano, en seguir sintiéndose los mismos.

Seguimos caminando por dentro. Alcanzamos el extremo que da vista a Peñacastillo. Los jardines terminan aquí de forma abrupta.

Desde este lugar se veía la marisma. De hecho, La Marga es probable que en realidad sea lamarga, un terreno cenagoso, tomado por la balsa, el cieno. El nombre del vecino barrio Venecia, donde transcurre la última novela de Alberto Santamaría, es por algo. Valdecilla Sur tapa los pabellones que se respetaron precisamente para que dieran la bienvenida a la entrada de la ciudad. Pero ahora no se ven. El color de Valdecilla Sur es el de los barcos de guerra, para que pasen desapercibidos. Esto es capa sobre capa, como una cebolla, termino.

Sí, como para llorar. 

Os alejasteis de la ciudad. Pero la ciudad ha venido a vosotros y la habéis dejado entrar. En eso no estáis siendo fieles a vuestros orígenes, dice Raúl.

Desde aquí tenemos una perspectiva fantástica de las tres líneas que componen el Hospital, con Valdecilla Sur, los pabellones enhebrados por un pasillo acristalado y las tres torres.

Las tres torres representan un hospital vuelto del revés, como si le hubieran dado la vuelta igual que a un calcetín. Se ven las líneas rectas de dentro, las han sacado afuera. Retomando el parecido de los pabellones con la arquitectura curva montañesa, las tres torres me recuerdan a la arquitectura pasiega, más recta.

El musgo que nace en aquella esquina parece una instalación.

En este recuadro de césped que parece que se les olvidó hormigonar podríais plantar brezo y ver qué pasa, propone.

La hierba de la explanada que está frente a la conexión con Valdecilla Sur es muy tupida y está húmeda. Raúl la mira y dice que mollea. Pide permiso, yo respondo encogiendo los hombros, se descalza y la pisa. Me invita a pisarla con él. Lo hago pero antes le pido el móvil, la cámara del mío no funciona, y le saco una foto.


Cerramos los ojos. No hace falta imaginarnos en ningún otro sitio. Estamos aquí.

VIRIDITAS 5: El palu pintu

Salía tarde como suelo por la puerta que se abre en la cristalera del pasillo que enhebra los pabellones del 12 al 20 como cuentas de un mismo collar, a la altura del pabellón 16, de cara al jardín y a la bahía. En el jardín me encuentro con una pareja de ancianos al sol, sentados al borde de una jardinera, dando vista al hastial de mi pabellón, comiendo un bocadillo traído de casa, el papel de aluminio arrugado a un lado. Supongo que estuvieran esperando unos resultados o una cita o haciendo tiempo antes de visitar a algún conocido o familiar o esperando después de la visita a que les recogieran o a que llegara la hora de tomar un transporte público. La primavera estaba reciente. Las flores tenían todavía aspecto sorprendido.

Tengo para mí que estaban descansando en esa jardinera porque habían visto en ella al miruellu. Efectivamente, anida ahí. Las plantas de esa jardinera son foscas pero no tanto como para impedir que el mirlo haga vida dentro.

Él tenía un palu posado en las rodillas y estaba precisamente hablando de él con su mujer, de lo cómodo que le resultaba. Es lo único que alcancé a oír. Parecía estar siendo para ellos un día largo y pesado.

Se reconocen en Cantabria distintos tipos de palos. Destacan cuatro: la picaya, la ahijaa, el palu de turcías y el palu pintu.

La picaya es el palu que aprovecha la curvatura natural de la rama para el mango. La ahijaa es el palu con el que se jabla al ganado. Al ganado no se le pega, se le jabla, es decir, se le dirige tocándole con la ahijaa bien en los cuartos traseros o bien por delante, en la testuz o directamente en los cuernos. Pero lo normal es que ni siquiera haga falta: el ganadero va delante y el ganado le sigue en fila. El palu de turcías presenta una decoración en espiral a lo largo de toda su superficie que se suele provocar colocando hiedra o mariselva, aráu o maliserva, respectivamente, en una rama de avellano en crecimiento. Cuanto más acentuado sea el giro, y la hiedra y la mariselva giran en sentidos contrarios, más bonito, como el retorneo de una tonada. Por último, el palu pintu está decorado con motivos generalmente geométricos. Es un palu vistoso que se emplea no tanto para hacer ostentación de nada, algo que no se estila en nuestro mundo tradicional, sino para mostrar respeto hacia el interlocutor. El palu pintu es una forma de presentarse y de hacerlo con respeto.

Son códigos que solo se pueden decodificar cuando se conocen. De hecho, no es que solo se puedan descifrar conociéndolos, es que si no los conoces ni siquiera atiendes a ellos, no te das cuenta de que están ahí, esperando que los descifres. Es información que se nos puede estar pasando por alto.

El palu del paisano que estaba esperando con su mujer en los jardines del Hospital era pintu, claro, me dije.

Buenos días, señores, les dije al pasar.

Me respondieron asintiendo con la cabeza levemente.