Quedamos para ver flores uno de los días más fríos del año. Subimos a Aguayu en su coche, el de Susana y Raúl, los dos, Raquel y yo.
Todo está nevado, son los últimos días de febrero, las expectativas son pocas.
Aparcamos junto a un tejo que marca el límite de una finca. Es habitual encontrar árboles señalando lugares de interés en el monte, por ejemplo fuentes. Los abedules de corteza blanca contrastan con el verde del bosque y los tejos, como es el caso, de hoja perenne, con la nieve. Aguayu es una comarca alta y durante muchos meses al año blanca.
En los jardines del Hospital se yerguen varias palmeras antiguas. Es un árbol indiano. Donde hay palmeras hay indianos. Ramón Pelayo de la Torriente, Marqués de Valdecilla desde el año 1916, marchó a Cuba con tan solo 14 años. Retornó anciano y rico. Financió numerosas obras por toda España, sobre todo en Cantabria, destacando la Casa de Salud Valdecilla. Las palmeras de nuestros jardines también están señalando algo.
Nos internamos por una cambera cubierta de nieve. El primero tiene que ir abriendo güelga. Lo hace Raúl, más experimentado. El viento sulla. El ruido que hace el viento contra el bosque y que en días como hoy es estruendoso se llama sindiu.
La etimología de la palabra sindiu nos es desconocida. Yo apunto si no estará relacionada con la palabra sinciu, que podría traducirse algo así como "ansiedad", pero no lo parece. Hay palabras cántabras antiguas como estas y otras, por ejemplo luga o tiez, que son difíciles de definir. Será porque están al borde de la extinción y su imprecisión es síntoma de debilidad, aventuro, que son palabras que han llegado a nosotros a duras penas, dejando parte de sí mismas por el camino, pero enseguida se abre el debate y concluimos que puede que la necesidad de acotar significados sea actual, que donde nosotros vemos una carencia los antiguos vieran riqueza.
Palabras antiguas como sindiu, sinciu, luga o tiez, palabras abiertas.
Encontramos las primeras flores, unas hepáticas. Están cabeza abajo para evitar que el frío les dé de lleno.
También encontramos un puñado de primaveras o catasoles. No las cogemos. Las flores no están para cogerlas.
Hace años recibimos en casa a un familiar cubano que nos pidió que le llevásemos a conocer la nieve, cuenta Raquel. Había venido para participar en una competición deportiva. Subimos a Palombera. Cuando vio la nieve se echó a llorar.
Esta forma de contar que tiene es preciosa. El conocimiento sin sentimiento es baldío.
Saltamos una portilla y entramos a un prado en cuesta que se pierde dentro de una mancha de roble. En la ladera, narcisos o lirones.
Los lirones aparecen cuando atarreña, es decir, cuando se retira la nieve. Los pastores saben que se acerca el tiempo de subir a los pastos de altura cuando ven esta flor. Los lirones son el anuncio de la primavera. En sentido inverso, el regreso de los puertos al pueblo viene marcado por la aparición de las quitamiriendas. Pero para eso quedan todavía muchos meses.
Empieza entonces a nevar.
Tenemos que bajar.